26 de Noviembre de 1937

26 de Noviembre de 1937

Me despierto a las 7. Los demás, se están preparando para ir a desayunar. Hago lo propio y, enseguida tocan fajina. Las órdenes, a toque de corneta, dan la sensación de retaguardia. Vamos en busca del café que, aquí, es mejor que arriba.
Después de desayunar, vamos al río y nos lavamos medio cuerpo con jabón. Estamos llenos de arañazos. También nos afeitamos. Hemos pasado un poco de frío, pero parece que nos hayamos quitado un gran peso de encima. Lástima que tengamos que volver a ponernos la misma camiseta llena de piojos y huevos de éstos.
He recibido carta de Botella, que, entre otras cosas me dice que se rumorea que van a suspender los permisos. Yo, procuro darme ánimos pensando que quizás sea un rumor infundado, pero un compañero que encontramos paseando, nos dice que de boca del capitán -comandante accidental del batallón- ha oído como decía que los permisos estaban suspendidos.
Claro que se ignoran los motivos que obligan a tomar esta determinación, pero lo cierto es, que la noticia nos ha dejado de piedra. ¡Con el ansia que esperábamos nuestro turno! ¿Será posible que el destino se cebe en nosotros de esta manera? Adiós alegría y adiós ilusiones.
Todos estamos decaídos, pero procuramos animarnos mutuamente pues sabemos que es inútil preocuparse.
Decidimos ir un rato al “trujal”; que así le llaman aquí al sitio donde se prensa la uva. El procedimiento que emplean es antiguo; colocan la uva -ya pisada-, en unos filtros de esparto que luego son apisonados por la prensa gigante de madera con dos brazos que hacen rodar dos hombres. Así, es como dan la última exprimida a la uva. Como siempre, nos invitan a beber. El vino, no puede compararse con el que bebemos en Barcelona, por lo que sólo se pueden hacer un par de tragos pues se sube a la cabeza con gran facilidad.
Por más que insistamos en que nos vendan aunque sólo sea un litro para comer, no hay forma de convencerlos. Nos dicen que aquí podemos beber el que queramos y no nos cobrarán nada, pero vender no pueden, porque están en colectividad y el Comité lo ha prohibido. En vista de ello, les damos las gracias y nos marchamos. Esta noche, no habrá ronda con la bota.
Tocan a rancho, nos vuelve a dar arroz y poco. Menos mal que estamos bien de pan y las tostadas y un poco de chocolate nos resuelven el problema hasta la hora de cenar.
No nos podemos quitar del pensamiento la anulación de los permisos. Y, durante el paseo con Quintanilla y Vilalta, no hablamos de otra cosa.
Ordenan formar la compañía y, nuevamente, nos hacen una filiación que, como las anteriores, no sabemos para que será. Luego, vamos con el cabo furriel, Lon, compañero de Mataró, a dar un paseo. Antes, vamos a la Comandancia del batallón a llevar un estadillo. Allí, encontramos a Nebot -ex-compañero de escuadra-, que está en la oficina del comisario del batallón que nos dice que no hagamos caso de lo que se habla sobre la suspensión de los permisos, pues ya antes de salir los del primer turno, se hizo correr el mismo bulo. Ésto, nos esperanza un poco.
Luego, nos llegamos hasta la escuela del pueblo. Por falta de maestro, se encarga de los pequeños una chica de unos catorce años; haciéndoles algunas preguntas nosotros, a las que ellos responden con un desparpajo impropio de su edad. Luego, y en vista de que la biblioteca no se abre hasta la noche, nos vamos a proseguir el paseo.
Vamos andando, hasta las últimas casas del pueblo. En una de ellas, vemos a una vieja hilando al sol, en un uso antiquísimo. Nos llama la atención pues nos parece cosa del siglo pasado. Charlamos con ella sentados en el pórtico de su casa.
Nos cuenta que está sólo con un nietecito. Este trabajo que hace, es un encargo del comité, pues resulta que las jóvenes, además de que se dedican a otros trabajos, no saben hilar con la rapidez y perfección de las viejas. Estamos con ella más de una hora. Nos cuenta cosas “de la guerra anterior” (debe referirse a la carlista) y hace comparaciones con ésta. Teme mucho a la aviación, a pesar de que sólo una vez han bombardeado el pueblo. Nunca ha salido de Herrera; aquí, ha pasado toda su vida. ¡Y pensar que después de una vida tan monótona, siempre trabajando y sin ninguna distracción, esta pobre anciana no podrá disfrutar de paz y descanso en sus últimos años de vida! Sino por el contrario, debe volver a trabajar como en sus mejores tiempos y, como cuidó a su hijo, debe volver a hacerlo con el nieto. ¡Esta es otra cara de la guerra!
Como se hace tarde, regresamos. Por el camino, comentamos sobre la anciana.
Llegamos a la biblioteca, empezamos a espigar los libros, cada uno según sus gustos. Estamos allí, cosa de una hora. Yo, escojo uno de comedia. Nos toman el nombre y destino y nos marchamos con los libros en el momento que empezaba la clase nocturna. Es para los adultos, hasta hace poco, analfabetos.
Llegamos a punto de ir a buscar el… ¡arroz! Después salimos a la calle, está oscuro como “boca de lobo”. A pesar de ello, comparamos la diferencia de estar aquí, o arriba en el monte. Vamos a leer a casa, pues allí hay menos ruido y se está más caliente. Lástima que con el calor, se despiertan los piojos y pican a rabiar.
El contraste de hoy con ayer es notable. Ayer, todo eran cantos a grito pelado; hoy, reina el silencio.
Poco a poco, nos vamos acostando; yo, soy de los últimos pues no tengo mucho sueño. Cuando me estiro, pienso en la gran diferencia de estar aquí o allá arriba. Y, además, sin tener que levantarse hasta mañana. Y, esa es la vida de los que están destinados en el pueblo.

25 de Noviembre de 1937

25 de Noviembre de 1937

A las 7 nos levantamos; estoy muerto de sueño igual que el cabo González y el sargento, nos está bien empleado por trasnochadores.
Vamos a desayunar enseguida. En cuanto llegamos, nos dicen que vayamos preparando, que el relevo sube hoy.
Regresamos y empaquetamos todo nuevamente. Veremos si esto va en serio esta vez.
Efectivamente, a las 11, llegan las fuerzas que nos han de relevar; son los que regresaron ayer de permiso. Nos cuentan cosas de Barcelona y nos ponen los dientes largos. Nos despedimos y nos dirigimos a la paridera de nuestro capitán, donde se reunirá toda la compañía, hasta ahora, repartida en varias posiciones.
Cuando estamos todos, emprendemos el camino de Herrera. ¡Que diferencia como lo hacemos hoy, a como lo hicimos el día que llegamos! Hoy, todos vamos alegres, pues esto, representa para nosotros el fin del frío y la humedad, durante unos días.
A las tres, llegamos al pueblo. Como aún no hemos comido, nos hacen arroz y, sobre las cuatro, nos lo reparten. Luego, nos destinan alojamiento. Media compañía en una casa y media en otra. A nuestro pelotón, le toca ir a la buhardilla, en cuyo suelo hay unos dos palmos de altura de grano de cebada. Sobre él extendemos las mantas e improvisamos las camas. Luego, nos vamos a dar una vuelta por el pueblo.
A las 6, vuelven a tocar fajina, Acudimos a la cocina con el plato y, aunque no tenemos mucho apetito, vamos a ver que hay de cena. ¡Otra vez arroz! Comemos sólo una cucharada y regresamos.
Encendemos el candil, con un poco de petróleo que hemos podido conseguir. Llenamos una bota con tres cantimploras de vino que traíamos; ésta, va circulando de mano en mano y empezamos a cantar. Atraídos por las voces, van subiendo los que ocupan el resto de la casa, los cuales se van sumando al coro.
Esta noche, al fin, podemos divertirnos un poco, que buena falta nos hacía. Cerca de las diez, empieza el desfile y los de la buhardilla, nos preparamos a dormir. ¡Vaya noche pensamos pasar sin tener guardia y pudiéndonos sacar la ropa!.
A poco de apagado el candil, apenas se oye un ruido; sólo la ruidosa respiración de alguno. Yo, me duermo al poco.

24 de Noviembre de 1937

24 de Noviembre de 1937

A las siete nos levantamos y vamos a desayunar el consabido café. Como no esperamos el relevo hasta media mañana -si es que llega-, pedimos permiso al teniente para ir a Aguilón en busca de vino. Nos llevamos el mulo -del carrero- cargado con el barril y hacia allá vamos. Cuando llegamos al pueblo, vemos varios camiones militares dispuestos para marchar. Están cargados de soldados del 2º batallón que son la segunda remesa que va con permiso. Entre ellos, vemos a varios conocidos de Mataró, que están contentísimos. Se comprende.
Llenamos el barril y regresamos. Como ahora el camino es cuesta arriba, pronto entramos en calor. Desde luego nos cansamos, pero es la mejor manera de reaccionar.
A las 12, llegamos a nuestra posición. Del relevo, no se sabe nada.
Después de almorzar, regreso corriendo a la tienda, pues me toca guardia. Entro de puesto y, aquí, es donde hago estos apuntes.
Han traído prensa. Por su lectura, parece que en los centros oficiales extranjeros se busca una fórmula que acabe con esta guerra civil. La lectura de estas noticias es acogida con muchas reservas, pues este problema lo vemos difícil de arreglar. ¡Nos parece tan imposible que algún día podamos dejar esta vida y reintegrarnos a la que, en otro tiempo, fue la habitual nuestra!.
Cuando me relevan y regreso a la tienda, me anuncian la muerte del compañero al que le explotó la bomba. Era de esperar ya que por la gravedad de sus heridas, su estado era desesperado y cuando se lo llevaron había perdido ya el conocimiento.
A causa de este accidente, el capitán ha ordenado máximo cuidado con las bombas. La verdad es que de tanto “traginarlas”, hemos llegado a olvidar el peligro que pueden representar; al extremo que, de las seis que tenemos cada uno metidas en un saco terrero, hemos hecho una almohada.
Ya no es fácil que llegue hoy el relevo. Otro día más aquí.
Vamos a cenar con el malhumor consiguiente. Todos empezamos a desesperar, pues llevamos demasiados desengaños.
Regresamos a la tienda un cabo y los soldados; el otro cabo vendrá con el sargento.
Nos tumbamos y empezamos a charlar y fumar, tapados hasta el cuello.
Sobre las 7.30, entre el ruido de la conversación -que dentro de la tienda resuena un poco-, me ha parecido oír una explosión seguida de un disparo; les pido silencio y, al poco, oímos de nuevo un bombazo y un disparo. Como la noche es oscurísima, es cosa de evitar cualquier sorpresa. Como aún no ha regresado el sargento, decidimos actuar por cuenta nuestra. Nos ponemos las cartucheras, cargamos los fusiles y vamos al puesto de escucha; allí, dejamos a los quintos y los demás nos vamos en descubierta hasta cerca del río. No vemos ni oímos nada alarmante, por lo que, después de descansar un momento, emprendemos la ascensión. Cuando estamos ya acercándonos a nuestra posición, nos damos a conocer a nuestros centinelas ya desde lejos; no fueran a jorobarnos. Dejamos guardia doble y regresamos a la tienda.
El sargento y el otro ya han regresado. Les parece bien nuestra iniciativa. Charlando y fumando, a oscuras, estamos hasta cerca de las 12, hora en que entro de guardia.
Durante ella, he estado a punto de dispara en dos ocasiones, pues el viento al chocar con las matas de carrascas, produce el mismo ruido que el de los pasos; pero me he detenido a tiempo.
Al fin, consumo mi guardia.
Cuando llego a la tienda, se despiertan el sargento Quintero y un cabo, y empezamos a charlar en voz baja. Luego, el cabo saca un pedazo de longaniza, que reparte entre los tres. Yo, saco el pan y el sargento el vino. Y hacemos un poco de resopón y seguimos charlando. Cuando nos damos cuenta, son ya las tres.

