4 de Noviembre de 1937


4 de Noviembre de 1937

A las 4.30, me llaman para la guardia. Me abrigo bien, pues sopla el cierzo.
Relevo a mi compañero, y me sitúo en un lugar más estratégico desde donde observo mejor y me resguardo del viento tras unas carrascas.

Lentamente, va ascendiendo el lucero del alba, precursor del sol, que le seguirá en su camino ascendente. Amanece. La oscuridad, desaparece poco a poco. Primero, se distinguen las cumbres de las montañas que tengo frente a mí; luego, y a medida que asciende el sol a mi espalda, se iluminan completamente, hasta que llega a mí, y calienta mi espalda con su calor.
Por la altura del sol, deduzco que serán ya las seis.
Me dirijo a la tienda en busca del relevo. Y,efectivamente, es la hora en punto.

Me reanimo al calor de la hoguera que ya han encendido mis compañeros y me hago unas tostadas que acompañan al chocolate de Quintanilla.
Luego, vamos a la paridera a desayunar. Como el tiempo es bueno, el paseo es agradable.
Hoy, nos dan café con leche, aunque muy aguado. Muchas veces hemos protestado y propuesto que, en lugar de medio plato de líquido, sería preferible, nos dieran sólo un vaso y más concentrado. Pero no hay forma de convencer al cocinero. Por lo menos estos desayunos tan acuosos nos sirven para lavar el plato de la cena del día anterior. Pues la situación, no permite el lujo de lavar el plato después de cada comida. ¡Lo que va de ayer a hoy! Quien nos iba a decir que íbamos a comer días y días en un plato que sólo se lava de vez en cuando. Y, mientras tanto, nos limitamos a pasarle una miga de pan o a pasarle un poco de hierba si la hay. Y, aquí, no la hay.
Regresamos a la tienda con el desayuno de los que quedaron allí.

Antes de venir a charlar conmigo, el viejo pastor estuvo hablando con los de la tienda, y les contó que del rebaño que cuidaba cuando estalló la guerra, se le escaparon cinco cabras y que sabe que están por el lado del río y en este sector. Al comentarlo hoy con el sargento, éste ha decidido pedir permiso al capitán para ir a cazarlas. Cuando regresa, solicita cuatro voluntarios para ir con él. Menos el que está de guardia, nos ofrecemos todos. Lo que nos demuestra, y le demuestra a él, que con un poco de buena voluntad, nuestras relaciones pueden ser excelentes. Escoge a cuatro por medio de suertes a la paja más corta (otro acierto por su parte, ya que así no desaira a nadie). Yo soy de los elegidos.
Como sólo llevamos el fusil, y algunos cargaderos, vamos bastante ligeros. Bajamos lomas y barrancas hasta llegar al río, que ya no baja tan caudaloso como el otro día.
Por el camino, hemos bastantes conejos, pero a mucha distancia y entre tanto matorral, que es inútil dispararles. Vamos cribando el terreno. Al fin damos con la cueva donde duermen. La abundancia de excrementos, algunos recientes, es prueba concluyente. Habrá que venir de madrugada y sorprenderles antes de que salgan.
Regresamos a la tienda, por unos atajos bastante empinados. Apenas llegamos, entro de guardia. Me viene bien, pues aprovecho para descansar de la excursión.

Cuando me relevan, encuentro la comida que me han traído. La recaliento en el rescoldo de las brasas de la hoguera matutina. También me han traído vino, por cierto, mejor que el del otro día que, según me dicen, uno que tirar, pues ni para guisar valía.

Por la tarde, el teniente me envía a devolver un fusil al a posición donde está el capitán. Me lo encarga a mi, porque ya conozco el camino, de cuando fui a buscar sal. El viaje, me distrae y permite pasar un rato charlando con los compañeros de allí, que me cuentan sus cosas y yo, las nuestras. Desde luego, están mucho mejor que nosotros, no sólo en cuanto a cobijo,sino también en cuanto a comida. Por lo que me cuentan que comen el comisario, capitán y sargentos, sospecho que el suministro llega para toda la compañía y que se reparte y distribuye desde aquí, no se hace equitativamente, es decir, de acuerdo con el número de hombres de cada posición. La parte del león que se quedan los mandos cuando reparten el aceite, café, leche, carne y azúcar, les ha sido confirmado por los cocineros de la posición que, como nosotros, vienen de Mataró. Y, lo más desleal, es la posición del comisario de la compañía, Aguadé, que en vez de poner coto a esos abusos, -como corresponde a su cargo-, hace causa común con ellos y se beneficia en el reparto. Por todo ello, regreso de mal humor.

Vamos a cenar a la paridera y regresamos enseguida. Yo, tengo guardia de 6 a 7. Por el camino, encontramos al comisario que viene del pueblo y nos dice que pronto tendremos permiso. Sólo se espera que regrese el comandante para organizarlo.
La alegría que nos da la noticia, no la puedo expresar. Los platos, vuelan por el aire, y el optimismo se apodera de nosotros.

Hago la guardia, pero no vienen a relevarme hasta las 7.30.
Cuando llego cerca de la tienda, me dan el ¡alto!, exigiéndome la contraseña, cosa que nunca habían hecho. Entro en la tienda, que está totalmente a oscuras. El sargento, no se que debe sospechar; el hecho es que no cesa de dar instrucciones para el caso de que la posición fuera “copada” por el enemigo en un golpe de mano nocturno (actuación a seguir, forma de lanzar las bombas, etc. etc.), tengo la impresión de que ha empinado un poco el codo y desea echarse un farol a costa nuestra. Como estamos a oscuras, nos tapamos la cabeza, mientras él sigue charlando. Me duermo con el murmullo.

3 de Noviembre de 1937


3 de Noviembre de 1937

A las 5.30 el sargento nos hace levantar. El, ha dormido toda la noche y no ha salido de la tienda absolutamente para nada. Es decir que ha descansado sin tener que mojarse ni enfriarse, con la lluvia que ha caído durante la noche.
Después de enviarnos a recoger leña por los alrededores, encendemos una hoguera a unos metros de la tienda. Aprovechamos para poner a secar las mantas y los capotes.
Dos, se quedan acompañando al de guardia y los demás nos vamos a desayunar a la paridera. Cuando llegamos, aún están todos durmiendo y del café, nada todavía.

