1 de Diciembre de 1937

1 de Diciembre de 1937

A las 6 me llaman para que haga la última guardia. Me levanto, tomo la toalla dispuesto a lavarme, lo mismo que ayer, pero al llegar a la cocina veo que el teniente ya se ha levantado y está intentando encender el fuego. No lo consigue y lo intento yo, sin lograrlo tampoco. Al fin, me dedico a subir en buscar de un pedazo de trapo que empapo en petróleo y, así, logramos nuestro propósito.
Al poco, tocan diana. Voy a despertar al sargento de día. Me relevan. Después de pasar lista, vamos a por el café.
Se rumorea que ha llegado la orden de aplicar la vacuna antitífca a toda la fuerza. Si es así, cuando nos toque a nosotros alegaremos que ya nos la dieron en Mataró hace sólo unos meses y, por tanto, sus efectos aún perdurarán por lo menos medio año.
La mañana, es helada; seguro que es la temperatura más baja hasta hoy. Apenas circula nadie por las calles. La plaza y los puestos, otros días llenos de soldados, aparecen hoy, completamente desiertos. Incluso el “frontón”, está vacío. Nosotros, no podemos jugar, por falta de pelota ¡Con lo bien que nos vendría! No tenemos más remedio que pasarnos la mañana en el cuartel ya que han dado orden de que no salga nadie, hasta el momento de ir al botiquín a darnos la inyección. Mientras esperamos alrededor del hogar, comentamos que, precisamente hoy, se cumplen 5 meses de nuestra incorporación.
Al fin llaman a comer. Hemos perdido la mañana esperando en vano.
Después de comer, renuevan la orden de acuartelamiento, pues el comisario “tiene que leernos una cosa”. Nueva espera de una hora. Al fin comparece Aiguadé y nos lee un artículo referente a los rumores que circulan sobre la mediación extranjera y armisticio de nuestra guerra civil. Asegura que se trata de bulos a los que no hay que hacer caso y que han nacido a causa de los viajes de Negrín y Companys al extranjero. Cuando termina su comunicado, nos dejan salir.
Vamos al frontón, pero ya está ocupado. Nos dedicamos a pasear, pero la tarde es tan fría que volvemos a encerrarnos en el cuartel a leer.
Un teniente nos ha dicho que seguramente volverán a dar permisos. Pero ya no hacemos caso.
Después de cenar, leen la orden y nombran los permisos. Esta noche no tengo guardia; de modo que después del puesto de 6 a 7 de la tarde, ya estoy libre. Entonces, hacemos una partida de cartas hasta las 10. Luego, a dormir.

30 de Noviembre de 1937

30 de Noviembre de 1937

A las 5, me llaman para la guardia. La hago en la puerta de la casa-cuartel, que da a la calle y que permanece cerrada. Viene a ser una especie de imaginaria. Decido aprovechar el tiempo de modo que entro en la cocina y me lavo. Luego, me tuesto un poco de pan con aceite en espera de la hora de desayunar. Después, escribo una carta a un amigo; pero no puedo terminarla pues tocan diana y, a poco, viene el relevo.
Vamos a buscar el desayuno. Como el “frontón” está junto a la cocina, ya nos quedamos en él a jugar. Cuando íbamos por el cuarto partido, oímos la corneta llamando a nuestra compañía. Regresamos corriendo.
Una vez formada ésta, nos comunican que se ha recibido orden de que todo el mundo se corte el pelo al cero. Claro está que la orden es sólo para soldados y cabos.
Nos reunimos todos y acordamos cortarnos el pelo muy corto, pero no al cero, pase lo que pase; a pesar de habernos amenazado si desobedecíamos la orden. Después de pasar por el barbero, volvemos al frontón y estamos jugando hasta la hora de almorzar.
Después de comer, termino la carta para mi amigo de Barcelona.
Se dice que al comandante, le ha parecido bien la forma como nos hemos cortado el pelo. ¡Menos mal que ha sido así! A mí, no me extraña esta aprobación del comandante al que considero más humano y educado que los oficiales y comisario de nuestra compañía. Sobretodo, este último que, la verdad es que no representa ningún apoyo para la tropa, cuando, precisamente esta es la misión de este cargo.
Por la tarde vamos a echar las cartas al correo y pasear un rato.
En cuanto nos dan la cena, nos vamos a comerla al cuartel, ya que el tiempo es muy frío. Después de cenar, entro de guardia hasta las 7. Durante el puesto en la puerta, se ha ido extendiendo una niebla muy espesa. Pienso en los que están en las montañas y me imagino lo mal que deben pasarlo. Me relevan. Subo a la buhardilla. Algunos, están jugando a las cartas. Como veo que no hay ambiente para haber un “coro”, ni lo propongo. Me pongo a leer junto al cabo Lon que hace lo mismo bajo un candil, que aprovecho. Cuando nos viene el sueño, apagamos la luz y nos acostamos.

