26 de Noviembre de 1937

26 de Noviembre de 1937

Me despierto a las 7. Los demás, se están preparando para ir a desayunar. Hago lo propio y, enseguida tocan fajina. Las órdenes, a toque de corneta, dan la sensación de retaguardia. Vamos en busca del café que, aquí, es mejor que arriba.
Después de desayunar, vamos al río y nos lavamos medio cuerpo con jabón. Estamos llenos de arañazos. También nos afeitamos. Hemos pasado un poco de frío, pero parece que nos hayamos quitado un gran peso de encima. Lástima que tengamos que volver a ponernos la misma camiseta llena de piojos y huevos de éstos.
He recibido carta de Botella, que, entre otras cosas me dice que se rumorea que van a suspender los permisos. Yo, procuro darme ánimos pensando que quizás sea un rumor infundado, pero un compañero que encontramos paseando, nos dice que de boca del capitán -comandante accidental del batallón- ha oído como decía que los permisos estaban suspendidos.
Claro que se ignoran los motivos que obligan a tomar esta determinación, pero lo cierto es, que la noticia nos ha dejado de piedra. ¡Con el ansia que esperábamos nuestro turno! ¿Será posible que el destino se cebe en nosotros de esta manera? Adiós alegría y adiós ilusiones.
Todos estamos decaídos, pero procuramos animarnos mutuamente pues sabemos que es inútil preocuparse.
Decidimos ir un rato al “trujal”; que así le llaman aquí al sitio donde se prensa la uva. El procedimiento que emplean es antiguo; colocan la uva -ya pisada-, en unos filtros de esparto que luego son apisonados por la prensa gigante de madera con dos brazos que hacen rodar dos hombres. Así, es como dan la última exprimida a la uva. Como siempre, nos invitan a beber. El vino, no puede compararse con el que bebemos en Barcelona, por lo que sólo se pueden hacer un par de tragos pues se sube a la cabeza con gran facilidad.
Por más que insistamos en que nos vendan aunque sólo sea un litro para comer, no hay forma de convencerlos. Nos dicen que aquí podemos beber el que queramos y no nos cobrarán nada, pero vender no pueden, porque están en colectividad y el Comité lo ha prohibido. En vista de ello, les damos las gracias y nos marchamos. Esta noche, no habrá ronda con la bota.
Tocan a rancho, nos vuelve a dar arroz y poco. Menos mal que estamos bien de pan y las tostadas y un poco de chocolate nos resuelven el problema hasta la hora de cenar.
No nos podemos quitar del pensamiento la anulación de los permisos. Y, durante el paseo con Quintanilla y Vilalta, no hablamos de otra cosa.
Ordenan formar la compañía y, nuevamente, nos hacen una filiación que, como las anteriores, no sabemos para que será. Luego, vamos con el cabo furriel, Lon, compañero de Mataró, a dar un paseo. Antes, vamos a la Comandancia del batallón a llevar un estadillo. Allí, encontramos a Nebot -ex-compañero de escuadra-, que está en la oficina del comisario del batallón que nos dice que no hagamos caso de lo que se habla sobre la suspensión de los permisos, pues ya antes de salir los del primer turno, se hizo correr el mismo bulo. Ésto, nos esperanza un poco.
Luego, nos llegamos hasta la escuela del pueblo. Por falta de maestro, se encarga de los pequeños una chica de unos catorce años; haciéndoles algunas preguntas nosotros, a las que ellos responden con un desparpajo impropio de su edad. Luego, y en vista de que la biblioteca no se abre hasta la noche, nos vamos a proseguir el paseo.
Vamos andando, hasta las últimas casas del pueblo. En una de ellas, vemos a una vieja hilando al sol, en un uso antiquísimo. Nos llama la atención pues nos parece cosa del siglo pasado. Charlamos con ella sentados en el pórtico de su casa.
Nos cuenta que está sólo con un nietecito. Este trabajo que hace, es un encargo del comité, pues resulta que las jóvenes, además de que se dedican a otros trabajos, no saben hilar con la rapidez y perfección de las viejas. Estamos con ella más de una hora. Nos cuenta cosas “de la guerra anterior” (debe referirse a la carlista) y hace comparaciones con ésta. Teme mucho a la aviación, a pesar de que sólo una vez han bombardeado el pueblo. Nunca ha salido de Herrera; aquí, ha pasado toda su vida. ¡Y pensar que después de una vida tan monótona, siempre trabajando y sin ninguna distracción, esta pobre anciana no podrá disfrutar de paz y descanso en sus últimos años de vida! Sino por el contrario, debe volver a trabajar como en sus mejores tiempos y, como cuidó a su hijo, debe volver a hacerlo con el nieto. ¡Esta es otra cara de la guerra!
Como se hace tarde, regresamos. Por el camino, comentamos sobre la anciana.
Llegamos a la biblioteca, empezamos a espigar los libros, cada uno según sus gustos. Estamos allí, cosa de una hora. Yo, escojo uno de comedia. Nos toman el nombre y destino y nos marchamos con los libros en el momento que empezaba la clase nocturna. Es para los adultos, hasta hace poco, analfabetos.
Llegamos a punto de ir a buscar el… ¡arroz! Después salimos a la calle, está oscuro como “boca de lobo”. A pesar de ello, comparamos la diferencia de estar aquí, o arriba en el monte. Vamos a leer a casa, pues allí hay menos ruido y se está más caliente. Lástima que con el calor, se despiertan los piojos y pican a rabiar.
El contraste de hoy con ayer es notable. Ayer, todo eran cantos a grito pelado; hoy, reina el silencio.
Poco a poco, nos vamos acostando; yo, soy de los últimos pues no tengo mucho sueño. Cuando me estiro, pienso en la gran diferencia de estar aquí o allá arriba. Y, además, sin tener que levantarse hasta mañana. Y, esa es la vida de los que están destinados en el pueblo.

