27 de Octubre 1937


27 de Octubre 1937

A las siete, tocan diana. Me levanto enseguida y vamos a lavarnos al riachuelo.
Llaman para el desayuno; café y …¡coñac¡

Regresamos a la casa que visitamos ayer y cambiamos jabón por pan; dos, para cada uno. Con el chusco de la compañía, hemos reunido seis panes. Creo que arriba, los vamos a necesitar.

Tocan llamada. Recogemos todo el equipo y formamos en la calle para marchar. Vamos cargadísimos. La gente vecina, nos dice que, así, no creen que lleguemos arriba.
Orden de marcha. Empezamos a subir cuestas y más cuestas. De vez en cuando, algún descanso; pero corto. Así, seguimos subiendo sin cesar. A pesar del fresco que hace por estas alturas, sudamos una barbaridad.

Después de unas dos horas de ininterrumpida ascensión, llegamos arriba. Aquí, el terreno, va planeando. Es una especia de bosque de arbustos de encinas, el mayor de los cuales, tendrá unos dos metros de alto.

Llegamos a una encrucijada de caminos. Al primer pelotón, nos hacen seguir a la izquierda; el resto de la compañía sigue adelante. Ya me han vuelto a separar de Quintanilla y de Vilalta.

Llegamos a una especia de diminuto cortijo, que en Aragón, llaman parideras. Consiste en un gran corral rodeado de un muro de adobe, donde los pastores guardan sus rebaños durante los meses que permanecían en las montañas paciendo. La mitad del corral, esta cubierto por tejas. Tiene, además una vivienda para el pastor que consiste en un cuarto para dormir y una cocina con hogar en un rincón de ella. Como ésta será nuestra posición, la limpiamos de la mucha porquería seca, de ganado, que había. Luego, vamos a buscar paja a un trigal abandonado que se ve desde aquí, y nos hacemos un jergón de dos palmos de espesor, en la parte del corral que esta cubierta.

Traen la comida. Es arroz y como viene en mulo desde tan lejos, parece engrudo y casi no se puede comer. Afortunadamente, también ha venido un ranchero con enseres de cocina que dice se queda aquí y nos hará la comida para el pelotón. El racionamiento correspondiente, nos lo subirán cada día.

El agua que necesitamos, habrá que ir a buscarla a unos 30 minutos de aquí, en unos barrancos donde queda estancada cuando llueve. De modo que cogemos unos pellejos que ha subido el ranchero y hacia allá vamos.
Por el camino, vemos varias madrigueras de conejos. Tanto tiempo sin que nadie salga a cazarlos, deben haber proliferado mucho. Será cosa de ver si podemos atrapar alguno.

Al fin, damos con el barranco. Efectivamente, se ha formado allí una especie de pequeña presa, que retiene el agua estancada. Llenamos, y regresamos.
Mientras descansábamos fuera de la paridera, ha aparecido un pastor, con un reducido rebaño y se detiene a charlar con nosotros. Nos cuenta que antes, se quedaba a dormir a esta paridera, pero ahora, los militares, le obligan a regresar al pueblo o, cuando menos, a mitad del descenso.
Mientras está aquí, se ha puesto a llover bastante fuerte. Nos dice que, aquí arriba y en este tiempo, cada día pasa igual y que pronto nevará. Nos orienta, sobre la situación de una huerta abandonada, a unos 4 kilómetros de aquí y en dirección al enemigo, pero abajo, junto al río. Nos asegura que encontraremos fruta todavía.
Aquí, solo se oye artillería, y muy lejana. Las líneas enemigas están situadas en las montañas que, paralelas, se encaran a las que ocupamos y, al otro lado del río Huerva. En línea recta, habrá unos 8 kms. Es decir, que es un sector muy tranquilo. En realidad, tanto ellos como nosotros, ocupamos unas avanzadillas de observación cada dos kms, aproximadamente, y situadas a lo largo de estas cordilleras. No parece pues, terreno propicio a movimientos de ataque, pero hay que sospechar siempre de una descubierta nocturna o golpe de mano que resultaría mortal, para el destacamento que cogieran desprevenido.
La distancia entre nuestras distintas posiciones es grande, por lo que quedan grandes espacios que nadie vigila. Se habla incluso, de gentes que pasan de uno a otro campo, sin que nadie pueda impedírselo; basta con que conozca perfectamente el terreno, para llevar a cabo esas idas y venidas.
Como el cocinero ha llegado tarde, esta noche nos reparten un pedazo de cordero crudo y cada uno nos lo asaremos. Mañana, dicen que irá mejor.

Durante el día, no hemos hecho guardia. Pero para la noche, ya han distribuido los puestos. Empezamos a las 5 de la tarde hasta las 7 de la mañana. Solo una hora y media de guardia. A mí, me toca de 10 a 11’30 de la noche.

Como no tenemos ninguna clase de luz, en cuanto anochece, dentro del “dormitorio”, es un verdadero lío con tanto capotes, fusiles, mantas, macutos, etc. Pero mañana, nos “haremos” un candil.

Cuando termino la guardia, voy a la cocina donde encuentro al sargento y al cabo de guardia y me estoy calentando y charlando un rato. Tienen un fuego espléndido. No veo el momento de irme a acostar. Cuando me doy cuenta, son casi las dos.
Caen gotas. Voy a descansar. ¡Qué diferente éste frente al de Fuendetodos¡

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