8 de Noviembre de 1937
Estoy muerto de sueño, pero el
ajetreo de los compañeros sacando mantas fuera de la tienda, me
despierta a las siete. El dolor de muelas, no me molesta tanto.
Encendemos la hoguera, y uno se pone
a hacer tostadas para todos y las rocía con grasa de cordero de la
que aún nos queda un poco. Como ayer no cené, las como con apetito.
Luego, el paseo en busca del desayuno; leche aguada, de modo que
cuando volvemos, tostamos de nuevo, pan. La vida al aire libre y el
frío, queman muchas calorías y, de ahí, que siempre tengamos
hambre. Gracias sean dadas al bendito pan del pueblo.
Tampoco hoy tenemos trabajo.
Escribimos o leemos. Como, afortunadamente no llueve, podemos hacerlo
fuera de la tienda. Desde el día de la discusión, en la paridera,
el trato de los sargentos ha mejorado mucho. También es posible, que
el sargento Quintero les haya contado las charlas que tenemos con él.
El hecho es, que apenas nos molestan, ni nos achuchan con trabajos
inútiles, como en el pasado. Como la estancia en la tienda es
incómoda, los sargentos han decidido relevarse a diario, pero en
realidad, sólo vendrán a dormir y, durante el día, no les veremos
el pelo. Y nosotros, encantados, salvo cuando venga Quintero.
Guardia de 10 a 12 del día, con
tiempo algo frío.
Hoy, se ha producido otro traslado; a
uno del pelotón, lo han enviado a otra posición y dicen que vendrá
otro a sustituirle. Desde luego, no entendemos lo que pretenden con
estos cambios. Precisamente la amistad y el compañerismo son lo
único que hacen llevadera esta vida que arrastramos.
Los garbanzos del almuerzo de hoy son
pequeños y, los hay blancos y negros. Alguien ha dicho que son
mejicanos.
Nuestro compañero Grau cumple hoy su
segundo aniversario de casamiento, y nos sorprende con la invitación
a base de castañas, almendras, avellanas y cacahuetes de un paquete
que acaba de recibir. Y rociado con un coñac buenísimo. Nos dice
que espera ser padre dentro de poco.
Regresamos a la tienda. Con un pedazo
de cartón que me han subido del pueblo, hago un dominó y jugamos
toda la tarde.
Uno de la escuadra, tiene una llaga
en el pié y se la ha lavado con agua de tomillo hervido. Como tenía
prisa para ir a la guardia, ha dejado la “tisana” en el plato y
éste, sobre una piedra. El muchacho al que ha relevado, ha llegado,
se ha hecho una tostada y, al ver aquel líquido amarillento en el
plato lo ha tomado por aceite y ha mojado el pan en él. Menos mal
que le hemos avisado a tiempo. Luego, la broma ha durado largo rato y
se ha repetido al regresar de la guardia el dueño de la infusión.
Oscurece, vamos a cenar. Regresamos a
la tienda con la impresión que, dentro de un mes a lo más tardar,
iremos a casa con permiso.
Hoy, tenemos de turno al sargento
García. Este, llega algo tarde. En la charla, antes de acostarnos,
nos advierte que caso que se observara movimiento enemigo, se
suspenderían los permisos. Esto, nos cae como ducha de agua fría.
Nos acostamos.
Como no ha llegado el sustituto del
soldado que se nos han llevado, la guardia será más larga. La mía
es de 1 a 3.30 de la madrugada y transcurre sin novedad.