11 de Noviembre de 1937

11 de Noviembre de 1937

A las 4.30, entro de escucha. Hace mucho viento y no hay luna. De modo que ni se vé, ni se oye, por más atención que se ponga. El escucha saliente, debe darme la consigna al oído, sinó tendría que gritar para que le oyese. Al poco, llovizna durante un rato. A las seis, aunque ya no llueve, todo son aún tinieblas. Hacia las 6.30, empieza a aclarar y, coincidiendo con la luz, un frío contra el que no vale capote ni manta. Afortunadamente, el relevo llega pronto.
Voy corriendo a calentarme en la fogata que ya está encendida. Pero apenas te separas de ella, te vuelve el frío.
Vamos a desayunar. El café es casi agua, como de costumbre, pero nos lo bebemos bien caliente y nos reconforta.
Lo que nos deja helados, es la noticia que nos trae el cartero; los permisos, han sido suspendidos de momento, hasta dentro de unos días. Regresamos bastante “deshinchados”.
Inmediatament entro en guardia. Sin novedad.
Mantenemos encendida la fogata y cortamos bastante leña que colocamos cerca de ella para que se seque.
Vamos a comer; en la paridera también están desanimados por la suspensión de los permisos, de modo que la comida es muy silenciosa. Pero ellos por lo menos, están bien cobijados y resguardados del viento. Además, incluso pueden hacer algo de fuego donde duermen.
Regresamos y pasamos la tarde junto a la hoguera; un rato de cara a ella y otro de espalda. Pues si no, te calientas delante y te hielas detrás.
Cuando vamos a buscar la cena, hace mucho viento. El ambiente en la paridera no ha cambiado; caras largas.
Cuando regresamos, entro de guardia enseguida. El viento se ha llevado las nubes y hay una luna como no veíamos hace mucho tiempo. Por lo menos, se puede ver a distancia, lo que hace más distraído el puesto. A pesar de ello, el frío hace que el tiempo parezca más largo.
Cuando me relevan, estoy completamente helado. Me tumbo y arropo bien para entrar en calor, pero es inútil. Al fin, me vence el sueño. Pero a la una, nos despierta el frío a todos. Para calentarnos, decidimos juntarnos por parejas y así podemos dormirnos al fín.

10 de Noviembre de 1937

10 de Noviembre de 1937

Amanece un día lluvioso. Son las siete y apenas hay luz. Un momento que cesa de llover encendemos la hoguera; luego, vamos a desayunar. Café-agua; si lo hubiéramos sabido, no venimos. Al regreso, vuelve a llover; luego, más intensamente. La tienda cala bastante y las goteras, abundan. Debemos cobijarnos todos a un lado de ella, que aún resiste al agua. Estamos tan apretujados que no podemos tumbarnos, sólo estar sentados. Por otra parte, no hay suficiente luz para leer. Así pasamos el tiempo viendo caer el agua en el camino por la abertura.
Tiempo aburridísimo y melancólico que induce a la reflexión. Y eso, es lo peor que podemos hacer por la desesperación a la que finalmente conduce. De modo que nos ponemos a jugar al dominó y así pasamos hasta la hora de almorzar.
El camino hacia la paridera, lo hacemos bajo una llovizna como el chirimiri vasco. El regreso es igual, pero acompañado de un fuerte viento que nos levanta los capotes.
El persistente viento, se ha ido llevando las nubes y ahora luce el sol. Aprovechamos para salir a buscar setas. Hay dos que las conocen bien y nos ayudan a seleccionar las buenas que vamos encontrando. Hacemos buen acopio de ellas.
Como se acerca la hora de cenar, vamos a la paridera y encontramos muy animado el ambiente. Mientras cenamos, nos explican la causa.
Esta tarde, ha salido una nueva expedición en busca de las cabras salvajes que no pudimos encontrar el otro día. De las cinco, han podido matar a tres; las otras, han escapado. Nos las enseñan; son enormes, parecen becerros. Las van a repartir entre todas las posiciones de la compañía. ¡Ya nos relamemos de gusto pensando, pensando en mañana!.
Al regreso, vuelve a gotear. El viento, a vuelto a traer las nubes. Menos mal que tengo la última guardia y me queda la esperanza de que a las 4.30 de la mañana, habrá mejorado.
Esta noche, no tenemos ganas de charla y, sin esperar el regreso del sargento, nos tumbamos a dormir.
A las 10, llega el sargento Quintero acompañado de otro que no conozco. Me encarga que acompañe a éste a la posición del capitán. Me levanto, cojo el armamento y echamos a andar. Hace un frío intensísimo. Apretamos el paso y así, lo notamos menos.
Cuando llegamos a la paridera, llamo la atención del centinela, me doy a conocer y le paso la consigna. Entramos. Los oficiales, están todos levantados aún. Descanso un rato y luego regreso a buen paso. De modo que, a pesar del frío, cuando llego a la tienda, estoy sudando. Me acuesto y me duermo de inmediato.

