18 de Diciembre de 1937

18 de Diciembre de 1937

El frío me despierta antes de que toquen diana. Durante la noche, se ha apagado el fuego y amanecemos casi helados. Me marcho a la otra casa-cuartel -la mía- me lavo y regresó.
A las 8, después del desayuno, me relevan.
Debido al frío, la nieve se está helando y las caídas son frecuentes; hay que andar con mucho cuidado.
Corre el rumor de que hemos iniciado una ofensiva en el sector de Teruel y que está marchas bien.
Como no podemos ir al frontón, no nos queda otro recurso que el club. Allí, pasamos toda la mañana, y también la tarde. Lástima que esté tan oscuro y no se puede escribir. Y, como hoy me toca hacerlo, tendré que ir a la biblioteca por la noche.
Después de cenar, club hasta las siete, que abren la biblioteca. En ella, hace un frío intensísimo; tanto es así, que a las 8, sólo quedamos allí tres soldados. En cuanto terminamos las cartas, nos marchamos enseguida.
Por el camino, nos parece observar que se inicia el deshielo de la nieve.
Llegamos al cuartel totalmente helados y nos acostamos enseguida.

17 de Diciembre de 1937

17 de Diciembre de 1937

Antes de las 7, nos despierta Ribas, para que, a través del ventanuco de la buhardilla, admiremos el panorama que se divisa. Es algo, verdaderamente fantástico; todas las casas, los árboles, el río, todo aparece completamente blanco y con 30 cm de nieve.
Como se acerca la hora del desayuno, nos levantamos y arreglamos y nos quedamos helados de cara y manos.
Llaman para el café. Cuando bajamos y vemos la cantidad de nieve que hay en la calle, dudamos entre hundirnos en ella o renunciar al café, pero el hambre nos decide por lo primero.
Y sigue cayendo nieve. Hoy, lo mejor será pasar el rato que podamos en el club. Y yo tengo guardia, pero como es en el cuartel, cuando no tenga puesto, me vendré aquí.
El primer puesto, lo tengo de 12 a 2. A esta hora, regresó al club y me llevó a Quintanilla y Vilalta que hoy están libres de servicio. Pasamos el rato o cantando y charlando. Nadie toca ya el tema del permiso, por temor a "aguar" la fiesta, ya que cada vez lo vemos más lejano.
Sigue nevando sin cesar, por lo que, en algunos lugares, alcanza ya medio metro de altura.
Después de cenar, volvemos al club. A las 8, me marcho para la guardia. Cuando entro, encuentro a todos sentados alrededor del fuego; me uno a ellos.
Al rato, oímos jarana en el piso de encima. Subo corriendo y el vocerío sale de dentro de una de las habitaciones. Llamo a la puerta. Cuando abren, veo a unos 30 soldados. Unos cantan y otros bailan. No sé qué es lo que deben celebrar. Me piden que les cuente unos chistes; luego, que les enseñe la letra de la canción de la "penya del pic i pala", que ellos van coreando. Como se va haciendo tarde, les ruego que haya silencio para que no venga la patrulla nocturna y nos metan un "paquete". Así lo hacen y se marchan a dormir.
Regresó abajo al cuerpo de guardia y, como los demás, me tumbó a dormir en un banco junto al fuego.

16 de Diciembre de 1937

16 de Diciembre de 1937

Cuando me levanto a las siete, la buhardilla es una nevera. El frío, supera al de otros días. Si no fuera por el hambre y que siento, no me levantaría, pero, haciendo un esfuerzo, voy a por el café.
El rato que permanezco en la cola, me deja helado. Después de pasar lista, nos vamos al frontón para entrar en calor y poder irnos lavar después. Cuando estamos en el segundo partido, empieza a nevar con mucha intensidad. Nos vamos a refugiar al club. Allí encendemos un fuego y lo preparamos todo para la hora de comer.
Cuando llaman a rancho, el pueblo estaba totalmente blanco y su aspecto, el de un bello pesebre; pero el frío es tan agudísimo que no permite entretenerse, y regresamos inmediatamente. Comemos alrededor del fuego; luego, nos hacemos mucho café. Después, empezamos a cantar y, así, pasamos la tarde.
A las 4, toca llamada. Acudimos al cuartel y nos enteramos que el comisario nos dará otra conferencia en la escuela.
Como ya sabemos lo que dice en sus conferencias, subimos a la buhardilla y nos camuflamos allí, hasta la hora de la cena.
Cuando llamar a cenar, la conferencia no ha terminado aún; no obstante, vamos a buscar la cena y nos la llevamos al club.
Vuelve a nevar, pero aquí, junto al fuego, se está muy bien. Además, todos los de la peña, estamos en muy buena armonía, es decir que no tenemos que aguantar impertinencias como sucede en el cuartel.
A las 9, regresamos. Ahora, ni era con mayor intensidad aún. De continuar así, cuando mañana nos levantemos, el pueblo estará desconocido.

15 de Diciembre de 1937

15 de Diciembre de 1937

Nuevamente me ha correspondido la guardia de 4 a 7 de la mañana. También como ayer, aprovechó para asearme y leer.
Voy a por el café. A pesar de ir muy abrigado, paso bastante frío, pero por lo menos, me aireo un poco, después de tantas horas de encierro. En la cocina, me dicen que hoy nos relevarán soldados de otra compañía.
Y, así es efectivamente. Regresamos a cuartel. Hacen formar para ir a hacer instrucción; esto, es una novedad desde que estamos en primeras líneas. Sin embargo, nosotros no iremos por ser salientes de servicios de armas. Además, es irónico que llevando cuatro meses de frente ininterrumpidos, nos hagan hacer instrucción como quien dice, al pie de las posiciones.
Vamos al frontón. Allí, encontramos a Ribas, Lon y Puigmal y hacemos unos partidos.
Después de almorzar, volvemos allí, pues es la mejor forma de combatir el frío. Cuando estamos más distraídos jugando, suena alarma de aviación. Miramos al cielo y vemos 7 bombarderos enemigos en formación de ataque. Efectivamente, cuando llegan sobre el pueblo, descargan 9 ó 10 bombas; luego, siguen hacia Cariñena.
Nos dirigimos hacia la parte del pueblo donde han caído. Afortunadamente las casas destruidas, estaban deshabitadas; pero los cascotes lanzados por las explosiones, han herido a tres soldados. Los colocamos en camillas de la compañía y los llevamos al hospital (?). Luego de practicarles la primera cura, una ambulancia los trasladada al hospital de Fuendetodos.
La población civil, está alarmadísima. Hacía mucho tiempo que el pueblo no era bombardeado y, por ello, casi nadie se iba ya a las cuevas cuando sonaba la alarma.
Al caer la tarde, el pueblo en masa, abandona sus casas y se va a dormir a las cuevas y el refugio. ¡Qué pena da este éxodo!. Muchos son ya ancianos y caminan con dificultad. El dormir en lugares húmedos y fríos les va a perjudicar.
Después de cenar, vamos un rato al club, pero después de lo sucedido esta tarde, no hay humor para cantar. Estamos charlando hasta las 9. Como medida de precaución, el pueblo está sin luz, de modo que no vamos a la biblioteca como teníamos pensado sino directamente al cuartel.
Nos acostamos y charlamos hasta dormirnos.

