12 de Octubre de 1937

12 de Octubre de 1937

Hoy, la artillería, trabaja intensamente; el jaleo, es a pocos kilómetros de aquí. También hay mucho movimiento de aviación; hace poco, han pasado 25 bombarderos. Como iban muy altos, no podemos distinguir si son nuestros, pero suponemos que sí, al no dispararles nuestros antiaéreos.

Efectivamente, al rato oímos fuerte bombardeo en terreno enemigo.

He tenido guardia de 6 a 8 de la mañana y, después del café del desayuno, dos horas de pico y pala. Para poder manejarlos, he tenido que vendarme las manos con pañuelos; pero aún así, me duelen mucho.

El que se hiere el pie para que lo evacuen, no se ha librado de trabajar en la trinchera. El cabo de su pelotón, intentaba interceder por él, pero el capitán le ha enviado a paseo.

Nuestra aviación, ha vuelto a bombardear el mismo sector que esta mañana.

El estruendo de artillería, no cesa; pero no sabemos si es nuestra o enemiga.

A mediodía, nos han leído un parte en el que comunican que ayer, hemos adelantado 8 km en el sector de Mediana y que tenemos cercado Fuentes de Ebro. No hay que decir, cuanto nos alegra la noticia.

Esta tarde, a las tres, en el parapeto enemigo, han agitado una bandera blanca. Avisamos al capitán, quien ordena que toda al compañía nos coloquemos en la zanja, hasta ver qué pasa; pero todo ha quedado en nada. Solo que nos han jorobado con dos horas extras de parapeto.

En el parte de esta noche, comunican que Fuentes de Ebro, se ha rendido con tres mil hombres y sus mandos y, también, otro pueblo más cerca de Zaragoza. Y, la caída de esta capital, sería muy valiosa para la República.

Me toca guardia de 9 a 11 de la noche. Durante estas dos horas nuestro comisario, ha estado hablando con el alférez enemigo. A éste se le nota la voz pastosa y habla con dificultad; se le nota borracho. Como es la fiesta del pilar, lo han celebrado bebiendo mucho. También oímos los coros de los soldados.

Lo de la bandera blanca de esta tarde, ha sido una broma que nos han querido gastar. De todas formas, acuerdan que no disparemos ningún tiro ninguno de los dos bandos. El Alférez, no acepta intercambiar prensa, como le proponía nuestro comisario.

Me relevan y me tumbo a dormir. En cuanto entro en calor, vuelvo a notar grandes picores en todo el cuerpo. ¿Será que algo que he comido me ha producido urticaria? Mañana me miraré la piel, a la luz del día.

Hacia la una, nos despierta ruido de aviación y, a poco, explosiones. Como son lejanas, me vuelvo a dormir.

11 de octubre de 1937

11 de octubre de 1937

El cabo, me despierta a las tres; le indico que, hasta las cinco, no me corresponde entrar de guardia. Pero, no se trata de eso. La sección de fortificaciones que vino a trabajar aquí, se ha limitado a “señalar” la nueva trinchera, y, ahora, deberemos terminarla nosotros. De manera que tendré que trabajar con el pico y la pala, de 3 a 5 de la madrugada.

Desde luego, la nueva trinchera era conveniente, pero,  los que como yo, no estamos acostumbrados al manejo del pico y pala, resulta cansadísimo. Sobre todo, porque, enseguida se encuentra piedra y el rebote del pico, es muy doloroso.

Desde la madrugada, tengo las palmas de las manos,  llenas de ampollas. Menos mal que en mi grupo, hay un compañero de Gerona que es payés, llamado Puigmal, que me ayuda mucho, relevándome más a menudo de lo que me correspondería.

A las cinco, entro en guardia hasta las siete.

He recibido un paquete de mi familia con ropa interior y algo de comida. Me hace la misma ilusión que, cuando pequeño, tenía por los reyes magos.

La aviación enemiga, ha intentado sobrevolar nuestras líneas pero nuestros antiaéreos, les han hecho retirarse. Esto, se ha repetido hoy, en tres ocasiones.

A lo lejos, se oye prolongado tiroteo. En nuestro sector, solo “paqueo” intermitente. Esto, no es extraño pues todo es aquí vanguardia. El menor ruido, provoca tiroteo general, el disparo de morteros y bombas de mano.

Nueva guardia de 6:30 a 9 de la noche; luego, pico y pala. Hasta las 11.  He tenido que pincharme las ampollas de las manos para extraer el líquido que había dentro pues molestaba enormemente al empuñar el  mango del pico. ¡Estoy molido!
Cuando nos relevan, no tengo ánimos ni para comer. Me tumbo como un saco y me duermo en el acto.

Durante la noche, he sentido mucho desasosiego y picor por el cuerpo.

10 de octubre de 1937

10 de octubre de 1937

Vuelven las nubes.

Me toca trabajar en la construcción de la cueva donde se instalará la cocina del batallón. De las 9 de la mañana, hasta las cinco de la tarde; aunque a períodos intermitentes. Desde luego, resulta incomprensible que esto no lo hagan los de ingenieros.

A las cinco, regresamos al campamento; y lo hacemos en plan de paseo.

Para cenar, han traído unos garbanzos duros como piedras. Se ve que no los han dejado en remojo. Como me dan mucho ardor de estómago, prefiero comer solo un poco de pan mojado en el caldo. El otro día también nos los dieron así de duros y los quiso comer, pasé una noche muy mala.

No tengo guardia hasta las cinco de la mañana; esta noche, podré descansar bien, pues estoy reventado de tanto pico y pala.

Me preparo la cama y, como de costumbre, como almohada, me coloco el saquito con las bombas de mano. Así, lo tengo a mano, en la oscuridad. ¡A lo que llega uno a acostumbrarse!.

