24 de octubre de 1937

24 de octubre de 1937

A las seis, nos despiertan. Juraría que acababa de cerrar los ojos! Reparten café y pan. El primero, si no alimenta, al menos calienta, pues estamos entumecidos del frío ya que, hace dos días que vamos con la ropa mojada. Además, aun cuando el cielo está despejado, sopla un viento bastante frío.

A las 7’30, llega el relevo. Cargamos todos nuestros trastos; vamos cargados como burros.
Al llegar abajo, a las cocinas del batallón, nos permiten descansar un rato. Luego, vuelta a andar; una hora, diez minutos de descanso. Otra hora y otro descanso igual. A lo lejos, vemos ya el pueblo: esto nos reanima.
Cuando llegamos a las afueras, nos dan orden de alto y descanso, pero con orden de no movernos de aquí. Desde luego la orden, no reza para “ellos”, pues capitán, teniente, sargento y cabos exvoluntarios, se adentran  en el pueblo, dejándonos aquí.

Así pasan las horas. Es la una del mediodía y, por ahora, nadie se ocupa de darnos comida y, el hambre es mucha.
Mientras permanecemos tumbados en las cunetas del paseo  que hay a la entrada del pueblo, hemos visto unos reclutas muy jóvenes. Nos dicen que son de la quinta del 38; es decir que tienen 19 años.

Saturnino, nuestro compañero corneta, que está en municionamiento en este pueblo, se ha enterado de nuestra llegada y ha venido a vernos. Tiene muy buen aspecto; conversamos con él y le comentamos nuestras penalidades, y esto, le apena sinceramente. Nos deja un momento, pues le llaman para comer. Al cuarto de hora vuelve y nos trae medio chusco. ¡Cuánto se lo agradecemos! Mientras comemos el pan Quintanilla, Vilalta y yo, le damos nuevos detalles de nuestras aventuras, y él, de las suyas. Le regalamos jabón, pues nosotros en el frente, pocas posibilidades tenemos de podernos lavar.
Nos dice que se rumorea que nos llevan a Herrera de los Navarros cerca de la provincia de Teruel. ¡Veremos si es cierto!

Como pasa el tiempo y el tiene servicio, debe dejarnos. Nos despedimos con pesar. Cuando se marcha, nos dice que nos cuidemos, pues cuando nos vio, al llegar, no nos reconocía  de tan desmejorados que nos encuentra.

Al fin, nos traen algo de comer; carne rusa y medio chusco. Calentamos la carne en un fuego que improvisamos. Cuando lo terminamos, aun tenemos hambre; nos hacemos unas tostadas con grasa de cordero.
Pasa el tiempo, y seguimos aquí.

A las 5’30, llegan dos autocares; subimos. Cuando estamos todos arriba, nos ordenan bajar. Nos forman  y nos llevan a la cárcel del pueblo. Allí, nos reparten una lata de carne rusa y ora de mermelada, para cinco hombres.

Después de comer, nos tumbamos a dormir. De una casa lejana, nos llegan, amortiguados, los sones de un pasodoble que toca un gramófono. Parece que estamos en retaguardia. ¡Aquí, no les falta nada!

El suelo donde estamos tumbados, es de piedra, pero como estamos rendidos, nos sabe a colchón de plumas. Nadie sabe hasta que hora podremos descansar, de modo que es cosa de aprovechar el tiempo.
¡Pobre soldado de infantería! Es el más apaleado de todo el Ejército. Para él, son los mayores peligros y privaciones!

23 de Octubre de 1937

23 de Octubre de 1937

 Regresamos a nuestra posición.. La  marcha, nos sienta bien pues además de hacernos entrar en calor, el  ejercicio, nos  “despierta” las piernas que teníamos anquilosadas a causa de la inmovilidad durante tantas horas.

Al llegar, el capitán nos rebaja de servicio durante todo el día para que podamos recuperarnos de la noche en blanco que hemos pasado.

Nos dirigimos a nuestra choza, dispuestos a echarnos a dormir pero, cual no sería nuestro estupor cuando al llegar a ella, vemos que el techo se ha hundido. Esto nos desmoraliza hasta el extremo que ya nos disponíamos a tumbarnos al aire libre, tapados con las mantas solamente. Pero nuestro cabo, Moliner, nos anima y, al fin, emprendemos la reconstrucción. Como el pino que hacía de viga central, se ha roto, tenemos que ir a cortar otro.
Llega el café del desayuno. Mientras lo tomamos, el viento, que no ha cesado, ha vuelto a arrastrar las nubes que, ahora, cubren totalmente el cielo.

Empieza a llover, forzamos la marcha del trabajo y, al fin, cubrimos nuevamente el techo. Y metemos los equipos dentro para que no se mojen más. No bien terminamos de hacerlos, viene nuestro sargento y nos dice que dentro de cinco minutos estemos preparados para volver a la posición donde estuvimos ayer. Ahora, la desmoralización es total; de modo que cuando ya equipados , vamos camino de la cabaña del capitán, no lo hacemos por la trinchera sino por encima del parapeto y sin agacharnos pues creemos que una bala, es lo mejor que nos puede suceder.