23 de Noviembre de 1937

23 de Noviembre de 1937

A las seis, nos hemos tenido que levantar. Las montañas más altas, aparecen completamente nevadas. La temperatura es bajísima. Afortunadamente, no hace viento. De todas maneras, salvo el observador, todos estamos alrededor de la reconfortante hoguera y de allí no nos movemos hasta la hora de ir a desayunar.
Dejamos todo preparado, y nos vamos a la paridera. Allí, continúa el buen humor de ayer. Esperamos el relevo de 10 a 11 de la mañana. Es decir que si todo va bien, pensamos almorzar ya en Herrera.
Hemos visto pasar al sanitario de la compañía al galope; suponemos habrá algún accidentado.
Son las doce y aún no se sabe nada del relevo.
Como me toca guardia, me voy al puesto de observación, y relevo. Mientras estoy en él, veo perfectamente cinco camiones que circulan por las alturas de las montañas enemigas.
Cuando me relevan y llego a la tienda, me comunican dos malas noticias: la primera es que las fuerzas que ya han terminado el permiso y que deben relevarnos ni tan siquiera han regresado al pueblo. Lo que significa, otro día más aquí, por lo menos.
Nuestra ilusión de poder dormir esta noche en el pueblo, se ha ido al cuerno, como tantas otras que nos hemos forjado.
La segunda, se refiere al viaje del sanitario. Un ex-voluntario (que está en la paridera del capitán), intentando desmontar una bomba expansiva italiana que cogió en Belchite, le ha explotado en las manos. Dicen que le ha arrancado una mano y una pierna y que sufría tantos dolores que le pedía al capitán Emilio que les matara de un tiro. Por la tarde, una ambulancia se lo ha llevado al hospital de Híjar. La importancia de las heridas, deja pocas esperanzas de vida. Este accidente, ha causado una honda impresión en el sector, pero especialmente a los de la compañía.
Si bien es verdad que pertenecía al “coto” de los ex-voluntarios y a pesar de ser sólo soldado, no hacía ningún servicio de guardias ello no quita para que lamentemos su accidente. ¡Tanta suerte que habíamos tenido hasta ahora! Esta, es la baja más grave que hemos tenido desde que se organizó la compañía en Binefar.
Comentamos, tristemente, que de haberse llevado las cosas conforme, el relevo habría llegado ayer u hoy a primera hora y esto no hubiera sucedido.
Esta tarde, el recuerdo de este suceso, ha estado presente en nuestras charlas.
Al ir a cenar, hace un viento heladísimo, lo que nos hace comparar la noche que pensábamos pasar, con la que pasaremos en realidad.
En la paridera, nos comunican otro caso desgraciado acaecido esta tarde. Haciendo prácticas los quintos en el lanzamiento de granadas, una de ellas no ha explotado, haciéndolo luego al ir a recogerla e hiriendo a un soldado en el cuello. Aunque no pertenecen a nuestra compañía, no es por eso menos de lamentar.
Las últimas noticias son, que el relevo aún no ha llegado, pero se le espera en el pueblo de un momento a otro. De todas formas, hasta mañana, como mínimo, no hay que esperarle.
Ante el frío enorme que hace desde que se ocultó el sol, decidimos acostarnos a las siete.
A la una, me llaman para la guardia. Afortunadamente, el viento ha calmado mucho y la temperatura es menos gélida. Durante la guardia, veo los faros de varios camiones que, al igual que esta mañana, transitan por las pistas de las montañas vecinas. Al fin, me relevan y voy corriendo a acostarme tapándome incluso la cabeza para aprovechar el calor de mi aliento.

22 de Noviembre de 1937

22 de Noviembre de 1937

A las 6, decidimos levantarnos pues estamos helados. Encendemos una gran fogata para reaccionar.
Vamos a desayunar. Afortunadamente no llueve, pero ¡vaya frío!
Cuando ya hemos desayunado, el teniente ordena formar toda la sección en el patio de la paridera. Nos comunica que el soldado desaparecido ayer, no se ha presentado, por lo que se supone que se ha pasado al enemigo. Nos da instrucciones a seguir en caso de que sospecháramos un caso análogo al ver algún soldado pasar más allá de las líneas de vigilancia, y, para tal fin se ha prohibido ir a cazar más allá de dichas líneas.
Luego, nos da la gran noticia; que preparemos los equipos pues esta tarde, o mañana vamos a ser relevados.
Ha reaparecido el buen humor de hace unos días. Si ésta alegría es tan grande por el solo hecho de bajar al pueblo, ¿Que será cuando vayamos a casa con permiso? ¿Y cuando se termine esta maldita guerra?.
Entre la guardia y preparar mis cosas, me pasa la mañana en un vuelo.
A las 11, vienen a avisarnos de la paridera que vayamos ya a comer, pues parece que el relevo será esta tarde. Ante la proximidad del acontecimiento, el buen humor va en aumento. Dos o tres opinamos que habría que buscar letra nueva y adecuada a algunas canciones conocidas. Cuando nos movilizaron, estaba muy en boga una canción francesa -de Roland d'Orsay- llamada “Oh! Mona!” que por tener solista y estribillo con coro, nos iría muy bien. Me dedico a buscarle una letra que sea en verso y que haga alusión a nuestras andanzas desde que estamos en el frente.
Poco a poco, la voy perfilando, pero no quiero decirles nada todavía; será para cantarla cuando vayamos a casa con el permiso.
El segundo turno de permiso ya está en el pueblo y, según dicen, a punto de marcharse. Solo esperan el regreso de la primera expedición. ¡Dichosos ellos!.
La tarde, la dedico a redondear la canción y, la letra sale bastante adecuada. De momento, ya tengo el tema y el nombre decididos. En honor a lo mucho que nos han hecho manejar el pico y la pala, la canción se llamará: “La penya del pic i pala”.
El solista, va relatando las incidencias de la compañía (que es la “penya”), a través de las diversas posiciones que ha ocupado y, el coro, después de cada linea del solista, corea con el estribillo de “Oh! Mona!”. Luego, después de cada estrofa completa, todos cantan el estribillo completo.
A las 5, vamos a cenar, aunque desconfiamos que el relevo suba hoy. Casi seguro, que no vendrán hasta mañana. Es cosa de esperar.
Regresamos a la tienda cantando; seguro que con este silencio, el enemigo debe oírnos, pero no nos importa. También nosotros les oímos cuando, hace unos días, les llegó el relevo.
Esta noche, es cuestión de estar alerta, si cabe, más que de costumbre, pues podría darse el caso de que el que se pasó ayer -ahora ya es seguro-, hubiese dado detalles de la posición. Claro que un ataque no lo esperamos, pues eso, no se improvisa en pocas horas, y menos, en un frente tan alejado y en terreno tan escabroso como éste. Lo que sí entra dentro de lo posible, es un golpe de mano por sorpresa.
Como no entro de guardia hasta las 11.30, después de charlar un rato, me tumbo a dormir.
Me llaman para ir al puesto. Durante mi guardia, a intervalos, he oído algunas explosiones de bombas de mano, pero muy lejanas.
Cuando me viene a relevar el quinto, le advierto de lo oído, y le recuerdo lo que debe hacer según lo que pudiera pasar. Y que vale más pecar por exceso de desconfianza.
Cuando llego a la tienda, doy parte al sargento, al cual encuentro con muchas ganas de charlar. Lo hacemos mientras dura el cigarrillo.

21 de Noviembre de 1937

21 de Noviembre de 1937

Como el comisario Aguadé, me dijo ayer que no tuviera prisa en levantarme, y como la cama estaba tan estupenda, cuando me despierto, son las 9. ¡Que diferente se encuentra el cuerpo al haber dormido “blando”, bajo techo y con solo la ropa interior. Me lavo, afeito y peino con jabón y agua abundante.
Al bajar a la cocina ya estaban terminando de preparar el café con leche.
Sobre las 10, el comisario, el sargento Quintero y yo, emprendemos el camino de regreso a la posición.
Cuando llegamos, los compañeros me preguntan por el desarrollo del festival y yo, les cuento como fue. Están molestos por no haber podido presenciarlo. Consideran, -y con razón- que es el soldado de primera línea quién lleva la parte más pesada de la guerra y, por tanto, quién más necesitado está de moral; que los militares que residen en el pueblo, comen y duermen bien y no llevan tanta carga.
Me cuentan, que ayer volvieron a doblar los puestos de guardia a partir de la una de la noche.
Me entregan carta de mi familia que llegó ayer. Afortunadamente siguen bien y me preguntan que día iré de permiso. ¡Si supieran lo fácil que es que los suspendan! Cuando les contesto, les digo que será... pronto.
Se nos han incorporado los quintos. A cinco, los han destinado a la tienda y han sacado dos veteranos; entre ellos, al buen “tonelada”. Desgraciadamente, se han cumplido los temores que teníamos y estamos bastante contrariados, aunque hay que resignarse.
Al terminar de comer, regresamos a la tienda. Apenas llegamos, empieza a llover y continúa así, toda la tarde. Pasamos el tiempo jugando al dominó.
Como a la hora de cenar, ha cesado de llover, aprovechamos para ir rápidamente a la paridera, cenar y regresar enseguida, pero, a pesar de ello, a medio camino, cae un chaparrón que nos deja mojados como pollos.
El techo de la tienda, cala que es un gusto; caen gotas por todas partes.
Como entro de guardia a las 10, y sólo son las 7, y, además dentro de la tienda llueva casi tanto como fuera, nos tumbamos arropados y tapados incluso de cabeza. Los pobres quintos, están pasando un buen bautismo de agua.
Sobre las 9, viene un enlace de la posición vecina que nos advierte que al oscurecer, ha salido un soldado de su posición a cazar conejos y no ha regresado todavía. Como la noche es oscurísimo y llueve, podría ser que se hubiese desorientado y esperara a que amaneciera para regresar. Pero también podría haberse “pasado” al enemigo; por lo tanto, los escuchas deberán estar más atentos que nunca.
Como ya falta poco para mi guardia, no intento volver a dormir.
A la hora, relevo al escucha que me dice no haber oído nada lo cual se comprende porque el goteo incesante, tapa cualquier rumor.
Poco antes de relevarme, oigo, a lo lejos, la explosión de una bomba. Preparo el fusil, para dar la alarma si se repite, pero no se ha vuelto a oir, ni siquiera un disparo; por lo que me limito a comunicar lo sucedido al que me releva y dar parte al sargento en la tienda. Como el que está ahora de escucha es un quinto, decidimos seguir un rato despiertos el sargento, el cabo y yo, por si sucediera algo. Fumamos y charlamos a oscuras, una hora larga; como no pasa nada, nos tumbamos a dormir.
Ha cesado de llover y ha salido la luna, que ilumina parte del interior de la tienda. Veremos si mañana hace buen tiempo; aunque no nos hacemos ilusiones pues ya hemos experimentado bastantes veces que, en estas alturas, el tiempo cambia con mucha facilidad.