9 de Octubre de 1937

9 de Octubre de 1937

También hoy, hace un día espléndido.

Hemos comentado el hecho de que nuestra compañía vecina, disponga de dos mulos. Cosa que, para la nuestra, sería un verdadero lujo. Quizás los “apresaron” y se los han quedado, como nosotros el fusil ametrallador.

El comisario Aguadé ya ha regresado. Efectivamente, ha estado en Manresa, que es donde vive. El viaje, se relaciona con asuntos del partido anarquista. De modo que de descanso, nada de nada…

El enemigo, ha traído un mortero y se ha dedicado a amargarles el día, a las posiciones de nuestra derecha.  Las horas que eligen para disparar, son las de reaparto del rancho, que es cuando se reúne más gente. ¡Bonito sábado inglés les están dando!.

8 de Octubre de 1937

8 de Octubre de 1937

A las seis de la mañana, y cuando empezaba a clarear, tres soldados “nacionales” se han pasado a nuestro lado. El soldado que estaba de guardia en su posición, les ha visto escapar y les ha tirado varias bombas de mano, gritándoles: ¡Traidores! Pero como la distancia hasta nuestro parapeto es tan corta, han conseguido llegar ilesos.
Se los llevan al capitán que, después de tomarles declaración,  les hace llevar a comandancia.

Hace tres días que ha venido una sección de fortificaciones. Al principio nos dijeron que era toda una compañía. Como no duermen aquí, pasan más tiempo entre idas y vueltas, que trabajando. La nueva trinchera, la están señalando en lo más alto de nuestra loma, lo que es más lógico que donde ahora está.

Hoy hace un día primaveral. Además, no ha habido tiroteo. De modo que, hubo momentos de parecía mentira que estuviéramos en guerra. Entre el rumor de los Olmos y el canto de los pájaros, todo respiraba optimismo.

Hasta que el ruido de la aviación, nos saca del ensueño y nos vuelve a la realidad. ¡Triste realidad! Los aparatos, pasan tan altos que resulta imposible identificarlos.

Por fin ha llegado el tanque con agua potable. Llenamos las cantimploras y cuantos recipientes podemos.

Por la prensa, nos enteramos que el pasado mes, Franco nombró  - y S. S, admitió – embajador en la Santa Sede.

Durante el resto del día, ligero tiroteo. Más bien de alguien que parece lo hace para distraerse, pues no lo secundan.

Esta noche, durante mi guardia de 7 a 9, se ha dado el caso más chocante desde que estamos aquí. El enemigo, para que sus soldados no oigan las “arengas” que por un altavoz, les hace un comisario de la posición vecina, ha puesto en marcha un tocadiscos con un altavoz y no para, tocando pasodobles, marchas, etc. Hasta bastante tarde. ¡Con el tiempo que hacía que no oía música!. Y, sobre todo, en un bosque a oscuras.
Cuando me relevan y me voy a acostar, todavía hay música.

A las cinco de la madrugada, nos despiertan unos gritos. Resulta que, a la compañía que tenemos a nuestra derecha, se le han escapado dos mulos y están comiendo la paja que queda en el trigal que nos separa del enemigo. Un sargento nuestro, ha saltado el parapeto y los ha ido a buscar hasta casi las mismas líneas enemigas. Cuando regresaba con ellos, le han tirado varias bombas, pero, gracias a la oscuridad, no le han dado.

7 de Octubre de 1937

7 de Octubre de 1937

Café con leche caliente para desayuno. ¡Esto sí que ha cambiado!

Entro de guardia al mediodía.

A la una, nos bombardean nuevamente la artillería enemiga. El primer obús, ha caído unos diez metros delante nuestro, levantando gran cantidad de piedras y tierra. El segundo, unos diez metros detrás, ya en medio del campamento. A pesar del jaleo que se arma, vienen a relevar.

El bombardeo dura hasta la una y media. Incomprensiblemente, no tenemos bajas. ¿Qué interés tendrán en “achuchar” este sector?

Han traído comida y pan, pero no agua. La sed, empieza a molestar.

El comisario de la compañía, se ha marchado, momentáneamente. La verdad, es que nos da igual; no hemos recibido, de su parte, ninguna ayuda moral ni física. Nunca ha venido a ver si nos faltaba algo ni a darnos ánimos. Siempre está con los mandos. Parece que se ha marchado a Manresa. Alguien, ha insinuado que quizá nos lleven a descansar y él, se ha ido a preparar los alojamientos. Esto, me parece una solemne tontería, pero me guardo mucho de desengañarles. ¡Estamos tan bajos de moral!.

Se han llevado a Villalta y a Quintanilla, para cavar en la construcción de una cocina nueva del batallón, que están construyendo a una media hora de aquí. De modo que me he me he quedado solo y aburrido. Pienso que solo al Ejército popular se le debe ocurrir sacar a soldados del primera línea, para enviarlos, “en sus ratos libres”, a hacer trabajos de ingenieros. La coordinación, entre las diversas armas, no existe en absoluto.

Regresan, junto con los que traen la cena. Comemos juntos.

Guardia, de 11 a 1 de la noche, de escucha.

Durante ella, uno de nuestros sargentos, que es de estas tierras, entabla conversación con el alférez de la posición de enfrente, que es navarro. La charla, dura bastante. Los dos, comentan sobre paseos, cafés y teatros de Zaragoza, a los que habían concurrido en tiempo de paz y, en los que quizá habían coincidido alguna vez, sin conocerse.

Mientras les escucho, pienso. Y siendo así, porqué han de estar a un lado distinto cada uno?

Me relevan, sin novedad.

6 de octubre de 1937

6 de octubre de 1937

¡Qué bien he dormido!