Llegamos a la cabaña y, después de hacernos esperar diez minutos de pié y bajo la lluvia, nos dicen que podemos regresar a nuestra choza, que ya nos avisarán. ¡Si lo hicieran ex profeso, no podrían marearnos y cansarnos más! ¡Y, quizás sea èsta su intención! Pero…¿por qué?

Al rato, viene el sargento García y reúne a sus cabos; les dice que la sección, va destinada fija a la posición que vigilamos ayer. Que allí, deberemos hacer trincheras y chozas. Incluso establece los horarios de trabajo y de guardia.

La primera escuadra, emprende la marcha hacia allí; al pasar delante de la choza del capitán , éste , da contraorden. De momento, aprovechamos para descansar, pues nuestras fuerzas no nos permite continuar el trabajo que nos quedaba para terminar la reconstrucción de la cabaña.

De tan cansados, no podemos conciliar el sueño. Comentamos que resulta incomprensible la actuación del mando. Tampoco comprendemos que nuestro flanco izquierdo haya quedado desguarnecido.

Hoy, el enemigo, apenas tirotea. ¡Con tal de que dure…!

Al ir a buscar la comida, nos han disparado algunos morterazos.

Llueve de nuevo.

Los cocineros, han traído el rumor de que nos relevarán. ¡Veremos si es cierto! La verdad es que después de tanto trabajar en la construcción de trincheras y cabañas, preferiríamos no movernos pues, quién sabe con lo que nos encontraremos donde nos envían.

Como hace frío y no tenemos guardia, nos echamos a dormir.

A las seis de la tarde, ha venido a la posición nuestro cabo furriel que, debido a su cargo, está en intendencia. Nos asegura que ya podemos empezar a preparar todos los trastos pues nos vamos de aquí; no se sabe si hoy o mañana.

Tengo guardia de 6 a 9’30. Han sido tres horas y media bajo la lluvia. Interminables. Tiritando de frío.
En cuanto nos relevan, nos tumbamos a dormir para recuperar fuerzas que mucho nos conviene.

A las tres de la madrugada, llaman a mi escuadra. Nos hacen bajar toda la munición del polvorín de la compañía, hasta abajo donde está el grupo de municionamiento. Desde luego, parece que se han enamorado de nuestra escuadra. Trabajo que se presenta, trabajo que nos toca. Yo, mas bien creo que la culpa es de nuestro sargento que es un ignorante y que no se preocupa de alternar los servicios, entre sus distintas escuadras.

Para trasladarlo todo, tenemos que hacer cuatro viajes arriba y abajo. Menos mal que cuando vamos cargando con las cajas es camino cuesta abajo. Pero, de todas formas, hay que evitar tropezar, pues una caída, sería fatal cuando transportamos bombas de mano.
En municionamiento, nos confirman que el relevo del batallón será mañana.
Cuando terminamos, son las cinco de la mañana. Nos permiten tumbarnos hasta que lleguen las fuerzas que deben relevarnos y que, todavía están en Fuentedetodos

22 de Octubre de 1937

22 de Octubre de 1937

A las seis, nos llaman para trabajar. Pico y pala, hasta las ocho, que llega el café del desayuno; que, por cierto sigue pareciendo agua.

Después de desayunar, hemos hecho una especie de tubo y lo hemos colocado en el techo del hogar y, ahora la chimenea es estupenda. Nos hacemos unas tostadas que rociamos con la grasa de cordero. ¡Están riquísimas!

Mi compañero de escuadra, Nebot, es un muchacho estupendo y bastante culto. Además, tiene un carácter muy paciente; nos hemos hecho muy amigos. Como el día es algo lluvioso, pasamos el rato leyendo.

Llega el correo; recibo carta de Lorca, compañero de trabajo, que está en el frente de Madrid y me cuenta sus andanzas. La carta, había sido ya abierta y luego vuelta a cerrar por la censura. Pero, al llegar aquí, la han vuelto a abrir. Por lo visto, no basta con la censura general. ¡Esto, confirma que los mandos de la compañía no confían en nosotros! Esto, es una tontería, pues de haber entre nosotros alguien con ideas “nacionales”, ya se hubiera podido pasar al enemigo!

Nebot, ha recibido carta de su mujer; le cuenta que, debido a la falta de alimentos que hay en Barcelona, tiene dificultades para criar al hijito que tienen. Como solución parcial iba alternando vivir unos días en Barcelona y otros, en el pueblo de los abuelos maternos, donde hay más comida. Pero, al enterarse el comité de la vivienda del distrito, le han dicho que, o vive en Barcelona o en el pueblo y deja el piso para otra familia. Y no ha tenido otro remedio que marcharse y dejarlo. De modo que Nebot, en caso de que nos dieran permiso, no tendría donde vivir en Barcelona y debería a vivir con sus suegros. Se ve a las claras que ha sido un atropello a la pobre muchacha, por que la ven sola esos enchufados de la retaguardia. Para uno que está en el frente, ya se pueden suponer el efecto desmoralizador que le ha causado. Todo el día, está de mal humor. ¡Y lo comprendemos!