El viento, arrastra las nubes y parece que va a aclarar el tiempo. El café llega al fin pero más aguado que nunca. Nos llevamos el de los compañeros que quedaron en la tienda y regresamos.
El sargento, me envía a buscar sal a una posición que está a unos 4 kilómetros. Tomo mi fusil, me lo coloco en bandolera y me lanzo carrascal adelante. Espero que con las indicaciones que me ha dado, podré localizar la paridera. Desde luego, nunca me las he visto tan frescas, en plan montañero.
Durante la excursión, he disfrutado mucho. El camino es casi llano, la vista estupenda y, en el silencio, sólo se oyen cantar los pájaros. La guerra, parece lejana. Y, en realidad, aquí lo está.
Al cabo de una hora, doy con la paridera y me dan la sal. Descanso un poco, mientras charlo con los compañeros. Aquí, hay una sección completa de mi compañía con el teniente Saura y sus sargentos y cabos correspondientes y además el capitán y el comisario. La paridera, es muy grande. La tropa, está cómoda y desahogadamente alojada bajo techo de tejas. El Mando, ha instalado su vivienda en un cuarto aparte, junto a la cocina que es muy grande y está muy bien equipada de cacharros y con una gran chimenea. Puigmal y Ribas, están haciendo de cocineros.

Por el camino de regreso me cruzo con Villalta y Quintanilla que van a llevar el parte de su posición. Por lo que me cuentan, están, poco más o menos tan mal, como en la tienda nuestra. Ayer, recibieron paquetes y me regalan una tableta de chocolate. Después de charlar un rato, nos despedimos.
Como ahora ya conozco el camino, tomo por un atajo en medio de la espesura de carrascas y, cuando menos espero, se levanta una nube de perdices. Y, a poco, un conejo, atraviesa corriendo, sin darme tiempo a apuntarle.

Llego a nuestra paridera y entrego la sal al cocinero. Ya me guardaba los garbanzos del almuerzo.
Aún no he terminado de comer, ya tenemos al sargento que ordena de regreso a la tienda, pues dice que hay que construir trincheras. ¿será posible?.

Al llegar, entro de guardia. Durante el día, el puesto lo hacemos más alejados de la tienda, en un pequeño pico que domina mucho terreno. Desde aquí, se divisa, perfectamente el Moncayo, cuya cumbre está nevada todo el año. Desde aquí la vista es magnífica, pero el cierzo, sopla imponente.
Aprovecho para hacer aquí estas anotaciones, pero me resulta difícil, ya que se me hielan los dedos. También los pies se enfrían mucho y debo pasearme, golpeando con ellos el suelo. Me pregunto, si ahora es así, ¿Que será cuando nieve?.

Cuando más distraído estaba y sin oírle acercarse, llega junto a mí, el viejo pastor del otro día. Va retirando con su pequeño rebaño que, por cierto, sigue el camino con solo la vigilancia del perro. Hoy, puedo observarle de cerca. Por su arrugada y curtida piel, resulta imposible calcular su edad. Me dice: que tiene 60 años y que siempre ha hecho de pastor por estos montes; que ahora, se encuentra cohibido con todos nosotros por aquí; que antes de la guerra se pasaba meses sin bajar al pueblo; que las ovejas, parían aquí arriba muchos corderos, en las parideras que ahora ocupamos.
Le pregunto ¿que comía durante sus largas permanencias aquí en el monte? Y me contesta que muchas cosas: patatas, bellotas, tocino salado y fruta de las viñas de abajo. Que ahora come mejor y cobra más, pero que prefería los tiempos de antes. Y añade: “Y usted perdone pero es que ya soy viejo y no entiendo que a causa de una guerra para defender la libertad, me quiten la libertad que tenía yo y me prohíban llevar a pastar a mis ovejas donde iba antes. Y me quitan la paridera que durante tantos años ocupé”. Y ves que sus ojos se anegan de lágrimas. Se las seca con el dorso de la mano y dice que el frío es la causa de las lágrimas. Pero yo dudo de su sinceridad y creo que se deba a la añoranza de tiempos, para él, mejores.

El rebaño, ya no se ve; se despide con un breve: “Con Dios” y, al poco, desaparece entre las carrascas. Aún me parece oír las últimas palabras que ha pronunciado; palabra que, desde hacía meses, no oía pronunciar, al menos, en voz alta. ¡Dios! ¿que debe pensar El, de ésta nueva versión del Caín y Abel, que estamos dando los españoles?.
Comprobamos que continúa la doble censura del correo; cuando sale de Barcelona y cuando llega a la compañía. A mí, me da igual, pues mis cartas son de mi familia o algún amigo. Pero muchos, las reciben de sus novias o esposas y, el sargento García, hace bromas sobre ellas, lo que demuestra que el, también las lee. Eso, no está bien y creo que traerá líos.

Los libres de servicio vamos a cenar a la paridera. Alli el teniente nos dice, que esta noche, la guardia será sencilla como de costumbre.
El cabo González, me comenta que el sargento García le ha comentado que cree que habrá permisos. Yo, le digo que estas periódicas noticias sobre permisos, me parecen consignas para elevarnos la moral en momentos críticos.

Cuando nos preparamos para regresar, el sargento García le dice al enlace que le recoja los trastos que tienen en la tienda y se los traiga aquí, donde se va a quedar. Y que, dentro de un par de días, le sustituirá el otro sargento. Esto, nos alegra pues, aparte de que en estos dos días tendremos más libertad, el sargento Quintero que nos destinan, es bastante buena persona.

Cuando llegamos a la tienda, encontramos allí a Quintero. Por lo visto el capitán ha anticipado su llegada. Estamos convencidos que nos entenderemos bien con él.

