27 de Noviembre de 1937

27 de Noviembre de 1937

Nos despierta el toque de corneta a desayunar. Cogemos plato, pan, toalla y jabón.
Después de tomar el café, nos vamos río abajo y nos lavamos bien. Vilalta y Quintanilla también se afeitan.
Mientras lo están haciendo, viene un enlace de mi sargento y me dice que regrese enseguida pues debo relevar -con mi escuadra- a los que hacen la guardia del pueblo.
Regreso y nos preparamos. Antes de marchar, nos dan el chusco y cuatro paquetes de tabaco. Menos mal que podemos volver a fumar, pues ya hacía días que no teníamos.
Forman la sección; una escuadra hará la guardia en la carretera -una especie de policía militar-, y otra, en la carretera de la izquierda, a mi escuadra, nos toca esta última, que está a medio kilómetro del pueblo y junto al río.
Aquí, quedamos solos dos soldados; uno de los incorporados hace poco y yo. El puesto consiste en una choza adosada a un muro paralelo a la carretera y que tiene cosa de un metro de “cubierta” afuera, bajo la cual se puede hacer un pequeño fuego.
Y si llega el caso, se está resguardado del viento y de la lluvia. Además hay dos colchonetas de paja. Creo que estaremos bien.
Colocamos nuestro equipo, de la mejor manera posible.
Procuraré enterarme de cuantos días estaremos aquí.
Mientras el compañero vigila la carretera, hago estas anotaciones.
El cabo, que hace cosa de una hora había ido a relevar el otro puesto a su cargo, llega y me encarga vaya a buscar el almuerzo, pues ya se ha oído la llamada. Cojo una olla que hay ya aquí, destinada a ello, y voy a buscarlo a la cocina general, en el pueblo. Como ya es el último arroz que quedaba, y de aquí a la posición hay unos diez minutos, cuando llego, está hecho una pasta. Pero como ya nos lo habíamos figurado, tiene agua caliente preparada, lo “aclaramos”, le añadimos un poco de sal y queda estupendo. Además, con más ración de la que nos hubiera correspondido de estar en el pueblo.
Aunque suponemos que sólo vamos a estar aquí dos o tres días, procuraremos pasarlo lo mejor posible.
La proximidad del río, nos permite limpiar bien los platos y cucharas, que ya les convenía. Como a las cinco ya oscurece, y la noche se nos haría muy larga, vamos a ver si podemos tener luz. Aquí, hemos encontrado candil, pero no tiene mecha ni aceite. Lo primero, lo resolvemos con la cinta de una alpargata vieja que hemos encontrado aquí; para arder hemos pedido un poco de petróleo en el garaje del batallón. De modo que esta noche, tendremos luz.
La tarde, la empleamos en explorar el terreno que nos rodea. Hemos hallado un pequeño huerto abandonado, y en un rincón, antiguas matas de judías abandonadas, por lo que se ve, ya hace tiempo que están así, pero buscando bien, hemos encontrado judías granadas ya secas. Ésto, ha sido suficiente para dedicar una hora buscando, y recogido medio plato de judías. Pensamos dedicar un rato todos los días, hasta recogerlas todas. Y, si los permisos no se suspenden, podré llevarlas a mi familia.
Como son casi las 4.30, el otro compañero se va en busca de la cena.
Yo, entre tanto, y ante la proximidad de la noche, reanimo el fuego. Hago un cigarrillo y contemplo la puesta de sol. Con ella coincide el regreso de los pastores con sus rebaños que bajan de la montaña. A pesar de la tranquilidad de este paraje, la naturaleza se encarga de formar un dúo a cargo de un pequeño salto de agua en el río, frente a nosotros, y el viento al tropezar con los chopos de la carretera.
El sol, acaba ocultándose tras las montañas; apenas puedo escribir. Como no dispongo de encendedor de llama, tendré que esperar al regreso de mi compañero para encender el candil.
Mientras tanto, dejaré que me envuelva la oscuridad y mi pensamiento vuele lejos de aquí, hacia aquellos que tanto amo y que deseo poder abrazar pronto.
Llega el compañero con la cena. Me dice que en el pueblo la orden de hoy -que leen cada noche- contiene un comunicado del general Pozas en el que informa de la suspensión de los permisos. De modo que ya no hay duda sobre ello.
Mientras cenamos, no hacemos alusión a ellos; evitamos el tema. Yo porque la noticia me ha puesto de mal humor y él porque lo comprende; a pesar de que, por su reciente incorporación no le corresponde beneficiarse de permiso.
Al fin, decidimos encender el candil. ¡Que bien se ve! Parece luz eléctrica. Pero cuando más distraídos estamos, se ha inflamado y caído sobre la colchoneta, empezando a arder ésta. Enseguida, nos hemos tirado sobre el fuego y con una manta, lo hemos apagado, antes de que se extendiera más. Como dentro de la choza, tenemos el saco con las bombas, no era cosa de entretenerse. Mañana buscaremos la forma de tener luz con mayor seguridad.
Estamos charlando a oscuras hasta las ocho. A esa hora, él, se queda de guardia, y yo me hecho a dormir, pero me es imposible conciliar el sueño debido a los piojos. Durante el día, no es que no molesten, pero de noche es algo insufrible. A las diez que entro de puesto, aún no había pegado ojo.
Relevo al compañero, y salgo fuera de la cabaña a por un poco de leña y reanimo el fuego. Pensando en mil cosas, pasa una hora y media. De pronto, oigo acercarse alguien. Salgo fuera y doy el ¡alto! Es el cabo que viene del otro puesto para hacernos un rato de compañía hasta que termine mi guardia.
Cuando llamo al otro compañero, se queda con él. Yo me tumbo y, tras muchas vueltas, consigo dormirme.

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