Ya nadie habla de permisos, ni de reorganización. Algunas esperanzas que habíamos concebido, se han ido evaporando como el humo.

Han caído un par de morterazos, aunque algo alejados. Lo cual es, verdaderamente extraño, dado lo cercanos que estamos de ellos.

A la hora de almorzar, empieza a llover. Luego, voy a la cabaña de Quintanilla y jugamos un rato a las cartas.

Se oye un tiroteo, no muy lejos. Seguimos sin detectar la presencia de fuerzas republicanas, ni a nuestra derecha ni a nuestra izquierda en contacto con nuestra compañía. No hay duda que deben estar, paro algo apartadas, y, esto, es peligroso.

A las cinco de la tarde, entro en guardia; ahora llueve bastante. Son dos horas, larguísimas. Hay ya muy poca luz.

Tiempo melancólico. Al fin, llega el relevo. Si esta noche, no pasa nada, podré deormir hasta las cinco de la mañana.

La cena se retrasa. Ya ha anochecido por completo, cuando nos la reparte: garbanzos duros y media cabeza de cordero asada. La condimentación de ésta, es lo que ha demorado la entrega. Cuando estamos en la cola, empiezan a caer morterazos; muy cerca.

En cuanto nos dan la comida, regresamos corriendo al la cabaña. Pero ni hablar de encender la vela. Apenas nos hemos sentado, oímos a los que tenemos de guardia que gritan; “A los parapetos! Y la explosión de varias bombas de mano.

En pocos segundos, todos estamos en nuestras respectivas troneras, respondiendo al fuego del enemigo que, ahora, además de los morteros emplea ametralladoras y fusilería. El tiroteo, abarca bastante extensión; prácticamente cuanto abarca el abanico de nuestra visión a derecha e izquierda. Como el fuego parte del campamento enemigo, denota que éste, no avanza. Por tanto, el Capitán ordena que cesemos de disparar; sólo siguen disparando ellos.

Nuestros escuchas, que no han tenido tiempo de regresar a la trinchera, para reunirse con nosotros, permanecen todavía abajo en las alambradas, o sea entre dos fuegos.

El tiroteo, se intensifica. Ahora interviene también su artillería que nos dispara, aunque, afortunadamente, largo.

En medio de este jaleo, oímos los gritos de nuestros escuchas que nos advierten que se acercan, no vayamos a dispararles.

El fuego va decayendo en nuestro sector; no así, a nuestra derecha, en el que se lanzan muchas bombas de mano. En cambio, a nuestra izquierda hay gran silencio. ¡Lo que resulta muy extraño!

El Capitán, ordena al sargento García, que escoja a un cabo y su escuadra. Y, el “regalo” le toca -¡como no!-, a la nuestra. Nos dan cinco minutos para coger el equipo, con más munición y bombas de mano. Luego, nos reunimos en la choza del capitán. Nos explica, que la compañía que ocupaba nuestro flaco izquierdo, ha sido retirada esta tarde, sin sustituirla y que, por eso, no oíamos disparos en esa dirección. Por tanto, si el enemigo ha advertido la brecha, podría infiltrarse por allí y  atacarnos por la espalda. Nuestra misión, pues, va a consistir en defender ese hueco.

Nos trasladamos a la posición abandonada y nos distribuimos a lo largo de ella. La consigna es, bombazo al menor movimiento enemigo que observemos.

Como sólo somos seis, -el sargento se ha quedado.- deberemos pasar toda la noche en guardia continua.

A medida que el cabo nos va situando, quedamos desconectados unos de otros. Aquí, no parece que haya habido fuerzas, pues no hay trincheras, ni vestigios de chozas o cabañas; ni aun parapetos hechos con piedras. Por ello, me sitúo al pie de un pequeño “morro” y parapetado tras unas piedras.

La humedad de la tierra, mojada por la lluvia caída durante el día, me cala hasta los huesos. El capote, está empapado y se me están helando los pies.

Cosa rara, a pesar de la muy comprometida  posición en que estoy, y, además, aislado completamente, no siento miedo. Ignoro a qué se debe esta rara serenidad, ciando sí lo he sentido en otras ocasiones menos peligrosas

La tensión me mantiene bien despierto.

Aunque lentamente, el tiroteo va menguando hasta terminar completamente, y quedar en total silencio.

Empieza a amanecer. El fuerte viento que se ha levantado, se ha ido llevando las nubes y, el cielo, aparece totalmente despejado. Cuando nos relevan, ya ha salido el sol.