Aun cuando hace Sol, el viento es tan fuerte, que hemos tenido que tensar las mantas del techo de la tienda.

Han subido el rancho; pero no pan ni agua. Y. como la de la trinchera se ha corrompido, no podemos beberla.

Sobre las once de la mañana, la artillería enemiga, a lanzado unos cuantos obuses sobre nuestra posición. Se ha “cargado” algunos pinos, pero no hemos tenido bajas. Me gustaría conocer el objetivo de este ataque.

Guardia de 9 a 11 de la noche. Hace mucho frío. Afortunadamente, la ropa y el capote, llegaron oportunamente.

Mientras estoy de guardia, me viene a advertir el cabo que ha llegado una compañía de fortificaciones, que harán una trinchera reglamentaria, en lo alto de nuestra loma. Y, que no me alarme si oigo ruido de picos y palas. Efectivamente, lo hacen “a bulto” y las balas silban por encima nuestro, por lo que debemos meternos en la zanja. Como en el fondo hay todavía mucho barro, quedamos clavados de pies en él.

Al fin llega el relevo, sin novedad.

5 de Octubre de 1937

5 de Octubre de 1937

Aun es de noche, cuando me despiertan para la guardia. Pero no llueve. En cuanto amanece, se ve clarear el cielo y, al poco, medio oculto todavía por las nubes, sale un raquítico sol.

En cuanto me relevan, empezamos a encender pequeños fuegos, - que, por cierto, hacen mucho humo,- para poder secar mantas y ropas.

El alférez –jefe de la posición enemiga que encara la nuestra, no llama a gritos: “Rojillos! Vamos a aprovechar que no llueve para arreglarnos la chavolas. De modo que vamos a hacer un trato entre caballeros y no vamos a disparar en todo el día. ¿De acuerdo?” Nuestro capitán, ha aceptado el trato, y, al contestarle ha aprovechado para soltarle un “De acuerdo, fascista”.

Inmediatamente, vemos al alférez encaramarse a su trinchera y, de espaldas a nosotros, ir organizando el zafarrancho de sus hombres. Esto, lo hemos deducido por sus gestos con los brazos.

Sin perder tiempo, hemos encendido verdaderas hogueras y sacado los petates fuera de la tienda y puestos a secar a su alrededor. El sol, es ahora bastante fuerte. ¡Al fin!.

A las nueve de la mañana, han traído café con leche. Lo recalentamos al fuego y nos sabe a gloria.

Apenas terminamos el desayuno, nuestro cabo nos reúne a los cinco soldados de su escuadra con fusil y correaje. ¿Qué servicio nos habrá caído encima? Nos conduce hasta el calvero que hay frente a la choza del capitán.

Este, le ordena a nuestro cabo que nos forme, en línea y mirando al frente y ordena, descanso.

A unos diez pasos, frente a nosotros, están los tres ayudantes de cocina, .que nos han traído el desayuno- cavando una fosa cada uno. ¡Están llorando los tres! Oímos que el capitán les chilla, “Venga, más rápido. Y, en cuanto acabéis os haré fusilar por este pelotón. ¡Traidores! Mis hombres aquí aguantando tres días sin comer, porque los señores no querían subir la comida para no mojarse. ¡Os voy a fusilar!”

Nos hemos quedado helados. Nos miramos los seis ¿qué vamos a hacer? Son compañeros que vinieron con nosotros de Mataró y, en Binéfar, se enchufaron en la cocina. Yo, no me veo capaz desparar contra ellos.

Como si el capitán leyera nuestro pensamiento, se dirige a nosotros. “Y como vosotros, no disparéis “a dar”, os mato yo”.

A mí, las piernas apenas me sostienen del temblor que tengo y, gracias al apoyo del fusil, no caigo al suelo. Es curioso, como, independientemente del pánico, siguen funcionando los sentidos. Conservo en mi mente, con el detalle de una fotografía, el “escenario” que nos rodeaba. A la derecha de nuestro pelotón, todos los tenientes y sargentos frente a su chavola. Apiñados a nuestra izquierda, el resto de la compañía, - salvo los de guardia -. Y, todos, petrificados como estatuas. Y, en medio de un silencio sepulcral, el ruido de los picos, manejados por tres rancheros, cavando su tumba.

¿Cuánto duró esta situación? ¿Un minuto? ¿Diez minutos? No lo sé creo que una eternidad.

Una voz, nos despierta de este encantamiento; la del teniente Saura, que se dirige al capitán. “Emilio… ¿Y si fuéramos a ver si es verdad que anoche se les cayó la comida que nos subían? . Si te parece yo podría comprobarlo.” El capitán, le contesta: “como quieras”, y se mete en su cabaña.

Los tres ranchero, han caído de rodillas en los hoyos que llevaban hechos. El teniente les ordena levantarse y conducirle al lugar donde, según dicen,  al patinar en el barro, se les volcó la perola de la comida ayer noche.

Cuando se marchan, regresamos a la posición, a la espera de acontecimientos.¡Dios mío! ¡Qué susto he pasado! La verdad, es que no sé qué hubiéramos hecho, si nos ordenan disparar.
Estamos una hora, con el alma en un hilo, hasta que regresa el teniente y confirma que la comida se les cayó. Respiramos a pleno pulmón.¡De buena nos hemos librado!.

De todas formas les han castigado a trabajar a pico y pala y pérdida de destino pues, según el capitán, han sido seis los viajes que no han traído comida y sólo uno han justificado el porqué.

A mediodía, otros rancheros, nos han traído un potaje de garbanzos, caliente. Hacía cuatro días que no comíamos caliente. Hace mucho viento, pero luce un buen sol. Se ha secado todo. Los soldados enemigos, siguen paseándose por encima de sus parapetos.