29 de Noviembre de 1937

29 de Noviembre de 1937

Día nublado si bien no hace tanto frío ni viento como ayer.
Después de lavarme en el río, voy a buscar el desayuno. Allí, me dicen que a las 9, vendrán a relevarnos los de la segunda sección de la compañía.
Después de desayunar, empezamos a recoger todo. Apenas terminamos, llega el relevo. Luego de explicarles la misión aquí, emprendemos el regreso al pueblo. Llegamos a la casa-cuartel, descargamos y colocamos todo. Luego, vamos a pasear con varios compañeros también relevados hoy.
Como en la compañía no hay espacio para leer o escribir, buscamos una casa de las destruidas y abandonadas, para ir a pasar los ratos libres. Además, si te quedas en la compañía, te endosan cualquier servicio que se presente, en lugar de hacerlo por turno, como correspondería.
No lejos, encontramos una que nos gusta, pues tiene una amplia cocina con un buen fuego y bancos a ambos lados. Tampoco nos faltará leña para quemar, pues hay mucha madera entre las ruinas en el patio. Esta tarde, haremos ya la tertulia aquí.
Después de almorzar, vamos a jugar a pelota en una especie de frontón que hay cerca de aquí. Luego de un par de partidos, paseamos por el pueblo. Estos cuatro compañeros son con los que me he unido desde que me separaron de la sección de Vilalta y Quintanilla -que hoy están de guardia- y también proceden de Mataró.
Durante el paseo, me invitan a cenar con ellos en una casa particular. No aceptan mi negativa, pues me dicen que ya han encargado para cinco.
De modo que, en cuanto es la hora, nos dirigimos a la casa. Cuando llegamos, la señora ya está friendo una sartén de setas con cebolla; setas, que los cuatro encontramos ayer en el bosque y, que ésta mañana han traído a esta casa donde ya les conocen de cuando llegamos al pueblo. Además, han traído una lata grande de carne rusa, dos de judías en conserva y una de mermelada de naranja. Y, como bebida, una cantimplora de vino y una botella de anís.
A las cinco, ya está todo listo. Empezamos con las judías fritas con la carne rusa; están sencillamente fantásticas. En este primer plato, comemos un chusco entre todos. Luego, las setas con salsa, y otro pan. Después, la mermelada y, como gran final un vasito de anís.
A todas las invitaciones que hemos hecho a la gente de la casa han rehusado, pero no han podido resistir la tentación del anís. ¡Hacía tanto tiempo que no lo bebían! En vista de estas manifestaciones, hacemos otra ronda general, sentados alrededor del fuego.
Parece mentira esta especie de anhelo por comer, que se ha despertado en todos nosotros. Sinceramente declaramos que, en casa, la mesa nos preocupaba poco.
¡Que bien estamos en este ambiente casero! Nos parece habernos acercado un poco a casa.
La señora, nos hace unas rosquillas fritas, de la masa que tiene preparada, para hacer el pan esta noche. Como están riquísimas, lo celebramos con otra ronda general de anís.
Inevitablemente, llegan las confidencias. Este matrimonio, además del pequeño que les acompaña, tiene dos hijos en el frente; del uno, van recibiendo noticias, del otro no saben nada. Dicen que, esto que han hecho por nosotros carece de mérito porque, con su hijo, probablemente otra familia hará lo mismo. Y, por eso, al querer retribuirles por el trabajo, se niegan a aceptar nada y casi se lo toman a mal. Les prometemos que si vamos con permiso, les traeremos un obsequio de Barcelona.
Entre tanto, llega un matrimonio vecino; el motivo es que desean escribir a su hijo, también movilizado y… no saben.
Cual sería nuestro asombro al ver que quien se encarga de hacerlo, es el pequeño de la casa que tendrá unos ocho años. Si bien es verdad que a esa edad, en la ciudad, casi todos los niños saben leer y escribir, en un pueblo pequeño como este, y en esas circunstancias, no es cosa frecuente. Además, su letra es muy buena.
Luego de escrita la carta, se marchan los dos hombres y el pequeño a una reunión.
Son las 9. Parece mentira lo deprisa que han pasado estas horas. Nos despedimos y regresamos al cuartel. Nos hacemos la cama, encima del grano -que, por cierto resulta bastante frío-, y nos acostamos.
Cuando empezamos a dormirnos el sargento García nos comunica que nuestro pelotón, tiene guardia esta noche. Como estos avisos “relámpago” ya no nos vienen de nuevo, apenas decimos nada.
Cuando sea la hora ya nos llamarán. Como tengo sueño atrasado me duermo casi enseguida.

