1 de Noviembre de 1937
Me he puesto de acuerdo con el
cocinero y, a una hora que él no lo precisa, me presta un caldero y
pongo agua a hervir. Cuando está a punto, escaldo el pantalón,
camiseta y calzoncillos y los pongo a secar. Cuando una vez secos me
los vuelvo a poner lo hago con cierto reparo a pesar de haberlos
escaldado.
Apenas me he cambiado, nos dicen que
mi escuadra y la segunda, cojamos picos y palas y una tienda de
campaña de lona desmontado y sigamos a nuestro sargento. Este, nos
lleva a cosa de dos kilómetros de aquí, donde la planicie forma una
especie de morro. Aquí, vamos a plantar la tienda de campaña que
ocuparemos las dos escuadras y que será la posición más avanzada
de este sector. ¡Ya decía yo ayer, que el bienestar duraba mucho!
El terreno, es infame y húmedo a más
no poder. Tenemos que limpiarlo de matorrales y arbustos en un radio
de 30 metros. Como no disponemos de hachas, lo hemos tenido que hacer
a golpe de pico, por lo que el trabajo ha resultado cansadísimo.
Luego de nivelado el suelo, hemos levantado la tienda, lo que también
ha costado lo suyo, pues ninguno éramos practico en ello.
Como pasan ya de las doce, regresamos
a la paridera a comer. A las dos, volvemos a la tienda a trabajar. El
sargento García, dice que ésta noche, tenemos que dormir ya aquí.
Si es así, vamos a quedar envarados con la humedad que hay.
A las cuatro, ha venido el capitán
Emilio, a ver la instalación. Según parece, lo de dormir aquí, es
un bulo.
Al regresar a la paridera, hemos
visto una “pava” enemiga. ¡Cuánto hacía que no las veíamos!
Esta tarde, un sargento de la
compañía, ha bajado al pueblo, y ha comprado 40 litros de vino para
todos. ¡Qué ilusión poder comer con vino! Claro está que lo hemos
pagado entre todos.
A la hora de cenar, nos llenan el
vaso a cada uno. Lo probamos y ¡es agrio!. Tanto, que a pesar de las
ganas que tenemos de tomarlo, no podemos tragarlo.
Parece que los sargentos se han dado
cuenta de que no queremos tratos con ellos y les han bajado mucho los
humos.
Donato Padrón “el tonelada”, es
el soldado más forzudo de toda la compañía y creo que del
batallón. Mide casi dos metros y pesa más de cien kilos. En
Barcelona, era descargador del muelle y dos soldados que le conocen
de allí, aseguran que se cargaba un saco lleno, debajo de cada
brazo. Vino con nosotros desde Mataró. Es un muchacho buenísimo.
Precisamente hoy, ha recibido de su casa, un paquete con tres
botellas de coñac y nos convida a todos los soldados. Vaciamos una
botella en medio de una gran juerga en el cobertizo.
Por lo visto, los sargentos García
–hay dos con éste apellido-, han oído nuestro jaleo desde la
cocina y han tenido la “cara” de venir a pedirle que les invite.
Estos dos sargentos son unos analfabetos, que hacían de peón de la
construcción, y cuando estalló el Alzamiento, se hicieron
voluntarios para vivir sin dar golpe. Ahora, con los galones se creen
ser “alguien” y cuando nos mandan algo parece que traten con
animales y, sin embargo, ahora, por un trago de coñac, se arrastran
como perros. Uno de ellos, sobresale en éste sentido y, precisamente
es el que vamos a tener como jefe de puesto, en la tienda de campaña.
Pero las dos escuadras, ya nos hemos puesto de acuerdo respecto a la
conducta a seguir con él. Sólo pensamos hablarle cuando se trate de
cosas del servicio y no podamos hacerlo con el cabo; de lo demás, ni
dirigirle la palabra.
Después de cenar, y según ya
empieza a ser costumbre, un poco de charla humorística hasta la hora
de dormir.
Guardia de 2 a 3, sin novedad; al
regreso, me quedo con el cabo González en la cocina y me caliento
junto al fuego, antes de acostarme. Charlamos en voz baja, para no
despertar a los sargentos y al teniente. El tema, es el de siempre;
la marcha de la guerra y sobre su posible fin, que todos deseamos
tanto, aunque no nos hacemos ilusiones sobre ello.
Según me dice, abajo en el pueblo,
donde está la comandancia de nuestro batallón, vuelve a rumorearse
sobre permiso, pero como ya estamos tan escamados, no creemos en
ello.
A las cinco, me voy a acostar. La
escaldada de la ropa, me permite dormir mejor; aunque, no sé si
serán manías, vuelvo a sentir algo de picor.
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