En nuestro sector, no hay tiroteo. Sólo se oye algún “paqueo” en la posición de nuestra derecha, pero de lejos. Por lo visto, allí no hubo acuerdo.

Por cierto que, hemos comido varias veces con nuestros compañeros, que, desde que estamos aquí, no hemos visto a nadie de las fuerzas que están a nuestro derecha o a nuestra izquierda. Seguramente, deben haber algunas compañías, pero,  lo seguro, es que no contactan con nosotros. Deben alfo separados, lo cual es una mala táctica pues, por la noche, podrían infiltrarse algunos grupos enemigos y atacarnos por la espalda.

¡Han traído ropa! Nos han dado, guerrera, pantalón y capote a cada soldado. Hoy, es día de grandes acontecimientos y emociones.

Como tampoco han subido agua con la cuba, tenemos que coger la que queda en la zanja. Pero como está muy turbia, tenemos que filtrarla con un pañuelo.

He recibido carta de Vila. Está hospitalizado en Barcelona, en los antiguos cuarteles del Bruch – Al final de la diagonal, muy cerca de mi casa- , convertidos ahora en Hospital. Me cuenta cuenta que en Belchite, le hirieron en un muslo y fue evacuado. Como una tarde tuvo paseo, se llegó a ver a mi abuela y a mi hermana. No me dice nada respecto a si se nos reunirá pronto. Hemos leído la carta juntos, Quintanilla y yo. Este, opina que Vila procurará quedarse en Barcelona y no volver por aquí.

Al atardecer, recogemos las ropas ya secas y nos dedicamos a limpiar el armamento y secar las bombas de mano. Yo, tengo una docena en un saquito terrero.

Se ha corrido la noticia que, durante estos días de lluvia y niebla, varios cabos, al hacer el rondín de la guardia, se habían despistado  y perdido. Les han dado como “desaparecidos”. Afortunadamente, en nuestra compañía, no se ha “perdido” nadie.

Lo que sí tenemos, es un caso de auto-infección. Se trata de un soldado de los que vinieron de Mataró, pero que, a pesar de ello, se relaciona muy poco con nosotros. Se ve, a la legua, que es un chico de casa “bien”. Cuando estábamos en la posición del Everest, se hizo una herida en el tobillo, al rascarse contra un tronco cortado. Bajó a que le curara el sanitario-barbero de la compañía y pretendiendo que lo enviara a sanidad. El Sanitario le hizo una cura y buen vendaje y lo devolvió al Everest. Pero cada tres o cuatro días, le sangra la herida y vuelve a curarse, y vuelve a insistir para que le den la baja y lo evacuen. Esto hace quince días que dura y, al final, el sanitario le ha dado cuenta al capitán, asegurándole que el mismo soldado, se araña la herida para infectársela y obligarles a que le envíen a retaguardia. Pero el capitán, le ha llamado y le ha dicho que se quiere herir él mismo, al capitán no le importa, pero que no se haga ilusiones que no le dará de baja, aunque se le ponga un pie como una bota de vino.

Guardia de 7 a 9 de la noche, sin novedad

Hoy, dormiremos estirados en el suelo, pues hemos tirado las cenizas de la hoguera en el suelo de la tienda y algunas ramas encima y, está muy seco.

4 de Octubre de 1937

4 de Octubre de 1937

Quinto día lloviendo sin parar.

Tampoco han traído desayuno; solo pan, y mojado. Será el tercer día que nos dejan sin racionamiento.¡Como suponen que se puede resistir esta vida que llevamos y sin darnos de comer?

Tenemos el cuerpo entumecido. Si el tiempo no cambia, no sé cuanto más podré resistirlo. Todos tenemos caras chupadas y ojerosas por la falta de descanso y de comida.

Ha llegado un diario, pero no dice nada concreto respecto a la marcha de la guerra. Y, afortunadamente nada de nuestra ofensiva en Aragón. Lo cual equivale a que se ha terminado.

Invariablemente, todas nuestras conversaciones, desembocan en lo mismo: planes para cuando termine la guerra. En ellos, dejamos volar la fantasía, huyendo así, por unos momentos, de esta triste realidad. ¡Qué felicidad, el día que nos veamos en Barcelona! ¡ Y libres…!

A mediodía, han traído unos sacos con pan, y chocolate en tabletas. Nos dan un chusco y dos tabletas de chocolate por hombre, para todo el día.

Sigue lloviendo, prácticamente, sin parar, lo que nos tiene inmovilizados en la tienda. No queremos seguir pensando en el mañana, pues nos volveríamos neurasténicos. De modo que, con mil malabarismos, juntamos las rodillas y, sobre ellas, hacemos unas partidas de cartas, con Villalta y Quintanilla.

Aunque las ramas están muy mojadas, a base de mucho insistir conseguimos encender una pequeña lumbre. Esto, nos permite tostarnos el pan y, con aceite, nos improvisamos la cena.

Empieza a anochecer y sigue lloviendo. De modo que tampoco hoy, podremos estirarnos a descansar y dormir; pasaremos la cuarta noche sentados en las piedras. Y, esta será para mí, una larga noche pues no tengo guardia hasta mañana a las cinco.

3 de Octubre de 1937

3  de Octubre de 1937

Es el cuarto día in-interrumpido de lluvia. Estamos calados hasta los huesos, pues la gran humedad que hace, impide que se nos seque la ropa, que se nos moja, renovadamente, cada vez que hacemos guardia.

Todas las barracas, han sido abandonadas, porque sus techos ya no protegen de la lluvia y, están tan “calados” que amenazan derrumbarse. Sus ocupantes, han ido a cobijarse a la cabaña que construimos para los mandos., y allí están como sardinas en lata. Por ahora, nuestra tienda, es el cobijo que está en mejores condiciones. Y, a pesar de la incomodidad, estamos de buen humor.