21 de Octubre de 1937

21 de Octubre de 1937

También hoy es día nublado. Me parece que, en adelante, el tiempo va a ser así. De modo que hacemos unas mejoras en el hogar de la cabaña, a fin de poder hacer un fuego mayor. También hacemos acopio de leña, la cortamos en haces y la guardamos dentro.
El enemigo, ha vuelto a cañonearnos durante media hora. Pero disparan largo, Como no sea que buscan el puesto de comandancia. Si fuera así, entonces disparan corto.
Tenemos que interrumpir nuestra recogida de más leña, pues nos ordenan limpiar la trinchera de piedras que desnivelan el fondo de esta. Aquí, cuando no hay trabajo, nos lo buscan. Diríase que no quieren vernos descansando, ni trabajando para cosas nuestras.
Mientras cumplimos esta misión, el enemigo, pone en marcha sus morteros, Nos mandan una docena de “píldoras”, pero solo estallan la mitad, y sin hacer blanco. Lo cual es bien extraño.
Aun suenan algunas explosiones, cuando avisan que ja llegado el almuerzo. Abandonamos las cabañas para ir a buscarlo detrás de la loma, sin esperar a ver si para el fuego, pues el hambre nos azuza. Afortunadamente, no han tirado más.
Guardia de 2 a 3 de la tarde. Luego, tertulia en la cabaña de Quintanilla. Comentamos que desde que estamos en esta posición, el acercamiento con los mandos que notamos en el campamento de La Zaida, se ha vuelto a distanciar. Y, esto, a pesar de las penalidades y peligros que hemos pasado juntos. Aquí, apenas les vemos, pues no se mueven de sus cabañas que están a 50 metros detrás de nuestra loma, Las órdenes, nos llegan a través de nuestros cabos.
Nos llaman a por la cena y, coincidiendo con ello, la ametralladora enemiga que ha visto movimiento, abre un fuego tan intenso que nos impide seguir el atajo acostumbrado y nos fuerza a recorrer toda la trinchera. Por dos veces, nos obliga a tirarnos cuerpo a tierra. Al fin, regresamos con el plato lleno.
Después de cenar, encendemos fuego en el nuevo hogar, que va muy bien, pero como no hay tubo de chimenea, el viento impide que salga el humo y este, nos queda dentro y nos hace llorar. Mañana lo arreglaremos. Uno de los compañeros, Nebot, es muy ideoso y, con sus instrucciones hemos hecho la cabaña que es una de las más logradas de la compañía. Precisamente este muchacho, cada vez que hago mis anotaciones en el diario, invariablemente, me dice: “Mi Libro”.
Sólo son las siete; nos echamos a dormir, pues la guardia nos corresponde a las tres. Veremos si nos llaman antes.
Hemos tenido suerte; no nos llaman hasta la hora. Hace una noche como la de ayer. Mucha niebla. Me toca guardia en el parapeto. No ha habido novedad. Solo un par de “pacos” . Cuando nos relevan, no vemos que trabaje nadie, de modo que vamos a aprovechar estas tres horas hasta la hora de levantarse.
Prosiguen las molestias por el picor. ¿Será verdad lo que algunos dicen que es que tenemos piojos?

20 de Octubre de 1937

20 de Octubre de 1937

A las siete, nos levantamos para ir a buscar café. Hace un tiempo indeciso, con muchas nubes. Solo algún débil rayo de sol, de vez en cuando.

En uno de los rincones de la cabaña, hemos hecho un poco de hogar, de modo que voy a buscar unas ramas secas y hacemos un poco de fuego, lo que nos reconforta mucho, pues la temperatura ha sufrido una baja notable. Ahora aquí, junto al fuego, encendemos unos cigarrillos y nos consideramos felices. ¡Dios mío, con qué poco nos conformamos ya…!.

Al fin, sale el sol y mejora la temperatura. Voy a la cabaña de Vilalta y Quintanilla. Charlamos y jugamos a las cartas.

A las doce, llega la comida. Un estupendo y abundante arroz que nos viene muy bien pues el hambre, no falta. Esto del comer, nunca me había preocupado gran cosa. En casa, cualquier cosa me bastaba, pero aquí, tantas horas en pie, en continuo ejercicio, el hambre nos atosiga y el comer, se ha vuelto una necesidad animal.

Guardia diurna de 2 a 4 de la tarde. Luego, a visitar a Vilalta y Quintanilla.

Sobre las cinco, un avión de reconocimiento enemigo, sobrevuela nuestras líneas en dirección a Zaragoza.

Para cena, los garbanzos duros de todas las noches. Uno de mis compañeros de chavola, que ha tenido servicio de cocina esta mañana, ha tenido el gran acierto de recoger la grasa de cordero que iban a tirar. La hemos puesto en un bote y deshecho al fuego. Ha salido casi un litro de aceite que nos servirá par untar tostadas y para el candil.

A las siete, nos tumbamos a dormir, pues no tenemos guardia hasta la una.

