20 de Septiembre de 1937


20 de Septiembre de 1937

A las dos de la madrugada, llega el relevo.

Dicen, que vamos a La Puebla de Albortón. Por el camino que seguimos, y es el mismo que hice ya, veo que es verdad. Como vamos cuesta abajo, solo descansamos una vez. Llegamos, poco antes de clarear el día. A nuestra sección nos designan una casa derruida, pero aprovechable. Nos tumbamos enseguida. Nos dejan dormir, hasta las nueve.

Para almorzar, nos dan un nuevo tipo de carne rusa, con menos grasa. Con Vilalta y Quintanilla, juntamos nuestras raciones y las calentamos en la lar de una de tantas casa derruidas. Está muy buena. Además, hacía tiempo que no comíamos sentados frente a una mesa. ¡Nos parece imposible!.

Pasamos la tarde a la espera de órdenes.

A las siete, nos dan la cena y, nos advierten que a las ocho, nos vamos del pueblo. ¡Ya nos extrañaba tanta suerte!

A las ocho, llegan unos camiones. Subimos a ellos y emprendemos la marcha. Después de dos horas de lento y traqueteante viaje, llegamos a Fuendetodos. Paramos en él solo unos momentos.

Luego, el camión prosigue hasta llegar a una loma llena de pinos. Se quedan dos secciones en el límite de la pineda. La nuestra, va destinada a una pequeña montaña más avanzada. ¡Suerte que tiene uno!. Llegamos a pie de la misma e iniciamos el ascenso. Con tanta oscuridad, resulta muy laborioso; parece que no vayamos a llegar nunca arriba. Al final, relevamos a las fuerzas que allí había.

Afortunadamente nos encontramos unas pequeñas excavaciones, hechas a modo de cuevas y empotradas en la montaña. Son individuales y, aunque bajas de techo, bastante cómodas y con paja en el suelo. Me hago cargo de la mía y me tumbo a dormir enseguida.

Me llaman para la guardia, aunque, en realidad, solo debo escuchar, pues no se hacia donde debo vigilar. Aunque estando situados en esta altura, no hay peligro de sorpresas.

Termino la guardia, y regreso a mi “palacio”. Resulta bastante caldeado, debido a estar empotrado entre tierra.

19 de Septiembre de 1937

19 de Septiembre de 1937

A las doce de la noche, empiezan a llegar los de Sanidad que sitúan varios puestos de socorro, camillas, etc.
Reparten el coñac, que es fuerte como la “pólvora”. Pero el frío y los nervios, hacen que nos venga muy bien.
Después van llegando tropas de refuerzo, que se sientan a descansar junto a nosotros. Como la oscuridad no nos permite reconocerlos, le pregunto por su unidad al que está más cerca de mí y, en un español chapurreado, me dice que son de una Brigada de voluntarios Internacionales. Como sabe poco español y bien francés, nos entendemos en este idioma. Me cuenta que es australiano y que, como la mayoría de sus compañeros que están aquí, se apuntó voluntario en París, pero vino exproceso desde su país para luchar “contra los fascistas”, pues si Franco gana la guerra civil, Hitler y Mussolini provocarán una guerra europea para imponerse en todo el continente. Fumamos  bebemos unos tragos juntos. Por su voz, creo que se trata de un muchacho joven. Va muy bien equipado de ropa y armamento, como sus compañeros.

Hacia las dos, dan orden de prepararnos. Primero, saldrán los internacionales, luego nosotros. Nos abrazamos con el australiano deseándonos mucha suerte y se marcha con sus compañeros.

¡Qué extrañas situaciones puede plantear la vida en unas circunstancias como las que estamos viviendo!. En lo alto de unas montañas aragonesas, nos hemos ido a encontrar dos hombres de países situados en las antípodas respectivas, que luchamos por la misma causa y que, por la oscuridad reinante, ni nos hemos visto las caras. Y, probablemente, no nos las veremos jamás.

Los internacionales inician la ascensión en dirección a la izquierda de la montaña. Poco después, orden de marcha para nosotros.

En fila de a uno, protegidos por la oscuridad y en total silencio, empezamos a subir la cumbre que ocupó hace unos días la otra compañía y que luego abandonó.
Una vez llegados a la cima, nos extendemos a lo largo de ella tumbados en el suelo y parapetados tras las pequñas rocas que allí hay. Se nos ha advertido que estemos atentos a las señales luminosas que se producirán: so cohetes blancos indicarán iniciar el fuego contra la cumbre de la montaña de enfrente, y uno rojo, alto el fuego.