Una vez organizada la guardia de esta noche, nos tumbamos y mientra esperamos que llegue el sueño, tenemos la charla de costumbre. El sargento, interviene en ella, y nos dice que, posiblemente, tendremos permisos. Aprovechamos para hablarle de nuestro descontento por el trato despectivo y hasta diríamos tiránico que recibimos de los mandos de la compañía. Nos habla con una franqueza desacostumbrada en ellos desde que nos hemos incorporado. Nos aclara que este trato, se debe, sencillamente porque ellos son voluntarios desde que se inició la guerra, y nosotros, nos hemos incorporado por haber sido movilizadas nuestras quintas. Le hacemos ver que esta situación, rebaja nuestra moral. El, lo reconoce y también nos “descubre” que existe cierta desconfianza por parte de ellos hacia nosotros, por ignorar si somos o no, leales a la causa que defiende la República. Está de acuerdo en que la culpa es de ellos, por no haber ido pulsando el modo de pensar de cada uno de nosotros. Si en vez de ir a cazar o vivir aislados, tuvieran relación y charlas con nosotros, ésta desconfianza habría desaparecido. Por otra parte, si alguno de nosotros hubiera deseado pasarse al enemigo, en Fuentedetodos, al hacer de escucha nocturna fuera de los parapetos y a pocos metros del enemigo, había sobradas ocasiones para hacerlos. El sargento Quintero reconoce que tenemos razón.
La charla, ha durado casi dos horas, pero ha valido la pena. Hay que reconocer que es el hombre mejor de todos los mandos.

A las 8, apagamos el candil. Hemos podido utilizarlo, porque el sargento, no ha visto inconveniente alguno en que hubiera luz en el interior de la tienda.
Los piojos, vuelven a molestarme. Poco me ha durado el efecto de escaldar la ropa, pero, se comprende que en esta promiscuidad en el dormir, si no lo hacemos todos a la vez, resulta esfuerzo inútil.

2 de Noviembre de 1937


2 de Noviembre de 1937

Hoy, es la antigua festividad de los difuntos. ¡Cuantas familias deben llevar luto y visitar sus muertos caídos en ésta guerra! Y los que, aún peor, cayeron en campos de batalla y no saben donde están enterrados. Me imagino, todos los que fueron quemados en Belchite. Después de desayunar, hacemos dos viajes a un campo que esta a una media hora de aquí y cargamos gran cantidad de paja que vamos colocando en el suelo de la tienda a modo de jergón. 

Durante estos viajes, observamos que en las montañas más altas ya hay nieve en sus cumbres. Pronto habrá aquí y entonces con el equipo delgado que llevamos, veremos quien resiste el frío. A ello, habrá que añadir que dentro de la tienda, no se puede hacer fuego y que la comida, nos la traerán de la paridera, de modo que comeremos siempre frío.

1 de Noviembre de 1937


1 de Noviembre de 1937

Me he puesto de acuerdo con el cocinero y, a una hora que él no lo precisa, me presta un caldero y pongo agua a hervir. Cuando está a punto, escaldo el pantalón, camiseta y calzoncillos y los pongo a secar. Cuando una vez secos me los vuelvo a poner lo hago con cierto reparo a pesar de haberlos escaldado.

Apenas me he cambiado, nos dicen que mi escuadra y la segunda, cojamos picos y palas y una tienda de campaña de lona desmontado y sigamos a nuestro sargento. Este, nos lleva a cosa de dos kilómetros de aquí, donde la planicie forma una especie de morro. Aquí, vamos a plantar la tienda de campaña que ocuparemos las dos escuadras y que será la posición más avanzada de este sector. ¡Ya decía yo ayer, que el bienestar duraba mucho!
El terreno, es infame y húmedo a más no poder. Tenemos que limpiarlo de matorrales y arbustos en un radio de 30 metros. Como no disponemos de hachas, lo hemos tenido que hacer a golpe de pico, por lo que el trabajo ha resultado cansadísimo. Luego de nivelado el suelo, hemos levantado la tienda, lo que también ha costado lo suyo, pues ninguno éramos practico en ello.

Como pasan ya de las doce, regresamos a la paridera a comer. A las dos, volvemos a la tienda a trabajar. El sargento García, dice que ésta noche, tenemos que dormir ya aquí. Si es así, vamos a quedar envarados con la humedad que hay.

A las cuatro, ha venido el capitán Emilio, a ver la instalación. Según parece, lo de dormir aquí, es un bulo.

Al regresar a la paridera, hemos visto una “pava” enemiga. ¡Cuánto hacía que no las veíamos!

Esta tarde, un sargento de la compañía, ha bajado al pueblo, y ha comprado 40 litros de vino para todos. ¡Qué ilusión poder comer con vino! Claro está que lo hemos pagado entre todos.
A la hora de cenar, nos llenan el vaso a cada uno. Lo probamos y ¡es agrio!. Tanto, que a pesar de las ganas que tenemos de tomarlo, no podemos tragarlo.

Parece que los sargentos se han dado cuenta de que no queremos tratos con ellos y les han bajado mucho los humos.

Donato Padrón “el tonelada”, es el soldado más forzudo de toda la compañía y creo que del batallón. Mide casi dos metros y pesa más de cien kilos. En Barcelona, era descargador del muelle y dos soldados que le conocen de allí, aseguran que se cargaba un saco lleno, debajo de cada brazo. Vino con nosotros desde Mataró. Es un muchacho buenísimo. Precisamente hoy, ha recibido de su casa, un paquete con tres botellas de coñac y nos convida a todos los soldados. Vaciamos una botella en medio de una gran juerga en el cobertizo.
Por lo visto, los sargentos García –hay dos con éste apellido-, han oído nuestro jaleo desde la cocina y han tenido la “cara” de venir a pedirle que les invite. Estos dos sargentos son unos analfabetos, que hacían de peón de la construcción, y cuando estalló el Alzamiento, se hicieron voluntarios para vivir sin dar golpe. Ahora, con los galones se creen ser “alguien” y cuando nos mandan algo parece que traten con animales y, sin embargo, ahora, por un trago de coñac, se arrastran como perros. Uno de ellos, sobresale en éste sentido y, precisamente es el que vamos a tener como jefe de puesto, en la tienda de campaña. Pero las dos escuadras, ya nos hemos puesto de acuerdo respecto a la conducta a seguir con él. Sólo pensamos hablarle cuando se trate de cosas del servicio y no podamos hacerlo con el cabo; de lo demás, ni dirigirle la palabra.