A las once, nos despierta el sargento para que cortemos las ramas de los pinos que han quedado frente al parapeto y que nos dificultan la visión y el campo de tiro. En este trabajo, pasamos hasta la una, en que nos relevan para entrar de guardia. Me toca de escucha. Hay una niebla espesísima, tanto, que no se ve a dos pasos. Oigo, perfectamente toser al escucha enemigo, así como también cuando le relevan y, el nuevo escucha carga el fúsil. Y todo ello, lo oigo como si estuvieran a pocos metros de mí. Por lo visto, la niebla actúa como caja de resonancia.

Debe haber salido la luna, pues la niebla se ha vuelto luminosa, fosforescente, es decir, que se distingue cuanto hay alrededor, aunque a poca distancia. Así, me pasa la guardia, relativamente deprisa. Y, a las tres, me relevan, sin novedad.

Cuando me acuesto y entro en calor, siento de nuevo, grandes picores por varias partes del cuerpo. Como no nos podemos desnudar, me desabrocho la parte alta de la guerrera y rascando, procuro aliviarme.

19 de Octubre de 1937

19 de Octubre de 1937

A las cinco de la mañana, pasa un sargento despertando a todos. Nos ordena desmontar las tiendas de mantas y derrumbar las viejas cabañas y trasladarnos a las que estamos construyéndonos arriba, en la nueva trinchera. ¡Nos quedamos de piedra!

Algunos han objetado que aun no las teníamos terminada, les ha contestado que “si no hubiéramos hecho el gandul, ya estarían acabada”. Esto, pone a prueba nuestra paciencia ya que, de no haber trabajado tantas horas en la construcción de sus cabañas, a estas horas, ya habríamos terminado las nuestras. Parece como si los mandos de la compañía, quisieran vengar en nosotros el mal humor que indudablemente sienten también por llevar tanto tiempo de privaciones en primeras líneas. Por lo que ellos nos explicaron durante la estancia en la huerta de La Zaida, la guerra que hacían en Aragón las columnas de voluntarios, era muy distinta y pasaban más tiempo en los pueblos –colectivizándolos- que en las trincheras. Ello, explica que no se tomara Zaragoza y Huesca en los primeros meses, en que estas capitales no se habían fortificado aun, ni habían sido fusilados los republicanos, izquierdistas y sindicalistas que dentro de ellas había, y que hubieran ayudado desde dentro, a la conquista de estas dos ciudades.

El día, se presenta encapotado y con mucha niebla. Solo faltaría que ahora que estamos a la intemperie, empezara otra temporada de lluvias.

Hemos trasladado nuestros equipos a donde construimos nuestra nueva morada. Mientras los compañeros de escuadra, van llenando sacos con tierra, para levantar las paredes, yo, voy a buscar paja por los trigales cercanos, entre el bosque y, sentado allí y rodeado por la niebla, escribo estas notas. No se oye un solo tiro y la niebla, parece volver más silencioso el bosque. Me hace recordar cuando iba de excursión.

Como antes ya han pasado otros por la paja, apenas recojo un poco y casi vuelvo de vacío.

La chavola, va tomando forma. Y están colocados todos los sacos que forman las paredes. Como lo más urgente es cubrirla, vamos a cortar unos cuantos pinos para vigas del techo, el cual hacemos con una inclinación a dos vertientes. Luego, encima, más sacos terreros, tierra suelta entre ellos y, cubriéndolo todo, ramas de pino.

Todo esto lo hacemos descansando sólo un momento para comer los consabidos garbanzos crudos.

Antes de meter los equipos dentro de la cabaña, salimos de nuevo, en busca de paja. Esta vez vamos todos y, a cosa de 2 kms, encontramos gran cantidad de ella.

Regresamos, la extendemos dentro por el suelo y distribuimos los lugares. ¡Ya estamos instalados!

Con la trinchera ya terminada y las chozas de todos ya construidas, suponemoms que ahora, nuestra vida, no será tan dura; por lo menos, en lo que a cansancio se refiere. Todos estamos muy desmejorados; se nos nota unas caras “chupadas” y muy ojerosos. Y es que, este régimen a que hemos estado sometidos, era muy riguroso, yo diría que, casi, adecuado a un penal.

Como la cabaña, tiene la puerta cubierta con las mantas de la vieja, encendemos una vela y hacemos un poco de tertulia después de cenar. A las siete, decidimos dormir, pues estamos todos muy cansados.

A las once, me despiertan para la guardia. Sigue con mucha niebla; es cosa de estar con el oído atento.

A la una, me relevan, sin novedad. Vuelvo a mi “palacio” a dormir

18 de Octubre de 1937

18 de Octubre de 1937

A la hora del reparto del café, los sargentos nos avisan que hoy, no trabajaremos en la trinchera, pero que debemos empezar la construcción de las cabañas a razón de una por escuadra, (1 cabo y 4 soldados). Dejan a nuestro criterio la forma y tamaño, pero la puerta, debe encarar con el parapeto y, precisamente, frente a las cuatro troneras que nos han asignado.

