28 de Noviembre de 1937

28 de Noviembre de 1937

A las 3.30, me llaman para seguir con la guardia. Como el fuego está bastante animado, me siento junto a él, para no perder el calor que sentía en la cama.
Como estoy medio endormiscado, procuro desvelarme. Comparo esta guardia con las de arriba en las posiciones; a pesar del servicio casi permanente aquí, resulta incomparablemente mejor ya que hace menor frío y estamos mejor instalados. Además, cuando nos releven, pasaremos unos días de descanso en el pueblo. No comprendo como nuestros mandos nos lo pintaban tan mal.
No ha pasado nadie en toda la noche. Ahora comprendo por que los que hemos relevado se pasaban la noche durmiendo los dos guardias. Pero no vale la pena exponerse, por un par de horas de sueño. Aún admitiendo que las horas de la madrugada resultan pesadas.
No se por que, me vienen al pensamiento los tiempos en que hacía teatro de aficionados y pienso que, aquello, quizás no vuelva más.
Son las seis y empieza a clarear. Pongo al fuego el caldero con agua. Cuando se ha calentado, me lavo la cara y manos pues, sí lo hago con agua fría, no quedan limpias completamente.
Luego, llamo al compañero, lavo el cacharro y me voy al pueblo a por el pan y el desayuno.
Hace un viento bastante frío. Por el camino, encuentro a hombres del pueblo que, a pesar de ser domingo y no trabajar, por la fuerza de la costumbre, ya están levantados.
En el cuartel de la compañía recojo el pan, y en la cocina la leche. Regreso a la posición, calentamos la leche, nos hacemos unas tostadas y almorzamos.
El cabo, me ha dicho que, seguramente, nos relevarán mañana. Aprovechando las facilidades que aquí tengo, pensaba escaldarme la ropa, pero, ante el posible relevo, decido no hacerlo pues, mañana, debería llevármela mojada. Esperaré a hacerlo en el pueblo.
El viento, no ha menguado y resulta imposible leer al sol fuera de la cabaña. Lo hago pues dentro junto al fuego.
Mientras hago el puesto, mi compañero va a por la comida. Después de comer, hago estas notas.
Paseando por la carretera, llega hasta nosotros un muchacho del pueblo; tiene unos 14 años. Nos cuenta que, hasta hace poco, trabajaba incluso hasta los domingos. A pesar de sus pocos años debe hacer el trabajo de los mozos que están en el ejército. Como el pueblo está ocupado por el ejército desde el principio de la guerra, debido al trato con los soldados, ya ha aprendido a montar y desmontar todas las piezas de un fusil.
Apenado, pienso que, desgraciadamente, en España, habrá hoy muchos chicos con esta triste habilidad.
Mientras mi compañero va a por la cena, preparo el candil, reanimo el fuego y estiro los jergones. Así, me pasa el tiempo rápidamente. Cuando regresa con la comida, le noto muy entristecido; además, no quiere cenar. Por su situación de incorporado hace poco, me imagino debe pasar por un periodo de añoranza. Me acerco a él, y le insisto para que me cuente su pesar a que se debe. Al fin, se desahoga y me enseña una carta que ha recibido de su novia, en la que le cuenta que sus relaciones van a tener consecuencias… En fin, que espera un crío. Él, dice que pensaban casarse pronto, pero que la movilización tan rápida lo ha impedido. Como viven en el pueblo, él piensa en el calvario que pasará la muchacha, a causa de las habladurías. Procuro consolarle diciéndole que, en tiempos de guerra, estos casos son bastante frecuentes y, por ello, la gente no los juzgará con el rigor de tiempos de paz.
El cabo, dice que nos hará un puesto durante la noche, para que nos resulte menos pesada.
Las siete; empiezo mi guardia. A las nueve termino y me tumbo a dormir… Y a rascar.
A la una, me llaman de nuevo. Aprovecho el fuego que hay, para hacerme un poco de té del que me enviaron de casa y que aún no he probado. Está buenísimo.
Tengo que arroparme bien, pues a pesar de estar resguardado hace mucho viento. Me quedo amodorrado por unos momentos; cuando me desvelo, falta poco para mi relevo. Añado leña al fuego, llamo al cabo y me tumbo otra vez.
Mi último pensamiento antes de dormirme es que… hoy, era domingo.

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