28 de Octubre 1937
Me despierto a las siete. Llueve
torrencialmente y hay una niebla muy espesa.
El teniente y el sargento, no se
mueven de junto al fuego en la cocina, por lo que no podemos
calentarnos los soldados.
De todas formas, es tan pequeño el
espacio, que solo caben 3 o 4 personas. De manera que decidimos
improvisar un fuego dentro del cubierto. La leña, está muy mojada y
hace mucho humo, pero, por lo menos, nos calentamos un poco.
Afortunadamente que el techo está muy bien construido y no gotea.
Además, a modo de vigas, se ha utilizado troncos de pino de más de
30 cm de diámetro, por lo que es muy sólido.
A causa del mal tiempo, no ha llegado
todavía el carretero que debe repartir el suministro por las varias
posiciones que está repartida la compañía, de modo, que no hay
desayuno. Afortunadamente, tenemos pan del que compramos en Herrera,
y nos hacemos unas tostadas.
Como no ha cesado de llover, el agua empieza a invadir el suelo del interior de la paridera. El desnivel del monte, conduce el agua hacia adentro. De modo que hacemos un canal de medio metro de profundidad, en forma de herradura y alrededor del frente de la paridera en su parte exterior, para desviar la trayectoria del agua. Afortunadamente, funciona bien.
Al poco, empiezan a caer gotas del
techo, y, ante eso, no podemos hacer nada.
El mal tiempo, nos tiene encerrados en esta cuadra y sin apenas luz, por lo que no podemos ni leer no hacer nada para distraernos. Este aburrimiento, es lo peor que puede ocurrirnos, pues entonces, empezamos a pensar en ésta situación nuestra, en cuando terminará la guerra y podremos regresar a casa, etc, etc, lo cual es malo para nuestra moral.
Pasamos casi toda la mañana tumbados y terminamos por sentir bastante frío.
Para almorzar, el cocinero, nos hace sopa de arroz con un poco de carne, que tenían de remanente. Lo completamos con las benditas tostadas.
Sigue cayendo agua por las goteras. De modo que decidimos aprovecharla pues, si sigue lloviendo así, mañana será imposible ir a buscarla al barranco. De modo que recogemos la que cae en los platos; luego, la pasamos a la cantimplora. Para hacer la comida, hemos puesto un perol grande de la cocina, debajo de la canal, y se ha llenado en un momento.
Nos pasamos la tarde charlando y manteniendo el fuego. El humo, llena el cobertizo, de modo que, de vez en cuando, nos obliga a salir a respirar aire puro, afuera y aprovechamos para airearla.
El sargento, ordena que salgamos a hacer un poco de descubierta por los alrededores. Aunque todavía hay luz de día, no estará de más algo de vigilancia. Nos dividimos en dos grupos y decidimos andar en circunferencia y encontrarnos en el cruce de caminos de arriba, dentro de media hora.
Regresamos sin novedad, pero calados hasta los huesos. Y, lo malo es que aquí, tampoco está permitido desnudarse. Aunque dentro del cubierto, y por turnos, hacemos un poco de “trampa”.
A las dos de la tarde, llega el carretero con el suministro. Cuenta que, a causa de la niebla, tuvo que regresar al pueblo en busca de un guía-enlace del batallón.
El teniente, dice que el café, que
teníamos que tomar esta mañana, se guarde. Pero como estamos
escarmentados y cansados de pillerías, por medio de los cabos
solicitamos se reparta ahora para calentarnos y reaccionar un poco
del frío. Ante la unanimidad de la demanda, el teniente accede. Nos
lo tomamos casi hirviendo y nos reconforta bastante ¡Casi somos
otros! Renace el buen humor y el ambiente se anima.
La lluvia y la niebla no amainan.
A las cinco de la tarde, decidimos cenar; es casi de noche.
Al acostarnos, decidimos sacarnos las guerreras, para ver si se secan; por lo menos, nos libramos de la humedad durante unas horas.
Me corresponde guardia de 11’30 a 1. Por más que procuro vigilar, ni oír no ver, son posibles, debido a la niebla y el temporal de agua. Y, por si fuera poco, hace mucho viento.
El sargento, consulta con el teniente
y, ante la inutilidad de colocar un centinela a la intemperie,
deciden que el puesto se haga a la entrada de la paridera, y, de vez
en cuando, dar una vuelta alrededor de ella. Esta deferencia nos
llama la atención, sobre todo, después del trato tan “duro” que
nos dieron en Fuentodos.
De regreso del puesto, estoy un rato en la cocina con el cabo, junto al fuego. El teniente y el sargento, se han acostado. Al cabo de un rato me voy a dormir.
Esta noche dormimos más apretados, pues tenemos que dejar libre el espacio de las goteras.
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