Trabajamos toda la mañana sin descanso y dejamos casi terminado el rebaje de tierra den los nueve metros cuadrados que hemos decidido que tenga.

Después de almorzar, volvemos al trabajo, confiando en poder descansar por la noche pues, casi nos han asegurado, que no nos harán trabajar para la trinchera. Hemos adelantado bastante.

Apenas terminamos de cenar, pasa un sargento y nos hace salir a todos de las tiendas y barracas y nos ordena retirar los sacos llenos de tierra que había en la vieja trinchera, cargarlos a hombros y trasladarlos a donde se construyen las chozas de sargentos y oficiales. Esta procesión, dura unas tres horas, hasta que hemos trasladado el último saco.

Al poco, entro en guardia. Las piernas me duelen mucho. Como no puedo sentarme, a cada momento, estoy cambiando de pierna, peso del cuerpo. ¡Cuantas veces estoy por enviar las órdenes al cuerno y sentarme en el suelo! Pero resisto, hasta que llega el relevo.

17 de Octubre de 1937

17 de Octubre de 1937

A las 5, entro de guardia y, muy descansado. ¡Cuantos días hacía que no descansaba una noche seguida!.

Aun está oscuro, pero la temperatura es muy suave.

Aparece el lucero del alba y, al poco, empieza a clarear. Cuando faltaba poco para salir el sol por el horizonte, nos ha envuelto una niebla tan densa, que casi hemos vuelto a la oscuridad.

Me relevan, encendemos fuego, pues el frío y la humedad son, ahora, intensos.

Poco a poco, el sol, va abriéndose camino, hasta llegar a disolver la niebla completamente y dejar un cielo despejado..

Mientras tomábamos el café con leche del desayuno, ya nos han venido a buscar para trabajar. Nos envían a buscar estacas, a un barranco cerca de aquí. Hacemos tres viajes. Cuando los hemos subido todos, nos mandan a toro logar a traer un poste cada uno. Cargo con el mío, que tiene unos tres metros de largo y es bastante grueso.¡ Al menos, para mi!. A medio camino ya me es imposible llevarlo a hombros, por lo que lo dejo y llego hasta la posición arrastrándolo por el suelo y, apoyado en un hombro. Cuando subía el último repecho las piernas apenas me sostienen, me falla un pie y caigo de rodillas, rompiéndome las rodilleras de los pantalones e hiriéndome las rodillas.¡ Como me he acordado de las caídas de Cristo, camino del Calvario!.

Al fin, entrego el poste y me dejan ir a descansar. Voy a la tienda y me tumbo. Los demás van llegando y hacen lo mismo.

EN voz baja, comentamos las ideas de igualdad que son la doctrina de nuestros mandos anarquistas, a la hora de la verdad, no las cumplen y se comportan como los militares profesionales que tanto critican. Elle, viene a cuento de que todos estos viajes que nos mandan hacer desde hace dos días, son para traerles madera y hacerles cabañas a los oficiales y a los sargentos ¡Vaya igualdad! Pero, por lo que vamos viendo, esto, solo se aplica para lo que les conviene; como, por ejemplo, en considerar iguales a los acomodadores y a los cantantes o actores de los teatros. Y, así, en el Liceo, quince pesetas es el sueldo diario y único, que perciben acomodadores, tramoyas, bailarines o insignes cantantes como el tenor Hipólito Lázaro. Cito el Liceo como ejemplo destacado, pero los demás teatros de comedia o zarzuela funcionan, igualmente, en régimen de colectividad y perciben ese sueldo. Por eso, varios artistas importantes, en cuanto han podido, se han marchado al extranjero.

Esta situación de trabajo hasta el agotamiento, el mal comer y la estancia tan prolongada en primera línea, sin relevo, hacen que la moral esté bastante baja. No se inicia charla alguna, que no termine refiriéndose a lo mismo: ¿Cuándo se terminará esta guerra?

Al fin, hoy nos han dado un almuerzo sustancioso que nos permitirá aguantar un poco. También la cena ha estado bien; sopa de fideos.

La guardia de la tarde, ha transcurrido sin novedad; no así la de 6:30 a 9 de la noche, que me ha correspondido de “escucha”, fuera del parapeto. Ya que, a poco de entrar de puesto, han empezado a charlar nuestro comisario y el alférez enemigo. La conversación se ha ido “agriando”, y, han terminado a tiros. Como los nuestros disparaban desde arriba en la nueva trinchera los que estábamos de escucha, hemos quedado entre dos fuegos. Para colmo, hoy nos han prohibido hacer el puesto estirados en el suelo –como era lo acostumbrado,-  de modo que hemos tenido que aguantar a pie firme. Alrededor de las ocho, se han calmado y todo ha vuelto a quedar en silencio. Pero, al poco, he oído el siseo del cabo avisando que se acerca; viene acompañado de dos cabos exvoluntarios que se han dirigido hacia terreno de nadie, a través del trigal.