Por tres veces, hemos intentado encender una fogata dentro de la tienda, pero ha resultado imposible.

Hoy, no nos han traído desayuno, ni pan. Y, sospechamos que tampoco habrá almuerzo. Gracias a Quintanilla que aun tiene algo, y nos va aguantando. Pero empezamos a tener verdadera hambre. El pan que nos dieron ayer, se nos termina. Tampoco han subido agua.

Sigue la lluvia y la niebla. Nuestra tienda, cobija ya a más de 20 refugiados. Vamos hablando de tonterías, para distraer los pensamientos del hambre. El pan que nos dieron ayer, se nos termina. Tampoco han subido agua.

Son las tres de la tarde y tampoco llega nada de comer. En vista de lo cual, destapamos la última latita que le quedaba a quintanilla y el pan que nos quedaba.

Parece que los senderos para llegar hasta aquí, está intransitable por el barro. Si esto dura mucho, entre el frío, sed, y hambre, no va a quedar nadie en pie.

Como temíamos, tampoco han subido cena. Y ya no nos queda absolutamente nada que comer.

Pasamos la noche como las anteriores, es decir, sentados en las piedras. La manta que llevamos a modo de capote, está totalmente empapada y, el agua, nos atraviesa hasta la piel. Decido sacarme el correaje y ponerme una camisa seca que tengo de repuesto, pero sin camiseta, que está empapada.

A las tres, vienen a buscarme para la guardia. Hace mucho viento. Al poco, la lluvia arrecia. Esto, parece un Apocalipsis. ¡Qué largo se me ha hecho el puesto! Cuando llega el relevo, estoy helado.

Y, de nuevo a la piedra, a esperar un nuevo día.

2 de Octubre de 1937

2 de Octubre de 1937

Me despierto completamente envarado debido a la humedad y haber pasado toda la noche sentado.

La lluvia, parece que no quiere parar. Llevamos así tres días. Hay momentos, en que incluso cae pedrisco y la niebla es espesísima. Dentro de la zanja, hay ya medio metro de agua (de altura), lo que hace imposible utilizarla. Preferimos exponernos a ser blanco y pasar por encima del parapeto. Una vez, he pasado descalzo con los pantalones arremangados, pero el agua de la zanja está tan helada, que se me han quedado los pies como corcho.

Los rancheros del batallón, dicen que no pueden subir las perolas de la comida, pues patinan a causa del barro.

Tampoco ha subido la cuba del agua y, como ya no nos queda ponemos los platos para recoger la de lluvia y la bebemos.

Esta tarde, no ha sonado un solo tiro. Por lo visto, el enemigo está, poco más o menos, en las mismas condiciones que nosotros. Aunque estoy seguro que a ellos, no les falta la comida.

Todo el día en la tienda, se nos hace inaguantable. Es verdaderamente sorprendente que el agua, no atraviese las mantas que nos hacen de techo. Bien es verdad que están muy tensas y colocadas en pendiente acusada. Sin embargo, las cabañas con sacos y tierra por techo, se van llenando de agua.

Cae la noche. Imposible distinguir nada a tres pasos.

Tampoco tren la cena. Ni caliente, ni en conserva. Nos quejamos a los cabos  que nos dicen ya se han lamentado a los sargentos, pero sin resultado.

Guardia de 1 a 3 de la madrugada, de escucha, fuera del parapeto. Entre la lluvia y la niebla, casi no vale la pena estar atento pues, si el enemigo decidiera dar un golpe, cuando me daría cuenta, ya los tendría encima. Afortunadamente, todo ha estado tranquilo. Me relevan.

En la tienda, pasamos el resto de la noche hablando, pues así sentados, ya resulta imposible dormitar.

1 de Octubre de 1937


1 de Octubre de 1937

No ha cesado de llover en toda la noche. Solo hemos podido dormitar un poco sentados en las piedras. Aprovechando que no llueve con tanta intensidad, hacemos una pequeña zanja alrededor de la tienda para desviar el agua que baja por la pendiente de la loma y nos moja los pies. Cuando lo estábamos haciendo, nos mandan a trabajar a la barraca del sanitario de la compañía.

Un sanitario que no es otra cosa que el barbero de la compañía y que no se mueve de junto a los mandos, A nosotros, no nos ha afeitado una sola vez.

Vuelve a llover, Nos reparten la comida. El pan, está completamente mojado.

No tenemos agua para beber, pues el tanque que la trae cada día, no puede llegar hasta aquí, debido al barrizal pues le patinan las ruedas. Menos mal que al no hacer calor, tenemos menos sed. ¡Pero aun así….!

Ha cesado de llover. Nos hacen cavar, para ahondar la antigua zanja. Resulta muy dificultoso pues está llena de barro y se queda pegado a las palas.

Vuelve a llover; ahora, muy fuerte. Volvemos a las tiendas. Cuando llega la cena, la lluvia se convierte en un verdadero torrente. Cuando regresamos a la tienda con el plato de caldo, la mayoría patinamos y se nos cae la comida. Un verdadero desastre. Quintanilla que tiene unas conservas que recibió hace unos días, las comparte con nosotros y, así, matamos el hambre

Guardia de 10 a 12 de la noche. Afortunadamente, durante estas dos horas no ha llovido, pero la visión, ha sido nula. El suelo está tan lleno de barro, que es imposible tumbarse. De modo que seguimos pasando las noches sentados en las piedras.

30 de septiembre 1937


30 de septiembre 1937.

Hoy, a amanecido con tiempo lluvioso . Pero, afortunadamente, a mediodía, ha salido el sol.

Guardia por la tarde, en un pino por parapeto.