Después de cenar, y según ya empieza a ser costumbre, un poco de charla humorística hasta la hora de dormir.
Guardia de 2 a 3, sin novedad; al regreso, me quedo con el cabo González en la cocina y me caliento junto al fuego, antes de acostarme. Charlamos en voz baja, para no despertar a los sargentos y al teniente. El tema, es el de siempre; la marcha de la guerra y sobre su posible fin, que todos deseamos tanto, aunque no nos hacemos ilusiones sobre ello.
Según me dice, abajo en el pueblo, donde está la comandancia de nuestro batallón, vuelve a rumorearse sobre permiso, pero como ya estamos tan escamados, no creemos en ello.

A las cinco, me voy a acostar. La escaldada de la ropa, me permite dormir mejor; aunque, no sé si serán manías, vuelvo a sentir algo de picor.

31 de Octubre de 1937


31 de Octubre de 1937

Después del café del desayuno, y a pesar del frío que hace –pues está muy nublado,- me he vuelto a desnudar completamente. ¡Que horror! La camiseta, vuelve a estar llena de piojos. Inmediatamente, voy a por agua, la caliento un poco y me lavo.

Suprimo la camiseta y, encima de la camisa, me pongo un jersey que me envió mi familia y que tenía en el macuto y que estará limpio de ésta porquería. Con ésta indumentaria y pantalón solamente, me voy abajo al río y allí lavo la mitad de la ropa sucia. Hoy, pasaré frío, pero prefiero eso, a que los piojos se me coman vivo. El resto de la ropa, la lavaré esta tarde, si no llueve. Mirándola detalladamente, veo que está imposible. Me horrorizo al pensar que llevo ésta ropa hace ya tantos días y comprendo el motivo de este picor que no me dejaba vivir.

Nos han entregado un carnet del Ejército; precisamente hoy, cuando cumplo el cuarto mes de incorporación. ¡Parece mentira como pasa el tiempo! Creo que se debe al frecuente cambio de posiciones, aunque nunca habíamos estado en una tan “buena” como ésta. Veremos lo que durará.

Los quintos, van tomándonos confianza, pues procuramos se una a nuestras tertulias. También los vamos familiarizando con el manejo del fusil y de las bombas de mano, ya que esto último lo desconocían totalmente.

Una escuadra, ha ido a buscar uva a otro lugar, y, cuando regresan, nos cuentan que, al llegar, han encontrado a otros soldados allí; al no saber quienes eran, les han dado el ¡alto!. Aquellos, se han escondido entre el viñedo, preguntándoles, a su vez, qué fuerzas eran. Y ninguno quería identificarse. Afortunadamente, uno de ellos, ha reconocido a varios de los nuestros y la situación se ha aclarado, evitando así un zafarrancho. Resulta que son de otra compañía que ocupa posiciones más alejadas.

Como no hace sol, ni viento, la ropa está tan mojada que no me la puedo poner. Esta noche, me voy a helar.

Después de almorzar, como caen gotas y no podemos salir al exterior, nos ponemos a charlar sobre la festividad de mañana –Día de todos los Santos-, y de cómo la celebrábamos otros años. A pesar de todo, hay bastante buen humor. Luego, charlamos de películas y llegamos a remontarnos al cine mudo de la infancia nuestra. Luego, le toca el turno al teatro, hasta que reparten la cena. Nos han pasado cuatro horas, casi sin darnos cuenta y sin mencionar la guerra una sola vez.

A las ocho, decidimos descansar. Es uno de los días que más tarde nos acostamos.

A las doce, me llaman para la guardia; la oscuridad es total. Cuando termino y regreso en busca de relevo, casi me pierdo, pero, al fin, doy con la senda que lleva hasta la paridera.

30 de Octubre de 1937


30 de Octubre de 1937

Día espléndido. Aprovechamos para lavarnos “ a fondo”. Ya no tengo duda; el picor se debe a los piojos. Mientras me lavaba, he dejado la camiseta y la camisa al sol, y con el calor han salido de entre las costuras de estas. Me he cambiado amabas piezas por las que tengo de recambio y estas las he metido dentro del macuto. No creo que resuelva gran cosa ya que supongo que los pantalones y los calzoncillos, estarán también llenos de ellos; pero me estremecía volver a ponerme encima, aquel “hormiguero” de repugnantes parásitos. De reojo, veo que a los demás, les sucede lo mismo, pero nadie comenta nada por vergüenza. Hasta ahora esto solo sucedía a personas sin higiene, sucias… y, por esto, nuestro pudor en reconocer que los llevamos encima.

¡Al fin, tenemos desayuno! Nos dan leche condensada y, con las tostadas de rigor, completamos. Y también un racimo de uva.

Han llegado cuatro soldados destinados a nuestro pelotón ya que, desde Belchite, estaba incompleto. Dos de ellos, habían sido declarados inútiles anteriormente, pero en la última revisión, les han declarado útiles. Uno de los cabos, les enseña la instrucción a ratos. Parece una ironía que les enseñen la instrucción, en el mismo frente. Pero…¡es la guerra! Como se suele oír frecuentemente por aquí, cuando se quiere justificar cualquier “barrabasada”. Esta noche, ya harán guardia, lo que supongo, les deberá impresionar. Nosotros les damos algunas orientaciones que ellos, escuchan con atención.

Ha llegado el primer reparto de correo, desde que estamos aquí. Yo, no espero carta y, efectivamente no recibo. Pero los que tienen, nos cuentan las noticias que les dan sus familiares. La que más destaca, es la que nos da Padrón, “tonelada”, en la que le comentan que, al bombardear Barcelona la aviación enemiga, la nuestra le derribó dos aparatos, cosa que se pudo ver claramente.
Con la llegada de los nuevos cuatro reclutas, se ha completado el pelotón, lo que aconseja la reestructura de las guardias. Hecha ésta, los puestos serán de solo una hora de duración.