20 de Noviembre de 1937

20 de Noviembre de 1937

Me levanto a las siete, con el tiempo justo para ir a desayunar. Hoy, he descansado bastante bien, aunque me he despertado medio helado.
Al regreso me hago un par de tostadas y casi inmediatamente, entro de guardia. Me llevo un libro para distraerme porque pasar dos horas mirando estas montañas que tengo tan vistas, es muy monótono.
Como calculo que ya es la hora del relevo y éste no viene, me llego hasta la tienda; en ella, sólo encuentro al compañero a punto de relevarme. Me dice que los demás están en la paridera escuchando una conferencia que les da nuestro comisario.
Mientras espero que regresen, me caliento un cubo de agua para lavarme, pues el picor, hace días que vuelve a ser irresistible. Me lavo de cintura para arriba; luego, me afeito y peino. Y, antes de volverme a poner la camisa, procuro despiojarla cuanto puedo.
Ya han regresado los compañeros. La conferencia, ha versado, entre otras cosas, sobre la petición que hicimos para ser relevados; asegura que ha sido atendida y, cuando regrese el primer turno de permiso (dentro de 3 o 4 días), bajaremos al pueblo. Además, les ha encargado me digan que, después de almorzar baje al pueblo, pues esta noche gay allí un pequeño festival y quiere que yo actúe en él. El tiempo que dispongo no me permite gran preparación; por otra parte, no se que público asistirá, cosa que hay que tener en cuenta al seleccionar los chistes a explicar. Pero algo se me ocurrirá por el camino y ya seleccionaré sobre el terreno.
A las 12, vamos a comer. Después de avisar al teniente, tomo el camino del pueblo. Durante el camino, selecciono dos combinaciones de charlas, para la noche.
El camino se me ha hecho muy corto pues, casi sin darme cuenta, tengo el pueblo a la vista. Claro que en ello ha influido el hecho de ir sin carga ni armamento alguno.
Al llegar a Herrera, me presento al sargento administrativo de nuestra compañía, al que pregunto por el comisario. Me indica que está en la iglesia que es donde se hará e festival. Al llegar allí, veo que el escenario, está ya casi montado. El comisario me indica que la función empezará a las nueve de la noche, de modo que me quedaré a dormir en el pueblo.
Paseando, encuentro a dos compañeros a los que les dieron de baja de nuestra compañía y los pasaron a ametralladoras. Nos alegramos mucho de vernos de nuevo. Me llevan a la Cooperativa donde hacen el vino y nos invitan a unos tragos del recién hecho. Estando allí, las campanas de la iglesia, tocan a rebato. Mis compañeros dicen que es aviso de alarma de aviación. Efectivamente, al poco, pasan nueve aparatos enemigos, pero no bombardean. Me llevan a la casa donde están alojados. Allí, les hacen la comida y les lavan la ropa. Es decir, que están como en casa. ¡Quien pudiera pasarlo así! Aunque sólo fuera para poder librarse de los piojos. Pero, está visto, que en la guerra, lo peor, es ser de infantería.
Como se hace tarde, voy a la cocina general a buscar la cena. También la comida es aquí más abundante y mejor condimentada que arriba. Después de cenar nos volvemos a encontrar con los compañeros de esta tarde. Como tienen una guitarra, pasamos un rato cantando coplas de Cataluña, pero también de Aragón, Vasconia, Navarra y Asturias, que hemos aprendido de oírlas cantar a los ex-voluntarios. Nos pasa el tiempo tan aprisa, que cuando nos damos cuenta, ya es hora del festival.
Empieza, apenas llegamos. Primero, actúan unos soldados cantando flamenco, acompañados de guitarra y lo hacen bastante bien. Luego, un cantante de tangos y como final de la primera parte, una rondalla formada por soldados y hombres del pueblo que también han gustado mucho.
La segunda parte consiste en la representación de un drama, en un acto. En el reparto, intervienen dos soldados, un señor y dos chicas del pueblo, que lo hacen muy bien.
En la tercera parte, intervengo yo, con una charla humorística a base de unos cuantos chistes y un par de versos cómicos que tienen muy buena aceptación y cierra el festival un comisario con unos cuantos versos de Zorrilla.
Una vez terminado y cuando regresaba a la casa de nuestro sargento administrativo, se une a nosotros el sargento Quintero, que ha bajado a ver el festival.
Cuando llegamos, el sargento blanco, que es nuestro anfitrión, improvisa un resopón a base de tocino magro, pan y vino. Luego, organizamos una cantada y unos chistes y, hasta las doce, no nos acostamos.
Me va a parecer imposible dormir en cama y no tener que hacer guardia en toda la noche.

19 de Noviembre de 1937

19 de Noviembre de 1937

A las 4 de la madrugada, me despierta el cabo para que, acompañando a otro, entre otra vez de guardia, pues ha recibido orden de reforzarla.
Afortunadamente, a las 5 nos relevan. Hace un viento enorme que me recuerda la tramontana de
Gerona. Estamos helados. En lugar de acostarnos, encendemos la hoguera y nos hacemos unos vasos de café caliente con coñac y secarnos la ropa al fuego.
Como han colocado un puesto de observación complementario, a la 6.30, entro nuevamente de guardia. El viento, no ha menguado su intensidad y, a poco de entrar de guardia, estoy helado de nuevo. Esto, hace que el tiempo se eternice y el relevo, no acaba de llegar. A lo lejos, y entre nubes, un tímido sol hace varios intentos para salir, pero desaparece enseguida.
Cuando llega el relevo, voy corriendo hacia la tienda. Me caliento el café que me han traído y me siento junto a la hoguera. A pesar de la proximidad del fuego, se me van helando los pies. La única forma de entrar en calor, sería dar una caminata. Pero cualquiera va de paseo con este helado viento que hace. Está visto que estamos condenados a permanecer en esta tienda hasta que releven la compañía.
Me dicen mis compañeros que dos soldados han ido a Aguilón a comprar vino, esperando que nos ayude a combatir el frío.
También me dan una noticia de la que esperamos nada bueno. Han llegado a Herrera una expedición de soldados de la compañía combinando en las escuadras dos veteranos y dos quintos. Por tanto, la camaradería que nos unía, va a quedar deshecha. ¡Ahora que la confianza entre nosotros era tanta, que incluso nos contábamos cosas íntimas! Claro que no por eso trataremos con desapego a esos muchachos pues, a fin de cuentas, están aquí por haber movilizado sus quintas, igual que a nosotros.
Pero... ¡Sabe tan mal perder esa relación, digamos espiritual que teníamos!... Esta desbandada, que, de estar agrupada toda la compañía, tendría una importancia relativa, sí la tiene en vista del próximo relevo ya que, en las nuevas posiciones, habrá sólo una escuadra en cada una.
Vamos a almorzar, acompañados del viento y la lluvia. Los que han ido hasta Aguilón, no han en encontrado vino. ¡Con lo bien que nos vendría en un día como éste! Tampoco han subido los quintos que esperábamos.
Regresamos a la tienda. Tarde gris. Frío y viento muy molesto. Esta tarde, nos recuerda aquellas similares que, de fiesta, en Barcelona, pasábamos en el cine.
Como esta noche tengo la primera guardia y no puedo ir a cenar, me quedo solo de retén en la tienda, esperando el regreso de mis compañeros. Como ha cesado de llover, reanimo el fuego y me siento frente a él con fusil atravesado entre las piernas. Y, en esta soledad ¡Cuantos recuerdos me vienen a la memoria! El “canto” de una ametralladora, me saca de mi recogimiento. Me llego hasta el puesto de nuestro centinela; le parece que los disparos venían de los parapetos enemigos de las montañas de enfrente. ¿Que pretenderán esos estúpidos con esta oscuridad? ¿Ver si tocan a alguien por casualidad? Y, si fuera así... ¿en que influiría el hecho, sobre la marcha de la guerra?
Regreso a la tienda y, al poco, llegan los compañeros con la cena; la recaliento y voy de guardia al puesto en cuanto he cenado.
Sin novedad, hasta el relevo.

18 de Noviembre de 1937

18 de Noviembre de 1937

Guardia de 4.30 a 6.30. Dos horas, crudísimas. Termino tan helado, que prefiero dar una caminata y hacer ejercicio para entrar en calor. Recorro todo el trayecto donde paramos los lazos, pero no ha “caído” ningún conejo.
Regreso, me hago un emparedado de membrillo y vamos a tomar el café del desayuno. Por lo menos, será algo caliente.
Cuando llegamos a la paridera, repetimos la petición de relevo al teniente, para que la transmita al capitán.
Guardia de 2 a 4 de la tarde.
A la hora de la cena, los de la paridera nos cuentan que ha venido el cuñado de un soldado de los de ametralladoras agregados a nosotros, -y que pertenece a otra compañía-, el cual les ha dicho que su comisario asegura que, a fin de año, habrá terminado la guerra y también, que las quintas 31 y 30, están licenciadas. Esto, nos parece el sueño de una noche de verano.
Guardia de 10 a 11.30 de la noche, sin novedad pero con un frío horroroso, que me ha obligado a moverme continuamente, aún a riesgo de ser visto.
Bendito relevo que ,e permite dejar esta nevera y correr hasta la tienda.

17 de Noviembre de 1937

17 de Noviembre de 1937

También hoy, hace un día malísimo. Las temperatura invernales, han empezado ya. Resulta imposible seguir más días aquí. Los 21 días que debíamos pasar en las posiciones, ya han vencido y habiendo quedado en nada lo de la nueva compañía, vamos a solicitar al comisario que presione al capitán para que pida el relevo.
Cuando vamos a comer, encontramos a los expedicionarios que confirman que lo de la nueva compañía se ha anulado.
Hacemos la solicitud de relevo y nos dicen que, si nos relevan, iríamos a una posición que se está de guardia continua, ya que se trata de vigilancia de carreteras.
Después de comer, hacemos una reunión, y acordamos insistir en nuestra demanda. Para nosotros los soldados, la nueva posición abajo en el pueblo, no puede ser peor que ésta, pues, aunque se haga más servicio de vigilancia, las condiciones de vida serán mejores que aquí. Si es preciso, mañana volveremos a insistir.
Esta tarde, hemos ido a poner lazos para cazar conejos, aunque no creo que ninguno del grupo, sepa distinguir los senderos que éstos siguen.
Por la tarde, pasa por la tienda el cabo Lon, que fue en la expedición a buscar armamento y nos comunica varias noticias; la mejor es que, por ahora, los permisos quedan en pié.
Tengo guardia a las 5. Hace un viento fortísimo que impide permanecer en pié. Me siento en el suelo, al resguardo de unas carrascas. A las 6.30 me relevan. ¡Ya no podía más!.
El arroz que me han traído de cena, está convertido en una pasta helada; tengo que tirarlo. Me como un poco de pan con turrón y me caliento un poco de café al que añado coñac y me hecho a dormir, con mi “pareja”. Poco a poco, vamos entrando en calor pero, diríase que con él, se despiertan los piojos y pican como muertos de hambre. Mañana volveré a quitarme la ropa y picarla aunque me hiele. Nos rascamos hasta levantarnos la piel.

