31 de Diciembre de 1937

31 de Diciembre de 1937

Me levanto, desayuno y me siento junto al fuego, del que no me muevo, hasta entrar de puesto.
Continúa nevando. A pesar de ser guardia de día, seguimos fraccionando los puestos en plazos de media hora.
Cuando terminó, el Sargento me envía al puesto para entregar al teniente Saura, el parte y preguntarle a qué hora vendrá el relevo, a fin de estar preparados.
Por el camino, las paso moradas de frío, pero me extasío contemplando el panorama que es magnífico. En realidad, parece un pesebre gigante. Hay ya casi un palmo de nieve. Se ven claramente las huellas de las patas de los conejos.
El teniente, opina que, con este tiempo, no habrá relevo. Al menos, no ha recibido ninguna comunicación telefónica del pueblo, avisándole.
Regreso, y así se lo digo al Sargento. Estamos contentos, pues así, podremos comernos el cabrito con tranquilidad.
En principio, pensamos acostarnos temprano por sí mañana teníamos que relevar. De modo que, al no ser así, acordamos esperar a medianoche y estar todos juntos al dar las doce y empezar el año nuevo. De modo que así lo hacemos y, llegado el Sargento blanco al atardecer, le proponemos que nos diese el cabrito y nos hará un arroz. La propuesta, no es gratuita, pues tanto Sargento Quintero como yo, sabemos de su gran disposición para la cocina. El, acepta encantado y pone manos a la obra. A las nueve, ya estamos comiendo una paella de las que no recordábamos y unas costillitas de cabrito que no les van a la zaga.
De modo que, en tertulia esperamos la medianoche y al llegar las doce, a falta de las clásicas uvas y champán, nos comemos doce avellanas y una Ronda de vino, deseándonos mutua suerte. Cuando llega el centinela relevado, encuentra el resopón preparado y calentito. Después de un poco más de charla, nos vamos a acostar. Fuera, continúa nevando. Dura entrada de año, esta primera que pasamos en el frente y que Dios quiera que sea la última.

30 de Diciembre de 1937

30 de Diciembre de 1937

A las seis, me llama González. Como no me toca hacer puesto, me quedo sorprendido; pero me dice que lo ha hecho para invitarme a chocolate la taza, del que se ha hecho un plato. mojamos unas tostadas y está riquísimo; valía la pena madrugar.
A las 8, reparten el desayuno de hoy, es café con leche. A pesar de que sólo hace una hora del chocolate, volvemos a tener hambre y hacemos buen papel. Con este frío, quemamos las calorías rápidamente.
A las 9, voy a llevar el parte y al regreso, a las diez, hago un puesto de sólo una hora. Durante él, oigo muchos disparos de artillería y, a pesar de estar muy nublado, se nota bastante movimiento de aviación.
Hoy, no hace viento, pero el frío es igualmente intensísimo. Después del puesto, me escaldo otra camisa y otro jersey, también llenos de parásitos. Mientras lo estoy haciendo, pasa el pastor. González y yo, hablamos con él y conseguimos nos venda un pequeño cabrito lechal, el cual es muerto y arreglado enseguida y lo guardamos para celebrar la entrada del Nuevo Año. Aun cuando nos dispongamos de nevera, no habrá problema para su conservación.
Ha venido el Sargento administrativo Blanco, que hace varias noches subió la paridera del teniente-jefe Saura y duerme allí. Nos ha dicho que mañana, Subirats del pueblo una compañía que ocupará esta posición y nosotros deberemos trasladarnos a las que hay junto al río. ¡Ya nos extrañaba que habiendo encontrado un sitio donde se estaba bien, pasáramos en él muchos días!
A las doce, entró de guardia y coincidiendo con ello, empieza a nevar. Los puestos, sólo se pueden hacer de media hora de duración, pues resulta imposible resistir más tiempo. Después de tres descansos y tres puestos, me relevan; total, ya son las tres.
El viaje en busca de la consigna después de cenar, resulta muy pesado. La nieve cae oblicua y me salpica la cara constantemente y el frío, dificulta la respiración.
De regreso, entró de guardia que, como la mañana me ocupa tres horas entre relevos y puestos. Y aun así, la media hora afuera, se resiste difícilmente.
Cuando terminó, me quedo junto al fuego pues estoy helado. El sargentos me da un vaso de café bien caliente, me quedo charlando con él, hasta medianoche.
Está muy comunicativo y me cuenta su actuación en Madrid, durante los primeros días del Alzamiento. A pesar de su juventud -ahora sólo tiene 23 años-, intervino en la toma del cuartel de la Montaña, donde vio caer a muchos compañeros anarquistas de su edad. Me describe escenas de momento de la rendición de los militares supervivientes, verdaderamente dramáticas. Luego, una vez "limpiado" Madrid, se apuntó voluntario a la columna Sacco y Vanzatti, que se dirigió al frente de Aragón, en donde ha pasado toda la campaña. Reconoce que durante el primer año, la guerra fue muy diferente a lo que es ahora.
Entonces, aparte de unos golpes de mano, de vez en cuando, pasaban mucho tiempo los pueblos de segunda línea. Y como entonces había comida, se lo pasaban bastante bien. Luego con la militarización de estas columnas de ex-voluntarios y la llegada de las quintas movilizadas -es decir, las nuestras-sintieron desconfianza pues sabían que no éramos anarquistas y, además íbamos a frente, forzados. De allí que durante bastante tiempo, se nos tuviera vigilados, por temor a que nos pasáramos al enemigo, a la primera ocasión favorable que se nos presentará. Pero que, después de estos meses transcurridos, ya habían comprobado que podían confiar en nosotros. La llegada a la compañía, de quintos movilizados recientemente, hace que ahora se "apoyen" todavía más en nosotros.
Cuando me doy cuenta, son las dos. Voy corriendo a dormir.