28 de Noviembre de 1937

28 de Noviembre de 1937

A las 3.30, me llaman para seguir con la guardia. Como el fuego está bastante animado, me siento junto a él, para no perder el calor que sentía en la cama.
Como estoy medio endormiscado, procuro desvelarme. Comparo esta guardia con las de arriba en las posiciones; a pesar del servicio casi permanente aquí, resulta incomparablemente mejor ya que hace menor frío y estamos mejor instalados. Además, cuando nos releven, pasaremos unos días de descanso en el pueblo. No comprendo como nuestros mandos nos lo pintaban tan mal.
No ha pasado nadie en toda la noche. Ahora comprendo por que los que hemos relevado se pasaban la noche durmiendo los dos guardias. Pero no vale la pena exponerse, por un par de horas de sueño. Aún admitiendo que las horas de la madrugada resultan pesadas.
No se por que, me vienen al pensamiento los tiempos en que hacía teatro de aficionados y pienso que, aquello, quizás no vuelva más.
Son las seis y empieza a clarear. Pongo al fuego el caldero con agua. Cuando se ha calentado, me lavo la cara y manos pues, sí lo hago con agua fría, no quedan limpias completamente.
Luego, llamo al compañero, lavo el cacharro y me voy al pueblo a por el pan y el desayuno.
Hace un viento bastante frío. Por el camino, encuentro a hombres del pueblo que, a pesar de ser domingo y no trabajar, por la fuerza de la costumbre, ya están levantados.
En el cuartel de la compañía recojo el pan, y en la cocina la leche. Regreso a la posición, calentamos la leche, nos hacemos unas tostadas y almorzamos.
El cabo, me ha dicho que, seguramente, nos relevarán mañana. Aprovechando las facilidades que aquí tengo, pensaba escaldarme la ropa, pero, ante el posible relevo, decido no hacerlo pues, mañana, debería llevármela mojada. Esperaré a hacerlo en el pueblo.
El viento, no ha menguado y resulta imposible leer al sol fuera de la cabaña. Lo hago pues dentro junto al fuego.
Mientras hago el puesto, mi compañero va a por la comida. Después de comer, hago estas notas.
Paseando por la carretera, llega hasta nosotros un muchacho del pueblo; tiene unos 14 años. Nos cuenta que, hasta hace poco, trabajaba incluso hasta los domingos. A pesar de sus pocos años debe hacer el trabajo de los mozos que están en el ejército. Como el pueblo está ocupado por el ejército desde el principio de la guerra, debido al trato con los soldados, ya ha aprendido a montar y desmontar todas las piezas de un fusil.
Apenado, pienso que, desgraciadamente, en España, habrá hoy muchos chicos con esta triste habilidad.
Mientras mi compañero va a por la cena, preparo el candil, reanimo el fuego y estiro los jergones. Así, me pasa el tiempo rápidamente. Cuando regresa con la comida, le noto muy entristecido; además, no quiere cenar. Por su situación de incorporado hace poco, me imagino debe pasar por un periodo de añoranza. Me acerco a él, y le insisto para que me cuente su pesar a que se debe. Al fin, se desahoga y me enseña una carta que ha recibido de su novia, en la que le cuenta que sus relaciones van a tener consecuencias… En fin, que espera un crío. Él, dice que pensaban casarse pronto, pero que la movilización tan rápida lo ha impedido. Como viven en el pueblo, él piensa en el calvario que pasará la muchacha, a causa de las habladurías. Procuro consolarle diciéndole que, en tiempos de guerra, estos casos son bastante frecuentes y, por ello, la gente no los juzgará con el rigor de tiempos de paz.
El cabo, dice que nos hará un puesto durante la noche, para que nos resulte menos pesada.
Las siete; empiezo mi guardia. A las nueve termino y me tumbo a dormir… Y a rascar.
A la una, me llaman de nuevo. Aprovecho el fuego que hay, para hacerme un poco de té del que me enviaron de casa y que aún no he probado. Está buenísimo.
Tengo que arroparme bien, pues a pesar de estar resguardado hace mucho viento. Me quedo amodorrado por unos momentos; cuando me desvelo, falta poco para mi relevo. Añado leña al fuego, llamo al cabo y me tumbo otra vez.
Mi último pensamiento antes de dormirme es que… hoy, era domingo.