25 de Noviembre de 1937

25 de Noviembre de 1937

A las 7 nos levantamos; estoy muerto de sueño igual que el cabo González y el sargento, nos está bien empleado por trasnochadores.
Vamos a desayunar enseguida. En cuanto llegamos, nos dicen que vayamos preparando, que el relevo sube hoy.
Regresamos y empaquetamos todo nuevamente. Veremos si esto va en serio esta vez.
Efectivamente, a las 11, llegan las fuerzas que nos han de relevar; son los que regresaron ayer de permiso. Nos cuentan cosas de Barcelona y nos ponen los dientes largos. Nos despedimos y nos dirigimos a la paridera de nuestro capitán, donde se reunirá toda la compañía, hasta ahora, repartida en varias posiciones.
Cuando estamos todos, emprendemos el camino de Herrera. ¡Que diferencia como lo hacemos hoy, a como lo hicimos el día que llegamos! Hoy, todos vamos alegres, pues esto, representa para nosotros el fin del frío y la humedad, durante unos días.
A las tres, llegamos al pueblo. Como aún no hemos comido, nos hacen arroz y, sobre las cuatro, nos lo reparten. Luego, nos destinan alojamiento. Media compañía en una casa y media en otra. A nuestro pelotón, le toca ir a la buhardilla, en cuyo suelo hay unos dos palmos de altura de grano de cebada. Sobre él extendemos las mantas e improvisamos las camas. Luego, nos vamos a dar una vuelta por el pueblo.
A las 6, vuelven a tocar fajina, Acudimos a la cocina con el plato y, aunque no tenemos mucho apetito, vamos a ver que hay de cena. ¡Otra vez arroz! Comemos sólo una cucharada y regresamos.
Encendemos el candil, con un poco de petróleo que hemos podido conseguir. Llenamos una bota con tres cantimploras de vino que traíamos; ésta, va circulando de mano en mano y empezamos a cantar. Atraídos por las voces, van subiendo los que ocupan el resto de la casa, los cuales se van sumando al coro.
Esta noche, al fin, podemos divertirnos un poco, que buena falta nos hacía. Cerca de las diez, empieza el desfile y los de la buhardilla, nos preparamos a dormir. ¡Vaya noche pensamos pasar sin tener guardia y pudiéndonos sacar la ropa!.
A poco de apagado el candil, apenas se oye un ruido; sólo la ruidosa respiración de alguno. Yo, me duermo al poco.