14 de Diciembre de 1937

14 de Diciembre de 1937

A las 4 me despiertan. Me lavo, afeito y peino, con agua tibia. Luego, me pongo a leer a la luz de las llamas y, así me pasan las tres horas sin darme cuenta.
A las 7, bajo al pueblo a por el café de todos.
Como encerrados aquí, no hay distracción posible, sólo nos queda el recurso de leer, y a ello, dedicamos buena parte del tiempo. Quintanilla y yo, aprovechamos para ponernos mutuamente al corriente de nuestras andanzas, desde que nos separaron de escuadra.
Cuando nos damos cuenta, es hora de ir a por el almuerzo. Le toca a Quintanilla otra vez, lo cual le servirá de paseo y distracción. Claro que también pasara algo de frío.
Después de comer, viene a visitarnos un soldado amigo que ha regresado de permiso en Barcelona y que cuando estuvo a visitar a nuestras familias. Nos cuenta una serie de cosas que nos apenan pues nos hacen comprender las necesidades que están pasando en la retaguardia; amén de los peligros de los bombardeos cada vez más frecuentes. Precisamente el día 8, sufrieron uno terrible.
Se queda a hacernos compañía hasta las 4; entonces se marcha con el compañero que bajar a buscarnos la cena.
Después de cenar, hacemos un buen fuego, pues la noche se ha puesto muy fría. Y nos acostamos pronto. ¡Vaya par de días más sosos!.

13 de Diciembre de 1937

13 de Diciembre de 1937

Como esta noche he descansado muy bien, me despierto antes de tocar diana.
Después del desayuno, pasamos lista; luego, vamos a relevar la guardia del polvorín. Para esta guardián, nuestro grupo ha sido reforzado con soldados de otra sección y, por coincidencia, uno de ellos es Quintanilla. Estamos muy contentos de pasar esta guardia juntos, después de tanto tiempo separados. Llegamos al polvorín y relevamos. El cuerpo de guardia, está muy bien acondicionado; una amplia habitación, con colchones y hogar para hacer fuego. Como no hay leña, Quintanilla y yo, vamos a buscar. Encontramos un tronco ya cortado que debe medir unos cinco metros. El traslado, nos hace sudar tinta, pero tendremos leña para los dos días.
A la hora del almuerzo, Quintanilla va a por el de todos. Como de costumbre, hay arroz hervido, pero hoy, además, sin sal. Si no fuera por el mucho apetito que tenemos, resultaría "inconsumible".
Como no tenemos tabaco, pruebo a tostar hojas de té y fumarlo; esta pasable.
Entre puesto y leer, pasamos la tarde.
Después de la cena -otra vez arroz hervido-, hacemos los números para la guardia. A mí, me tocara de 4 a 7 de la madrugada.
Después de una tertulia que se prolongará hasta las 7, nos decidimos a acostarnos. Al poco, empiezan a salir chinches de las costuras de las colchonetas. Y, como a éstos se unen los piojos que llevamos encima, la cosa se pone insoportable. Tanto es así que hasta cerca de las doce, no podemos dormir. Es decir, hasta que los parásitos se han hartado.

12 de Diciembre de 1937

12 de Diciembre de 1937

A las siete, nos levantamos, sin que haya habido novedad en la noche.
Cuando vamos a por el desayuno, nos enteramos de lo sucedido. Anoche, los que están de puesto en el control de Azuara, detuvieron un cambio en que llevaba pistolas y fusiles ametralladores.
Al pedirles el pase a los ocupantes, éstos, presentaron uno que bien revisado, resultó falsificado. Los detuvieron, y entregaron a la comandancia. Parece que se trataba de oficiales y, encima llevaban unos planos. No sabemos qué pensar de todo esto.
A ratos nieva, si bien se funden antes de llegar al suelo. Se comprende fácilmente el frío que hace hoy.
Nos pasamos la mañana en el "club", alrededor del fuego. Allí comentamos lo del camión con armamento. A ninguno nos parece las cosas verosímil; por lo menos, tal como lo cuenta. ¿quién puede embarcarse en una aventura así? ¿Quién puede traer desde retaguardia hasta el frente, un camión con ese armamento? ¿Dónde lo llevaban? Cuántas vueltas le damos, más cuento nos parece.
Cuando llaman a comer, vamos a buscarlo y regresamos a comerlo aquí, bien calentitos.
Estamos toda la tarde leyendo, charlando y tomando café. Lástima que con el calor, los piojos están que muerden. Si fuera posible escaldarnos la ropa todos...
Otro domingo, perdidos en estas montañas y llenos de miseria.
Ya hace dos días que hemos terminado el tabaco.
De momento, no hay noticias de volver a subir a las posiciones. Esto, nos animó un poco y decidimos cantar un rato. Además, añadimos un par de estrofas a la "cançó del pic i pala".
Llamar a pasar lista. Cuando llegamos, me entregaron una carta de Botella. Me nombran de guardia en dos días en el polvorín.
Después de cenar, regresamos al club, hasta los ocho. Después a la biblioteca, a buscar un par de libros para la guardia.
Por el camino nos cruzamos con la tercera compañía de nuestro batallón Chile es la que, según rumores, íbamos a relevar nosotros y que baja de las posiciones. Nos dicen que han sido relevados por la segunda, que llegó de permiso hace unos días.
Esto, nos alegra mucho osamenta las posibilidades de pasar unos días más en el pueblo. Les preguntamos si saben algo del permiso; no saben nada seguro, aunque han oído decir que quizá sonado viernes. ¡qué alegría si fuera verdad! Pero es mejor no hacerse demasiadas ilusiones.
Regresamos al cuartel. Yo me preparo macuto con todo lo necesario y me tumbo a dormir.
No puedo conciliar el sueño. Solo imaginarme la llegaba a casa con permiso... Pero procuro desechar estos pensamientos porque si luego no se realizan, la tristeza será mayor.

11 de Diciembre de 1937

11 de Diciembre de 1937

Cuando me despierto, ya ha bajado uno a por el desayuno.
Como el relevo vendrá pronto, empezamos a recoger todo lo nuestro.
Cuando salgo fuera de la tienda, para doblar las mantas, veo un dedo de hielo sobre el techo de la chabola. He tenido que volver a entrar rápidamente, pues había salido sin abrigarme. Los demás, que ya lo sabían, me han tomado el pelo y se ríen de mi, aunque de buena fe.
Llega el café y, no bien lo hemos terminado, llega el relevo.
Bajamos al pueblo y nos dirigimos al cuartel. Descargo los trastos, tomo la toalla y me voy al frontón. Allí, encuentro a la “penya”; me uno a ellos y estamos jugando hasta las 10. Luego nos vamos a lavar al río.
Cuando regresamos al cuartel, escribo a casa diciéndoles que quizá deberemos esperar un poco más para tener permiso.
Después de almorzar, vamos al “club”, pero no hay humor, no hay canto. De todas maneras, charlamos bastante, tanto, que cuando llaman para cenar todavía estamos aquí.
Echamos a correr y llegamos a tiempo para pasar lista. Después de cenar, como hace mucho frío, volvemos al “club”. Aún queda un poco de fuego, lo reanimamos y nos calentamos.
He traído una bolsa llena de granos de cebada del dormitorio y la tostamos en una vieja sartén. Luego, trituramos los granos con una botella. Cuando están bien molidos, calentamos un cazo de agua y hacemos un café estupendo. De modo que ya tenemos asegurado el café para estas tertulias. ¡Lo malo es si nos marchamos!.
Después de un par de horas de charla, regresamos al cuartel y nos acostamos, sin armar ruido, pues hay muchos que ya están durmiendo.
Serían las doce, cuando nos despiertan diciendo los cabos a todos que nos levantemos y nos preparemos con correaje y armamento y estemos a punto por si había llamada.
Una vez vestido y equipado, me vuelvo a tumbar y tapado con la manta, procuro descansar el tiempo que pueda.
A la una y media nos dicen que, a las dos, habrá noticias. Pero como a las dos no hay novedad, nos acostamos de nuevo, aunque equipados.
Me despierto y suenan las cuatro; no creo que a esta hora nos llamen ya. Me duermo pues, nuevamente.