Desde que nos hacemos la comida en la posición, por lo menos comemos caliente. Esto, es muy interesante, especialmente en la cena, hora en que el frío se hace sentir.
Precisamente, después de cenar, han repartido coñac. Si estuviéramos en otro tipo de sector, este detalle nos habría “mosqueado”. (Como dicen los madrileños, cuando quieren indicar desconfianza.) El reparto de coñac, nos ha proporcionado un rato de broma, pues era verdaderamente humorístico, vernos a todos reunidos alrededor del candil de la cocina, con el vaso de aluminio en la mano, esperando que nos escanciaran la ración. La broma, ha durado hasta la hora de acostarnos.

Hemos decido que esta noche, los reclutas, no hagan solo la guardia, sino acompañados de uno de nosotros. Esto, representará para nosotros, una media hora más de guardia, pero, a ellos les permitirá familiarizarse más suavemente con el ambiente.
Mi guardia, de 12 a 1’30, sin novedad.

Durante la noche, apenas he podido pegar ojo debido al picor del cuerpo. Parece como si el lavado del cuerpo el cambio de camiseta, hayan despertado el apetito a los parásitos.

29 de Octubre de 1937

29 de Octubre de 1937

A las seis, nos despierta el sargento. Menos mal que estábamos bien tapados con las mantas y no se ha dado cuenta de que no estábamos “equipados”.
Hace un sol espléndido y dice que es cosa de aprovecharlo para ver si localizamos la huerta de frutales de que nos habló el pastor.
Nos vamos sin desayunar, pues tampoco hoy ha venido a tiempo el carretero.
Subimos y bajamos barrancas durante cosa de una hora, hasta que, al fin, divisamos el río. A causa de la lluvia, su caudal ha aumentado una enormidad y la corriente, es muy fuerte. De modo que será imposible atravesarlo y alcanzar el huerto. Pero, de todas formas, decidimos bajar hasta él, por si a éste lado hubiera algún frutal.
Después de media hora río arriba, encontramos unas cepas y unos almendros. Estos, no tienen fruta paro sí las cepas. Cargamos cuanta uva podemos y regresamos a la posición. Si la venida ha resultado cansada, el regreso la supera de largo. Sobre todo porque los zapatos, se nos quedan pegados en el barro, lo que hace más penosa la ascensión. Pero al fin llegamos. Y, lo primero que hacemos es descalzarnos y limpiarnos los zapatos.
Durante nuestra ausencia, ha pasado el carretero y, por toda comida, ha dejado un poco de carne y arroz; ni café, ni azúcar, ni sal ni aceite. ¡En fin, nada! Me parece que en lo que respecta a la comida vamos a pasarlo mal; por lo menos, mientras estemos aquí arriba. A los tenientes y sargentos, esto, no les preocupa, pues los dos cabos ex voluntarios tienen libertad para ir donde quieren y como son gente de la tierra y distinguen los senderos de los conejos, no hay día que en los lazos que tienen parados nos atrapen un par de conejos. Y como con el aceite de la compañía ellos se hacen la parte del león, pues tienen conejo frito a diario.
Veremos que nos darán para comer. El pan, ha llegado completamente mojado y no se puede comer. Menos mal que tenemos del que compramos en el pueblo.
A mediodía, ha llegado un pelotón de ametralladoras; no sabemos si se quedaran con nosotros definitivamente, pero, de momento, si. Tampoco ellos han desayunado antes de salir del pueblo. Les damos uva y se pegan un atracón.
Para almorzar, arroz con trocitos de carne, hervido y sin sal, que también repartimos con los llegados.
Hoy, han puesto guardia de día. A mí, me corresponde de 4 a 5. Pero antes, tenemos que ir a cortar leña.
El puesto, se hace a unos 30 metros de la paridera y en un pequeño morro que domina buena parte de los barrancos. Como empieza a anochecer, veo varias fogatas en las posiciones enemigas. Algunas, están en cumbres bastante elevadas, particularmente una que se ve en un pico elevadísimo que domina esta cordillera y donde, seguramente, deber haber un observatorio.
Me relevan ya anochecido, pero con bastante buen tiempo ya que no hace el frío de estos últimos días.
Reparten la cena; sopa de arroz solo, hervido sin aceite ni sal. Pero, por lo menos, está caliente.
Con un poco de tertulia, esperamos la hora de dormir. Hay órdenes serias de no desvestirse durante la noche.
A las 2’30 de la madrugada, me llaman para la guardia. Llueve de nuevo, pero moderadamente; pero hace bastante frío.
Antes de terminar mi puesto, cesa de llover y, después, sale la luna. El espectáculo, es entonces, imponente. A lo lejos, el río reluce como si fuera una cinta de plata.
Como no tengo reloj y he de calcular el tiempo a “ojo”, cuando voy a la paridera en busca del relevo, ya pasa media hora. Este sistema de auto-relevarse, ya ha sido protestado por los soldados que pedimos sea el cabo quien controle el tiempo y traiga el relevo, como es su obligación, pero, por ahora, sin resultado. No hay quien les mueva de junto al fuego.
Como tengo los zapatos totalmente mojados, me los cambio por las alpargatas y me acuesto.

28 de Octubre 1937


28 de Octubre 1937

Me despierto a las siete. Llueve torrencialmente y hay una niebla muy espesa.
El teniente y el sargento, no se mueven de junto al fuego en la cocina, por lo que no podemos calentarnos los soldados.
De todas formas, es tan pequeño el espacio, que solo caben 3 o 4 personas. De manera que decidimos improvisar un fuego dentro del cubierto. La leña, está muy mojada y hace mucho humo, pero, por lo menos, nos calentamos un poco. Afortunadamente que el techo está muy bien construido y no gotea. Además, a modo de vigas, se ha utilizado troncos de pino de más de 30 cm de diámetro, por lo que es muy sólido.
A causa del mal tiempo, no ha llegado todavía el carretero que debe repartir el suministro por las varias posiciones que está repartida la compañía, de modo, que no hay desayuno. Afortunadamente, tenemos pan del que compramos en Herrera, y nos hacemos unas tostadas.