24 de Noviembre de 1937

24 de Noviembre de 1937

A las siete nos levantamos y vamos a desayunar el consabido café. Como no esperamos el relevo hasta media mañana -si es que llega-, pedimos permiso al teniente para ir a Aguilón en busca de vino. Nos llevamos el mulo -del carrero- cargado con el barril y hacia allá vamos. Cuando llegamos al pueblo, vemos varios camiones militares dispuestos para marchar. Están cargados de soldados del 2º batallón que son la segunda remesa que va con permiso. Entre ellos, vemos a varios conocidos de Mataró, que están contentísimos. Se comprende.
Llenamos el barril y regresamos. Como ahora el camino es cuesta arriba, pronto entramos en calor. Desde luego nos cansamos, pero es la mejor manera de reaccionar.
A las 12, llegamos a nuestra posición. Del relevo, no se sabe nada.
Después de almorzar, regreso corriendo a la tienda, pues me toca guardia. Entro de puesto y, aquí, es donde hago estos apuntes.
Han traído prensa. Por su lectura, parece que en los centros oficiales extranjeros se busca una fórmula que acabe con esta guerra civil. La lectura de estas noticias es acogida con muchas reservas, pues este problema lo vemos difícil de arreglar. ¡Nos parece tan imposible que algún día podamos dejar esta vida y reintegrarnos a la que, en otro tiempo, fue la habitual nuestra!.
Cuando me relevan y regreso a la tienda, me anuncian la muerte del compañero al que le explotó la bomba. Era de esperar ya que por la gravedad de sus heridas, su estado era desesperado y cuando se lo llevaron había perdido ya el conocimiento.
A causa de este accidente, el capitán ha ordenado máximo cuidado con las bombas. La verdad es que de tanto “traginarlas”, hemos llegado a olvidar el peligro que pueden representar; al extremo que, de las seis que tenemos cada uno metidas en un saco terrero, hemos hecho una almohada.
Ya no es fácil que llegue hoy el relevo. Otro día más aquí.
Vamos a cenar con el malhumor consiguiente. Todos empezamos a desesperar, pues llevamos demasiados desengaños.
Regresamos a la tienda un cabo y los soldados; el otro cabo vendrá con el sargento.
Nos tumbamos y empezamos a charlar y fumar, tapados hasta el cuello.
Sobre las 7.30, entre el ruido de la conversación -que dentro de la tienda resuena un poco-, me ha parecido oír una explosión seguida de un disparo; les pido silencio y, al poco, oímos de nuevo un bombazo y un disparo. Como la noche es oscurísima, es cosa de evitar cualquier sorpresa. Como aún no ha regresado el sargento, decidimos actuar por cuenta nuestra. Nos ponemos las cartucheras, cargamos los fusiles y vamos al puesto de escucha; allí, dejamos a los quintos y los demás nos vamos en descubierta hasta cerca del río. No vemos ni oímos nada alarmante, por lo que, después de descansar un momento, emprendemos la ascensión. Cuando estamos ya acercándonos a nuestra posición, nos damos a conocer a nuestros centinelas ya desde lejos; no fueran a jorobarnos. Dejamos guardia doble y regresamos a la tienda.
El sargento y el otro ya han regresado. Les parece bien nuestra iniciativa. Charlando y fumando, a oscuras, estamos hasta cerca de las 12, hora en que entro de guardia.
Durante ella, he estado a punto de dispara en dos ocasiones, pues el viento al chocar con las matas de carrascas, produce el mismo ruido que el de los pasos; pero me he detenido a tiempo.
Al fin, consumo mi guardia.
Cuando llego a la tienda, se despiertan el sargento Quintero y un cabo, y empezamos a charlar en voz baja. Luego, el cabo saca un pedazo de longaniza, que reparte entre los tres. Yo, saco el pan y el sargento el vino. Y hacemos un poco de resopón y seguimos charlando. Cuando nos damos cuenta, son ya las tres.