10 de Diciembre de 1937

10 de Diciembre de 1937

A las 6, nos levantamos. Volvemos a encender fuego, que se había consumido durante la noche.
Han bajado dos a por el desayuno.
Está muy nublado, pero como no hace viento, el frío es más soportable.
Llega el café, lo recalentamos y nos hacemos unas tostadas. Luego, voy con otro a buscar leña y queda uno de guardia.
Regresamos con un par de troncos; el frío nos ha pasado. Unos leyendo y otros escribiendo, vamos pasando el rato hasta que llaman a buscar el almuerzo. Baja un quinto a por él. Regresa con el acostumbrado arroz. Luego, vuelta a la lectura y fumar algún cigarrillo; aunque se nos están terminando y los tenemos auto-racionados.
De vez en cuando, el paso de algún coche, rompe la monotonía de la guardia.
Se han presentado Ribas y Puigmal, diciendo que por el pueblo corre el rumor de que mañana subiremos de nuevo a las posiciones, y, por lo tanto, esta tarde a las seis, nos comeremos la gallina. Y, regresan al pueblo.
Paso la tarde partiendo leña y leyendo.
Cuando regresa el quinto con la cena, emprendo el descenso al pueblo y me dirijo a casa de la señora Pilar, donde ya me esperan los compañeros.
Damos buena cuenta de la gallina con arroz; lástima que no tenemos vino. Pero al fin de la comida, Lon saca una botella de “Chartreuse” que le ha enviado su familia. También en este caso, los señores de la casa, aceptan nuestra invitación.
Estamos charlando un rato, si bien sin alegría como el otro día. El sospechar que mañana volveremos “arriba”, nos baja la moral.
Esta vez, y apoyándonos en que los de la casa han puesto el arroz y otros condimentos, les obligamos a aceptar algún dinero.
Como no puedo estar mucho rato ausente de la guardia, me despido de los señores y de José, y emprendo el regreso. Que como es cuesta arriba y a oscuras, lo encuentro bastante pesado.
Al fin, llego al puesto.
Estamos charlando un rato y luego me echo a dormir.

9 de Diciembre de 1937

9 de Diciembre de 1937

Antes del toque de diana, me levanto me lavo y me preparo cuanto debo llevarme.
Pasan lista y destinan las guardias. A mí, me corresponde ir a la carretera de Aguilón. De modo que hacia allá nos dirigimos.
Está situado el puesto en un alto a la salida del pueblo. Sopla un viento bastante fuerte. Como aquí no hay colchonetas, tendremos que dormir sobre el duro suelo. Los que relevamos, nos advierten que la barraca está llena de pulgas, piojos y ratas. ¡Vaya porvenir!.
Cuando nos quedamos solos, inspeccionamos bien la chabola. Hay unos cuanto boquetes por los que se cuela mucho aire; nos dedicamos a taparlos con piedras. Además, al encender el fuego, el humo queda dentro y ahoga por lo que hacemos un agujero en el techo en un rincón. De esta forma, el fuego arde mejor y el humo sale por ahí. Así, ya no estamos tan mal y es posible permanecer dentro resguardados del viento. ¡Parece mentira que ninguna de las guardias anteriores, se haya molestado en arreglarlo!.
Nuestra misión aquí, consiste en detener todos los coches y camiones, exigirles el permiso de circulación, anotando en una libreta la matrícula y el motivo del viaje.
Cuando se acerca la hora de almorzar, uno de los nuestros se va al pueblo, en busca de la comida del grupo. Yo, a las dos, me largaré al pueblo a comer en casa de la señora Pilar, pues así lo decidimos ayer. Pero como el apetito no falta, comeré algo de rancho.
Cuando llega el del rancho, me trae un recado de la “penya”; me advierten que no baje, pues, de la gallina no hay nada. ¿Que habrá pasado?
El cielo se ha encapotado y el viento sigue fuerte igual. No bien terminamos de comer, empieza a caer granizo y, coincidiendo con ello, un frío intensísimo.
Pasa el tiempo y el viento no afloja; el pedrisco, ha durado media hora. El campo, aparece totalmente blanco. Reanimamos el fuego, pues es cosa de vencer el frío.
Hasta ahora, han pasado seis coches, a los que hemos detenido y anotado itinerario.
Empieza a oscurecer. Hay que ir a por la cena y, me toca a mí. Bajo al pueblo. Voy al cuartel a ver si, como otras veces, hay coñac para la guardia; pero, no hay suerte. Me dan la consigna, pues nuestro cabo no estará con nosotros esta noche ya que se quedará con los del polvorín.
Los compañeros de la “penya”, han aplazado la comilona para el sábado que saldré de guardia y tendré el día libre. De modo que les agradezco la atención.
Recojo la cena y la subo al puesto. Al llegar, la recalentamos y, así, está pasable. Luego, estamos de tertulia hasta las diez.
Han pasado dos camiones llenos de tropa que van a relevar a los de arriba en las posiciones.
Mientras uno queda de vigilancia, los demás nos acostamos. Al poco, llega un enlace que nos dice estemos alerta pues han cortado la línea telefónica con las comandancias de Aguilón y Asuara, donde está la comandancia de la brigada.
Así lo hacemos, pero sin advertir nada anormal.

8 de Diciembre de 1937

8 de Diciembre de 1937

Como ayer nos acostamos tarde, no he oído ningún toque de corneta. Afortunadamente, los compañeros me avisan a tiempo para ir a por el desayuno. El café, está hoy más aguado que nunca.
Cuando regresamos, nos lavamos y peinamos en el río.
Vamos a una casa, que antes fue posada, a pedirles si nos quieren guisar el cabrito. Afortunadamente, no ven inconveniente en ello, así como tampoco en proporcionarnos el pan y el vino. De modo que después de entregarles el cabrito, no tenemos que preocuparnos de nada más. ¡Al fin podremos hacer una comida decente!.
Tocan fajina, y como todavía faltan dos horas para ir a la posada y tenemos mucho apetito, acordamos ir a por el arroz que, aunque es viudo y hervido como desde hace días, damos cuenta de él.
A las dos, nos vamos a la posada. Ya tienen todo preparado; sobre la mesa hay dos panes y una jarra con dos litros de vino.
Primero, sirven medio cabrito guisado. ¡Está riquísimo pues, aún sin especies, la salsa está buenísima! En este primer plato, desaparece un pan y una jarra de vino. Luego, el otro medio asado, con otro pan y otra jarra de vino que no están menos buenos que los anteriores. Ha sido una comida estupenda que merece ser rematada con una cantada. Así lo hacemos y cuando les llega el turno a las canciones aragonesas, se unen al coro las chicas de la posada y lo pasamos muy bien. Cuando menos lo esperábamos, suena la corneta, llamando a nuestra compañía.
Después de abonar el gasto, salimos pitando hacia el cuartel. Cuando llegamos, nuestro comisario se prepara a darnos una conferencia. Total, nada interesante; la repetición de cuatro archisabidos tópicos.
Cuando termina, es hora de cenar, pero decidimos no ir al rancho pues nos sentimos satisfechos. Lo que demuestra que si nos dieran alimentos calóricos, no estaríamos siempre pensando en comer.
Nos vamos al “club”, encendemos un buen fuego y nos ponemos a cantar. Sobre las nueve, suspendemos los cantos y nos vamos a la biblioteca, pues como mañana tenemos guardia en la carretera, voy a disponer de tiempo para leer; me llevo un par de libros.
Regresamos al cuartel y nos acostamos enseguida.