Vuelve a llover. Hay bastante niebla. Las mantas de la barraca están empapadas; si persiste la lluvia, no sé si resistirán.
El suelo de la zanja, está ya encharcado. Tenemos que pasar la noche sentados en piedras, pues la tierra esta empapada. Así, hasta las doce de la noche que entro de guardia.
Durante ella, no se ve a poca distancia y la lluvia, no permite oír nada. No pasa nada. Estoy empapado.

Sentados sobre las piedras, encuentro a mis compañeros de cabaña, parecen fantasmas. No tengo más remedio que hacer igual e intentar echar un sueño.

29 de Septiembre 1937


29 de Septiembre 1937

Hace un día espléndido. Quintanilla, se ha unido a la compañía de nuevo. Había estado unos días ayudando a los cocineros del batallón en retaguardia.
Detrás de la loma, hemos encendido un poco de fuego y hecho chocolate a la taza para comer algo caliente, pues hace días que pasamos de latas.
Hoy, no han traído pan. Menos mal que Quintanilla había traído uno y nos lo partimos entre los tres.

Alrededor de la mañana, han pasado tres bombarderos enemigos muy bajos. Al poco, hemos oído explosiones y han regresado.
Han bombardeado el, puesto de Comandancia de la Brigada, pero solo han herido a un soldado.
Para comer, continuamos con las latas pero, aun tengo aceite y sal y vamos pasando a a base de tostadas. ¡Cuando hay pan, claro está!
Quintanilla ha oído en la cocina –donde ha estado dos días-, que la ofensiva ya ha terminado y que el frente se ha estabilizado. De modo, que la situación del frente en este sector, es el que indico en el mapa adjunto (pag 82).

Por los sectores que hemos recorrido y que han sido el centro más importante de las operaciones, nuestra ofensiva, no nos ha permitido avanzar gran cosa. Y esto, a base del sacrificio de tanto hombre.

Vuelve a rumorearse que dentro de unos días nos darán permiso. Pero creo que eso, no lo cree nadie. Y, ojalá fuera verdad, pues estamos agotados. Ya hace dos días que trabajamos a pico y pala para profundizar la zanja, lo cual era necesario.

Esta noche, después de cenar y estando descansando en nuestra tienda, hemos oído que nuestra guardia estaba charlando con el enemigo desde los parapetos. ¡Qué ironía! De día tiroteándose y, de noche, interesándose por nuestra salud.

28 de Septiembre 1937


28 de Septiembre 1937

A las cuatro de la madrugada, llaman a mi escuadra para la guardia. Vamos relevando a los tres que la hacen en los parapetos; a mi, me dice el sargento al oído, que me toca relevar a un escucha que esta a unos 30 metros delante del parapeto. Que, sobre todo, no me duerma pues este puesto es el que protege a la compañía  de cualquier ataque por sorpresa. Que cualquier anormalidad que crea ver, nada de dar el ¡alto!, sino lanzar una bomba y regresar corriendo al parapeto, gritando la consigna, para que no me disparen los que allí están de guardia.

Saltamos al otro lado del parapeto y, casi arrastrándonos recorremos unos 15 metros. Entonces, el sargento, con unos siseos, advierte a nuestro escucha y llegamos hasta él.
Luego, se marchan los dos. Aquí me quedo, sentado en el suelo al amparo de una mata que me oculta  -a mi espalda-, en total oscuridad y silencio. Oigo infinidad de pequeños ruidos que, al principio me hacen estar con todos los sentidos despiertos y sin apenas respirar. Pero, a medida que transcurre el tiempo, voy notando la periódica repetición normal de tales ruidos. Entonces, menos preocupada mi mente, me pongo a pensar que, a solo unos 80 metros esta el enemigo y, por tanto, allí empieza ya la otra España.

Hay un momento, en que he creído oír un estornudo a unos metros frente a mi. Debe ser el escucha enemigo que, si esta unos 30 metros fuera de su parapeto como yo del mío, solo nos separan unos 40 metros. Y, debe estar impresionado como yo, aunque, posiblemente él, lleve ya días aquí y conozca la situación, lo cual no es mi caso.

Se me están entumeciendo las piernas de tanto rato sin moverme. Si temo hacerlo, no es solo para no hacer ruido, sino porque en la oscuridad, temo desorientarme y, si debo retirarme, no sabría que dirección tomar.

Cuando me relevan, empieza a clarear. Viene a buscarme el cabo solo, pues durante el día  se suprime este puesto de escucha. Regresamos a los parapetos. En realidad, se trata solo de una zanja de un metro y medio de fondo por uno de ancho, y sin ninguna protección en el lado que encara al enemigo.

Como ayer llegamos de noche, no nos apercibimos de las características de esta posición, que, vista hay a la luz del día, nos parece muy desfavorable. En primer lugar, el enemigo tiene sus parapetos situados en lo alto de la loma que ocupa y que constituye la línea continuada de su frente en este sector. Y, protegidos con buenos sacos terreros, en forma de troneras. Así, peden andar derechos, sin que su cabeza sobrepase los sacos. Por el contrario, nuestra zanja, esta al pie de la loma que ocupamos, por lo que quedamos unos quince metros más bajos que ellos; de modo que, aún andando agachados, nos pueden dar.
Pero lo chusco es que, algunas pequeñas cabañas que hay en nuestra posición, están situadas detrás de la zanja pero en una ladera más elevada que ésta, de modo que están en pleno campo de tiro. Y, aunque hay bastantes pinos, la protección que pueden ofrecer, es nula. Pero como, según dicen, éste frente es muy tranquilo, las cosas están así.
Como no hay barracas para todos, Vilalta y yo, nos unimos a otros dos compañeros que nos ofrecen sitio en la suya que esta hecha solo de mantas y, algo disimulada por pequeños pinos, pero también sobre la zanja y en plena cuesta de nuestra loma.