23 de Noviembre de 1937

23 de Noviembre de 1937

A las seis, nos hemos tenido que levantar. Las montañas más altas, aparecen completamente nevadas. La temperatura es bajísima. Afortunadamente, no hace viento. De todas maneras, salvo el observador, todos estamos alrededor de la reconfortante hoguera y de allí no nos movemos hasta la hora de ir a desayunar.
Dejamos todo preparado, y nos vamos a la paridera. Allí, continúa el buen humor de ayer. Esperamos el relevo de 10 a 11 de la mañana. Es decir que si todo va bien, pensamos almorzar ya en Herrera.
Hemos visto pasar al sanitario de la compañía al galope; suponemos habrá algún accidentado.
Son las doce y aún no se sabe nada del relevo.
Como me toca guardia, me voy al puesto de observación, y relevo. Mientras estoy en él, veo perfectamente cinco camiones que circulan por las alturas de las montañas enemigas.
Cuando me relevan y llego a la tienda, me comunican dos malas noticias: la primera es que las fuerzas que ya han terminado el permiso y que deben relevarnos ni tan siquiera han regresado al pueblo. Lo que significa, otro día más aquí, por lo menos.
Nuestra ilusión de poder dormir esta noche en el pueblo, se ha ido al cuerno, como tantas otras que nos hemos forjado.
La segunda, se refiere al viaje del sanitario. Un ex-voluntario (que está en la paridera del capitán), intentando desmontar una bomba expansiva italiana que cogió en Belchite, le ha explotado en las manos. Dicen que le ha arrancado una mano y una pierna y que sufría tantos dolores que le pedía al capitán Emilio que les matara de un tiro. Por la tarde, una ambulancia se lo ha llevado al hospital de Híjar. La importancia de las heridas, deja pocas esperanzas de vida. Este accidente, ha causado una honda impresión en el sector, pero especialmente a los de la compañía.
Si bien es verdad que pertenecía al “coto” de los ex-voluntarios y a pesar de ser sólo soldado, no hacía ningún servicio de guardias ello no quita para que lamentemos su accidente. ¡Tanta suerte que habíamos tenido hasta ahora! Esta, es la baja más grave que hemos tenido desde que se organizó la compañía en Binefar.
Comentamos, tristemente, que de haberse llevado las cosas conforme, el relevo habría llegado ayer u hoy a primera hora y esto no hubiera sucedido.
Esta tarde, el recuerdo de este suceso, ha estado presente en nuestras charlas.
Al ir a cenar, hace un viento heladísimo, lo que nos hace comparar la noche que pensábamos pasar, con la que pasaremos en realidad.
En la paridera, nos comunican otro caso desgraciado acaecido esta tarde. Haciendo prácticas los quintos en el lanzamiento de granadas, una de ellas no ha explotado, haciéndolo luego al ir a recogerla e hiriendo a un soldado en el cuello. Aunque no pertenecen a nuestra compañía, no es por eso menos de lamentar.
Las últimas noticias son, que el relevo aún no ha llegado, pero se le espera en el pueblo de un momento a otro. De todas formas, hasta mañana, como mínimo, no hay que esperarle.
Ante el frío enorme que hace desde que se ocultó el sol, decidimos acostarnos a las siete.
A la una, me llaman para la guardia. Afortunadamente, el viento ha calmado mucho y la temperatura es menos gélida. Durante la guardia, veo los faros de varios camiones que, al igual que esta mañana, transitan por las pistas de las montañas vecinas. Al fin, me relevan y voy corriendo a acostarme tapándome incluso la cabeza para aprovechar el calor de mi aliento.