7 de Diciembre de 1937

7 de Diciembre de 1937

Tenía tanto sueño, que no he oído levantarse a los compañeros. Son ya las ocho.
Como ya han traído el desayuno, después del café, me voy a lavar. Luego, hago estos apuntes, y a esperar el relevo de un momento a otro.
La señora que el otro día nos hizo aquella memorable cena, nos ha conseguido una gallina. Hemos quedado en que mañana nos la hará con arroz.
Llego al cuartel y el sargento García me dice que me apresure pues debo entrar de guardia otra vez. ¡Esto si que no! La ordenanza militar me consta que esto no lo permite, por tanto le digo al sargento que esto es irreglamentario. Como éste apenas me hace caso, me voy en busca del teniente a quien le digo que dos servicios seguidos no se pueden ordenar. Este lo acepta y dice que no lo haré hasta mañana. Esto, hace que debamos cambiar los planes respecto a la cena que tenemos proyectada. De modo que vamos a advertir a la señora Pilar que haga la gallina para esta noche, pero encontramos cerrada la puerta de la casa.
Al caer la tarde, regresa la señora Pilar de casa de unos parientes; le proponemos el cambio para pasado mañana. No bien salimos a la calle, encontramos a Lon que nos dice que ha comprado un cabrito y ya está muerto y arreglado. Mañana buscaremos donde nos lo guisen.
Después de cenar, vamos a casa de la señora Pilar y junto al fuego, estamos charlando con su esposo y su hijo José, hasta las ocho.
Luego, vamos a la biblioteca a buscar algo para leer. Apenas llego, encuentro allí un cabo que me está buscando para hacer ronda por el pueblo durante la noche. -¡Ya volvemos a lo mismo de esta mañana! Vamos al cuartel y hablo con Lon, que por ser cabo furriel, es quien nombra los servicios. Este, me dice que ha creído que yo preferiría hacer este servicio a tener mañana guardia todo el día. Ya que, este servicio consiste en vigilar el orden del pueblo de 9 a 12 de la noche. Acepto el trato.
Salimos cuatro soldados y el cabo. El viento, ha menguado. La noches, a pesar de ser estrellada, es muy oscura. Entramos en el antiguo café del pueblo, donde están sentados varios paisanos alrededor de una estufa. Nos convidan a fumar y nos quedamos un rato con ellos. Luego, salimos a dar una vuelta por el pueblo. Como ya hace un rato que han tocado silencio y de una casa sale mucho griterío, llamamos a la puerta y les hacemos callar. Luego, vamos hasta comandancia a ver a la guardia de allí. Después de charlar un rato con ellos, hacemos lo mismo con los del polvorín, en las afueras del pueblo. Al llegar, encontramos a todos durmiendo; les despertamos, y les damos el gran susto. Se levantan y nos invitan a unos tragos de vino. A las 12, regresamos al cuartel. ¡A dormir hasta mañana!.

6 de Diciembre de 1937

6 de Diciembre de 1937

Entre sueños, oigo sonar la corneta, por lo que me levanto enseguida. Pregunto porque no me han llamado a las siete, hora en que debía entrar de puesto nuevamente, y me dicen que entre el que me relevó y yo, hicimos dos horas de más -por no haberse oído el toque de la campana-, de modo que hasta las 9 no habrá otro puesto.
Tomo el café del desayuno, me lavo y entro de guardia.
El viento, sigue igual, si bien la temperatura no es tan baja.
Durante el puesto, ha pasado el cartero del batallón, que es conocido mío y le pregunto si tiene prensa. Me promete que luego me la traerá y así lo hace.
Cuando termino, subimos a la cocina con el cabo Lon a calentarlos y leerla. En ella, se comenta la retirada de voluntarios extranjeros en nuestra guerra civil, con la que está de acuerdo el gobierno de la república. ¡Veremos si los “nacionales” están de acuerdo a retirar italianos y alemanes y se llega a un acuerdo!.
Vamos a buscar la respuesta al pastor que debía proporcionar los cabritos y nos dice que no le es posible vendérnoslos, porque el Comité, se lo ha prohibido. Ante ésta negativa nos marchamos mohínos. ¡Cuantos obstáculos se nos ponen a los soldados para adquirir alimentos y, en cambio, no hay sargento u oficial que no lleve comprados ya dos o tres cabritos y varios litros de leche! Pero ya es sabido que el soldado siempre es el perjudicado en todo. Pero, en evitar esto es en lo que debería consistir la misión de los comisarios; en cambio, siempre suele hacer causa común con los mandos en sus cuchitriles, y, a nosotros, se nos recomienda conformidad.
Gracias a la familia de esta casa, vamos a poder beber un vaso de leche, después de comer. A ellos, les corresponden tres litros, pero han pedido un poco más y nos la cederán a nosotros. Claro que se lo abonaremos, pero, aun así, se lo agradecemos mucho.
A las 12, voy a buscar la comida y, de paso, traigo algo de leña de la cocina y, antes de comer, encendemos fuego en una lata. A su alrededor nos sentamos, y damos cuenta del aguado arroz “viudo”.
Nebot, nos dice que se sigue sin noticias de los permisos. Y, el último turno, debe regresar hoy.
Paso un buen rato leyendo un libro de versos de un autor chileno llamado Pablo Neruda.
Hoy, tampoco hay luz, de modo que, en cuanto nos movemos un poco en el cuerpo de guardia, tropezamos con todo. Esto, nos decide a acostarnos. Como no me duermo enseguida, mil pensamientos acuden a mi mente. Procuro ahuyentarlos y dormir, aunque me cuesta mucho, lo hago al fin.
A la una, me llaman al puesto. Cerca de las dos, oigo acercarse un camión; abro la puerta de la calle. Cuando para, delante de comandancia, veo que son los del permiso que regresan.
Transcurre la otra hora de guardia sin novedad. El viento, sigue imponente.