Como no ha cesado de llover, el agua empieza a invadir el suelo del interior de la paridera. El desnivel del monte, conduce el agua hacia adentro. De modo que hacemos un canal de medio metro de profundidad, en forma de herradura y alrededor del frente de la paridera en su parte exterior, para desviar la trayectoria del agua. Afortunadamente, funciona bien.
Al poco, empiezan a caer gotas del techo, y, ante eso, no podemos hacer nada.

El mal tiempo, nos tiene encerrados en esta cuadra y sin apenas luz, por lo que no podemos ni leer no hacer nada para distraernos. Este aburrimiento, es lo peor que puede ocurrirnos, pues entonces, empezamos a pensar en ésta situación nuestra, en cuando terminará la guerra y podremos regresar a casa, etc, etc, lo cual es malo para nuestra moral.

Pasamos casi toda la mañana tumbados y terminamos por sentir bastante frío.

Para almorzar, el cocinero, nos hace sopa de arroz con un poco de carne, que tenían de remanente. Lo completamos con las benditas tostadas.

Sigue cayendo agua por las goteras. De modo que decidimos aprovecharla pues, si sigue lloviendo así, mañana será imposible ir a buscarla al barranco. De modo que recogemos la que cae en los platos; luego, la pasamos a la cantimplora. Para hacer la comida, hemos puesto un perol grande de la cocina, debajo de la canal, y se ha llenado en un momento.

Nos pasamos la tarde charlando y manteniendo el fuego. El humo, llena el cobertizo, de modo que, de vez en cuando, nos obliga a salir a respirar aire puro, afuera y aprovechamos para airearla.

El sargento, ordena que salgamos a hacer un poco de descubierta por los alrededores. Aunque todavía hay luz de día, no estará de más algo de vigilancia. Nos dividimos en dos grupos y decidimos andar en circunferencia y encontrarnos en el cruce de caminos de arriba, dentro de media hora.

Regresamos sin novedad, pero calados hasta los huesos. Y, lo malo es que aquí, tampoco está permitido desnudarse. Aunque dentro del cubierto, y por turnos, hacemos un poco de “trampa”.

A las dos de la tarde, llega el carretero con el suministro. Cuenta que, a causa de la niebla, tuvo que regresar al pueblo en busca de un guía-enlace del batallón.
El teniente, dice que el café, que teníamos que tomar esta mañana, se guarde. Pero como estamos escarmentados y cansados de pillerías, por medio de los cabos solicitamos se reparta ahora para calentarnos y reaccionar un poco del frío. Ante la unanimidad de la demanda, el teniente accede. Nos lo tomamos casi hirviendo y nos reconforta bastante ¡Casi somos otros! Renace el buen humor y el ambiente se anima.

La lluvia y la niebla no amainan.

A las cinco de la tarde, decidimos cenar; es casi de noche.

Al acostarnos, decidimos sacarnos las guerreras, para ver si se secan; por lo menos, nos libramos de la humedad durante unas horas.

Me corresponde guardia de 11’30 a 1. Por más que procuro vigilar, ni oír no ver, son posibles, debido a la niebla y el temporal de agua. Y, por si fuera poco, hace mucho viento.
El sargento, consulta con el teniente y, ante la inutilidad de colocar un centinela a la intemperie, deciden que el puesto se haga a la entrada de la paridera, y, de vez en cuando, dar una vuelta alrededor de ella. Esta deferencia nos llama la atención, sobre todo, después del trato tan “duro” que nos dieron en Fuentodos.

De regreso del puesto, estoy un rato en la cocina con el cabo, junto al fuego. El teniente y el sargento, se han acostado. Al cabo de un rato me voy a dormir.
Esta noche dormimos más apretados, pues tenemos que dejar libre el espacio de las goteras.

27 de Octubre 1937


27 de Octubre 1937

A las siete, tocan diana. Me levanto enseguida y vamos a lavarnos al riachuelo.
Llaman para el desayuno; café y …¡coñac¡

Regresamos a la casa que visitamos ayer y cambiamos jabón por pan; dos, para cada uno. Con el chusco de la compañía, hemos reunido seis panes. Creo que arriba, los vamos a necesitar.

Tocan llamada. Recogemos todo el equipo y formamos en la calle para marchar. Vamos cargadísimos. La gente vecina, nos dice que, así, no creen que lleguemos arriba.
Orden de marcha. Empezamos a subir cuestas y más cuestas. De vez en cuando, algún descanso; pero corto. Así, seguimos subiendo sin cesar. A pesar del fresco que hace por estas alturas, sudamos una barbaridad.

Después de unas dos horas de ininterrumpida ascensión, llegamos arriba. Aquí, el terreno, va planeando. Es una especia de bosque de arbustos de encinas, el mayor de los cuales, tendrá unos dos metros de alto.

Llegamos a una encrucijada de caminos. Al primer pelotón, nos hacen seguir a la izquierda; el resto de la compañía sigue adelante. Ya me han vuelto a separar de Quintanilla y de Vilalta.

Llegamos a una especia de diminuto cortijo, que en Aragón, llaman parideras. Consiste en un gran corral rodeado de un muro de adobe, donde los pastores guardan sus rebaños durante los meses que permanecían en las montañas paciendo. La mitad del corral, esta cubierto por tejas. Tiene, además una vivienda para el pastor que consiste en un cuarto para dormir y una cocina con hogar en un rincón de ella. Como ésta será nuestra posición, la limpiamos de la mucha porquería seca, de ganado, que había. Luego, vamos a buscar paja a un trigal abandonado que se ve desde aquí, y nos hacemos un jergón de dos palmos de espesor, en la parte del corral que esta cubierta.

Traen la comida. Es arroz y como viene en mulo desde tan lejos, parece engrudo y casi no se puede comer. Afortunadamente, también ha venido un ranchero con enseres de cocina que dice se queda aquí y nos hará la comida para el pelotón. El racionamiento correspondiente, nos lo subirán cada día.

