21 de Noviembre de 1937

21 de Noviembre de 1937

Como el comisario Aguadé, me dijo ayer que no tuviera prisa en levantarme, y como la cama estaba tan estupenda, cuando me despierto, son las 9. ¡Que diferente se encuentra el cuerpo al haber dormido “blando”, bajo techo y con solo la ropa interior. Me lavo, afeito y peino con jabón y agua abundante.
Al bajar a la cocina ya estaban terminando de preparar el café con leche.
Sobre las 10, el comisario, el sargento Quintero y yo, emprendemos el camino de regreso a la posición.
Cuando llegamos, los compañeros me preguntan por el desarrollo del festival y yo, les cuento como fue. Están molestos por no haber podido presenciarlo. Consideran, -y con razón- que es el soldado de primera línea quién lleva la parte más pesada de la guerra y, por tanto, quién más necesitado está de moral; que los militares que residen en el pueblo, comen y duermen bien y no llevan tanta carga.
Me cuentan, que ayer volvieron a doblar los puestos de guardia a partir de la una de la noche.
Me entregan carta de mi familia que llegó ayer. Afortunadamente siguen bien y me preguntan que día iré de permiso. ¡Si supieran lo fácil que es que los suspendan! Cuando les contesto, les digo que será... pronto.
Se nos han incorporado los quintos. A cinco, los han destinado a la tienda y han sacado dos veteranos; entre ellos, al buen “tonelada”. Desgraciadamente, se han cumplido los temores que teníamos y estamos bastante contrariados, aunque hay que resignarse.
Al terminar de comer, regresamos a la tienda. Apenas llegamos, empieza a llover y continúa así, toda la tarde. Pasamos el tiempo jugando al dominó.
Como a la hora de cenar, ha cesado de llover, aprovechamos para ir rápidamente a la paridera, cenar y regresar enseguida, pero, a pesar de ello, a medio camino, cae un chaparrón que nos deja mojados como pollos.
El techo de la tienda, cala que es un gusto; caen gotas por todas partes.
Como entro de guardia a las 10, y sólo son las 7, y, además dentro de la tienda llueva casi tanto como fuera, nos tumbamos arropados y tapados incluso de cabeza. Los pobres quintos, están pasando un buen bautismo de agua.
Sobre las 9, viene un enlace de la posición vecina que nos advierte que al oscurecer, ha salido un soldado de su posición a cazar conejos y no ha regresado todavía. Como la noche es oscurísimo y llueve, podría ser que se hubiese desorientado y esperara a que amaneciera para regresar. Pero también podría haberse “pasado” al enemigo; por lo tanto, los escuchas deberán estar más atentos que nunca.
Como ya falta poco para mi guardia, no intento volver a dormir.
A la hora, relevo al escucha que me dice no haber oído nada lo cual se comprende porque el goteo incesante, tapa cualquier rumor.
Poco antes de relevarme, oigo, a lo lejos, la explosión de una bomba. Preparo el fusil, para dar la alarma si se repite, pero no se ha vuelto a oir, ni siquiera un disparo; por lo que me limito a comunicar lo sucedido al que me releva y dar parte al sargento en la tienda. Como el que está ahora de escucha es un quinto, decidimos seguir un rato despiertos el sargento, el cabo y yo, por si sucediera algo. Fumamos y charlamos a oscuras, una hora larga; como no pasa nada, nos tumbamos a dormir.
Ha cesado de llover y ha salido la luna, que ilumina parte del interior de la tienda. Veremos si mañana hace buen tiempo; aunque no nos hacemos ilusiones pues ya hemos experimentado bastantes veces que, en estas alturas, el tiempo cambia con mucha facilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dispenseu si triguem en contestar
Disculpadnos si tardamos en contestar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.