9 de Noviembre de 1937
Para desayunar, café-agua del que
sirve para lavar el plato. Lo compensamos con las tostadas.
El tiempo de recoger la uva, ha
pasado ya y, la que pueda quedar en las cepas, se va a echar a
perder. Por tanto, organizamos una expedición hacia las viñas,
junto al río. Cuando pasamos cerca de la posición de Quintanilla y
Vilalta, pido a mis compañeros que me esperen y voy a verles. Les
encuentro muy recuperados gracias a estas posiciones que permiten
descansar bastante. Como los dos han recibido paquetes, quieren
darme, chocolate, turrón, membrillo. Pero me resisto, porque me
avergüenza que siempre sean ellos los que me ayuden ya que a mi no
me es posible pedirle comida a mi abuela y mi hermana pues bastante
falta les hace a ellas. Ellos, también lo saben pues, la convivencia
en el frente es propicia a las confidencias y, por ello los tres
conocemos las circunstancias de nuestras vidas de modo que, insisten
y me lo meten en el macuto. Como los demás me están esperando en el
cruce de caminos, debo dejarles, pero les hago prometer que me
devolverán la visita.
Me uno a mis compañeros y
emprendemos el descenso hacia las viñas, vigilando bien donde
ponemos los pies, no vayamos a topar con alguna trampa-bomba.
Como a este lado del río ya no queda
nada, decidimos vadearlo. Nos descalzamos y pasamos a la otra orilla.
Estamos de suerte, pues a este lado queda bastante uva. Bien es
verdad que nunca nos habíamos acercado tanto a las líneas enemigas
en este sector y, aunque aún quedan alejadas, podrían dispararnos
desde arriba.
Desde luego,
no hay duda de que ellos no bajan hasta aquí, pues está lleno de
racimos. ¡Lástima que si no termina pronto la guerra estas viñas
se agotarán!
Cargamos las cestas y morrales, a
tope. El regreso, resulta enfadadísimo pues, aparte el peso, el
cesto resulta muy incómodo de llevar, sobretodo por ir cuesta
arriba. Pero, al fin, llegamos a la tienda. Enseguida entro de
guardia.
Cuando me relevan los compañeros me
dan la comida que me han traído. Solo me como la carne, pues no
puedo con los garbanzos duros como piedras. Me hago pan con turrón y
un racimo de uva. Luego, aprovecho para descansar y leer un rato. Por
la tarde, jugamos unas partidas de dominó, hasta la hora de cenar.
Cuando regresamos a la tienda con la
cena de los de guardia, oímos un disparo y una bala explotar a pocos
metros de nosotros. ¡Cuerpo a tierra! Y allá van los platos con las
cenas. Luego, y en vista de que no se repite el disparo, continuamos.
Suponemos se trata de una bala perdida, pues, con la oscuridad, nadie
puede dar, ni siquiera apuntar a un blanco.
Llegamos a la tienda, relevamos a los
de guardia y les improvisamos una cena. Decidimos no contarle al
sargento lo del disparo cuando venga a dormir.
Cuando más tarde llega, nos
acostamos y con el candil apagado, tenemos la charla acostumbrada.
Que, poco a poco languidece hasta que el silencio es total.
A las tres, me voy de guardia. El
frío, supera al de días anteriores. Hay momentos en que debo
friccionarme brazos y piernas. A lo lejos, se oyen cañones. Aquí,
silencio y calma. Relevo.
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