5 de Diciembre de 1937

5 de Diciembre de 1937

A las 7 tocan diana. Pasamos lista. Preguntan quienes saben escribir a máquina y quienes entienden de mecánica; me apunto para lo primero.
Desayunamos y nos vamos a Comandancia a relevar; somos cuatro soldados y un cabo. O sea que haremos dos hora de puesto y seis de descanso.
La Comandancia, está en una casa del pueblo y el cuerpo de guardia, en el patio de la casa de enfrente. Hay colchonetas de paja y, aunque se duerma sobre el suelo, lo haremos calientes y blanditos. Descargamos todo. A mí, me toca el último número, o sea de 3 de la tarde haré el puesto. Como tengo mucho tiempo por delante, me pongo a leer.
A la casa donde está el puesto de guardia, han llegado tres carros llenos de sacos de cebada para los dueños. Les ayudamos a subirlos al granero; esto, nos hace pasar el frío. Después, hago estas anotaciones.
Han pasado tres trimotores sobre el pueblo; en dirección a Fuentedetodos.
He hablado con Nebot -mi ex-compañero de escuadra y que está ahora en la oficina del Comisario del batallón-, y me asegura que sobre los permisos, no se sabe nada en concreto.
También he conversado con un soldado de los que regresaron de permiso hace sólo unos días. Me cuenta que ha regresado tan pronto, porque en Barcelona, apenas llegar, le robaron la cartera. Como no tiene allí su familia, para estar “sin blanca”, decidió regresar antes. Los demás expedicionarios, son esperados mañana o pasado.
A las 3, entro de puesto. El fuerte viento, forma unos remolinos de tierra que se meten en los ojos. ¡Pobres los de arriba en las posiciones, sobre todo los que estén en la tienda! Quizá pronto nos veremos arriba otra vez.
El puesto, se hace muy largo; no llegan nunca las 5. Al fin suena el reloj y me relevan
La familia de la casa del cuerpo de guardia, nos invita a que subamos a calentarnos en el hogar de su cocina. Como estoy helado, me viene de perilla. Allí, conversamos con el dueño. Parece que eran gente acomodada que vivían en Belchite aunque también tenían tierras aquí en Herrera. Les preguntamos si saben de alguien que quisiera vendernos leche. Nos acompañan a casa de unos amigos suyos, pero ya la tienen comprometida. También nos interesamos por comprar un cabrito o parte de él. En una casa nos dicen que mañana nos contestarán, aunque suponen que incluso podrían ser dos si queremos.
Regresamos a la hora de cenar. Uno de los nuestros, se desplaza a buscar la comida de todos. Desde hace varios días, la comida es la misma: garbanzos y arroz, en ración escasa y sólo hervido. Ni asomo de carne y apenas aceite, es decir alimentación sin grasas. Y, con este frío, a la media hora ya la hemos quemado y tenemos hambre otra vez.
Como en el puesto de guardia hay luz eléctrica, después de cenar, leemos un rato. Pero, al poco, se apaga; posiblemente el fuerte viento ha roto algún cable.
Como pasa un buen rato y seguimos a oscuras, decidimos extender las colchonetas y echarnos bien tapados, para no sentir tanto el frío. De momento, estamos charlando, pero poco a poco la conversación languidece hasta que el sueño nos vence.
A las 11, me llaman de guardia. Hace un viento tan huracanado que a pesar de estar a unos cien metros del campanario, no se oyen dar las horas. Afortunadamente la guardia nocturna, se hace en la escalera de la comandancia y con la puerta de la calle cerrada. Me arropo bien con el capote y así va pasando, muy lento, el tiempo. Me relevan y me acuesto.

4 de Diciembre de 1937

4 de Diciembre de 1937

A las 7, me levanto, abro la puerta de la calle y me coloco de guardia en ella.
Cuando llaman a desayunar, me lo van a buscar y como en la puerta. De vez en cuando, entro a calentarme en la cocina pues hace un frío glacial. Incluso los del pueblo, ya acostumbrados al frío, se quejan de la baja temperatura.
A las 8 me relevan; hoy tendré libre día y noche.
Me reúno con Lon, Ribas, Murall y Puigmal y combinamos el programa para el día. De momento, nos vamos al frontón y jugamos varios partidos. Esto, nos hace reaccionar contra el frío por lo que nos vamos a lavar al río. El agua está muy fría, pero apenas lo notamos. A las 9, nos vamos a la casa abandonada que localizamos hace unos días y que decidimos sería nuestro club. Encendemos un buen fuego. Sólo tenemos algo de corriente de aire, pero eso lo resolvemos colocando unas puertas de los armarios rotos. Entonces, empezamos la sesión (coral). Ensayamos algunas canciones a varias voces pero la sorpresa se la doy, comunicándoles tener escrita ya la letra de la canción de nuestras andanzas. Como la música la conocen todos, empezamos a ensayarla y nos sale muy bien. Desde luego, se aprueba el nombre: “La peña del pic y pala”. Nos pasa la mañana volando.
Al toque de fajina salimos corriendo hacia la cocina. Después de comer, volvemos al “club”; el cabo González, se ha unido al coro. Repasamos las canciones. Para variar un poco, cantamos algunas zarzuelas.
Suenan las campanas de alarma de aviación, pero no nos movemos.
Como a las 4.30 acostumbran a pasar lista, regresamos al cuartel. Pero llegamos tarde, pues lo han hecho a las 4. Tenemos que presentarnos al sargento de guardia el cual nos lleva a parte y nos dice que, cuando toquen el pito para pasar lista, procuremos estar aquí, pues esto se hace para comprobar que la tropa no está lejos. Y, que más que nada, lo hace para controlar a los quintos de la compañía -que ya son bastantes-, pues a los veteranos ya nos tiene confianza. Además, me dice que me había hecho buscar para que me presentara al Comisario del batallón para hacerle de secretario, pero como no me encontraban han recomendado a otro. ¡La suerte me ha pasado cerca, pero de largo!
Vamos a cenar. Como hace mucho viento, decidimos subir al granero-dormitorio. Algunos, nos piden que les cantemos las canciones que estábamos ensayando. Así lo hacemos, pero no la de la “peña”, que reservamos para dar una sorpresa camino de casa cuando vayamos con permiso. Insisten en que la cantemos ahora. Atraídos por las voces, van subiendo los del piso de abajo, de modo que, al fin nos decidimos a cantarla, en el dormitorio, pasamos de cuarenta. Es un verdadero éxito. Ya la han aprendido todos. Habrá que buscar algunas estrofas más, pues si bien resulta alegre y pegadiza, queda algo corta.
Como se ha hecho tarde, dejamos el canto, no nos vayan a llamar la atención.
Preparo mis cosas para mañana, pues entro de guardia 48 horas en Comandancia. Cuando tengo todo en el macuto, me acuesto.

3 de Diciembre de 1937

3 de Diciembre de 1937

Como estoy de guardia y no debo pasar lista, no me levanto al toque de diana, sino que espero hasta la hora de desayunar. Después, voy a coserme pantalones y capote que tienen un par de descosidos. Después, envío una postal a mi abuela felicitándola por su santo, que será el día 8 próximo.
Se acerca la hora de almorzar. Hoy, estoy de guardia; junto con otros tres compañeros, cubriremos el día y la noche. Tocan llamada a nuestra compañía. ¿Para que será? Cuando llegamos, nos indican que el comisario quiere hablarnos. Ya hace unos días que el arroz nos lo guisan completamente solo, es decir sin nada de carne ni otro acompañamiento, y queda como si fuera hervido pues el caldo, es agua. Nos dice que debemos conformarnos y tener paciencia con lo que nos den.
Como después de cenar, no tengo puesto hasta las diez, vamos con los amigos, a la casa donde nos hicieron cena hace unos días y estamos de tertulia junto al fuego hasta las 9. Le damos dinero a la señora por si puede comprarnos algo para comer pues ella lo tendrá menos difícil.
Me voy al puesto de guardia, cerramos y nos quedamos en la cocina como ayer. Hay una excelente temperatura. Al poco, el picor de los piojos resulta insoportable. Al fin, nos dormimos, salvo el de puesto. De 3 a 5, cubro mis dos horas.