16 de Noviembre de 1937

16 de Noviembre de 1937

Somos unos cuantos que, también hoy dejamos de ir a por el café y preferimos hacernos tostadas y picar algo de lo que tenemos extra.
El día es malísimo; nublado y con el viento del Moncayo. Esto, influye en nuestro ánimo y hace desaparecer aquella alegría que parecía renacer ayer.
Todavía no sabemos nada de los compañeros de la posición del capitán que, hace unos días marcharon para hacerse cargo de material nuevo. Tampoco se conocen aún los elegidos para la nueva compañía. Yo creo que el capitán, está jugando a sentirse importante.
Dentro de unos momentos, entro de guardia. El viento, sopla ahora con mucha fuerza. Al poco de llegar al puesto, empieza a llover. Guardia muy pesada; parecía que no iban a relevarme nunca. Si continúa lloviendo así, hemos decidido no ir nadie a buscar la comida. Afortunadamente, para un poco antes.
En la paridera, encontramos noticias frescas; lo de la formación de una nueva compañía... ha quedado anulado. Esperamos la llegada de los expedicionarios para que nos cuenten como les ha ido.
Pasamos la tarde, haciendo conjeturas. Llegamos incluso a dudar de la veracidad del encargo del capitán de la nueva compañía. A la hora de cenar, no han llegado otras noticias.
Tampoco hoy viene ningún sargento a dormir a la tienda. Son varias las noches ya que estamos solos y, vale decir que nos las arreglamos mejor que según con que sargento. Pero hay que reconocer la desfachatez que ésto representa y la tolerancia de los oficiales que no pueden ignorar el hecho, ya que duermen en la paridera con ellos.
Nos echamos a dormir.
Guardia de 3 a 5, con un frío que pela. Afortunadamente, sin novedad. Me hecho a dormir y a aprovechar el tiempo que queda hasta la hora de levantarse.

15 de Noviembre de 1937

15 de Noviembre de 1937

Somos varios los que no vamos a buscar el café; preferimos hacernos unas tostadas con chocolate y uvas.
Como no se sabe nada de los elegidos de la nueva compañía, vuelve a reinar el pesimismo.
Ha llegado prensa con fecha 10 del corriente, la lectura de la cual, provoca una conversación sobre la posibilidad de una guerra europea. Ya nos parece imposible que algún día pueda terminar esta vida que llevamos. La palabra “paz”, suena tan extraña a nuestros oídos, que casi empezamos a olvidar su significado.
Entro de guardia. En el puesto donde la hacemos durante el día, alguien, ha encendido un fuego; ahora, de él, sólo quedan cenizas. La vista de ello, me sugiere simbolizar nuestra vida con éste fuego. Nosotros, los hombres, somos la madera que se va echando al fuego de la guerra para mantenerlo encendido. Luego, la madera se reduce a cenizas que, al soplo del viento, son dispersadas sin dejar rastro de ellas. Así, nosotros ignoramos también nuestro destino, pero sea cual fuere, tanto al caído como al indemne, el viento de los años borrará hasta el recuerdo de que haya existido.
Y pensar que con unos cuantos hombres, -pocos-, que se lo propusieran, ¡Cuantas alegrías proporcionarían y cuantas vidas y miserias se ahorrarían!.
Todos, tememos la soledad. La peor enemiga en días así porque conduce a deprimir el ánimo y es necesario evitarla a toda costa. Por eso, todos buscamos compañía.
Hacía unos días que los piojos, no molestaban digamos que “moderadamente”. Pero nos están haciendo la vida imposible de nuevo. De modo que, venciendo la vergüenza, nos sacamos la ropa cada día, la extendemos fuera de la tienda y la picamos con unas varas con el fin de hacerlos “botar” al suelo. Cuando el tiempo es benigno, esta operación se realiza bien, pero cuando es lluvioso o frío, como ahora, pasamos un mal rato. ¿Cuando nos será posible quitarnos toda esta ropa, lavarnos y mudarnos completamente? Parece imposible que llegue ese día y estemos condenados a rascarnos hasta rasgarnos la piel como ahora.
Hace varios días que no veo a Quintanilla y Vilalta, pero sé que están bien. !Si, por lo menos, estuviéramos juntos! Debo reconocer que aquí tengo buenos compañeros, pero ésta amistad no es tan antigua como la de aquellos y, por ello, nuestras conversaciones se limitan al presente y, aquí... !se disfruta tanto, recordando tiempos pasados! Es una de las pocas cosas que nos animan.
Estoy haciendo estas anotaciones, cara al enemigo. De vez en cuando, se oyen las explosiones de las fortificaciones que se están construyendo. También al otro lado, debe haber muchachos que, al igual que nosotros en la anterior posición, no deben dejar de mano los picos y las palas. Y, seguramente, pensarán como nosotros entonces.
Para almorzar, rancho especial; patatas fritas con carne. Además, unos compañeros se han desplazado hasta el pueblo llamado Aguilón, y han traído vino.
LA charla de esta tarde, ha sido bastante alegre. Entre ella y cortar leña nos ha pasado el tiempo muy rápido. Cuando nos hemos dado cuenta, era ya la hora de cenar.
Casi nadie se termina la sopa de arroz que nos dan, por lo insípida. Y, sin embargo, es casi seguro, que algún día la echaremos de menos.
Regresamos a la tienda; charla y a dormir.
A la una, me llaman para la guardia. Me relevan a las tres, sin novedad.

14 de Noviembre de 1937

14 de Noviembre de 1937

El día, amenaza lluvia. El mal humor de ayer, parece haber remitido algo. Resulta inútil rebelarse contra los hechos ya que no se consigue nada pues, lo que haya de ser, será. Este, parece algo fatalista, pero es que, poco a poco, los hechos nos van volviendo así.
El viaje a por el desayuno y la estancia allí, no son tan tristes como ayer.
En la paridera, había un diario francés del día 2 de este mes, que ha subido el carrero y a quien se lo ha dado Nebot para mí. Me lo llevo a la tienda. Allí, sentados alrededor de la hoguera, lo voy leyendo y traduciendo. Por su contenido no se saca nada en claro sobre la situación internacional. Muy al contrario, demuestra cada vez más, la porquería y el “chalaneo” que es la política. Para salvar sus intereses, hay países que no dudan en pactar con los alemanes, abandonando a éstos, sus países amigos ayer. ¡Y pensar que a causa de la política estamos pudriéndonos aquí, abandonando hogar y trabajo. Con los millones que cuesta diariamente esta guerra civil...!¡Que España haríamos si los empleáramos en el bien común y no en la destrucción! Pero el Hombre, es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y, por eso, la experiencia que debería proporciona la Historia no quiere tenerla en cuenta. De todas formas si los que promueven la guerras, pagaran luego las consecuencias en su carne, otra cosa sería. Pero, como cuando van maldadas huyen, en espera de una nueva “oportunidad”... Y, los que quedan, ¡a reconstruir el país!. Eso, ha sucedido siempre en las guerras civiles y eso, volverá a suceder aquí.
Cuando termino de leer el diario, entro de guardia. El puesto, transcurre sin novedad.
Ha llegado el correo; carta de Morera, compañero de trabajo que, por padecer del corazón, lo han dado inútil. Me cuenta que han movilizado quintas de 19 y 18 años y están haciendo la instrucción; y me refiere anécdotas cómicas. ¡Que distinto se vive en la retaguardia! Para ellos es como si la guerra fuera una cosa anecdótica. El día que les incorporen, ya se darán cuenta lo distinta que es la realidad. Y, no me refiero exclusivamente a los momentos de peligro; sinó más bien a este “pudrirse en estos rincones de mundo”.
Nada se sabe todavía referente a quienes formarán parte de la nueva compañía.
Vamos a comer. Lamentablemente, la sabrosa carne de cabra,toca a su fin, y debemos hacer frente a los garbanzos mejicanos. 'Si, por lo menos, fueran comestibles!
Por la tarde, echamos mano a las partidas de dominó que, si no nos divierten, por lo menos nos distraen. Un poco de charla rellena el tiempo. Precisamente, comentamos los rápido que pasan los días; llevamos ya aquí 19. De ser verdad lo que nos dijeron al llegar a Herrera, pasado mañana, deberían relevarnos y pasar 8 días de descanso en el pueblo. Pero, a causa de los permisos, -solamente teóricos-, y demás líos, no es fácil que nos releven hasta que nos toque el permiso.
Empieza a presentarse algún caso de reumatismo debido a las humedades que sufrimos constantemente.
Cuando voy a cenar, encuentro un paquete que me envían de mi casa, aún cuando yo no lo había pedido. Con gran ilusión lo llevo a la tienda y allí lo abro. Hay, chocolate, turrones, almendras, membrillo y una botella de coñac. ¿De donde habrán sacado todo eso? Por un lado, me alegra, pero al pensar cuanto deben necesitarlo ellas, se rebaja algo la ilusión.
Intento dormir hasta las once que entraré de guardia, pero estoy totalmente desvelado. Cuando me iba a vencer el sueño, ha llegado el sargento y ha empezado a hablar con el cabo en voz alta, despertándome de nuevo. Se comprende que esté animado pues sabe que tiene puesto seguro en la nueva compañía y, por lo tanto, le queda poco tiempo de estar aquí. Es de suponer, que la compañía de armas de acompañamiento, no será ningún enchufe, pero cuando menos, constituye una especialidad dentro del ejército y, por tanto, no estarán consumiéndose en este mal vivir de primeras lineas, que parece destinado sólo a la sufrida infantería.
Cuando callan, son ya cerca de las once y me vienen a buscar.
Hace mucho viento y, como viene del Moncayo, es muy helado. Esto, hace la guardia muy pesada. Hay que compensar con la vista la falta de oído. Afortunadamente, hay una luna, que parece sea de día.
Al fin, consumo mi turno y me relevan.

13 de Noviembre de 1937

13 de Noviembre de 1937

A las cinco, me despierta el cabo, pues hay uno enfermo y debo entrar en guardia nuevamente. Cojo mi equipo y al puesto otra vez.
A las 6.30, me relevan sin novedad. El intenso frío que hace ya no es novedad y se va a convertir en inseparable nuestro y con tendencia a agudizarse, pues, habrá que ver lo que será en cuanto nieve.
Al llegar, me voy de cara a la bienhechora y nunca bastante alabada hoguera que me reanima con su calor. Aprovecho para desayunar unas tostadas y unos sorbos de café (1) caliente.
El sargento, nos comunica que nuestro capitán, ha sido encargado por el Mando para escoger el personal necesario para formar una compañía de máquinas de acompañamiento (ametralladoras, morteros, lanzallamas, etc.) Tengo la impresión que, de eso, no va a resultar nada bueno. Me sabría muy mal separarme de mis compañeros. Además, hay el peligro de perder el turno de permiso, pues el vacío que dejen los elegidos, será cubierto con soldados quintos y oficialidad nueva. Este temor, no sólo lo siento yo, sinó muchos, ya que la mayoría dudamos en ser elegidos. Esto, ha hecho desaparecer el buen humor que reinaba estos días.
Aquellas bromas que siempre hacíamos camino de la paridera, hoy, han brillado por su ausencia. Y, lo mismo ha sucedido, durante la comida.
El día, predispone también al mal humor; hace una tarde oscura, gris. Todos los intentos para arrancar una charla, resultan inútiles.
La cena y el viaje de ida y vuelta, con la misma baja moral ¿Que hado adverso se interfiere enseguida, entre nosotros y las buenas noticias, y las derrumba?
Como ayer apenas dormimos, en cuanto colocamos el primer escucha, nos estiramos a dormir.
Mi servicio de 10 a 12, transcurre sin novedad. El frío, sigue apretando de lo lindo, tanto es así, que el sistema de dormir "aparejados", se ha impuesto. A ver si hay suerte y puedo dormir hasta mañana.

