29 de Noviembre de 1937

29 de Noviembre de 1937

Día nublado si bien no hace tanto frío ni viento como ayer.
Después de lavarme en el río, voy a buscar el desayuno. Allí, me dicen que a las 9, vendrán a relevarnos los de la segunda sección de la compañía.
Después de desayunar, empezamos a recoger todo. Apenas terminamos, llega el relevo. Luego de explicarles la misión aquí, emprendemos el regreso al pueblo. Llegamos a la casa-cuartel, descargamos y colocamos todo. Luego, vamos a pasear con varios compañeros también relevados hoy.
Como en la compañía no hay espacio para leer o escribir, buscamos una casa de las destruidas y abandonadas, para ir a pasar los ratos libres. Además, si te quedas en la compañía, te endosan cualquier servicio que se presente, en lugar de hacerlo por turno, como correspondería.
No lejos, encontramos una que nos gusta, pues tiene una amplia cocina con un buen fuego y bancos a ambos lados. Tampoco nos faltará leña para quemar, pues hay mucha madera entre las ruinas en el patio. Esta tarde, haremos ya la tertulia aquí.
Después de almorzar, vamos a jugar a pelota en una especie de frontón que hay cerca de aquí. Luego de un par de partidos, paseamos por el pueblo. Estos cuatro compañeros son con los que me he unido desde que me separaron de la sección de Vilalta y Quintanilla -que hoy están de guardia- y también proceden de Mataró.
Durante el paseo, me invitan a cenar con ellos en una casa particular. No aceptan mi negativa, pues me dicen que ya han encargado para cinco.
De modo que, en cuanto es la hora, nos dirigimos a la casa. Cuando llegamos, la señora ya está friendo una sartén de setas con cebolla; setas, que los cuatro encontramos ayer en el bosque y, que ésta mañana han traído a esta casa donde ya les conocen de cuando llegamos al pueblo. Además, han traído una lata grande de carne rusa, dos de judías en conserva y una de mermelada de naranja. Y, como bebida, una cantimplora de vino y una botella de anís.
A las cinco, ya está todo listo. Empezamos con las judías fritas con la carne rusa; están sencillamente fantásticas. En este primer plato, comemos un chusco entre todos. Luego, las setas con salsa, y otro pan. Después, la mermelada y, como gran final un vasito de anís.
A todas las invitaciones que hemos hecho a la gente de la casa han rehusado, pero no han podido resistir la tentación del anís. ¡Hacía tanto tiempo que no lo bebían! En vista de estas manifestaciones, hacemos otra ronda general, sentados alrededor del fuego.
Parece mentira esta especie de anhelo por comer, que se ha despertado en todos nosotros. Sinceramente declaramos que, en casa, la mesa nos preocupaba poco.
¡Que bien estamos en este ambiente casero! Nos parece habernos acercado un poco a casa.
La señora, nos hace unas rosquillas fritas, de la masa que tiene preparada, para hacer el pan esta noche. Como están riquísimas, lo celebramos con otra ronda general de anís.
Inevitablemente, llegan las confidencias. Este matrimonio, además del pequeño que les acompaña, tiene dos hijos en el frente; del uno, van recibiendo noticias, del otro no saben nada. Dicen que, esto que han hecho por nosotros carece de mérito porque, con su hijo, probablemente otra familia hará lo mismo. Y, por eso, al querer retribuirles por el trabajo, se niegan a aceptar nada y casi se lo toman a mal. Les prometemos que si vamos con permiso, les traeremos un obsequio de Barcelona.
Entre tanto, llega un matrimonio vecino; el motivo es que desean escribir a su hijo, también movilizado y… no saben.
Cual sería nuestro asombro al ver que quien se encarga de hacerlo, es el pequeño de la casa que tendrá unos ocho años. Si bien es verdad que a esa edad, en la ciudad, casi todos los niños saben leer y escribir, en un pueblo pequeño como este, y en esas circunstancias, no es cosa frecuente. Además, su letra es muy buena.
Luego de escrita la carta, se marchan los dos hombres y el pequeño a una reunión.
Son las 9. Parece mentira lo deprisa que han pasado estas horas. Nos despedimos y regresamos al cuartel. Nos hacemos la cama, encima del grano -que, por cierto resulta bastante frío-, y nos acostamos.
Cuando empezamos a dormirnos el sargento García nos comunica que nuestro pelotón, tiene guardia esta noche. Como estos avisos “relámpago” ya no nos vienen de nuevo, apenas decimos nada.
Cuando sea la hora ya nos llamarán. Como tengo sueño atrasado me duermo casi enseguida.

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