2 de Diciembre de 1937

2 de Diciembre de 1937

A las 7, tocan diana e inmediatamente el pito para formar la compañía. Nos advierten que después de desayunar, acuartelamiento en la compañía para vacunarse. Veremos si hoy, va en serio.
Como a las nueve, nadie dice nada de la vacuna, nos vamos al frontón, pues aquí, nos pelamos de frío ya que la cocina y su hermoso fuego, está ocupado por los tenientes y sargentos. Después de un par de partidos, ya hemos reaccionado.
Cuando regresamos, vemos la compañía formada delante del botiquín de sanidad. Nos unimos a ella.
Cuando me toca el turno, advierto que ya me la dieron en Mataró hace cinco meses y, por tanto, no es necesario que me la vuelvan a aplicar. Insiste el sanitario, pero estoy decidido a no dejarme pinchar innecesariamente y además sería peligroso hacerlo. Al fin, no me la aplican.
Regreso al cuartel a leer hasta la hora de almorzar. Cuando llaman, voy a por ella y me pongo a comer junto a un ventanuco por el que entra el sol. Cuando termino, me pongo a leer, pero acabo por amodorrarme. Como el tiempo es malísimo y no convida a pasear, subo al granero-dormitorio a hacer la siesta ¡Vaya vida vegetativa e inútil! Me paso la tarde durmiendo.
A las 4, llaman a formar; pasamos lista; leen la orden del día y a buscar la cena.
Esta noche me toca guardia en la otra casa-cuartel, -la de Vilalta y Quintanilla-, que está junto a la nuestra.
Llegado el momento, me traslado allí. Cerramos la puerta de la calle y como en la cocina hay un buen fuego nos sentamos varios a su alrededor y estamos charlando. Llega el teniente, y se sienta con nosotros. Yo, le pregunto si sabe algo de los permisos, y él, contesta que, seguramente iremos a casa por Navidad.
Cuando todos se retiran a dormir. Me tumbo en el banco junto al fuego y estoy estupendamente. Casi enseguida me duermo.

1 de Diciembre de 1937

1 de Diciembre de 1937

A las 6 me llaman para que haga la última guardia. Me levanto, tomo la toalla dispuesto a lavarme, lo mismo que ayer, pero al llegar a la cocina veo que el teniente ya se ha levantado y está intentando encender el fuego. No lo consigue y lo intento yo, sin lograrlo tampoco. Al fin, me dedico a subir en buscar de un pedazo de trapo que empapo en petróleo y, así, logramos nuestro propósito.
Al poco, tocan diana. Voy a despertar al sargento de día. Me relevan. Después de pasar lista, vamos a por el café.
Se rumorea que ha llegado la orden de aplicar la vacuna antitífca a toda la fuerza. Si es así, cuando nos toque a nosotros alegaremos que ya nos la dieron en Mataró hace sólo unos meses y, por tanto, sus efectos aún perdurarán por lo menos medio año.
La mañana, es helada; seguro que es la temperatura más baja hasta hoy. Apenas circula nadie por las calles. La plaza y los puestos, otros días llenos de soldados, aparecen hoy, completamente desiertos. Incluso el “frontón”, está vacío. Nosotros, no podemos jugar, por falta de pelota ¡Con lo bien que nos vendría! No tenemos más remedio que pasarnos la mañana en el cuartel ya que han dado orden de que no salga nadie, hasta el momento de ir al botiquín a darnos la inyección. Mientras esperamos alrededor del hogar, comentamos que, precisamente hoy, se cumplen 5 meses de nuestra incorporación.
Al fin llaman a comer. Hemos perdido la mañana esperando en vano.
Después de comer, renuevan la orden de acuartelamiento, pues el comisario “tiene que leernos una cosa”. Nueva espera de una hora. Al fin comparece Aiguadé y nos lee un artículo referente a los rumores que circulan sobre la mediación extranjera y armisticio de nuestra guerra civil. Asegura que se trata de bulos a los que no hay que hacer caso y que han nacido a causa de los viajes de Negrín y Companys al extranjero. Cuando termina su comunicado, nos dejan salir.
Vamos al frontón, pero ya está ocupado. Nos dedicamos a pasear, pero la tarde es tan fría que volvemos a encerrarnos en el cuartel a leer.
Un teniente nos ha dicho que seguramente volverán a dar permisos. Pero ya no hacemos caso.
Después de cenar, leen la orden y nombran los permisos. Esta noche no tengo guardia; de modo que después del puesto de 6 a 7 de la tarde, ya estoy libre. Entonces, hacemos una partida de cartas hasta las 10. Luego, a dormir.

30 de Noviembre de 1937

30 de Noviembre de 1937

A las 5, me llaman para la guardia. La hago en la puerta de la casa-cuartel, que da a la calle y que permanece cerrada. Viene a ser una especie de imaginaria. Decido aprovechar el tiempo de modo que entro en la cocina y me lavo. Luego, me tuesto un poco de pan con aceite en espera de la hora de desayunar. Después, escribo una carta a un amigo; pero no puedo terminarla pues tocan diana y, a poco, viene el relevo.
Vamos a buscar el desayuno. Como el “frontón” está junto a la cocina, ya nos quedamos en él a jugar. Cuando íbamos por el cuarto partido, oímos la corneta llamando a nuestra compañía. Regresamos corriendo.
Una vez formada ésta, nos comunican que se ha recibido orden de que todo el mundo se corte el pelo al cero. Claro está que la orden es sólo para soldados y cabos.
Nos reunimos todos y acordamos cortarnos el pelo muy corto, pero no al cero, pase lo que pase; a pesar de habernos amenazado si desobedecíamos la orden. Después de pasar por el barbero, volvemos al frontón y estamos jugando hasta la hora de almorzar.
Después de comer, termino la carta para mi amigo de Barcelona.
Se dice que al comandante, le ha parecido bien la forma como nos hemos cortado el pelo. ¡Menos mal que ha sido así! A mí, no me extraña esta aprobación del comandante al que considero más humano y educado que los oficiales y comisario de nuestra compañía. Sobretodo, este último que, la verdad es que no representa ningún apoyo para la tropa, cuando, precisamente esta es la misión de este cargo.
Por la tarde vamos a echar las cartas al correo y pasear un rato.
En cuanto nos dan la cena, nos vamos a comerla al cuartel, ya que el tiempo es muy frío. Después de cenar, entro de guardia hasta las 7. Durante el puesto en la puerta, se ha ido extendiendo una niebla muy espesa. Pienso en los que están en las montañas y me imagino lo mal que deben pasarlo. Me relevan. Subo a la buhardilla. Algunos, están jugando a las cartas. Como veo que no hay ambiente para haber un “coro”, ni lo propongo. Me pongo a leer junto al cabo Lon que hace lo mismo bajo un candil, que aprovecho. Cuando nos viene el sueño, apagamos la luz y nos acostamos.