Aun cuando éste frente nos lo han calificado de tranquilo, de vez en cuando el enemigo nos “paquea” y oímos silbar las balas por encima nuestro. La distancia desde  la que disparan debe ser de unos 150 metros.

Por la tarde, nos vamos turnando trabajando en la construcción de una gran choza para los sargentos y oficiales. Está situada al otro lado de la loma y, a cubierto del fuego enemigo. La hacemos con pinos y sacos terreros.

Esta noche, guardia en el parapeto de 12 a 2. Sin novedad. Solo, ligero “paqueo”.

Mientras dormíamos, ha pasado el sargento para asegurarse si dormíamos con el correaje puesto y cargados con la munición.

27 de Septiembre 1937


27 de Septiembre 1937.

Medio dormido, oigo al teniente que dice, a los cabos que adviertan a sus hombres que se preparen para marchar. ¡Tan bien que estábamos aquí! No espero nada bueno del traslado.

Estamos preparados y esperando el relevo, que no llega hasta las cinco de la tarde. Nos marchamos casi enseguida.
Vamos cargadísimos. Descanso, cada hora que andamos. A las nueve de la noche, llegamos a Fuendetodos.

En las cocinas de la Brigada, nos dan un bote de carne rusa para cada seis hombres. Tenemos que comerla fría.

Antes de ponernos en marcha y una vez reagrupados con el resto de la compañía –que ya estaba en el pueblo-, el capitán nos dice que vamos a relevar a una compañía que ocupa una posición de trincheras. Que la posición nuestras, está a unos cien metros de la enemiga y que ambas, están separadas por un campo de trigo. Por lo tanto, prohibido desnudarse por la noche, ni siquiera sacarse el correaje con la munición y bombas de mano. Y, mucha vigilancia para evitar cualquier golpe por sorpresa.

Reemprendemos el camino y seguimos andando hasta las doce de la noche. Hace rato que vamos por en medio de un bosque que, aunque con algunos desniveles del terreno, no tiene grandes ondulaciones.

El enlace que nos conduce, advierte al capitán que ya nos acercamos. Éste, nos prohibe hablar.

En columna de  a uno, y sin perder contacto con el que va delante para no despistarnos en la oscuridad, llegamos a la posición y se inicia el relevo del mando y demás fuerzas, hasta llagar a las de los parapetos.

Cuando se han marchado lo relevados, me tumbo en el suelo apoyando la espalda en el parapeto. Y, con el cansancio, me  duermo.

26 de Septiembre 1937

26 de Septiembre 1937

¡Ha salido el sol! Después de tanto despotricar contra él cuando estábamos en Medina, ¡como agradecemos su presencia ahora!
El barro, se ha endurecido algo, pero aun no es posible bajar a por uva, pero al menos no tenemos que estar metidos en las cuevas como topos. El poder charlar y estar al sol, nos distrae y estamos de mejor humor, a pesar de que la comida sigue escaseando. Lo cual, resulta difícil de explicar teniendo en cuenta que somos fuerzas en primera línea.

Durante casi todo el día, retumba artillería lejana. No sabemos si prosigue nuestra ofensiva o se ha detenido.
Guardia de 1 a 3:30 de la madrugada. Con luna y poco frío.

25 de Septiembre 1937


25 de Septiembre 1937

Me despierta los gritos de: ¡A los parapetos! Cojo el fusil y me voy corriendo al puesto que tengo asignado. Desde allí, abrimos fuego contra las líneas enemigas en respuesta al que de allí viene y en evitación de una posible filtración, pues la niebla y la lluvia impide ver ni oír. De vez en cuando, el teniente ordena cesar el fuego, para ver si oímos algo, pero es imposible.
 
El estruendo, es ahora imponente, pues interviene también artillería, morteros y bombas de mano. El jaleo, dura casi dos horas. Al fin, remite poco a poco.

Cuando se calma del todo, la mitad vamos a descansar hasta las cinco, que revelaremos a los que se quedan de puesto ahora.

A las cinco, la niebla va desapareciendo, aunque lentamente. Esto, nos da tranquilidad. A las siete, me relevan de nuevo. La tranquilidad ahora es absoluta.

Me quedo de charla con Vilalta y Quintanilla que ahora están de puesto. Parece que todo ha sido por el temor mutuo a que, aprovechando las condiciones climatológicas, uno u otros, intentaran algún golpe de mano.

Me toca bajar –con otros seis,- a buscar la comida debajo de la montaña. La subida al Everest, ha sido un verdadero un calvario patinando en el barro constantemente. Nunca había pisado un barro tan pegajoso como éste; pura arcilla.
Apenas llegado arriba y repartido la comida, vuelve a llover.

Llueve durante toda la tarde; afortunadamente, la niebla ha desaparecido.

Guardia de 10:30 a 1, afortunadamente con tranquilidad.

Me despierta los gritos de: ¡A los parapetos! Cojo el fusil y me voy corriendo al puesto que tengo asignado. Desde allí, abrimos fuego contra las líneas enemigas en respuesta al que de allí viene y en evitación de una posible filtración, pues la niebla y la lluvia impide ver ni oír. De vez en cuando, el teniente ordena cesar el fuego, para ver si oímos algo, pero es imposible.
 
El estruendo, es ahora imponente, pues interviene también artillería, morteros y bombas de mano. El jaleo, dura casi dos horas. Al fin, remite poco a poco.

Cuando se calma del todo, la mitad vamos a descansar hasta las cinco, que revelaremos a los que se quedan de puesto ahora.

A las cinco, la niebla va desapareciendo, aunque lentamente. Esto, nos da tranquilidad. A las siete, me relevan de nuevo. La tranquilidad ahora es absoluta.