El agua que necesitamos, habrá que ir a buscarla a unos 30 minutos de aquí, en unos barrancos donde queda estancada cuando llueve. De modo que cogemos unos pellejos que ha subido el ranchero y hacia allá vamos.
Por el camino, vemos varias madrigueras de conejos. Tanto tiempo sin que nadie salga a cazarlos, deben haber proliferado mucho. Será cosa de ver si podemos atrapar alguno.

Al fin, damos con el barranco. Efectivamente, se ha formado allí una especie de pequeña presa, que retiene el agua estancada. Llenamos, y regresamos.
Mientras descansábamos fuera de la paridera, ha aparecido un pastor, con un reducido rebaño y se detiene a charlar con nosotros. Nos cuenta que antes, se quedaba a dormir a esta paridera, pero ahora, los militares, le obligan a regresar al pueblo o, cuando menos, a mitad del descenso.
Mientras está aquí, se ha puesto a llover bastante fuerte. Nos dice que, aquí arriba y en este tiempo, cada día pasa igual y que pronto nevará. Nos orienta, sobre la situación de una huerta abandonada, a unos 4 kilómetros de aquí y en dirección al enemigo, pero abajo, junto al río. Nos asegura que encontraremos fruta todavía.
Aquí, solo se oye artillería, y muy lejana. Las líneas enemigas están situadas en las montañas que, paralelas, se encaran a las que ocupamos y, al otro lado del río Huerva. En línea recta, habrá unos 8 kms. Es decir, que es un sector muy tranquilo. En realidad, tanto ellos como nosotros, ocupamos unas avanzadillas de observación cada dos kms, aproximadamente, y situadas a lo largo de estas cordilleras. No parece pues, terreno propicio a movimientos de ataque, pero hay que sospechar siempre de una descubierta nocturna o golpe de mano que resultaría mortal, para el destacamento que cogieran desprevenido.
La distancia entre nuestras distintas posiciones es grande, por lo que quedan grandes espacios que nadie vigila. Se habla incluso, de gentes que pasan de uno a otro campo, sin que nadie pueda impedírselo; basta con que conozca perfectamente el terreno, para llevar a cabo esas idas y venidas.
Como el cocinero ha llegado tarde, esta noche nos reparten un pedazo de cordero crudo y cada uno nos lo asaremos. Mañana, dicen que irá mejor.

Durante el día, no hemos hecho guardia. Pero para la noche, ya han distribuido los puestos. Empezamos a las 5 de la tarde hasta las 7 de la mañana. Solo una hora y media de guardia. A mí, me toca de 10 a 11’30 de la noche.

Como no tenemos ninguna clase de luz, en cuanto anochece, dentro del “dormitorio”, es un verdadero lío con tanto capotes, fusiles, mantas, macutos, etc. Pero mañana, nos “haremos” un candil.

Cuando termino la guardia, voy a la cocina donde encuentro al sargento y al cabo de guardia y me estoy calentando y charlando un rato. Tienen un fuego espléndido. No veo el momento de irme a acostar. Cuando me doy cuenta, son casi las dos.
Caen gotas. Voy a descansar. ¡Qué diferente éste frente al de Fuendetodos¡

26 de Octubre 1937


26 de Octubre 1937

Me despierto a las siete
Me visto a toda marcha pues, en quince minutos, tocarán fajina. Así es, y no tengo tiempo ni de lavarme. Voy a buscar el café del desayuno que, por cierto aquí es muy bueno.

Después, vamos al riachuelo a lavarnos. ¡Qué delicia¡ Ya no recordábamos la agradable sensación del agua y la de sentirse limpio. Como nos hemos alejado del pueblo, nos desnudamos y lavamos de cintura para arriba. Para llegar a quedar limpios, hemos necesitado enjabonarnos tres veces. De no ser por la vergüenza, me repasaría la ropa a ver si es verdad que la picor se debe a los piojos.

Esta mañana, nos han dado una charla en la escuela, sobre disciplina. La ha dado un capitán de Estado Mayor de la Brigada. Se ha limitado a mencionar frases hechas y tópicos. Se veía bien claro, que se limitaba a cumplir con una consigna recibida del Mando General del Ejército.

¡Ya no cabe duda¡ La prensa, confirma la pérdida de Gijón. De modo que el Norte, es ya, completamente “nacional”. Ahora, las fuerzas que lo conquistaron, se dedicarán a otros frentes. También señala que los ingleses, han aceptado al Duque de Alba, como representante del Gobierno “nacional” de Burgos y que a su vez, han nombrado el suyo, que residirá en Salamanca. De manera que los ingleses, juegan con ellos y con nosotros.
Después de comer, hemos ido a comprar un poco de uva.

Quintanilla, ha escrito a su familia; yo, les incluyo un saludo en la carta.

Ha venido el pagador y nos ha liquidado el mes de Septiembre. Aprovechamos para enviar un giro a casa.

Ya se sabe, que mañana salimos para las posiciones.

A fin de podernos llevar pan, hemos ido a una casa a ofrecerles jabón a cambio; deberemos volver más tarde pues, en aquel momento, no tenían. De regreso, encontramos a Quintanilla que nos avisa que en la Cooperativa del pueblo, venden, cosa que estos días no quisieron hacer a las fuerzas que se marcharon. Compramos dos panes cada uno del grupo de mi escuadra.
Tampoco hoy he podido comer los garbanzos de la cena por lo duros; menos mal que había bastantes pedazos de carne y con ella y pan, me arreglo. Además, me quedaba algo de uva.

De 6 a 7, tengo guardia en la puerta del “cuartel”. Es ya de noche y llueve un poco. De todos maneras ¡qué diferencia de ésta guardia a aquellas del bosque de Fuendetodos¡

Los rancheros de la compañía, han traído café y coñac. ¡Mala señal¡ Me parece que saldremos esta madrugada.