29 de Diciembre de 1937

29 de Diciembre de 1937

Me despierto a las nueve, me han guardado el café. Desayuno y casi enseguida, entró de puesto. El viento, no ha menguado por lo que la hora de vigía, se me hace muy pesada. Luego, una hora picando la trinchera, me hace entrar en calor, cosa que me convenía pues estaba tiritando de frío.
El agua de la balsa, tiene tan grosor de hielo, que podemos andar por encima sin romperse; para ello, debemos emplear un pico.
Como aquí podemos hacerlo, me escaldo el suéter y la camisa pues los piojos me vuelven a molestar mucho; una vez escaldadas, las extiendo a secar en la cocina, pues, si lo hago fuera, me pasará como González, que le quedaron petrificadas.
Después de cenar, voy a por la consigna. De regreso, hago un puesto de 7 a 8 y, tras un descanso de media hora, otro de 8.30 va a 9.30. Como vengo helando, me quedo junto al fuego, haciendo compañía al Sargento durante una hora. Luego, a descansar. Y, así, pasar los días.

28 de Diciembre de 1937

28 de Diciembre de 1937

A las seis, me llama el Sargento para que vaya a llevar el parte.
Allí, me entero que la alarma de la pasada noche, se debe a lo siguiente: dos escuadras de nuestra compañía, iban a hacer una "descubierta" al campo enemigo, pero al ir a vadear el río se encontraron con un grupo enemigo, que venía con la misma intención. Este, que les vio primero, abrió fuego, habiendo de batirse en retirada los nuestros huyendo entre las carrascas, pero dejando dos bajas sobre el campo. Dos veteranos de Mataró.
Regreso, y di cuenta al cabo de todo ello.
Después de desayunar, entró depuesto. Durante el, cada vez que veo cuervos volar, piensan la suerte de los cadáveres de nuestros compañeros, abandonados allá abajo.
No llego a comprender, como le sorprendieron tan confiados.
Me relevan. A pesar de haber estado picando en la trinchera, estoy completamente helado, sobre todo de pies y manos -a pesar de los guantes-. Si este frío sigue así, durante la noche y debiendo permanecer quietos, será inaguantable.
En la cocina, me hacen sitio junto al fuego, para que reaccione. Pero, al poco, debo retirar las manos que había puesto sobre él, porque me duelen mucho. Me las pongo debajo de los sobacos. Y reaccionó al fin aunque me cuesta mucho.
Con el suministro de hoy, han repartido tabaco. Tres paquetes de mataquintos, que habrá que racionar para alargarlos, pero del que fumamos enseguida.
Después de almorzar, contestó la carta de Lorca ¡Cuántas ganas tengo de verle!
Hacia las cuatro de la tarde, el centinela, da la alarma, pues dice que en la loma frente a la nuestra, ha visto a uno hombre entre el bosque de carrascas. Efectivamente, en el lindero de éste, vemos un hombre que se adentra en la espesura.
Salimos dos grupos; uno, formado por dos cabos que se dirigen hacia allí, en línea recta y otro en el que vamos el Sargento y yo, dando un rodeo para cortarles la retirada. Después de rodear el bosque, nos unimos a los dos cabos, que tampoco han visto nada. Posiblemente era algunos de otra posición cercana que iba buscando caza.
El día, empieza a alargarse. Antes de cenar, voy a por la consigna.
Regreso, cero y entró de guardia. Como además de la baja temperatura, hace viento, hemos decidido hacer la guardia en dos etapas. De modo que, a las 7, me voy de pues todo hasta las 8. Entonces regresó y estoy 45 minutos junto al fuego; después terminó la otra hora. Todo está tranquilo.
Cuando regresó a la cocina a calentarme, encuentro allí al Sargento Quintero y al cabo González. Cuando ven que me voy a hacer unas tostadas con un poco de jamón que recibí me proponen hacernos una tortilla de jamón. Acepto; el pone el huevo, yo el jamón y el Sargento del pan. Los rociamos con unos tragos de vino. Luego unos cigarrillos y a dormir. Son las 12.