22 de Noviembre de 1937

22 de Noviembre de 1937

A las 6, decidimos levantarnos pues estamos helados. Encendemos una gran fogata para reaccionar.
Vamos a desayunar. Afortunadamente no llueve, pero ¡vaya frío!
Cuando ya hemos desayunado, el teniente ordena formar toda la sección en el patio de la paridera. Nos comunica que el soldado desaparecido ayer, no se ha presentado, por lo que se supone que se ha pasado al enemigo. Nos da instrucciones a seguir en caso de que sospecháramos un caso análogo al ver algún soldado pasar más allá de las líneas de vigilancia, y, para tal fin se ha prohibido ir a cazar más allá de dichas líneas.
Luego, nos da la gran noticia; que preparemos los equipos pues esta tarde, o mañana vamos a ser relevados.
Ha reaparecido el buen humor de hace unos días. Si ésta alegría es tan grande por el solo hecho de bajar al pueblo, ¿Que será cuando vayamos a casa con permiso? ¿Y cuando se termine esta maldita guerra?.
Entre la guardia y preparar mis cosas, me pasa la mañana en un vuelo.
A las 11, vienen a avisarnos de la paridera que vayamos ya a comer, pues parece que el relevo será esta tarde. Ante la proximidad del acontecimiento, el buen humor va en aumento. Dos o tres opinamos que habría que buscar letra nueva y adecuada a algunas canciones conocidas. Cuando nos movilizaron, estaba muy en boga una canción francesa -de Roland d'Orsay- llamada “Oh! Mona!” que por tener solista y estribillo con coro, nos iría muy bien. Me dedico a buscarle una letra que sea en verso y que haga alusión a nuestras andanzas desde que estamos en el frente.
Poco a poco, la voy perfilando, pero no quiero decirles nada todavía; será para cantarla cuando vayamos a casa con el permiso.
El segundo turno de permiso ya está en el pueblo y, según dicen, a punto de marcharse. Solo esperan el regreso de la primera expedición. ¡Dichosos ellos!.
La tarde, la dedico a redondear la canción y, la letra sale bastante adecuada. De momento, ya tengo el tema y el nombre decididos. En honor a lo mucho que nos han hecho manejar el pico y la pala, la canción se llamará: “La penya del pic i pala”.
El solista, va relatando las incidencias de la compañía (que es la “penya”), a través de las diversas posiciones que ha ocupado y, el coro, después de cada linea del solista, corea con el estribillo de “Oh! Mona!”. Luego, después de cada estrofa completa, todos cantan el estribillo completo.
A las 5, vamos a cenar, aunque desconfiamos que el relevo suba hoy. Casi seguro, que no vendrán hasta mañana. Es cosa de esperar.
Regresamos a la tienda cantando; seguro que con este silencio, el enemigo debe oírnos, pero no nos importa. También nosotros les oímos cuando, hace unos días, les llegó el relevo.
Esta noche, es cuestión de estar alerta, si cabe, más que de costumbre, pues podría darse el caso de que el que se pasó ayer -ahora ya es seguro-, hubiese dado detalles de la posición. Claro que un ataque no lo esperamos, pues eso, no se improvisa en pocas horas, y menos, en un frente tan alejado y en terreno tan escabroso como éste. Lo que sí entra dentro de lo posible, es un golpe de mano por sorpresa.
Como no entro de guardia hasta las 11.30, después de charlar un rato, me tumbo a dormir.
Me llaman para ir al puesto. Durante mi guardia, a intervalos, he oído algunas explosiones de bombas de mano, pero muy lejanas.
Cuando me viene a relevar el quinto, le advierto de lo oído, y le recuerdo lo que debe hacer según lo que pudiera pasar. Y que vale más pecar por exceso de desconfianza.
Cuando llego a la tienda, doy parte al sargento, al cual encuentro con muchas ganas de charlar. Lo hacemos mientras dura el cigarrillo.