Me quedo de charla con Vilalta y Quintanilla que ahora están de puesto. Parece que todo ha sido por el temor mutuo a que, aprovechando las condiciones climatológicas, uno u otros, intentaran algún golpe de mano.

Me toca bajar –con otros seis,- a buscar la comida debajo de la montaña. La subida al Everest, ha sido un verdadero un calvario patinando en el barro constantemente. Nunca había pisado un barro tan pegajoso como éste; pura arcilla.
Apenas llegado arriba y repartido la comida, vuelve a llover.

Llueve durante toda la tarde; afortunadamente, la niebla ha desaparecido.

Guardia de 10:30 a 1, afortunadamente con tranquilidad.

24 de Septiembre de 1937


24 de Septiembre de 1937

Me levanto temprano y, lo primero que hago es ir a ver a los prisioneros, pero ya los han evacuado a Fuendetodos. No así el material que traían, pues el capitán ha considerado: aquí nos hace más falta que en la retaguardia. Tiene razón pues en la compañía sólo tenemos los anticuados fusiles Winchester y este refuerzo nos vendrá bien.

En el reparto, me toca uno de los fusiles checos que traían.

El día es gris. Empieza a llover, lo que nos obliga a meternos en las respectivas cuevas.

El estar solo me aburre. Empiezo a pensar en el pasado y la tristeza se me va apoderando. Van desfilando por mi pensamiento felices tiempos pasados. Me parece imposible llegar a salir de esto.

Llueve más fuerte. Hay un palmo de barro arcilloso.

Llega la comida. Salgo a por ella y regreso con los zapatos embarrados hasta los tobillos y patinando continuamente.

¡Que tarde más triste! Imposible desprenderme de los mismos pensamientos de antes. Finalmente, y para distraerme, escribo a Baró, procurando transmitirle mi estado de ánimo. Pero creo que “viviendo” el momento, es difícil que se haga cargo.

Llega la noche y no cesa de llover. Menoso mal que mi guardia es de 8 a 10:30. Hay una niebla, que no se ve a pocos metros.

Voy camino del puesto. El barro me llega a los tobillos. Patino y caigo, dos veces. Además puedo “arrancar” del barro el fusil que me ha quedado “enterrado” en él. ¡Como tenga que disparar, seguro que revienta el cañón!.

¡Vaya guardia! Estoy chorreando y tiritando de frío. El ruido de la lluvia, impide “escuchar”, que es el único sentido que se puede emplear en estas circunstancias, pues el de la vista, resulta inútil con esta niebla cada vez más densa.

¡Al fin nos llega el relevo! Llego a mi cueva. En el umbral, me quito los zapatos para no ensuciar la paja de barro. Luego me desnudo y me cambio la ropa interior. Por lo que pudiera ser, limpio bien el fusil a la luz de un cabo de vela y luego, me tumbo a dormir.

23 de Septiembre de 1937


23 de Septiembre de 1937

Seguimos con poca comida y, el aire de estas montañas abre mucho el apetito. Hoy han traído –con muchas dificultades- , una sopa de arroz, que casi era toda agua, y dos pedacitos  de carne frita. Por si fuera poco, cuando han repartido el pan, yo estaba de guardia, y al terminarla, ya no quedaba.

Los que traen la comida, nos han contado que la pasada noche,  se han pasado tres soldados “nacionales” a las posiciones que tenemos a nuestra izquierda.

La guardia de esta noche me corresponde de 10:30 a 1. Había transcurrido con toda normalidad, y ya calculaba que vendrían a relevarme de un momento a otro, cuando me ha parecido oir un murmullo de voces abajo, al pie de la montaña. Aviso al compañero de guardia que está a mi derecha y este regresa al poco, acompañado del sargento. Ahora, se oye claramente hablar, aunque en voz baja. Les damos el alto y vienen a pararse a nosotros. Les indicamos el camino a seguir, dejando el armamento a bajo y  subir batiendo palmas. La luna nos permite verles cuando van subiendo. Son cinco. Todos libres de servicio de la sección, están aquí esperándoles y, cuando llegan, se los llevan al teniente.

Desde aquí, oigo mucho jaleo, pero el relevo no viene. Todos están charlando con ellos y nadie se acuerda de los que estamos de puesto. Cuando vienen, son las dos.

Los “pasados”, son: un sargento, un cabo y tres soldados. Traían un fusil ametrallador, cinco fusiles y mucha munición. ¡Han aprovechado el viaje!

Al fin nos vamos a dormir.

22 de Septiembre 1937


22 de Septiembre 1937

La comida, escasea. Como la cocina del batallón, está en Fuendetodos, debe resultar muy complicado, traerla hasta aquí y para solo una sección. Pero, la verdad es que, cuando menos, podrían traernos conservas.

Vamos matando el hambre, gracias a las uvas y unas tostadas de aceite y ajo, que nos hacemos con quintanilla y Vilalta. Est, tiene, admás, tabletas de chocolate y las hacemos a la taza.

Ha pasado aviación enemiga, pero no nos tira.

Hemos decidido bautizar esta montaña donde estamos: la llamamos Monte Everest, por lo mucho que cuesta subirla y lo empinada que és.

¡Han repartido tabaco! Como importa poco el dinero y no tenemos moneda fraccionaria, Vilalta paga el de los tres.

Esta noche, me toca guardia de 1 a 3:30’ de la madrugada que, es la peor hora.

Aquí la temperatura es muy extrema: durante el día, vamos con el torso desnudo, pero de noche, hace mucho frío.

Cuando regreso del puesto de noche, como un poco de pan con nueces. Y, a dormir que, esto sí que es agradabilísimo aquí, por lo blandito y caliente.