12 de Noviembre de 1937

12 de Noviembre de 1937

A las seis de la mañana, nos despierta el frío. Resulta imposible seguir tumbados e inmóviles. Nos levantamos y encendemos una buena hoguera. Y, saltando a su alrededor, conseguimos reaccionar. Quien nos viera de lejos, nos confundiría con un grupo de pieles rojas.
A las siete, entro de guardia. Me llevo pan y chocolate al puesto.
De ayer a hoy, la temperatura ha descendido mucho; si tuviera un termómetros, seguro que lo confirmaría. El rocío, está totalmente helado sobre las hojas de las carrascas y las matas. Un pequeño charco, está totalmente helado. Yo, también me voy helando por momentos, pues aunque hace algo de sol, apenas da calor. De modo que me pongo a hacer gimnasia. Con el capote puesto y visto desde lejos, debo parecer un muñeco de cuerda. Por un momento, he sentido la tentación de encender un fuego, pero las ramas mojadas hubieran hecho humo y delatado donde tenemos establecido el puesto de vigilancia.
Me relevan. Cuando llego a la tienda, encuentro la leche del desayuno que los compañeros han puesto a calentar junto a la hoguera, para que la encuentre caliente. Con pequeñas acciones y detalles como éste, se demuestra el compañerismo y el apoyo que nos prestamos unos a otros, en esta pequeña familia que componemos. ¡Verdaderamente reconfortante!
Parece que se presenta un buen día, aunque el sol es muy débil. Gracias a eso, hemos podido lavarnos, aunque es agua está heladísima. Después, nos dedicamos a limpiar las setas y las llevamos a la cocina para que las guisen. Al regreso, volvemos a cortar leña pues, con este frío, vamos a quema mucha.
Vamos a comer. Hoy, el "menú", es de Fiesta Mayor; garbanzos guisado y costillas de cabra con setas fritas. ¡Como disfrutarían nuestra familias!.
Por la tarde, tertulia y dominó. El estómago lleno nos hace ver las cosas con más moral. No obstante, la estancia en la tienda, es muy pesada y quizá deberían relevarnos los de la paridera. Pero... ¿quién plantea la cuestión? En realidad, debería ser cosa de los sargentos, pero como ellos se relevan cada día y sólo vienen a pasar la noche...
Tres aviones enemigos han bombardeado las posiciones a ocho Kms. de aquí. Al cabo de una hora, nuestra aviación les ha devuelto la agresión y bombardeado detrás de las montañas, suponemos que en Cariñena. Luego, ha habido varios "raids" arriba y abajo sobre nuestras posiciones, pero no hemos podido distinguir si eran nuestros o enemigos.
Como ya oscurece, nos vamos a cenar. Apenas empezamos a probar la caliente sopa, llega el cabo diciendo que regresemos rápidamente a la tienda pues, al escucha, le ha parecido oír voces por la parte del río.
Salimos corriendo y llegamos "echando el bofe", pues la carrera ha sido de alivio. Con correaje y armamento, nos dirigimos al morro de nuestra loma, desde donde se dominan las vaguadas que nos rodean. Al llegar, el centinela nos dice haber oído las voces otra vez, pero ahora, viniendo de más allá del río. De todas formas, nos extendemos en guerrilla. Durante media hora, no oímos nada. El sargento Quintero, ordena retirarnos y recomienda mucha cautela al centinela.
Regresamos a la tienda; creemos que ha sido una falsa alarma. A veces, si el aire viene en dirección favorable, las voces se "acercan". De todas maneras, pasamos una hora charlando a oscuras.
Dejo la tertulia, para relevar al escucha. Durante mi puesto no he oído absolutamente nada. Cada vez estoy más convencido de que no fue nada pues, si el enemigo viniera a dar un golpe de mano, lo harían en silencio y no dando voces.
Me relevan; los demás duermen ya.
Sobre las doce, el escucha de turno, nos despierta diciendo que ha oído voces, en dos ocasiones. Volvemos a situarnos en los puestos de antes y permanecemos otra media hora de vigilancia y no oímos nada.
En vista de estas continuas alarmas, el sargento decide doblar la vigilancia y nos retiramos de nuevo.
Nos acostamos, pero con el correaje puesto y el saco de las bombas colgado del poste central de la tienda, por si hubiera que salir rápidamente. Así, no es posible dormir, pero por lo menos el cuerpo descansa y no se enfría. Pues la verdad es que esta segunda llamada nos ha cogido en pleno sueño y, entre eso y la tensión, nos castañetean los dientes. Al fin, nos dormimos.

11 de Noviembre de 1937

11 de Noviembre de 1937

A las 4.30, entro de escucha. Hace mucho viento y no hay luna. De modo que ni se vé, ni se oye, por más atención que se ponga. El escucha saliente, debe darme la consigna al oído, sinó tendría que gritar para que le oyese. Al poco, llovizna durante un rato. A las seis, aunque ya no llueve, todo son aún tinieblas. Hacia las 6.30, empieza a aclarar y, coincidiendo con la luz, un frío contra el que no vale capote ni manta. Afortunadamente, el relevo llega pronto.
Voy corriendo a calentarme en la fogata que ya está encendida. Pero apenas te separas de ella, te vuelve el frío.
Vamos a desayunar. El café es casi agua, como de costumbre, pero nos lo bebemos bien caliente y nos reconforta.
Lo que nos deja helados, es la noticia que nos trae el cartero; los permisos, han sido suspendidos de momento, hasta dentro de unos días. Regresamos bastante “deshinchados”.
Inmediatament entro en guardia. Sin novedad.
Mantenemos encendida la fogata y cortamos bastante leña que colocamos cerca de ella para que se seque.
Vamos a comer; en la paridera también están desanimados por la suspensión de los permisos, de modo que la comida es muy silenciosa. Pero ellos por lo menos, están bien cobijados y resguardados del viento. Además, incluso pueden hacer algo de fuego donde duermen.
Regresamos y pasamos la tarde junto a la hoguera; un rato de cara a ella y otro de espalda. Pues si no, te calientas delante y te hielas detrás.
Cuando vamos a buscar la cena, hace mucho viento. El ambiente en la paridera no ha cambiado; caras largas.
Cuando regresamos, entro de guardia enseguida. El viento se ha llevado las nubes y hay una luna como no veíamos hace mucho tiempo. Por lo menos, se puede ver a distancia, lo que hace más distraído el puesto. A pesar de ello, el frío hace que el tiempo parezca más largo.
Cuando me relevan, estoy completamente helado. Me tumbo y arropo bien para entrar en calor, pero es inútil. Al fin, me vence el sueño. Pero a la una, nos despierta el frío a todos. Para calentarnos, decidimos juntarnos por parejas y así podemos dormirnos al fín.

10 de Noviembre de 1937

10 de Noviembre de 1937

Amanece un día lluvioso. Son las siete y apenas hay luz. Un momento que cesa de llover encendemos la hoguera; luego, vamos a desayunar. Café-agua; si lo hubiéramos sabido, no venimos. Al regreso, vuelve a llover; luego, más intensamente. La tienda cala bastante y las goteras, abundan. Debemos cobijarnos todos a un lado de ella, que aún resiste al agua. Estamos tan apretujados que no podemos tumbarnos, sólo estar sentados. Por otra parte, no hay suficiente luz para leer. Así pasamos el tiempo viendo caer el agua en el camino por la abertura.
Tiempo aburridísimo y melancólico que induce a la reflexión. Y eso, es lo peor que podemos hacer por la desesperación a la que finalmente conduce. De modo que nos ponemos a jugar al dominó y así pasamos hasta la hora de almorzar.
El camino hacia la paridera, lo hacemos bajo una llovizna como el chirimiri vasco. El regreso es igual, pero acompañado de un fuerte viento que nos levanta los capotes.
El persistente viento, se ha ido llevando las nubes y ahora luce el sol. Aprovechamos para salir a buscar setas. Hay dos que las conocen bien y nos ayudan a seleccionar las buenas que vamos encontrando. Hacemos buen acopio de ellas.
Como se acerca la hora de cenar, vamos a la paridera y encontramos muy animado el ambiente. Mientras cenamos, nos explican la causa.
Esta tarde, ha salido una nueva expedición en busca de las cabras salvajes que no pudimos encontrar el otro día. De las cinco, han podido matar a tres; las otras, han escapado. Nos las enseñan; son enormes, parecen becerros. Las van a repartir entre todas las posiciones de la compañía. ¡Ya nos relamemos de gusto pensando, pensando en mañana!.
Al regreso, vuelve a gotear. El viento, a vuelto a traer las nubes. Menos mal que tengo la última guardia y me queda la esperanza de que a las 4.30 de la mañana, habrá mejorado.
Esta noche, no tenemos ganas de charla y, sin esperar el regreso del sargento, nos tumbamos a dormir.
A las 10, llega el sargento Quintero acompañado de otro que no conozco. Me encarga que acompañe a éste a la posición del capitán. Me levanto, cojo el armamento y echamos a andar. Hace un frío intensísimo. Apretamos el paso y así, lo notamos menos.
Cuando llegamos a la paridera, llamo la atención del centinela, me doy a conocer y le paso la consigna. Entramos. Los oficiales, están todos levantados aún. Descanso un rato y luego regreso a buen paso. De modo que, a pesar del frío, cuando llego a la tienda, estoy sudando. Me acuesto y me duermo de inmediato.

9 de Noviembre de 1937

9 de Noviembre de 1937

Para desayunar, café-agua del que sirve para lavar el plato. Lo compensamos con las tostadas.
El tiempo de recoger la uva, ha pasado ya y, la que pueda quedar en las cepas, se va a echar a perder. Por tanto, organizamos una expedición hacia las viñas, junto al río. Cuando pasamos cerca de la posición de Quintanilla y Vilalta, pido a mis compañeros que me esperen y voy a verles. Les encuentro muy recuperados gracias a estas posiciones que permiten descansar bastante. Como los dos han recibido paquetes, quieren darme, chocolate, turrón, membrillo. Pero me resisto, porque me avergüenza que siempre sean ellos los que me ayuden ya que a mi no me es posible pedirle comida a mi abuela y mi hermana pues bastante falta les hace a ellas. Ellos, también lo saben pues, la convivencia en el frente es propicia a las confidencias y, por ello los tres conocemos las circunstancias de nuestras vidas de modo que, insisten y me lo meten en el macuto. Como los demás me están esperando en el cruce de caminos, debo dejarles, pero les hago prometer que me devolverán la visita.
Me uno a mis compañeros y emprendemos el descenso hacia las viñas, vigilando bien donde ponemos los pies, no vayamos a topar con alguna trampa-bomba.
Como a este lado del río ya no queda nada, decidimos vadearlo. Nos descalzamos y pasamos a la otra orilla. Estamos de suerte, pues a este lado queda bastante uva. Bien es verdad que nunca nos habíamos acercado tanto a las líneas enemigas en este sector y, aunque aún quedan alejadas, podrían dispararnos desde arriba.
Desde luego, no hay duda de que ellos no bajan hasta aquí, pues está lleno de racimos. ¡Lástima que si no termina pronto la guerra estas viñas se agotarán!
Cargamos las cestas y morrales, a tope. El regreso, resulta enfadadísimo pues, aparte el peso, el cesto resulta muy incómodo de llevar, sobretodo por ir cuesta arriba. Pero, al fin, llegamos a la tienda. Enseguida entro de guardia.
Cuando me relevan los compañeros me dan la comida que me han traído. Solo me como la carne, pues no puedo con los garbanzos duros como piedras. Me hago pan con turrón y un racimo de uva. Luego, aprovecho para descansar y leer un rato. Por la tarde, jugamos unas partidas de dominó, hasta la hora de cenar.
Cuando regresamos a la tienda con la cena de los de guardia, oímos un disparo y una bala explotar a pocos metros de nosotros. ¡Cuerpo a tierra! Y allá van los platos con las cenas. Luego, y en vista de que no se repite el disparo, continuamos. Suponemos se trata de una bala perdida, pues, con la oscuridad, nadie puede dar, ni siquiera apuntar a un blanco.
Llegamos a la tienda, relevamos a los de guardia y les improvisamos una cena. Decidimos no contarle al sargento lo del disparo cuando venga a dormir.
Cuando más tarde llega, nos acostamos y con el candil apagado, tenemos la charla acostumbrada. Que, poco a poco languidece hasta que el silencio es total.
A las tres, me voy de guardia. El frío, supera al de días anteriores. Hay momentos en que debo friccionarme brazos y piernas. A lo lejos, se oyen cañones. Aquí, silencio y calma. Relevo.

