31 de Octubre de 1937
Después del café del desayuno, y a
pesar del frío que hace –pues está muy nublado,- me he vuelto a
desnudar completamente. ¡Que horror! La camiseta, vuelve a estar
llena de piojos. Inmediatamente, voy a por agua, la caliento un poco
y me lavo.
Suprimo la camiseta y, encima de la
camisa, me pongo un jersey que me envió mi familia y que tenía en
el macuto y que estará limpio de ésta porquería. Con ésta
indumentaria y pantalón solamente, me voy abajo al río y allí lavo
la mitad de la ropa sucia. Hoy, pasaré frío, pero prefiero eso, a
que los piojos se me coman vivo. El resto de la ropa, la lavaré esta
tarde, si no llueve. Mirándola detalladamente, veo que está
imposible. Me horrorizo al pensar que llevo ésta ropa hace ya tantos
días y comprendo el motivo de este picor que no me dejaba vivir.
Nos han entregado un carnet del
Ejército; precisamente hoy, cuando cumplo el cuarto mes de
incorporación. ¡Parece mentira como pasa el tiempo! Creo que se
debe al frecuente cambio de posiciones, aunque nunca habíamos estado
en una tan “buena” como ésta. Veremos lo que durará.
Los quintos, van tomándonos
confianza, pues procuramos se una a nuestras tertulias. También los
vamos familiarizando con el manejo del fusil y de las bombas de mano,
ya que esto último lo desconocían totalmente.
Una escuadra, ha ido a buscar uva a
otro lugar, y, cuando regresan, nos cuentan que, al llegar, han
encontrado a otros soldados allí; al no saber quienes eran, les han
dado el ¡alto!. Aquellos, se han escondido entre el viñedo,
preguntándoles, a su vez, qué fuerzas eran. Y ninguno quería
identificarse. Afortunadamente, uno de ellos, ha reconocido a varios
de los nuestros y la situación se ha aclarado, evitando así un
zafarrancho. Resulta que son de otra compañía que ocupa posiciones
más alejadas.
Como no hace sol, ni viento, la ropa
está tan mojada que no me la puedo poner. Esta noche, me voy a
helar.
Después de almorzar, como caen gotas
y no podemos salir al exterior, nos ponemos a charlar sobre la
festividad de mañana –Día de todos los Santos-, y de cómo la
celebrábamos otros años. A pesar de todo, hay bastante buen humor.
Luego, charlamos de películas y llegamos a remontarnos al cine mudo
de la infancia nuestra. Luego, le toca el turno al teatro, hasta que
reparten la cena. Nos han pasado cuatro horas, casi sin darnos cuenta
y sin mencionar la guerra una sola vez.
A las ocho, decidimos descansar. Es
uno de los días que más tarde nos acostamos.
A las doce, me llaman para la
guardia; la oscuridad es total. Cuando termino y regreso en busca de
relevo, casi me pierdo, pero, al fin, doy con la senda que lleva
hasta la paridera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dispenseu si triguem en contestar
Disculpadnos si tardamos en contestar
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.