27 de Diciembre de 1937

Ha amanecido un día muy nublado. Fuera de la paridera, hay una balsa natural con agua, que es la que empleamos para comer y lavarnos. Pero hoy, para sacarla, hemos tenido que romper el hielo que la cubría ¡Hace una temperatura bajísima!
Después de llevar el parte, entró depuesto. Durante él, y aunque el día no se presta, se observan gran movimiento de aviación y se oyen bombazos a lo lejos. En Fuendetodos, donde las líneas están tan cercanas unas de otras, debe haber "tomate".
Me relevan en el momento que reparten el almuerzo. Después de éste, pasamos un buen rato cantando." Ya todos conocen la letra de "la penya del pic i pala", y la cantan por su cuenta.
A media tarde, ha venido a vernos nuestro Capitán Emilio, el cual pasa a ser lo de la compañía de Municionamiento de la Brigada. Dice que más adelante, piensa llevarse con él al cabo Lon. Aprovecho para que de muchos recuerdos a Saturnino que se que está destinado a su compañía.
Nuestro Sargento, se marcha con el Capitán a la paridera del mando de la compañía, donde el teniente Saura, hará de Capitán accidental, hasta que venga el que nos destinen.
He recibido carta de Lorca, compañero de trabajo, desde Madrid. Según me cuenta, las baterías suyas, están casi dentro de la ciudad.
Entró depuesto. En medio de este gran silencio, sólo se oye algún bombazo de vez en cuando.
Cuando me relevan y entra la paridera, encuentra todos levantados; al poco, se van a dormir, siguiendo indicaciones del Sargento. Yo, me quedo con él y los cabos Lon y González. Me dicen que debemos dormir con los correajes puestos y el armamento a mano, por si hubiera que salir pitando. (!)
Así lo hago y me tumbó descansar por si acaso.
A las cuatro de la madrugada, unos bombazos y tiroteo cercano nos despiertan. Salimos corriendo todos, fuera de la paridera y, allí, estamos un buen rato.
Como todo está en calma, volvemos a acostarnos.

26 de Diciembre de 1937

26 de Diciembre de 1937

Cuando me despierto, ya es de día.
Me levanto, lavo y entró en la cocina donde están reunidos todos los libres de servicio. Como el desayuno no está listo, voy a llevarle parte.
Cuando regresó, ya están desayunando. Me uno a ellos y después entró depuesto. Un par de horas, me pasan relativamente deprisa, pues el picar en la trinchera -que hemos decidido construir-, hace pasar el tiempo y el frío.
Después de comer y como hace un sol estupendo, nos sentamos en el banco donde ayer comimos y hacemos un poco de tertulia y escribimos.
Al atardecer, el tiempo se ha vuelto ventoso y como viene del Moncayo, el aire es helando. Regresamos a la cocina. Allí, como apenas hay luz, -sólo el candil para trabajar en el cocinero-, pasamos el resto de la tarde muy aburridos.
Después de cenar, voy a por la consigna.
Cuando regresó a las 8, entró de guardia. Hace bastante viento y hay muchas estrellas que, a falta de la luna, dan bastante claridad y se puede ver bien el terreno.
¡Cómo cuesta pasar esta hora y media! ¡El frío es atroz! Cuando me relevan, voy corriendo al fuego. Tengo helados pies y manos.
Cuando entramos en calor, -los piojos y yo- me voy a acostar.