8 de Noviembre de 1937


8 de Noviembre de 1937

Estoy muerto de sueño, pero el ajetreo de los compañeros sacando mantas fuera de la tienda, me despierta a las siete. El dolor de muelas, no me molesta tanto.
Encendemos la hoguera, y uno se pone a hacer tostadas para todos y las rocía con grasa de cordero de la que aún nos queda un poco. Como ayer no cené, las como con apetito. Luego, el paseo en busca del desayuno; leche aguada, de modo que cuando volvemos, tostamos de nuevo, pan. La vida al aire libre y el frío, queman muchas calorías y, de ahí, que siempre tengamos hambre. Gracias sean dadas al bendito pan del pueblo.

Tampoco hoy tenemos trabajo. Escribimos o leemos. Como, afortunadamente no llueve, podemos hacerlo fuera de la tienda. Desde el día de la discusión, en la paridera, el trato de los sargentos ha mejorado mucho. También es posible, que el sargento Quintero les haya contado las charlas que tenemos con él. El hecho es, que apenas nos molestan, ni nos achuchan con trabajos inútiles, como en el pasado. Como la estancia en la tienda es incómoda, los sargentos han decidido relevarse a diario, pero en realidad, sólo vendrán a dormir y, durante el día, no les veremos el pelo. Y nosotros, encantados, salvo cuando venga Quintero.

Guardia de 10 a 12 del día, con tiempo algo frío.

Hoy, se ha producido otro traslado; a uno del pelotón, lo han enviado a otra posición y dicen que vendrá otro a sustituirle. Desde luego, no entendemos lo que pretenden con estos cambios. Precisamente la amistad y el compañerismo son lo único que hacen llevadera esta vida que arrastramos.

Los garbanzos del almuerzo de hoy son pequeños y, los hay blancos y negros. Alguien ha dicho que son mejicanos.
Nuestro compañero Grau cumple hoy su segundo aniversario de casamiento, y nos sorprende con la invitación a base de castañas, almendras, avellanas y cacahuetes de un paquete que acaba de recibir. Y rociado con un coñac buenísimo. Nos dice que espera ser padre dentro de poco.

Regresamos a la tienda. Con un pedazo de cartón que me han subido del pueblo, hago un dominó y jugamos toda la tarde.

Uno de la escuadra, tiene una llaga en el pié y se la ha lavado con agua de tomillo hervido. Como tenía prisa para ir a la guardia, ha dejado la “tisana” en el plato y éste, sobre una piedra. El muchacho al que ha relevado, ha llegado, se ha hecho una tostada y, al ver aquel líquido amarillento en el plato lo ha tomado por aceite y ha mojado el pan en él. Menos mal que le hemos avisado a tiempo. Luego, la broma ha durado largo rato y se ha repetido al regresar de la guardia el dueño de la infusión.

Oscurece, vamos a cenar. Regresamos a la tienda con la impresión que, dentro de un mes a lo más tardar, iremos a casa con permiso.
Hoy, tenemos de turno al sargento García. Este, llega algo tarde. En la charla, antes de acostarnos, nos advierte que caso que se observara movimiento enemigo, se suspenderían los permisos. Esto, nos cae como ducha de agua fría. Nos acostamos.

Como no ha llegado el sustituto del soldado que se nos han llevado, la guardia será más larga. La mía es de 1 a 3.30 de la madrugada y transcurre sin novedad.

7 de Noviembre de 1937


7 de Noviembre de 1937

Ha amanecido un día de mucha niebla. Debe de ser baja, pues es muy luminosa; a pesar de ello, no se distingue nada a pocos metros. La muela, me duele mucho.

Vamos a buscar el desayuno. A pesar de que no ha llovido, las carrascas y matas, están mojadas por la humedad.
Seguimos con leche que más bien parece agua ¡Esto, no tiene remedio!,
Regresamos a la tienda, encendemos la hoguera y nos hacemos ¡tostadas!.

En vista de la alarma de ayer noche, creemos valdría la pena poner unas “trampas” con bombas, por las barrancas que casi rodean nuestra posición.
Mientras estoy de guardia, hago estas anotaciones.
Sale un tímido sol; parece que va a aclarar el día.
En las montañas enemigas, me parece observar movimiento de camiones; quizá hay relevo de fuerzas. Me relevan.

Al llegar a la tienda, veo al capitán que está anotando el lugar de residencia de cada uno. Esto, parece un buen síntoma. Cuando se marcha, los comentarios son a cual más lisonjero.

Hemos colocado trampas en seis barrancos o vaguadas, como las llaman aquí. Consisten en clavar en el suelo, dos estacas de madera separadas unos cinco o seis metros. De una a otra va un alambre a unos 30 ctms.del suelo. Y, en los dos extremos del cable, una bomba de mano apoyada en la estaca. De esta forma, si alguien pasa entre ambas estacas, tirará del cable y éste, hará saltar el seguro de las bombas provocando su explosión.

Vamos a comer. Hoy, los garbanzos están blandos, pero aún cuando lo intento, me es imposible comer debido al dolor de muelas. Un compañero, me da unas cuantas aspirinas que tiene, para ver si me alivian.. Enseguida tomo una.

Se comenta una cosa muy curiosa. Ayer, al salir de Lérida el coche del general Pozas, fue detenido por un centinela de carretera, que les pidió la consignar; no la sabían ni el general ni el chófer. Y aunque aquel se dio a conocer, el centinela no les dejó pasar y hubieron de regresar. Cuando relevaron al soldado y éste ya estaba arrepentido de su acto, le dieron tres meses de permiso. Yo, no comento nada, pero todo esto, me parece muy rebuscado. Además creo recordar que durante mi servicio militar, ya se contaba en el cuartel un ejemplo parecido.
Antes de regresar a la tienda, ya noto los positivos efectos de la aspirina.

Pasamos la tarde de charla y lectura. El sargento, se fue esta mañana a la paridera del mando, a pasar el día. Debe encontrar en falta el conejo frito.
A la hora de ir a cenar, el tiempo se ha puesto borrascoso. Cenamos y regresamos a toda prisa. Aprovecho para descansar hasta las 10, que entraré de guardia.
Cuando el que debo relevar me viene a buscar, me aconseja que, además del capote, me ponga encima una manta, pues la humedad, atraviesa eso y más. Efectivamente, tiene razón y, a la humedad, hay que añadir el cierzo que sopla con mucha fuerza.

Durante el puesto, ha pasado corriendo una zorra. Afortunadamente ya la habíamos visto otras veces por aquí -aunque por la tarde-, de no ser por eso me habría llevado un susto mayúsculo. Cuando me relevan hace ya un rato que llueve. La tienda tiene varias goteras. Ponemos platos para que recojan el agua y no se nos moje tanto la paja del suelo.
Antes de echarme, me tomo otra aspirina, pues me ha vuelto el dolor de muelas. Entre esa molestia y los malditos piojos, casi no pego ojo en toda la noche.

6 de Noviembre de 1937


6 de Noviembre de 1937

Para desayunar, hoy no hay café ni leche; un trocito de queso. Cuando regresamos, recurrimos a las benditas tostadas.
Llega correo, que me trae noticias de mi familia. Afortunadamente siguen bien; con escasez de comida, pero bien. También una tarjeta con noticias de mis compañeros de trabajo Grau y Marí, que están en el frente de Huesca y en la que comunican la muerte de otro compañero, en aquel frente. No hay que decir cuanto me apena la noticia. Los de la tienda lo comprenden y procuran distraerme con su charla. Voy a la guardia, pero dejo la tarjeta, pues ha de venir un soldado de la posición de Quintanilla y quiero que se la lleve para que sepa la noticia.

Cuando termino la guardia, ya se han llevado la tarjeta y me han dejado unos libros. El que los ha traído ha venido de Barcelona hace poco. Estaba en el hospital, pues fue herido en Belchite. Comentó que por allí, se rumorea que la guerra terminará pronto. ¡Si fuera verdad!. También dijo que el Gobierno de la República y el de Euzcadi, se habían trasladado a Barcelona.

Hemos recibido la visita del capitán que, ordena la construcción de un pozo letrina. De nuevo pico y pala y ¡A trabajar!. En cambio, dice que dejemos correr la trinchera.
Mientras trabajamos en la letrina, pasa el carrero de la compañía. Viene de Herrera, donde asegura que el primero en ir de permiso, será el 2º batallón; después, el 1º, es decir el nuestro. La duración del permiso, será de quince días. Esto nos alegra al extremo que parece que nos hayamos vuelto locos, saltando, bailando y chillando. El voluminoso “tonelada”, con sus cien kilos, se revuelca por el suelo.

Cuando vamos a buscar la comida, en la paridera, nos repiten la buena noticia. Además, han traído borceguíes para todos. ¡Hoy es día de suerte!

Siguiendo la sugerencia del Comisario del Batallón, abrimos una suscripción para comprar libros destinados a la biblioteca de Herrera. Todos contribuimos con lo que podemos.
Como por la tarde no hay pico y pala, aprovecho para escribir a mi familia y a mi compañero Baró adelantándole la posibilidad del permiso.

Han pasado 29 bombarderos, en dirección a Cariñena, pero no distinguimos si son nuestros. Al cuarto de hora regresan sin que oigamos estruendo alguno ni antiaéreos.

Para cena, una novedad: sopa de arroz y judías. Regresamos ya oscuro. Me estiro hasta las nueve, que entro de guardia.
Cuando relevo al escucha, los barrancos están llenos de niebla baja, en cambio las cumbres, aparecen iluminadas por la luna, y dan la impresión de grandes islas rodeadas de blanca mar. Termino la guardia, sin novedad y me tumbo a dormir. Por lo menos a intentarlo; veremos que opinan los piojos.

Hacia las doce, nos despierta el escucha pues ha visto pasar una sombra y, al darle el alto, ha desaparecido tras las carrascas. Nos levantamos todos y distribuimos en dos grupos para dar una batida. La niebla, se ha levantado de las hondonadas y la visibilidad es casi nula. Pero no vemos nada anormal y regresamos a la tienda.
Durante mucho rato, no puedo conciliar el sueño debido a un fuerte dolor de muelas.

5 de Noviembre de 1937


5 de Noviembre de 1937

Me levanto a las cinco y enciendo la hoguera matinal. Como tengo guardia a las seis, quiero ir a ella reconfortado.
A las seis, me marcho y relevo. Sale el sol. Como el panorama es muy hermoso, paso el tiempo muy distraído. ¡Cuanto me gustaría disponer de unos buenos prismáticos! Me relevan.