A la señal convenida, abrimos fuego de fusilería y bombas de mano. Casi inmediatamente, el enemigo responde con fuego de fusilería y ametralladoras.

A la media hora, luce el cohete rojo de alto el fuego. Poco a poco, renace el silencio. Una hora después, y por secciones, hincamos el descenso a nuestras posiciones. Por lo visto, era un tanteo para averiguar las fuerzas y el armamento del enemigo en la infiltración de los internacionales por otra zona más a la izquierda.

Cuando llegamos a nuestras posiciones, ya es de día. No hemos tenido ningún herido.

Los de la compañía que ha quedado aquí, aseguran que hoy nos relevarán; veremos donde nos envían.

Nos tumbamos a descansar, hasta la hora de comer un bocado en frío.

Por la tarde no hay novedad. Y, por la noche, tampoco aparece relevo alguno. No obstante, el capitán ha ordenado acostarnos pero dejando “todo a mano”.

18 de Septiembre de 1937

18 de Septiembre de 1937

Ha llegado un enlace de Comandancia con órdenes para los capitanes. Al poco, el nuestro nos comunica que esta noche, vamos a intervenir en una “operación”, aunque no ha concretado en qué va a consistir. Las cábalas son para todos los gustos.

A media mañana, y cuando veíamos acercarse varios bombarderos enemigos, nuestra artillería anti-aérea, les ha hecho huir. Ha sido una verdadera sorpresa, pues, en este sector, nunca habíamos tenido tal protección. Posiblemente han venido formando parte de la operación de esta noche. Si pudiéramos contar siempre con su apoyo, no nos zurrarían tanto.

Ha venido el teniente pagador. Es el que nos dirigía la instrucción en Binéfar. Para no formar grupos, va él recorriendo las zanjas y pagándonos. Le comentamos las pésimas condiciones en que estamos aquí. Nos dice que él está en Fuendetodos con el mando de la Brigada y que le consta que el frente, en aquel sector, es peor ya que está a pocos metros una de otra línea y, a penas hay para petos para guarecerse. Por lo menos, aquí estamos separados por estas montañas.

El camión de la comida, ha traído un barrilito de coñac, para la noche. ¡Esto va en serio!

Después de cenar nos dice el capitán que nos preparemos con corraje y armamento, pero que podemos tumbarnos a descansar hasta nueva orden. Así lo hacemos, hablando en susurros y fumando en la oscuridad. Así pasamos las horas pues resulta inútil intentar dormir, debido a la tensión nerviosa.

17 de Septiembre de 1937

17 de Septiembre de 1937

Se vuelve a rumorear lo del relevo, pero nadie sabe nada concreto. Además, como no podemos circular, los cambios de impresiones son solo con los compañeros más cercanos.

Llega correo. Recibo carta de Botella en la que me dice que, en Mataró no ha habido nuevos embarques, y que sigue allí.¡No sabe él la suerte que ha tenido de poderse quedar en la retaguardia y no pasar todo lo que estamos pasando!.

A las cuatro de la tarde, los tanques enemigos, han vuelto a cañonear nuestras posiciones, especialmente del lado donde está el mando de la compañía. Como hay, nuestra artillería no les ha hecho frente, se han despachado a gusto durante una hora larga. Afortunadamente, no han hecho ningún blanco. Por la fuerza del silbido del obús, ya empezamos a conocer donde irá a caer.

El camión de la comida, nos ha traído ropa interior de invierno y calzado.

Tampoco hoy tengo guardia. Este descanso, me vendrá muy bien. Además, con la ropa interior voy más abrigado y, de noche dormiré más caliente. Creo que ya me pasó la fiebre del todo.

16 de Septiembre e 1937

16 de Septiembre e 1937

Por la mañana, mis compañeros me llevan por el pueblo y recorremos las casas en ruinas. En la cocina de una de ellas, encendemos fuego y hacemos chocolate a la taza, en el mojamos medio chusco de pan, que hemos tostado.¡ Nos sabe a gloria!

Seguimos registrando y encuentro aceite y sal, que me llevo. Como la escalera de la casa está derrumbada, subimos hasta el piso por las vigas caídas y que han quedado colgando de él. Allí encuentro un sueter de lana muy basta, pero que buena falta me hará, como no nos equipen pronto con ropa de abrigo. También encuentro unos pantalones de montar algo descosidos. Encuentro hilo y aguja, los coso y me los pongo. Oigo que mis compañeros gritan abajo; es que han encontrado un bote con un poco de  café. Regresamos pues mis compañeros tienen guardia en el polvorí.