Me revelan. Como es temprano y no tenemos sueño, jugamos a las cartas hasta las diez. ¡Parece imposible que estemos jugando con luz eléctrica y sentados frente a una mesa¡ Cuando terminamos, llueve muy fuerte. ¡Vaya caminos vamos a encontrar mañana¡

25 de Octubre de 1937

25 de Octubre de 1937

Me despierto. A través de un alto ventanuco, veo que ya es de día. ¡Cuantas horas habré dormido? Me encuentro muy descansado.
Todos duermen aún. Salgo al exterior; una pequeña plaza-patio situado entre la cárcel y la iglesia.
¡Qué hermosa mañana! Luce un espléndido sol y el paisaje que desde aquí  se domina, es digno de un cuadro de Goya. Y, cito a este gran pintor, por ser hijo de este pueblo y que en la plaza, frente a la iglesia le ha levantado un busto, que me acerco a contemplar. ¡Quién me iba a decir que conocería el pueblo del genial sordo, en estas circunstancias! Si salgo con vida de esta guerra, me gustaría volver a recorrer estas tierras y poder visitar estos pueblos, ocupados de nuevo por sus habitantes y haciendo vida normal.
La llamada de mis compañeros, me vuelve a la realidad.

Vienen unos autocares, montamos en ellos y emprendemos la marcha. Ante nosotros, empieza a desfilar paisajes de un hermoso colorido. El tipo de terreno, ha cambiado notablemente. A las uniformes, áridas y pedregosas lomas y montañas, han sucedido riquísimas y coloridas vegas y huertas. Todo, aquí, da más sensación de vida. Ahora, son hermosos campos llenos de amapolas, lo que desfila frente a nosotros, y, a estos, suceden unos frondosos olivares.
La carretera empieza a subir y, el terreno vuelve a cambiar; por aquí, se alternan campos de cereales y carrascales; es decir, encinas pero en forma de arbusto.
Esta zona, no ha sido evacuada y, por ello, de vez en cuando, vemos algún paisano trabajando o montado en borrico por la carretera. Esto, también nos resulta nuevo, pues ya no sabemos cuanto tiempo llevamos sin ver personal civil.
De pronto, al iniciar el descenso de un pequeño puerto, vemos el pueblo en lo hondo de un pequeño valle.

Llegamos a él, en unos diez minutos de continuo descenso. Su nombre es Herrera de los Navarros y es bastante grande. Es un pueblo típico de estas tierras; casa bajas y corrales con paredes hechas de adobe. La iglesia, que está muy bien conservada del exterior, torres alta y de estilo muy vistoso; dentro de ella, están instaladas las cocinas e intendencia del batallón. Junto la iglesia, la escuela.
Un riachuelo, divide al pueblo por la mitad y a lo largo, y tres pequeños puentes de madera, permiten atravesar de un lado a otro.

Cuando llegamos, las fuerzas que vamos a relevar, están desayunando, pero con todo a punto para marcharse.
También a nosotros, nos dan café; suponemos que luego nos trasladaremos a las posiciones que, según dicen, están arriba de las montañas que dominan el pueblo.
Después de desayunar vamos a ver si podemos comprar pan, pues los que se marchan nos advierten que aquí venden. Pero en la panadería nos encontramos con que, el que han amasado hoy, se ha terminado ya.
Suena la corneta llamándonos. Formamos, cargamos con todo y atravesamos el puente del centro del pueblo. Suponemos que vamos a las posiciones, pero, con gran sorpresa, vemos que los que encabezan la columna, se introducen en una casa. Pero, ¡Vaya casa! Hay en ella por lo menos una docena de camastros. Claro que, como somos tantos, tendremos que dormir dos o tres en cada uno.

Nos advierte el sargento, que no se sabe si nos marcharemos esta noche o mañana y que estemos atentos al toque de llamada.
Como tenemos permiso y ya hemos guardado nuestro equipo, vamos a recorrer el pueblo. El ver tanto personal civil, da la sensación, de que no estamos en guerra. La gente, es muy “abierta”, cosa muy normal en estas tierras de Aragón. Aun que supongo que en lo que llevamos de guerra, las habrán pasado de todos los colores, y tratado con mucho pillo.

Nos paramos a ver funcionar una maquina separadora de trigo.
A la puerta de su casa, están cosiendo una chica y su madre, con las que charlamos un rato y hacemos amistad. También tienen a un hijo movilizado en otro frente.

Suena el toque de fajina. Regresamos a la casa-cuartel a buscar los platos y vasos. Para comer, nos dan arroz con carne, que esta muy bueno, vino y café. Nos parece imposible tanta delicia.

Por la tarde, vamos como hacen vino y nos dan uva que esta madura y riquísima.
Paseamos otro poco. La parte del pueblo, a la derecha del pueblo, y que es donde estamos acuartelados, esta bastante destruida. Nos cuentan que la aviación enemiga ha venido a bombardear una sola vez, pero lo hizo intensamente. Casi todas las casas destruidas, están abandonadas.

A las 6, llaman a cenar. Garbanzos crudos con arroz. Procuro comer sólo el arroz, pues los garbanzos crudos, me hacen pasar muy malas noches.
Vilalta, ha recibido un paquete de su casa, con libros. Como con el equipo. Ya vamos muy cargados, decidimos dejar los suyos y uno mío. Vamos a ver a la madre e hija que conocimos esta mañana y les pedimos si quieren guardárnoslos. Y aceptan gustosas. Vilalta, les regala una pastilla grande de jabón y ellas, se lo agradecen mucho, pues aquí no hay, a pesar de ser país de aceite pero falta la sosa.
Caen unas gotas, pero ello, no nos impide dar una vuelta por el pueblo.

Anochece. A través de unas ventanas, vemos bombillas encendidas. ¡Que sensación nos produce ver luz eléctrica después de tanto tiempo!
Apuramos el paseo  pues, ¿quién sabe el tiempo que estaremos sin volver por aquí?

Regresamos al “cuartel”. Da la coincidencia de que nuestro cuarto es el único que no tiene destruida la instalación y tenemos luz. Hacemos una tertulia humorística, a la que se va uniendo casi toda la sección y que dura hasta las 9. Luego, cada uno regresa a su dormitorio y nosotros nos acostamos. En este camastro, dormimos Nebot y yo. Después de tantas semanas de no poder hacerlo, decidimos desnudarnos para dormir.
Parece que nos hayamos quitado un enorme peso de encima. El colchón tan blando, nos hace extraño, después de tanto dormir en el suelo. Pero, al fin nos dormimos.