Cuando regreso, me hago un par de tostadas. Consumo bastante pan, pero el carrero que nos sube el suministro, nos trae del pueblo.
Lo del permiso, se da por hecho; sólo es cuestión de ver que turno le tocará a nuestra compañía.
Vuelve a correr el rumor del fin de la guerra; no sólo entre la tropa sino también entre los oficiales.

Ha llegado la orden de construir un parapeto; lo haremos en forma de herradura y alrededor del morro, donde hacemos la guardia. Después de almorzar, volvemos allí y volvemos a manejar los picos y las palas. Parece que nuestro destino va unido a estas herramientas.

Por vez primera, viene el barbero de la compañía que, a su vez es el sanitario. Es un aragonés muy “majo”. De profesión barbero en Barcelona y procede de Mataró, como nosotros. Mientras nos afeitas, sentados en una piedra, la curiosa estampa que ofrecemos, nos recuerda la escena de una película de safari africana. Cuando termina conmigo, me voy a relevar un rato al guardia, para que lo afeite a él.

Mientras estoy allí, pasa el viejo pastor y se detiene a charlar un rato. Le voy sonsacando sobre su vida. Hace unos 40 años, empezó este oficio con dos o tres propietarios del pueblo. Cuando reunió unas pesetas fue comprando ganado. Se casó, tuvo un hijo que pronto le ayudó y que, terminó sustituyéndolo en el pastoreo del ganado por estas alturas. Él, prácticamente retirado, no se movía del pueblo ya. De pronto, la guerra. Y con ella, la pérdida de su ganado, incautado primero por unos y luego por otros, Luego, la retirada del enemigo, llevándose a su hijo. Y él, viudo , arruinado y de nuevo solo a sus años, vuelve al monte como pastor del rebaño de la colectividad del pueblo. Confiesa que sin ninguna ilusión ya, y sólo con la esperanza de que termine esta guerra y regrese su hijo... Se marcha con su acostumbrado.. “¡Con Dios!”..¡Pobre viejo!

Hace varios días que oímos, casi constantemente, ruido de motores. Viene del campo de aviación que el enemigo tiene en Cariñena y que se halla detrás de la cordillera que tenemos frente a nosotros.

Continuamente, calculamos cuantos días pueden faltar para que nos releven y podamos bajar al pueblo. En la tienda, se está muy mal. La lana, está poco impermeabilizada, de modo que en la madrugada, el rocío la atraviesa y llega a calar las mantas con que nos tapamos. La humedad, empezamos a acusarla en forma de dolores articulares. Yo, afortunadamente y, de momento sólo aquejo algo de amigdalitis y afonía, que no me molestan excesivamente.
Vamos a almorzar a la paridera. Si siempre están duros los garbanzos, hoy, están como piedras. Con este motivo, se origina una queja general; aunque, al final, no pasa nada serio.
Regresamos a la tienda y estamos trabajando en la trinchera toda la tarde.

Al atardecer, oímos aviación, pero sin ver los aparatos. Casi de inmediato comienzan a disparar los antiaéreos de Cariñena. A pesar de ello, la aviación cumple su objetivo, pues oímos como bombardea y, al poco, una gran explosión, seguida de enorme y espesa humareda que se eleva tras las montañas. Da la impresión de haber explotado algún polvorín. La humareda, dura mucho rato. Vemos salir de ella un avión, que debe ser el que ha dado en el blanco, y regresar a nuestra retaguardia.

Como empieza a oscurecer, dejamos las herramientas y vamos a cenar. Luego, regresamos y hacemos un rato de tertulia.
Esta tarde, se ha marchado Nebot al pueblo, reclamado por el comisario del batallón. Me alegro que haya conseguido destino, pues es un buen compañero y si puede echarnos una mano, lo hará. Lo sorprendente, es que el soldado que ha venido a sustituirlo ha llegado completamente borracho y, ahora, está durmiendo la mona. Le dejaremos que la duerma hasta mañana, pues así, no se le puede enviar de guardia.

A las 7, entro de puesto. Hace una noche estupenda; clara y benigna. En el pico donde está el observatorio enemigo, veo que funcionan luces intermitentes; deben pasarse algún parte por el biesca. Guardia sin novedad. Me relevan y me voy a acostar.

4 de Noviembre de 1937


4 de Noviembre de 1937

A las 4.30, me llaman para la guardia. Me abrigo bien, pues sopla el cierzo.
Relevo a mi compañero, y me sitúo en un lugar más estratégico desde donde observo mejor y me resguardo del viento tras unas carrascas.

Lentamente, va ascendiendo el lucero del alba, precursor del sol, que le seguirá en su camino ascendente. Amanece. La oscuridad, desaparece poco a poco. Primero, se distinguen las cumbres de las montañas que tengo frente a mí; luego, y a medida que asciende el sol a mi espalda, se iluminan completamente, hasta que llega a mí, y calienta mi espalda con su calor.
Por la altura del sol, deduzco que serán ya las seis.
Me dirijo a la tienda en busca del relevo. Y,efectivamente, es la hora en punto.

Me reanimo al calor de la hoguera que ya han encendido mis compañeros y me hago unas tostadas que acompañan al chocolate de Quintanilla.
Luego, vamos a la paridera a desayunar. Como el tiempo es bueno, el paseo es agradable.
Hoy, nos dan café con leche, aunque muy aguado. Muchas veces hemos protestado y propuesto que, en lugar de medio plato de líquido, sería preferible, nos dieran sólo un vaso y más concentrado. Pero no hay forma de convencer al cocinero. Por lo menos estos desayunos tan acuosos nos sirven para lavar el plato de la cena del día anterior. Pues la situación, no permite el lujo de lavar el plato después de cada comida. ¡Lo que va de ayer a hoy! Quien nos iba a decir que íbamos a comer días y días en un plato que sólo se lava de vez en cuando. Y, mientras tanto, nos limitamos a pasarle una miga de pan o a pasarle un poco de hierba si la hay. Y, aquí, no la hay.
Regresamos a la tienda con el desayuno de los que quedaron allí.

Antes de venir a charlar conmigo, el viejo pastor estuvo hablando con los de la tienda, y les contó que del rebaño que cuidaba cuando estalló la guerra, se le escaparon cinco cabras y que sabe que están por el lado del río y en este sector. Al comentarlo hoy con el sargento, éste ha decidido pedir permiso al capitán para ir a cazarlas. Cuando regresa, solicita cuatro voluntarios para ir con él. Menos el que está de guardia, nos ofrecemos todos. Lo que nos demuestra, y le demuestra a él, que con un poco de buena voluntad, nuestras relaciones pueden ser excelentes. Escoge a cuatro por medio de suertes a la paja más corta (otro acierto por su parte, ya que así no desaira a nadie). Yo soy de los elegidos.
Como sólo llevamos el fusil, y algunos cargaderos, vamos bastante ligeros. Bajamos lomas y barrancas hasta llegar al río, que ya no baja tan caudaloso como el otro día.
Por el camino, hemos bastantes conejos, pero a mucha distancia y entre tanto matorral, que es inútil dispararles. Vamos cribando el terreno. Al fin damos con la cueva donde duermen. La abundancia de excrementos, algunos recientes, es prueba concluyente. Habrá que venir de madrugada y sorprenderles antes de que salgan.
Regresamos a la tienda, por unos atajos bastante empinados. Apenas llegamos, entro de guardia. Me viene bien, pues aprovecho para descansar de la excursión.

Cuando me relevan, encuentro la comida que me han traído. La recaliento en el rescoldo de las brasas de la hoguera matutina. También me han traído vino, por cierto, mejor que el del otro día que, según me dicen, uno que tirar, pues ni para guisar valía.

Por la tarde, el teniente me envía a devolver un fusil al a posición donde está el capitán. Me lo encarga a mi, porque ya conozco el camino, de cuando fui a buscar sal. El viaje, me distrae y permite pasar un rato charlando con los compañeros de allí, que me cuentan sus cosas y yo, las nuestras. Desde luego, están mucho mejor que nosotros, no sólo en cuanto a cobijo,sino también en cuanto a comida. Por lo que me cuentan que comen el comisario, capitán y sargentos, sospecho que el suministro llega para toda la compañía y que se reparte y distribuye desde aquí, no se hace equitativamente, es decir, de acuerdo con el número de hombres de cada posición. La parte del león que se quedan los mandos cuando reparten el aceite, café, leche, carne y azúcar, les ha sido confirmado por los cocineros de la posición que, como nosotros, vienen de Mataró. Y, lo más desleal, es la posición del comisario de la compañía, Aguadé, que en vez de poner coto a esos abusos, -como corresponde a su cargo-, hace causa común con ellos y se beneficia en el reparto. Por todo ello, regreso de mal humor.

Vamos a cenar a la paridera y regresamos enseguida. Yo, tengo guardia de 6 a 7. Por el camino, encontramos al comisario que viene del pueblo y nos dice que pronto tendremos permiso. Sólo se espera que regrese el comandante para organizarlo.
La alegría que nos da la noticia, no la puedo expresar. Los platos, vuelan por el aire, y el optimismo se apodera de nosotros.

Hago la guardia, pero no vienen a relevarme hasta las 7.30.
Cuando llego cerca de la tienda, me dan el ¡alto!, exigiéndome la contraseña, cosa que nunca habían hecho. Entro en la tienda, que está totalmente a oscuras. El sargento, no se que debe sospechar; el hecho es que no cesa de dar instrucciones para el caso de que la posición fuera “copada” por el enemigo en un golpe de mano nocturno (actuación a seguir, forma de lanzar las bombas, etc. etc.), tengo la impresión de que ha empinado un poco el codo y desea echarse un farol a costa nuestra. Como estamos a oscuras, nos tapamos la cabeza, mientras él sigue charlando. Me duermo con el murmullo.

3 de Noviembre de 1937


3 de Noviembre de 1937

A las 5.30 el sargento nos hace levantar. El, ha dormido toda la noche y no ha salido de la tienda absolutamente para nada. Es decir que ha descansado sin tener que mojarse ni enfriarse, con la lluvia que ha caído durante la noche.
Después de enviarnos a recoger leña por los alrededores, encendemos una hoguera a unos metros de la tienda. Aprovechamos para poner a secar las mantas y los capotes.
Dos, se quedan acompañando al de guardia y los demás nos vamos a desayunar a la paridera. Cuando llegamos, aún están todos durmiendo y del café, nada todavía.

El viento, arrastra las nubes y parece que va a aclarar el tiempo. El café llega al fin pero más aguado que nunca. Nos llevamos el de los compañeros que quedaron en la tienda y regresamos.
El sargento, me envía a buscar sal a una posición que está a unos 4 kilómetros. Tomo mi fusil, me lo coloco en bandolera y me lanzo carrascal adelante. Espero que con las indicaciones que me ha dado, podré localizar la paridera. Desde luego, nunca me las he visto tan frescas, en plan montañero.
Durante la excursión, he disfrutado mucho. El camino es casi llano, la vista estupenda y, en el silencio, sólo se oyen cantar los pájaros. La guerra, parece lejana. Y, en realidad, aquí lo está.
Al cabo de una hora, doy con la paridera y me dan la sal. Descanso un poco, mientras charlo con los compañeros. Aquí, hay una sección completa de mi compañía con el teniente Saura y sus sargentos y cabos correspondientes y además el capitán y el comisario. La paridera, es muy grande. La tropa, está cómoda y desahogadamente alojada bajo techo de tejas. El Mando, ha instalado su vivienda en un cuarto aparte, junto a la cocina que es muy grande y está muy bien equipada de cacharros y con una gran chimenea. Puigmal y Ribas, están haciendo de cocineros.