En principio, creí que iban a dar un golpe de mano, pero he observado que no llevaban armamento. Se pierden en las sombras. Pero, al poco, les oigo que están charlando con dos enemigos que, a su vez, han dejado sus parapetos y llegado hasta el medio del trigal.

Una media hora después, han regresado. Traen prensa de Zaragoza; mañana, nos la dejarán leer. Me relevan.

En cuanto llego, ya me están esperando y me llevan a trabajar en la nueva trinchera hasta las once. Un par de horas muy pesadas, llenando sacos terreros para ir terminando el parapeto; pero, no tanto, como cavar trincheras con el pico.

Mientras trabajo, voy pensado en la tontería del comisario y de los cabos. Da la impresión de que están aburridos y hacen todo esto para distraerse. La verdad es que se pasan todo el día comiendo y durmiendo en su cabaña, sin dar un solo golpe. Y, no solo los sargentos y oficiales, sino el propio comisario, al que no hemos visto una sola vez recorriendo la posición. Ni interesándose por los soldados, como es su obligación.

16 de ocubre de 1936

16 de Octubre de 1937

Mucho ruido de artillería y aviación; hoy, no tan lejano como ayer.

Apenas desayunamos, nos han llamado a trabajar. ¡Ya me extrañaba! Se trata de traer unos palos que están a cosa de un kilómetro. Esto, nos ha sucedido porque el sargento nos ha visto que estábamos planeando, “in situ”, la construcción de la cabaña para nuestra escuadra y nos ha pescado. Aquí, como en el cuartel, hay que despistarse.

Regresamos a la hora de almorzar. Por toda comida, nos dan un pedazo de cordero asado y unas pocas patatas fritas. Estaba muy bueno, pero no puede acallar el hambre que tenemos, ni puede ser suficiente, para un trabajo tan duro durante todo el día. Lo que debe suceder es que, por cada intendencia que pasa el racionamiento,  se va “recortando” y, a la primera línea, llegan los restos. Estamos convencidos que el Mando de retaguardia desconoce el que, además de defender la primera línea, nos hacen construir las trincheras. Pero ¡Hay  que ir con cuidado con lo que hablamos. No nos vayan a colocar el Sanbenito tan socorrido de “derrotista”. Sobretodo, con lo que nos ha costado ganarnos un poco la confianza de nuestros mandos.

Las pocas cosas comestibles que nos han podido enviar nuestros familiares, se van agotando rápidamente. Cuando se terminen, no sé qué nos sostendrá.

Durante mi guardia de esta tarde, el enemigo nos ha “observado” con varios morterazos. Afortunadamente, sin consecuencias. Incluso varios de ellos, no han explotado.

Los antiaéreos, han funcionado, a lo lejos.

Hay cena abundante, a base de arroz y judías hervidas, pero “viudas” y sin sal. Los garbanzos están duros como balas, pero tengo tanta hambre que me los como todos, a pesar de que se que por la noche, tendré mucho dolor de estómago.

Cono no tengo guardia hasta las 5, después de cenar me permito permanecer un rato de tertulia. Luego, a dormir.

15 de Octubre de 1937

15 de Octubre de 1937

De madrugada, me despierta el ruido de aviación. Saco la cabeza fuera de la tienda y veo 37 aparatos, en dirección a Zaragoza; que son republicanos. Al poco, los antiaéreos empiezan a dispararles. Me vuelvo a estirar, pues aun me dura el cansancio de ayer.

Me levanto a la hora del desayuno. Quintanilla y Vilalta están de guardia. Encindo fuego y hago las tostadas; cuando llegan, ya están listas. Café con leche para desayuno, aunque muy aguado.

Hay relativa tranquilidad; solo algún “Paco”.

En toda la mañana, no tengo servicio; de modo que la paso leyendo estirado.

He recibido carta del Sr. Masferrer (apoderado de mi empresa) en respuesta a la que le envié hace unos días. Me dice que “Empieza a estar cansado de formar parte del comité de la Colectividad por tantos líos que se presentan en la organización interna, debido a los eternos descontentos”. Yo creo que si estos descontentos pasaran una temporada aquí aguantando tantas calamidades, volverían a retaguardia más mansos que corderos. Pero cuando termine la guerra, ya hablaremos.

A la tarde, una hora de pico y pala en la nueva trinchera. Ahora, ya llenamos sacos terreros para hacer parapetos.

En espera de la hora de cenar, pasamos un rato charlando. Hoy, recordamos los tiempos de colegiales. ¡Cómo disfrutamos recordando las pequeñas anécdotas de cada uno!.

Después de cenar, nos acostamos enseguida.

Guardia de tres a cinco. Hace ya mucho frío y hay que ponerse el capote. Con él, los movimientos son menos ágiles y, en caso de apuro, será un engorro. Pero.. el frío manda. No hay novedad.