21 de Noviembre de 1937

21 de Noviembre de 1937

Como el comisario Aguadé, me dijo ayer que no tuviera prisa en levantarme, y como la cama estaba tan estupenda, cuando me despierto, son las 9. ¡Que diferente se encuentra el cuerpo al haber dormido “blando”, bajo techo y con solo la ropa interior. Me lavo, afeito y peino con jabón y agua abundante.
Al bajar a la cocina ya estaban terminando de preparar el café con leche.
Sobre las 10, el comisario, el sargento Quintero y yo, emprendemos el camino de regreso a la posición.
Cuando llegamos, los compañeros me preguntan por el desarrollo del festival y yo, les cuento como fue. Están molestos por no haber podido presenciarlo. Consideran, -y con razón- que es el soldado de primera línea quién lleva la parte más pesada de la guerra y, por tanto, quién más necesitado está de moral; que los militares que residen en el pueblo, comen y duermen bien y no llevan tanta carga.
Me cuentan, que ayer volvieron a doblar los puestos de guardia a partir de la una de la noche.
Me entregan carta de mi familia que llegó ayer. Afortunadamente siguen bien y me preguntan que día iré de permiso. ¡Si supieran lo fácil que es que los suspendan! Cuando les contesto, les digo que será... pronto.
Se nos han incorporado los quintos. A cinco, los han destinado a la tienda y han sacado dos veteranos; entre ellos, al buen “tonelada”. Desgraciadamente, se han cumplido los temores que teníamos y estamos bastante contrariados, aunque hay que resignarse.
Al terminar de comer, regresamos a la tienda. Apenas llegamos, empieza a llover y continúa así, toda la tarde. Pasamos el tiempo jugando al dominó.
Como a la hora de cenar, ha cesado de llover, aprovechamos para ir rápidamente a la paridera, cenar y regresar enseguida, pero, a pesar de ello, a medio camino, cae un chaparrón que nos deja mojados como pollos.
El techo de la tienda, cala que es un gusto; caen gotas por todas partes.
Como entro de guardia a las 10, y sólo son las 7, y, además dentro de la tienda llueva casi tanto como fuera, nos tumbamos arropados y tapados incluso de cabeza. Los pobres quintos, están pasando un buen bautismo de agua.
Sobre las 9, viene un enlace de la posición vecina que nos advierte que al oscurecer, ha salido un soldado de su posición a cazar conejos y no ha regresado todavía. Como la noche es oscurísimo y llueve, podría ser que se hubiese desorientado y esperara a que amaneciera para regresar. Pero también podría haberse “pasado” al enemigo; por lo tanto, los escuchas deberán estar más atentos que nunca.
Como ya falta poco para mi guardia, no intento volver a dormir.
A la hora, relevo al escucha que me dice no haber oído nada lo cual se comprende porque el goteo incesante, tapa cualquier rumor.
Poco antes de relevarme, oigo, a lo lejos, la explosión de una bomba. Preparo el fusil, para dar la alarma si se repite, pero no se ha vuelto a oir, ni siquiera un disparo; por lo que me limito a comunicar lo sucedido al que me releva y dar parte al sargento en la tienda. Como el que está ahora de escucha es un quinto, decidimos seguir un rato despiertos el sargento, el cabo y yo, por si sucediera algo. Fumamos y charlamos a oscuras, una hora larga; como no pasa nada, nos tumbamos a dormir.
Ha cesado de llover y ha salido la luna, que ilumina parte del interior de la tienda. Veremos si mañana hace buen tiempo; aunque no nos hacemos ilusiones pues ya hemos experimentado bastantes veces que, en estas alturas, el tiempo cambia con mucha facilidad.

