24 de Noviembre de 1937

24 de Noviembre de 1937

A las siete nos levantamos y vamos a desayunar el consabido café. Como no esperamos el relevo hasta media mañana -si es que llega-, pedimos permiso al teniente para ir a Aguilón en busca de vino. Nos llevamos el mulo -del carrero- cargado con el barril y hacia allá vamos. Cuando llegamos al pueblo, vemos varios camiones militares dispuestos para marchar. Están cargados de soldados del 2º batallón que son la segunda remesa que va con permiso. Entre ellos, vemos a varios conocidos de Mataró, que están contentísimos. Se comprende.
Llenamos el barril y regresamos. Como ahora el camino es cuesta arriba, pronto entramos en calor. Desde luego nos cansamos, pero es la mejor manera de reaccionar.
A las 12, llegamos a nuestra posición. Del relevo, no se sabe nada.
Después de almorzar, regreso corriendo a la tienda, pues me toca guardia. Entro de puesto y, aquí, es donde hago estos apuntes.
Han traído prensa. Por su lectura, parece que en los centros oficiales extranjeros se busca una fórmula que acabe con esta guerra civil. La lectura de estas noticias es acogida con muchas reservas, pues este problema lo vemos difícil de arreglar. ¡Nos parece tan imposible que algún día podamos dejar esta vida y reintegrarnos a la que, en otro tiempo, fue la habitual nuestra!.
Cuando me relevan y regreso a la tienda, me anuncian la muerte del compañero al que le explotó la bomba. Era de esperar ya que por la gravedad de sus heridas, su estado era desesperado y cuando se lo llevaron había perdido ya el conocimiento.
A causa de este accidente, el capitán ha ordenado máximo cuidado con las bombas. La verdad es que de tanto “traginarlas”, hemos llegado a olvidar el peligro que pueden representar; al extremo que, de las seis que tenemos cada uno metidas en un saco terrero, hemos hecho una almohada.
Ya no es fácil que llegue hoy el relevo. Otro día más aquí.
Vamos a cenar con el malhumor consiguiente. Todos empezamos a desesperar, pues llevamos demasiados desengaños.
Regresamos a la tienda un cabo y los soldados; el otro cabo vendrá con el sargento.
Nos tumbamos y empezamos a charlar y fumar, tapados hasta el cuello.
Sobre las 7.30, entre el ruido de la conversación -que dentro de la tienda resuena un poco-, me ha parecido oír una explosión seguida de un disparo; les pido silencio y, al poco, oímos de nuevo un bombazo y un disparo. Como la noche es oscurísima, es cosa de evitar cualquier sorpresa. Como aún no ha regresado el sargento, decidimos actuar por cuenta nuestra. Nos ponemos las cartucheras, cargamos los fusiles y vamos al puesto de escucha; allí, dejamos a los quintos y los demás nos vamos en descubierta hasta cerca del río. No vemos ni oímos nada alarmante, por lo que, después de descansar un momento, emprendemos la ascensión. Cuando estamos ya acercándonos a nuestra posición, nos damos a conocer a nuestros centinelas ya desde lejos; no fueran a jorobarnos. Dejamos guardia doble y regresamos a la tienda.
El sargento y el otro ya han regresado. Les parece bien nuestra iniciativa. Charlando y fumando, a oscuras, estamos hasta cerca de las 12, hora en que entro de guardia.
Durante ella, he estado a punto de dispara en dos ocasiones, pues el viento al chocar con las matas de carrascas, produce el mismo ruido que el de los pasos; pero me he detenido a tiempo.
Al fin, consumo mi guardia.
Cuando llego a la tienda, se despiertan el sargento Quintero y un cabo, y empezamos a charlar en voz baja. Luego, el cabo saca un pedazo de longaniza, que reparte entre los tres. Yo, saco el pan y el sargento el vino. Y hacemos un poco de resopón y seguimos charlando. Cuando nos damos cuenta, son ya las tres.

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