A mediodía y en vista que no llega mi compañía, vuelvo al Comandante quien me dice que tendré que subir ariiba, pues la compañía no bajará. Me hace un pase de reincorporación y me orienta sobre el camino a seguir. Aquí, el frente no es de línea continua, si no de posiciones aisladas por lomas y montañas y, a los peor, me “cuelo” entre ellas y me “asan”. Las explicaciones que me da, las entiendo hasta la mitad, pero creo que no me perderé.

Recojo el armamento que tenía en Sanidad, me despido de mis compañeros e inicio la subida por la montaña a la misma salida del pueblo y orientándome por el Sillero, que debo dejar siempre a mi izquierda.

Después de dos horas de camino y con este sol, descanso un rato. Aprovecho para comer un poco de pan con aceite. Noto un olor a corrompido y veo un grupo de cuervos volar sobre mí.
Al poco, reemprendo el ascenso, encuentro dos cadáveres que llevarán aquí 8 o 10 días. Van vestidos, como el clásico campesino aragonés: pantalones de pana y americana negros, faja, boina y alpargatas. Les debieron sorprender cuando huían y les debieron fusilar  aquí mismo. ¡Quizás eran militares disfrazados de los que huyeron de Belchite!, Están rodeados de una nube de gruesas moscas. Sigo la marcha, pues la peste remueve las tripas.

En un nuevo descanso, saco el diario que me han dado hoy mis compañeros al despedirme. Cuando leo los titulares de la primera página, me quedo de piedra. Dice: “Los Guardias de Asalto, héroes de Belchite, han desfilado por Barcelona el día 11 de Septiembre”. O sea, que ellos ya hace días que están allí y nosotros pudriéndonos aquí.

Reemprendo la subida. Según mis cálculos, debo estar al llegar. ¡Al fin veo nuestras posiciones!

Me presento al capitán, le entrego el pase y me reincorporo. En mi ausencia, me han cambiado de Escuadra, de modo que me han separado de Quintanilla y Villalta. Menos mal que sigo en el mismo pelotón y, prácticamente, seguimos juntos.

Encuentro carta de un compañero del despacho, que también está en el frente, en la que se lamenta que, en Barcelona, solo están pensando en aumentarse el sueldo.

Pasa la aviación enemiga. Bombardea algo separado de aquí. Por la distancia y situación, deduzco que ataca el Pueblo de Albortón.

Los compañeros se interesan por mis “aventuras” de estos días. A mi vez, les pregunto sobre la situación aquí. Según me cuentan, los mandos de la compañía,  han vuelto a separarse de la tropa, Pasan días enteros sin verles, pues no se mueven de su “cueva”. Las órdenes, les llegan a través de los cabos que las han de ir a buscar allí. Este alejamientos, no puede atribuirse a que no hayamos cumplido en las acciones de Belchite, pues nadie se quedó atrás ni chaqueteó. Y eso que era nuestro bautismo de fuego.

Al caer la tarde, llueve durante una hora, lo que refresca el ambiente.

Como no sabían que regresaba hoy, no me han nombrado servicio y podré dormir toda la noche. Aunque el suelo está bastante húmedo por la lluvia caída y la manta sola, protege poco.

15 de Septiembre de 1937

15 de Septiembre de 1937

Me ha dicho el Teniente, que como no llego a los 39º de temperatura, no me puede evacuar. Y, como aquí ya no puede hacer nada más por mí, debo incorporarme a mi unidad. Y me da el alta.

Me presento al comandante Ferrandiz, para preguntarle si me pueden orientar sobre la situación actual de mi compañía. Me responde que me quede aquí esta noche, pues mañana bajarán mis compañeros a este pueblo.

Como es media mañana, voy a dar una vuelta por el pueblo. Encuentro a dos compañeros de Mataró, que están en municionamiento y, acantonados aquí. A mediodía, como de su rancho. Tengo bastante apetito, lo que es buena señal. Por la tarde, como no tiene servicio, nos vamos a unos viñedos de los alrededores, en busca de uva y también, para esquivar la aviación caso de que viniera. La uva que hemos encontrado,  está un poco verde, pero la encuentro buenísima.

Regresamos al pueblo. Ceno y duermo con ellos en su unidad, que ocupa uno de los pocos corrales que quedan en pie.

14 de Septiembre de 1937

14 de Septiembre de 1937

En el sector de Mediana, ayer noche se pasaron a nuestras filas, 20 soldados enemigos, con su armamento. Mientras descansaban en el pueblo, es mañana, hemos charlado con ellos. Casi todos son gallegos y de la quinta del biberón (1938). Según nos cuentan, el enemigo se había hecho fuerte dentro del túnel del tren (que iba de Belchite a Zaragoza), pero, aprovechando uno de nuestros ataques, han abandonado a sus jefes y se han pasado. Poco después, se los llevan a retaguardia en un camión.