Por el camino de regreso me cruzo con Villalta y Quintanilla que van a llevar el parte de su posición. Por lo que me cuentan, están, poco más o menos tan mal, como en la tienda nuestra. Ayer, recibieron paquetes y me regalan una tableta de chocolate. Después de charlar un rato, nos despedimos.
Como ahora ya conozco el camino, tomo por un atajo en medio de la espesura de carrascas y, cuando menos espero, se levanta una nube de perdices. Y, a poco, un conejo, atraviesa corriendo, sin darme tiempo a apuntarle.

Llego a nuestra paridera y entrego la sal al cocinero. Ya me guardaba los garbanzos del almuerzo.
Aún no he terminado de comer, ya tenemos al sargento que ordena de regreso a la tienda, pues dice que hay que construir trincheras. ¿será posible?.

Al llegar, entro de guardia. Durante el día, el puesto lo hacemos más alejados de la tienda, en un pequeño pico que domina mucho terreno. Desde aquí, se divisa, perfectamente el Moncayo, cuya cumbre está nevada todo el año. Desde aquí la vista es magnífica, pero el cierzo, sopla imponente.
Aprovecho para hacer aquí estas anotaciones, pero me resulta difícil, ya que se me hielan los dedos. También los pies se enfrían mucho y debo pasearme, golpeando con ellos el suelo. Me pregunto, si ahora es así, ¿Que será cuando nieve?.

Cuando más distraído estaba y sin oírle acercarse, llega junto a mí, el viejo pastor del otro día. Va retirando con su pequeño rebaño que, por cierto, sigue el camino con solo la vigilancia del perro. Hoy, puedo observarle de cerca. Por su arrugada y curtida piel, resulta imposible calcular su edad. Me dice: que tiene 60 años y que siempre ha hecho de pastor por estos montes; que ahora, se encuentra cohibido con todos nosotros por aquí; que antes de la guerra se pasaba meses sin bajar al pueblo; que las ovejas, parían aquí arriba muchos corderos, en las parideras que ahora ocupamos.
Le pregunto ¿que comía durante sus largas permanencias aquí en el monte? Y me contesta que muchas cosas: patatas, bellotas, tocino salado y fruta de las viñas de abajo. Que ahora come mejor y cobra más, pero que prefería los tiempos de antes. Y añade: “Y usted perdone pero es que ya soy viejo y no entiendo que a causa de una guerra para defender la libertad, me quiten la libertad que tenía yo y me prohíban llevar a pastar a mis ovejas donde iba antes. Y me quitan la paridera que durante tantos años ocupé”. Y ves que sus ojos se anegan de lágrimas. Se las seca con el dorso de la mano y dice que el frío es la causa de las lágrimas. Pero yo dudo de su sinceridad y creo que se deba a la añoranza de tiempos, para él, mejores.

El rebaño, ya no se ve; se despide con un breve: “Con Dios” y, al poco, desaparece entre las carrascas. Aún me parece oír las últimas palabras que ha pronunciado; palabra que, desde hacía meses, no oía pronunciar, al menos, en voz alta. ¡Dios! ¿que debe pensar El, de ésta nueva versión del Caín y Abel, que estamos dando los españoles?.
Comprobamos que continúa la doble censura del correo; cuando sale de Barcelona y cuando llega a la compañía. A mí, me da igual, pues mis cartas son de mi familia o algún amigo. Pero muchos, las reciben de sus novias o esposas y, el sargento García, hace bromas sobre ellas, lo que demuestra que el, también las lee. Eso, no está bien y creo que traerá líos.

Los libres de servicio vamos a cenar a la paridera. Alli el teniente nos dice, que esta noche, la guardia será sencilla como de costumbre.
El cabo González, me comenta que el sargento García le ha comentado que cree que habrá permisos. Yo, le digo que estas periódicas noticias sobre permisos, me parecen consignas para elevarnos la moral en momentos críticos.

Cuando nos preparamos para regresar, el sargento García le dice al enlace que le recoja los trastos que tienen en la tienda y se los traiga aquí, donde se va a quedar. Y que, dentro de un par de días, le sustituirá el otro sargento. Esto, nos alegra pues, aparte de que en estos dos días tendremos más libertad, el sargento Quintero que nos destinan, es bastante buena persona.

Cuando llegamos a la tienda, encontramos allí a Quintero. Por lo visto el capitán ha anticipado su llegada. Estamos convencidos que nos entenderemos bien con él.

Una vez organizada la guardia de esta noche, nos tumbamos y mientra esperamos que llegue el sueño, tenemos la charla de costumbre. El sargento, interviene en ella, y nos dice que, posiblemente, tendremos permisos. Aprovechamos para hablarle de nuestro descontento por el trato despectivo y hasta diríamos tiránico que recibimos de los mandos de la compañía. Nos habla con una franqueza desacostumbrada en ellos desde que nos hemos incorporado. Nos aclara que este trato, se debe, sencillamente porque ellos son voluntarios desde que se inició la guerra, y nosotros, nos hemos incorporado por haber sido movilizadas nuestras quintas. Le hacemos ver que esta situación, rebaja nuestra moral. El, lo reconoce y también nos “descubre” que existe cierta desconfianza por parte de ellos hacia nosotros, por ignorar si somos o no, leales a la causa que defiende la República. Está de acuerdo en que la culpa es de ellos, por no haber ido pulsando el modo de pensar de cada uno de nosotros. Si en vez de ir a cazar o vivir aislados, tuvieran relación y charlas con nosotros, ésta desconfianza habría desaparecido. Por otra parte, si alguno de nosotros hubiera deseado pasarse al enemigo, en Fuentedetodos, al hacer de escucha nocturna fuera de los parapetos y a pocos metros del enemigo, había sobradas ocasiones para hacerlos. El sargento Quintero reconoce que tenemos razón.
La charla, ha durado casi dos horas, pero ha valido la pena. Hay que reconocer que es el hombre mejor de todos los mandos.

A las 8, apagamos el candil. Hemos podido utilizarlo, porque el sargento, no ha visto inconveniente alguno en que hubiera luz en el interior de la tienda.
Los piojos, vuelven a molestarme. Poco me ha durado el efecto de escaldar la ropa, pero, se comprende que en esta promiscuidad en el dormir, si no lo hacemos todos a la vez, resulta esfuerzo inútil.

2 de Noviembre de 1937


2 de Noviembre de 1937

Hoy, es la antigua festividad de los difuntos. ¡Cuantas familias deben llevar luto y visitar sus muertos caídos en ésta guerra! Y los que, aún peor, cayeron en campos de batalla y no saben donde están enterrados. Me imagino, todos los que fueron quemados en Belchite. Después de desayunar, hacemos dos viajes a un campo que esta a una media hora de aquí y cargamos gran cantidad de paja que vamos colocando en el suelo de la tienda a modo de jergón. 

Durante estos viajes, observamos que en las montañas más altas ya hay nieve en sus cumbres. Pronto habrá aquí y entonces con el equipo delgado que llevamos, veremos quien resiste el frío. A ello, habrá que añadir que dentro de la tienda, no se puede hacer fuego y que la comida, nos la traerán de la paridera, de modo que comeremos siempre frío.

1 de Noviembre de 1937


1 de Noviembre de 1937

Me he puesto de acuerdo con el cocinero y, a una hora que él no lo precisa, me presta un caldero y pongo agua a hervir. Cuando está a punto, escaldo el pantalón, camiseta y calzoncillos y los pongo a secar. Cuando una vez secos me los vuelvo a poner lo hago con cierto reparo a pesar de haberlos escaldado.

Apenas me he cambiado, nos dicen que mi escuadra y la segunda, cojamos picos y palas y una tienda de campaña de lona desmontado y sigamos a nuestro sargento. Este, nos lleva a cosa de dos kilómetros de aquí, donde la planicie forma una especie de morro. Aquí, vamos a plantar la tienda de campaña que ocuparemos las dos escuadras y que será la posición más avanzada de este sector. ¡Ya decía yo ayer, que el bienestar duraba mucho!
El terreno, es infame y húmedo a más no poder. Tenemos que limpiarlo de matorrales y arbustos en un radio de 30 metros. Como no disponemos de hachas, lo hemos tenido que hacer a golpe de pico, por lo que el trabajo ha resultado cansadísimo. Luego de nivelado el suelo, hemos levantado la tienda, lo que también ha costado lo suyo, pues ninguno éramos practico en ello.

Como pasan ya de las doce, regresamos a la paridera a comer. A las dos, volvemos a la tienda a trabajar. El sargento García, dice que ésta noche, tenemos que dormir ya aquí. Si es así, vamos a quedar envarados con la humedad que hay.

A las cuatro, ha venido el capitán Emilio, a ver la instalación. Según parece, lo de dormir aquí, es un bulo.

Al regresar a la paridera, hemos visto una “pava” enemiga. ¡Cuánto hacía que no las veíamos!

Esta tarde, un sargento de la compañía, ha bajado al pueblo, y ha comprado 40 litros de vino para todos. ¡Qué ilusión poder comer con vino! Claro está que lo hemos pagado entre todos.
A la hora de cenar, nos llenan el vaso a cada uno. Lo probamos y ¡es agrio!. Tanto, que a pesar de las ganas que tenemos de tomarlo, no podemos tragarlo.

Parece que los sargentos se han dado cuenta de que no queremos tratos con ellos y les han bajado mucho los humos.

Donato Padrón “el tonelada”, es el soldado más forzudo de toda la compañía y creo que del batallón. Mide casi dos metros y pesa más de cien kilos. En Barcelona, era descargador del muelle y dos soldados que le conocen de allí, aseguran que se cargaba un saco lleno, debajo de cada brazo. Vino con nosotros desde Mataró. Es un muchacho buenísimo. Precisamente hoy, ha recibido de su casa, un paquete con tres botellas de coñac y nos convida a todos los soldados. Vaciamos una botella en medio de una gran juerga en el cobertizo.
Por lo visto, los sargentos García –hay dos con éste apellido-, han oído nuestro jaleo desde la cocina y han tenido la “cara” de venir a pedirle que les invite. Estos dos sargentos son unos analfabetos, que hacían de peón de la construcción, y cuando estalló el Alzamiento, se hicieron voluntarios para vivir sin dar golpe. Ahora, con los galones se creen ser “alguien” y cuando nos mandan algo parece que traten con animales y, sin embargo, ahora, por un trago de coñac, se arrastran como perros. Uno de ellos, sobresale en éste sentido y, precisamente es el que vamos a tener como jefe de puesto, en la tienda de campaña. Pero las dos escuadras, ya nos hemos puesto de acuerdo respecto a la conducta a seguir con él. Sólo pensamos hablarle cuando se trate de cosas del servicio y no podamos hacerlo con el cabo; de lo demás, ni dirigirle la palabra.

Después de cenar, y según ya empieza a ser costumbre, un poco de charla humorística hasta la hora de dormir.
Guardia de 2 a 3, sin novedad; al regreso, me quedo con el cabo González en la cocina y me caliento junto al fuego, antes de acostarme. Charlamos en voz baja, para no despertar a los sargentos y al teniente. El tema, es el de siempre; la marcha de la guerra y sobre su posible fin, que todos deseamos tanto, aunque no nos hacemos ilusiones sobre ello.
Según me dice, abajo en el pueblo, donde está la comandancia de nuestro batallón, vuelve a rumorearse sobre permiso, pero como ya estamos tan escamados, no creemos en ello.

A las cinco, me voy a acostar. La escaldada de la ropa, me permite dormir mejor; aunque, no sé si serán manías, vuelvo a sentir algo de picor.