20 de Noviembre de 1937

20 de Noviembre de 1937

Me levanto a las siete, con el tiempo justo para ir a desayunar. Hoy, he descansado bastante bien, aunque me he despertado medio helado.
Al regreso me hago un par de tostadas y casi inmediatamente, entro de guardia. Me llevo un libro para distraerme porque pasar dos horas mirando estas montañas que tengo tan vistas, es muy monótono.
Como calculo que ya es la hora del relevo y éste no viene, me llego hasta la tienda; en ella, sólo encuentro al compañero a punto de relevarme. Me dice que los demás están en la paridera escuchando una conferencia que les da nuestro comisario.
Mientras espero que regresen, me caliento un cubo de agua para lavarme, pues el picor, hace días que vuelve a ser irresistible. Me lavo de cintura para arriba; luego, me afeito y peino. Y, antes de volverme a poner la camisa, procuro despiojarla cuanto puedo.
Ya han regresado los compañeros. La conferencia, ha versado, entre otras cosas, sobre la petición que hicimos para ser relevados; asegura que ha sido atendida y, cuando regrese el primer turno de permiso (dentro de 3 o 4 días), bajaremos al pueblo. Además, les ha encargado me digan que, después de almorzar baje al pueblo, pues esta noche gay allí un pequeño festival y quiere que yo actúe en él. El tiempo que dispongo no me permite gran preparación; por otra parte, no se que público asistirá, cosa que hay que tener en cuenta al seleccionar los chistes a explicar. Pero algo se me ocurrirá por el camino y ya seleccionaré sobre el terreno.
A las 12, vamos a comer. Después de avisar al teniente, tomo el camino del pueblo. Durante el camino, selecciono dos combinaciones de charlas, para la noche.
El camino se me ha hecho muy corto pues, casi sin darme cuenta, tengo el pueblo a la vista. Claro que en ello ha influido el hecho de ir sin carga ni armamento alguno.
Al llegar a Herrera, me presento al sargento administrativo de nuestra compañía, al que pregunto por el comisario. Me indica que está en la iglesia que es donde se hará e festival. Al llegar allí, veo que el escenario, está ya casi montado. El comisario me indica que la función empezará a las nueve de la noche, de modo que me quedaré a dormir en el pueblo.
Paseando, encuentro a dos compañeros a los que les dieron de baja de nuestra compañía y los pasaron a ametralladoras. Nos alegramos mucho de vernos de nuevo. Me llevan a la Cooperativa donde hacen el vino y nos invitan a unos tragos del recién hecho. Estando allí, las campanas de la iglesia, tocan a rebato. Mis compañeros dicen que es aviso de alarma de aviación. Efectivamente, al poco, pasan nueve aparatos enemigos, pero no bombardean. Me llevan a la casa donde están alojados. Allí, les hacen la comida y les lavan la ropa. Es decir, que están como en casa. ¡Quien pudiera pasarlo así! Aunque sólo fuera para poder librarse de los piojos. Pero, está visto, que en la guerra, lo peor, es ser de infantería.
Como se hace tarde, voy a la cocina general a buscar la cena. También la comida es aquí más abundante y mejor condimentada que arriba. Después de cenar nos volvemos a encontrar con los compañeros de esta tarde. Como tienen una guitarra, pasamos un rato cantando coplas de Cataluña, pero también de Aragón, Vasconia, Navarra y Asturias, que hemos aprendido de oírlas cantar a los ex-voluntarios. Nos pasa el tiempo tan aprisa, que cuando nos damos cuenta, ya es hora del festival.
Empieza, apenas llegamos. Primero, actúan unos soldados cantando flamenco, acompañados de guitarra y lo hacen bastante bien. Luego, un cantante de tangos y como final de la primera parte, una rondalla formada por soldados y hombres del pueblo que también han gustado mucho.
La segunda parte consiste en la representación de un drama, en un acto. En el reparto, intervienen dos soldados, un señor y dos chicas del pueblo, que lo hacen muy bien.
En la tercera parte, intervengo yo, con una charla humorística a base de unos cuantos chistes y un par de versos cómicos que tienen muy buena aceptación y cierra el festival un comisario con unos cuantos versos de Zorrilla.
Una vez terminado y cuando regresaba a la casa de nuestro sargento administrativo, se une a nosotros el sargento Quintero, que ha bajado a ver el festival.
Cuando llegamos, el sargento blanco, que es nuestro anfitrión, improvisa un resopón a base de tocino magro, pan y vino. Luego, organizamos una cantada y unos chistes y, hasta las doce, no nos acostamos.
Me va a parecer imposible dormir en cama y no tener que hacer guardia en toda la noche.