29 de Noviembre de 1937

29 de Noviembre de 1937

Día nublado si bien no hace tanto frío ni viento como ayer.
Después de lavarme en el río, voy a buscar el desayuno. Allí, me dicen que a las 9, vendrán a relevarnos los de la segunda sección de la compañía.
Después de desayunar, empezamos a recoger todo. Apenas terminamos, llega el relevo. Luego de explicarles la misión aquí, emprendemos el regreso al pueblo. Llegamos a la casa-cuartel, descargamos y colocamos todo. Luego, vamos a pasear con varios compañeros también relevados hoy.
Como en la compañía no hay espacio para leer o escribir, buscamos una casa de las destruidas y abandonadas, para ir a pasar los ratos libres. Además, si te quedas en la compañía, te endosan cualquier servicio que se presente, en lugar de hacerlo por turno, como correspondería.
No lejos, encontramos una que nos gusta, pues tiene una amplia cocina con un buen fuego y bancos a ambos lados. Tampoco nos faltará leña para quemar, pues hay mucha madera entre las ruinas en el patio. Esta tarde, haremos ya la tertulia aquí.
Después de almorzar, vamos a jugar a pelota en una especie de frontón que hay cerca de aquí. Luego de un par de partidos, paseamos por el pueblo. Estos cuatro compañeros son con los que me he unido desde que me separaron de la sección de Vilalta y Quintanilla -que hoy están de guardia- y también proceden de Mataró.
Durante el paseo, me invitan a cenar con ellos en una casa particular. No aceptan mi negativa, pues me dicen que ya han encargado para cinco.
De modo que, en cuanto es la hora, nos dirigimos a la casa. Cuando llegamos, la señora ya está friendo una sartén de setas con cebolla; setas, que los cuatro encontramos ayer en el bosque y, que ésta mañana han traído a esta casa donde ya les conocen de cuando llegamos al pueblo. Además, han traído una lata grande de carne rusa, dos de judías en conserva y una de mermelada de naranja. Y, como bebida, una cantimplora de vino y una botella de anís.
A las cinco, ya está todo listo. Empezamos con las judías fritas con la carne rusa; están sencillamente fantásticas. En este primer plato, comemos un chusco entre todos. Luego, las setas con salsa, y otro pan. Después, la mermelada y, como gran final un vasito de anís.
A todas las invitaciones que hemos hecho a la gente de la casa han rehusado, pero no han podido resistir la tentación del anís. ¡Hacía tanto tiempo que no lo bebían! En vista de estas manifestaciones, hacemos otra ronda general, sentados alrededor del fuego.
Parece mentira esta especie de anhelo por comer, que se ha despertado en todos nosotros. Sinceramente declaramos que, en casa, la mesa nos preocupaba poco.
¡Que bien estamos en este ambiente casero! Nos parece habernos acercado un poco a casa.
La señora, nos hace unas rosquillas fritas, de la masa que tiene preparada, para hacer el pan esta noche. Como están riquísimas, lo celebramos con otra ronda general de anís.
Inevitablemente, llegan las confidencias. Este matrimonio, además del pequeño que les acompaña, tiene dos hijos en el frente; del uno, van recibiendo noticias, del otro no saben nada. Dicen que, esto que han hecho por nosotros carece de mérito porque, con su hijo, probablemente otra familia hará lo mismo. Y, por eso, al querer retribuirles por el trabajo, se niegan a aceptar nada y casi se lo toman a mal. Les prometemos que si vamos con permiso, les traeremos un obsequio de Barcelona.
Entre tanto, llega un matrimonio vecino; el motivo es que desean escribir a su hijo, también movilizado y… no saben.
Cual sería nuestro asombro al ver que quien se encarga de hacerlo, es el pequeño de la casa que tendrá unos ocho años. Si bien es verdad que a esa edad, en la ciudad, casi todos los niños saben leer y escribir, en un pueblo pequeño como este, y en esas circunstancias, no es cosa frecuente. Además, su letra es muy buena.
Luego de escrita la carta, se marchan los dos hombres y el pequeño a una reunión.
Son las 9. Parece mentira lo deprisa que han pasado estas horas. Nos despedimos y regresamos al cuartel. Nos hacemos la cama, encima del grano -que, por cierto resulta bastante frío-, y nos acostamos.
Cuando empezamos a dormirnos el sargento García nos comunica que nuestro pelotón, tiene guardia esta noche. Como estos avisos “relámpago” ya no nos vienen de nuevo, apenas decimos nada.
Cuando sea la hora ya nos llamarán. Como tengo sueño atrasado me duermo casi enseguida.

28 de Noviembre de 1937

28 de Noviembre de 1937

A las 3.30, me llaman para seguir con la guardia. Como el fuego está bastante animado, me siento junto a él, para no perder el calor que sentía en la cama.
Como estoy medio endormiscado, procuro desvelarme. Comparo esta guardia con las de arriba en las posiciones; a pesar del servicio casi permanente aquí, resulta incomparablemente mejor ya que hace menor frío y estamos mejor instalados. Además, cuando nos releven, pasaremos unos días de descanso en el pueblo. No comprendo como nuestros mandos nos lo pintaban tan mal.
No ha pasado nadie en toda la noche. Ahora comprendo por que los que hemos relevado se pasaban la noche durmiendo los dos guardias. Pero no vale la pena exponerse, por un par de horas de sueño. Aún admitiendo que las horas de la madrugada resultan pesadas.
No se por que, me vienen al pensamiento los tiempos en que hacía teatro de aficionados y pienso que, aquello, quizás no vuelva más.
Son las seis y empieza a clarear. Pongo al fuego el caldero con agua. Cuando se ha calentado, me lavo la cara y manos pues, sí lo hago con agua fría, no quedan limpias completamente.
Luego, llamo al compañero, lavo el cacharro y me voy al pueblo a por el pan y el desayuno.
Hace un viento bastante frío. Por el camino, encuentro a hombres del pueblo que, a pesar de ser domingo y no trabajar, por la fuerza de la costumbre, ya están levantados.
En el cuartel de la compañía recojo el pan, y en la cocina la leche. Regreso a la posición, calentamos la leche, nos hacemos unas tostadas y almorzamos.
El cabo, me ha dicho que, seguramente, nos relevarán mañana. Aprovechando las facilidades que aquí tengo, pensaba escaldarme la ropa, pero, ante el posible relevo, decido no hacerlo pues, mañana, debería llevármela mojada. Esperaré a hacerlo en el pueblo.
El viento, no ha menguado y resulta imposible leer al sol fuera de la cabaña. Lo hago pues dentro junto al fuego.
Mientras hago el puesto, mi compañero va a por la comida. Después de comer, hago estas notas.
Paseando por la carretera, llega hasta nosotros un muchacho del pueblo; tiene unos 14 años. Nos cuenta que, hasta hace poco, trabajaba incluso hasta los domingos. A pesar de sus pocos años debe hacer el trabajo de los mozos que están en el ejército. Como el pueblo está ocupado por el ejército desde el principio de la guerra, debido al trato con los soldados, ya ha aprendido a montar y desmontar todas las piezas de un fusil.
Apenado, pienso que, desgraciadamente, en España, habrá hoy muchos chicos con esta triste habilidad.
Mientras mi compañero va a por la cena, preparo el candil, reanimo el fuego y estiro los jergones. Así, me pasa el tiempo rápidamente. Cuando regresa con la comida, le noto muy entristecido; además, no quiere cenar. Por su situación de incorporado hace poco, me imagino debe pasar por un periodo de añoranza. Me acerco a él, y le insisto para que me cuente su pesar a que se debe. Al fin, se desahoga y me enseña una carta que ha recibido de su novia, en la que le cuenta que sus relaciones van a tener consecuencias… En fin, que espera un crío. Él, dice que pensaban casarse pronto, pero que la movilización tan rápida lo ha impedido. Como viven en el pueblo, él piensa en el calvario que pasará la muchacha, a causa de las habladurías. Procuro consolarle diciéndole que, en tiempos de guerra, estos casos son bastante frecuentes y, por ello, la gente no los juzgará con el rigor de tiempos de paz.
El cabo, dice que nos hará un puesto durante la noche, para que nos resulte menos pesada.
Las siete; empiezo mi guardia. A las nueve termino y me tumbo a dormir… Y a rascar.
A la una, me llaman de nuevo. Aprovecho el fuego que hay, para hacerme un poco de té del que me enviaron de casa y que aún no he probado. Está buenísimo.
Tengo que arroparme bien, pues a pesar de estar resguardado hace mucho viento. Me quedo amodorrado por unos momentos; cuando me desvelo, falta poco para mi relevo. Añado leña al fuego, llamo al cabo y me tumbo otra vez.
Mi último pensamiento antes de dormirme es que… hoy, era domingo.