9 de Noviembre de 1937

9 de Noviembre de 1937

Para desayunar, café-agua del que sirve para lavar el plato. Lo compensamos con las tostadas.
El tiempo de recoger la uva, ha pasado ya y, la que pueda quedar en las cepas, se va a echar a perder. Por tanto, organizamos una expedición hacia las viñas, junto al río. Cuando pasamos cerca de la posición de Quintanilla y Vilalta, pido a mis compañeros que me esperen y voy a verles. Les encuentro muy recuperados gracias a estas posiciones que permiten descansar bastante. Como los dos han recibido paquetes, quieren darme, chocolate, turrón, membrillo. Pero me resisto, porque me avergüenza que siempre sean ellos los que me ayuden ya que a mi no me es posible pedirle comida a mi abuela y mi hermana pues bastante falta les hace a ellas. Ellos, también lo saben pues, la convivencia en el frente es propicia a las confidencias y, por ello los tres conocemos las circunstancias de nuestras vidas de modo que, insisten y me lo meten en el macuto. Como los demás me están esperando en el cruce de caminos, debo dejarles, pero les hago prometer que me devolverán la visita.
Me uno a mis compañeros y emprendemos el descenso hacia las viñas, vigilando bien donde ponemos los pies, no vayamos a topar con alguna trampa-bomba.
Como a este lado del río ya no queda nada, decidimos vadearlo. Nos descalzamos y pasamos a la otra orilla. Estamos de suerte, pues a este lado queda bastante uva. Bien es verdad que nunca nos habíamos acercado tanto a las líneas enemigas en este sector y, aunque aún quedan alejadas, podrían dispararnos desde arriba.
Desde luego, no hay duda de que ellos no bajan hasta aquí, pues está lleno de racimos. ¡Lástima que si no termina pronto la guerra estas viñas se agotarán!
Cargamos las cestas y morrales, a tope. El regreso, resulta enfadadísimo pues, aparte el peso, el cesto resulta muy incómodo de llevar, sobretodo por ir cuesta arriba. Pero, al fin, llegamos a la tienda. Enseguida entro de guardia.
Cuando me relevan los compañeros me dan la comida que me han traído. Solo me como la carne, pues no puedo con los garbanzos duros como piedras. Me hago pan con turrón y un racimo de uva. Luego, aprovecho para descansar y leer un rato. Por la tarde, jugamos unas partidas de dominó, hasta la hora de cenar.
Cuando regresamos a la tienda con la cena de los de guardia, oímos un disparo y una bala explotar a pocos metros de nosotros. ¡Cuerpo a tierra! Y allá van los platos con las cenas. Luego, y en vista de que no se repite el disparo, continuamos. Suponemos se trata de una bala perdida, pues, con la oscuridad, nadie puede dar, ni siquiera apuntar a un blanco.
Llegamos a la tienda, relevamos a los de guardia y les improvisamos una cena. Decidimos no contarle al sargento lo del disparo cuando venga a dormir.
Cuando más tarde llega, nos acostamos y con el candil apagado, tenemos la charla acostumbrada. Que, poco a poco languidece hasta que el silencio es total.
A las tres, me voy de guardia. El frío, supera al de días anteriores. Hay momentos en que debo friccionarme brazos y piernas. A lo lejos, se oyen cañones. Aquí, silencio y calma. Relevo.