14 de Octubre de 1937

14 de Octubre de 1937

Hoy, el cañoneo se oye más cercano. También la aviación se oye runrunear, aunque no la vemos.

Pico y pala, de 10 a 12 de la mañana. De no ser por la ayuda de Pugmal y Ribas, no podría aguantar. Afortunadamente, la trinchera está casi terminada. Como para trasladarnos a ella, deberemos construir una choza para cada escuadra, aprovecho para solicitar al sargento del pelotón, me vuelva  a pasar a la escuadra de Quintanilla y Vilalta. El sargento, no ve inconveniente, pero al consultarlo con el capitán, éste le ha contestado que “esto no es ningún club. Y que va a separar a todos los que se entere que son amigos”. Esto, es una tontería, pero… ¿qué puede esperarse d egente sin cultura?. ¡Paciencia!

Guardia de 1 a 3 del mediodía.

A las siete, después de cenar y cuando me preparaba para dormir, han llamado urgentemente  ami pelotón. El teniente, nos reúne a sargentos, cabos y soldados y nos explica el servicio que vamos a hacer. Se sospecha que  un grupo enemigo, se ha filtrado detrás de nuestras líneas, para dar algún golpe de mano. Nuestro maisión, consiste en tratar de localizarlos.

Desplegados en guerrillas, vamos subiendo y bajando lomas y barrancos, cribando el terreno. Aun cuando hay luna llena, procuramos no distanciarnos demasiado, para no perder contacto.

Llevamos más de dos horas de pesada marcha y ya no puedo con mi alma. Me falta respiración. Afortunadamente, el teniente también está cansado y decide reposar un momento.

Al llegar al puesto de Mando del batallón, mientras él va a dar el parte al Comandante, volvemos a descansar y nos recuperamos un poco más. Luego, emprendemos el regreso a nuestra posición; lo hacemos directamente, es decir sin los rodeos de la búsqueda. Empleamos menos tiempo, pero, de todas maneras, son ya las 10:30.

Los compañeros de tienda, me preguntan por lo que hemos ido a hacer y me dicen que han doblado los puestos de guardia.

Me acuesto enseguida, pues estoy reventado. Por lo que ha pasado, y porque a pocos kilómetros hay combate, el aleo no para en toda la noche.

A la 1, guardia hasta las tres de la madrugada. Me cuesta mucho mantenerme despierto, pues me he levantado más cansado que cuando me acosté.

El tiroteo no ha cesado. Afortunadamente, no se ido “corriendo”, y en este sector, tenemos relativa tranquilidad

Al fin, llega el relevo.

13 de Octubre de 1937

13 de Octubre de 1937

A las siete, nos levantamos y encendemos un poco de fuego.

Hoy, es el santo de Quintanilla (Eduardo) y vamos a celebrarlo.

Mientras él tuesta el pan y Vilalta prepara el chocolate a la taza, yo, me cuido del resto. Está delicioso y pasamos un buen rato.

Cuando nos reparten el café del desayuno, lo guardamos para después de comer y lo haremos con el bote de leche que recibí.

La artillería, sigue disparando sin interrupción.

Por ahora, se respeta el pacto de anoche. No ha sonado ni un solo tiro.

Entro de guardia de 9 a 10 de la mañana. Mientras estoy de puesto, viene nuestro capitán acompañado del comandante Ferrandiz y el comisario de la Brigada. Comentan, que hoy vendrá nuestra aviación y Bombardeará las posiciones que tenemos enfrente. Y, para orientarles respecto a nuestras posiciones, hemos hecho una gran cruz blanca en el suelo, con unas sábanas que traían.

Poco después de marcharse, me relevan. Quintanilla y Vilalta están cavando la nueva trinchera.

A las doce, el enemigo, rompiendo el acuerdo de ayer, ha iniciado un tiroteo contra los que están trabajando en la trinchera, que han tenido que dejarlo y cubrirse donde han podido. A Quintanilla, una bala le ha atravesado el gorro de tela, golpeándole la cabeza y chamuscándole los cabellos. ¡Se ha salvado por muy poco!

Por ahora, nuestra aviación, no aparece por aquí. Solo, a lo lejos hemos visto seis cazas que, desde mucha altura, se tiraban en “picado” y ametrallaban, supongo, las líneas enemigas.

Este sector, no permite visibilidad lejana ya que estamos en medio de un bosque con lomas ondulantes.

Durante mi guardia de 11 a 1 de la noche, oímos motores de aviación y, al poco han actuado los antiaéreos de Zaragoza. No obstante, oímos que, el bombardeo, se ha llevado a cabo.

Me relevan y me llevan a hacer trinchera hasta las 3. A duras penas puedo contener las lágrimas, pues el dolor que siento en las manos es inaguantable, pues las tengo en carne viva y los pañuelos no me protegen apenas. Estas dos horas, son interminables. A veces, desearía ser herido por un paco. ¡Tal es mi desesperación!.