27 de Noviembre de 1937

27 de Noviembre de 1937

Nos despierta el toque de corneta a desayunar. Cogemos plato, pan, toalla y jabón.
Después de tomar el café, nos vamos río abajo y nos lavamos bien. Vilalta y Quintanilla también se afeitan.
Mientras lo están haciendo, viene un enlace de mi sargento y me dice que regrese enseguida pues debo relevar -con mi escuadra- a los que hacen la guardia del pueblo.
Regreso y nos preparamos. Antes de marchar, nos dan el chusco y cuatro paquetes de tabaco. Menos mal que podemos volver a fumar, pues ya hacía días que no teníamos.
Forman la sección; una escuadra hará la guardia en la carretera -una especie de policía militar-, y otra, en la carretera de la izquierda, a mi escuadra, nos toca esta última, que está a medio kilómetro del pueblo y junto al río.
Aquí, quedamos solos dos soldados; uno de los incorporados hace poco y yo. El puesto consiste en una choza adosada a un muro paralelo a la carretera y que tiene cosa de un metro de “cubierta” afuera, bajo la cual se puede hacer un pequeño fuego.
Y si llega el caso, se está resguardado del viento y de la lluvia. Además hay dos colchonetas de paja. Creo que estaremos bien.
Colocamos nuestro equipo, de la mejor manera posible.
Procuraré enterarme de cuantos días estaremos aquí.
Mientras el compañero vigila la carretera, hago estas anotaciones.
El cabo, que hace cosa de una hora había ido a relevar el otro puesto a su cargo, llega y me encarga vaya a buscar el almuerzo, pues ya se ha oído la llamada. Cojo una olla que hay ya aquí, destinada a ello, y voy a buscarlo a la cocina general, en el pueblo. Como ya es el último arroz que quedaba, y de aquí a la posición hay unos diez minutos, cuando llego, está hecho una pasta. Pero como ya nos lo habíamos figurado, tiene agua caliente preparada, lo “aclaramos”, le añadimos un poco de sal y queda estupendo. Además, con más ración de la que nos hubiera correspondido de estar en el pueblo.
Aunque suponemos que sólo vamos a estar aquí dos o tres días, procuraremos pasarlo lo mejor posible.
La proximidad del río, nos permite limpiar bien los platos y cucharas, que ya les convenía. Como a las cinco ya oscurece, y la noche se nos haría muy larga, vamos a ver si podemos tener luz. Aquí, hemos encontrado candil, pero no tiene mecha ni aceite. Lo primero, lo resolvemos con la cinta de una alpargata vieja que hemos encontrado aquí; para arder hemos pedido un poco de petróleo en el garaje del batallón. De modo que esta noche, tendremos luz.