27 de Noviembre de 1937

27 de Noviembre de 1937

Nos despierta el toque de corneta a desayunar. Cogemos plato, pan, toalla y jabón.
Después de tomar el café, nos vamos río abajo y nos lavamos bien. Vilalta y Quintanilla también se afeitan.
Mientras lo están haciendo, viene un enlace de mi sargento y me dice que regrese enseguida pues debo relevar -con mi escuadra- a los que hacen la guardia del pueblo.
Regreso y nos preparamos. Antes de marchar, nos dan el chusco y cuatro paquetes de tabaco. Menos mal que podemos volver a fumar, pues ya hacía días que no teníamos.
Forman la sección; una escuadra hará la guardia en la carretera -una especie de policía militar-, y otra, en la carretera de la izquierda, a mi escuadra, nos toca esta última, que está a medio kilómetro del pueblo y junto al río.
Aquí, quedamos solos dos soldados; uno de los incorporados hace poco y yo. El puesto consiste en una choza adosada a un muro paralelo a la carretera y que tiene cosa de un metro de “cubierta” afuera, bajo la cual se puede hacer un pequeño fuego.
Y si llega el caso, se está resguardado del viento y de la lluvia. Además hay dos colchonetas de paja. Creo que estaremos bien.
Colocamos nuestro equipo, de la mejor manera posible.
Procuraré enterarme de cuantos días estaremos aquí.
Mientras el compañero vigila la carretera, hago estas anotaciones.
El cabo, que hace cosa de una hora había ido a relevar el otro puesto a su cargo, llega y me encarga vaya a buscar el almuerzo, pues ya se ha oído la llamada. Cojo una olla que hay ya aquí, destinada a ello, y voy a buscarlo a la cocina general, en el pueblo. Como ya es el último arroz que quedaba, y de aquí a la posición hay unos diez minutos, cuando llego, está hecho una pasta. Pero como ya nos lo habíamos figurado, tiene agua caliente preparada, lo “aclaramos”, le añadimos un poco de sal y queda estupendo. Además, con más ración de la que nos hubiera correspondido de estar en el pueblo.
Aunque suponemos que sólo vamos a estar aquí dos o tres días, procuraremos pasarlo lo mejor posible.
La proximidad del río, nos permite limpiar bien los platos y cucharas, que ya les convenía. Como a las cinco ya oscurece, y la noche se nos haría muy larga, vamos a ver si podemos tener luz. Aquí, hemos encontrado candil, pero no tiene mecha ni aceite. Lo primero, lo resolvemos con la cinta de una alpargata vieja que hemos encontrado aquí; para arder hemos pedido un poco de petróleo en el garaje del batallón. De modo que esta noche, tendremos luz.
La tarde, la empleamos en explorar el terreno que nos rodea. Hemos hallado un pequeño huerto abandonado, y en un rincón, antiguas matas de judías abandonadas, por lo que se ve, ya hace tiempo que están así, pero buscando bien, hemos encontrado judías granadas ya secas. Ésto, ha sido suficiente para dedicar una hora buscando, y recogido medio plato de judías. Pensamos dedicar un rato todos los días, hasta recogerlas todas. Y, si los permisos no se suspenden, podré llevarlas a mi familia.
Como son casi las 4.30, el otro compañero se va en busca de la cena.
Yo, entre tanto, y ante la proximidad de la noche, reanimo el fuego. Hago un cigarrillo y contemplo la puesta de sol. Con ella coincide el regreso de los pastores con sus rebaños que bajan de la montaña. A pesar de la tranquilidad de este paraje, la naturaleza se encarga de formar un dúo a cargo de un pequeño salto de agua en el río, frente a nosotros, y el viento al tropezar con los chopos de la carretera.
El sol, acaba ocultándose tras las montañas; apenas puedo escribir. Como no dispongo de encendedor de llama, tendré que esperar al regreso de mi compañero para encender el candil.
Mientras tanto, dejaré que me envuelva la oscuridad y mi pensamiento vuele lejos de aquí, hacia aquellos que tanto amo y que deseo poder abrazar pronto.
Llega el compañero con la cena. Me dice que en el pueblo la orden de hoy -que leen cada noche- contiene un comunicado del general Pozas en el que informa de la suspensión de los permisos. De modo que ya no hay duda sobre ello.
Mientras cenamos, no hacemos alusión a ellos; evitamos el tema. Yo porque la noticia me ha puesto de mal humor y él porque lo comprende; a pesar de que, por su reciente incorporación no le corresponde beneficiarse de permiso.
Al fin, decidimos encender el candil. ¡Que bien se ve! Parece luz eléctrica. Pero cuando más distraídos estamos, se ha inflamado y caído sobre la colchoneta, empezando a arder ésta. Enseguida, nos hemos tirado sobre el fuego y con una manta, lo hemos apagado, antes de que se extendiera más. Como dentro de la choza, tenemos el saco con las bombas, no era cosa de entretenerse. Mañana buscaremos la forma de tener luz con mayor seguridad.
Estamos charlando a oscuras hasta las ocho. A esa hora, él, se queda de guardia, y yo me hecho a dormir, pero me es imposible conciliar el sueño debido a los piojos. Durante el día, no es que no molesten, pero de noche es algo insufrible. A las diez que entro de puesto, aún no había pegado ojo.
Relevo al compañero, y salgo fuera de la cabaña a por un poco de leña y reanimo el fuego. Pensando en mil cosas, pasa una hora y media. De pronto, oigo acercarse alguien. Salgo fuera y doy el ¡alto! Es el cabo que viene del otro puesto para hacernos un rato de compañía hasta que termine mi guardia.
Cuando llamo al otro compañero, se queda con él. Yo me tumbo y, tras muchas vueltas, consigo dormirme.