La tarde, la empleamos en explorar el terreno que nos rodea. Hemos hallado un pequeño huerto abandonado, y en un rincón, antiguas matas de judías abandonadas, por lo que se ve, ya hace tiempo que están así, pero buscando bien, hemos encontrado judías granadas ya secas. Ésto, ha sido suficiente para dedicar una hora buscando, y recogido medio plato de judías. Pensamos dedicar un rato todos los días, hasta recogerlas todas. Y, si los permisos no se suspenden, podré llevarlas a mi familia.
Como son casi las 4.30, el otro compañero se va en busca de la cena.
Yo, entre tanto, y ante la proximidad de la noche, reanimo el fuego. Hago un cigarrillo y contemplo la puesta de sol. Con ella coincide el regreso de los pastores con sus rebaños que bajan de la montaña. A pesar de la tranquilidad de este paraje, la naturaleza se encarga de formar un dúo a cargo de un pequeño salto de agua en el río, frente a nosotros, y el viento al tropezar con los chopos de la carretera.
El sol, acaba ocultándose tras las montañas; apenas puedo escribir. Como no dispongo de encendedor de llama, tendré que esperar al regreso de mi compañero para encender el candil.
Mientras tanto, dejaré que me envuelva la oscuridad y mi pensamiento vuele lejos de aquí, hacia aquellos que tanto amo y que deseo poder abrazar pronto.
Llega el compañero con la cena. Me dice que en el pueblo la orden de hoy -que leen cada noche- contiene un comunicado del general Pozas en el que informa de la suspensión de los permisos. De modo que ya no hay duda sobre ello.
Mientras cenamos, no hacemos alusión a ellos; evitamos el tema. Yo porque la noticia me ha puesto de mal humor y él porque lo comprende; a pesar de que, por su reciente incorporación no le corresponde beneficiarse de permiso.
Al fin, decidimos encender el candil. ¡Que bien se ve! Parece luz eléctrica. Pero cuando más distraídos estamos, se ha inflamado y caído sobre la colchoneta, empezando a arder ésta. Enseguida, nos hemos tirado sobre el fuego y con una manta, lo hemos apagado, antes de que se extendiera más. Como dentro de la choza, tenemos el saco con las bombas, no era cosa de entretenerse. Mañana buscaremos la forma de tener luz con mayor seguridad.
Estamos charlando a oscuras hasta las ocho. A esa hora, él, se queda de guardia, y yo me hecho a dormir, pero me es imposible conciliar el sueño debido a los piojos. Durante el día, no es que no molesten, pero de noche es algo insufrible. A las diez que entro de puesto, aún no había pegado ojo.
Relevo al compañero, y salgo fuera de la cabaña a por un poco de leña y reanimo el fuego. Pensando en mil cosas, pasa una hora y media. De pronto, oigo acercarse alguien. Salgo fuera y doy el ¡alto! Es el cabo que viene del otro puesto para hacernos un rato de compañía hasta que termine mi guardia.
Cuando llamo al otro compañero, se queda con él. Yo me tumbo y, tras muchas vueltas, consigo dormirme.