¡Ha llegado prensa! Dice que, en Barcelona y Valencia, se celebran ya misas. Aquí unos comentarios son partidarios y otros, contrarios a ello. También hay quien opina que todo esto, se hace de cara al extranjero.

Hacia el anochecer, ha vuelto la aviación que ha tirado algunas bombas. Cuando salimos del refugio, vemos herido a un muchacho que estaba, todavía, encima de un camión. Le han hecho una cura de urgencia y evacuado a retaguardia.

Para cenar, nos han dado carne asada, además de la leche. Y, el sello, que, ahora, ya sé que es de piramidón.

13 de Septiembre de 1937

13 de Septiembre de 1937

Esta semana, en la cocina, comentábamos, que ayer fue domingo y ninguno de nosotros lo advirtió. La conversación gira en torno a la diferencia de aquellos domingos de tiempos de paz. Todos tenemos ganas de que termine “esto”. Nos estamos volviendo unos viejos prematuros ya que estamos viviendo de recuerdos.

Hoy, he subido a fisgonear al primer piso de la casa. En una habitación, duermen los sanitarios. El resto del piso, no se utiliza. Todo está allí, como debieron dejarlo las fuerzas que entraron en el pueblo; completamente revuelto. Solo queda en pie, una antigua cómoda. Aunque todos sus cajones están rotos y esparcidos por el suelo, lo mismo que restos de marcos de los cuadros, ropas desgarradas y muchos papeles antiguos esparcidos por el suelo. Hay un documento de compra de un campo en el término de este pueblo, con fecha de 1817, que es toda una filigrana, especialmente la firma del notario. Otro, es un recibo “en pago de unos celemines de trigo”, firmado por el Jefe de las fuerzas carlistas que operó en este sector en aquella guerra. Hay también otro recibo “por unos haces de leña”, para fundir la campana de la iglesia de Puebla de Albortón. Las fechas oscilan entre los años 1700 y 1800. Los tomo, como recuerdo.

Como he dejado el macuto arriba en la posición, no tengo tabaco y, aquí tampoco tiene nadie. Y tengo unas ganas de fumar…!

Como médicamente, me dan una oblea, que no sé de qué será, pero que me ha hecho casi desaparecer la fiebre. Unido, claro está al descanso y al abrigo que aquí tenemos.

Los sanitarios, también están esperando el relevo, que nunca llega. Empiezo a creer que no hay que contar con él, mientras dura la ofensiva.

Hoy, no ha venido aviación. Pero se ha producido un nuevo incendio. Si no fuera porque aquí no hay población civil, pensaríamos en un sabotaje.

12 de Septiembre de 1937

12 de Septiembre de 1937

Me despierto. No hay nadie más en la buhardilla. El Sol, entra por los ventanucos; debe ser muy tarde. Siento menos dolores y noto más despejada la cabeza.

Desciendo a la cocina. Por el camino, no veo a nadie. En la cocina, encuentro al sanitario solo. Me da otro vaso de leche caliente que me reconforta mucho. Dice que es el régimen establecido por el médico. Le pregunto cuando pasa visita. Me contesta que no hay hora fija, pues debe atender a muchas posiciones.

Paso toda la mañana junto al fuego y tapado con la manta. El calor, me Alicia.

A las seis de la tarde, nueva alarma. Esta vez, tiran unas cuantas bombas bastante potentes.

Cuando salimos de nuestro refugio y nos vamos a la calle, nos enteramos que dos refugios-bodega, han quedado sepultados bajo los escombros de las casas que les han caído encima. Afortunadamente, todas estas bodegas tienen pequeños respiraderos y han permitido rescatar a los que allí se habían refugiado, sin que se asfixiara nadie. Entre los que retiraban escombros, he reconocido al comandante de nuestro batallón, Ferrandiz.

Al anochecer, el vaso de leche y a dormir a la buhardilla. Este, es el mejor tónico que necesito. Por otra parte, según el sanitario, no tienen otro; se refiere, a que apenas disponen de medicamentos.

Hacia las diez de la noche, nos despierta un griterío cercano. Por los ventanucos, vemos que arde un pajar cercano y, a los sanitarios con cubos, intentando apagar el fuego. Posiblemente la chispa de alguna bomba caída cerca, ha formado un rescoldo y, poco a poco, se ha extendido por la paja.

Finalmente lo apagan y vuelve de nuevo el silencio.

11 de Septiembre de 1937

11 de Septiembre de 1937

Esta mañana, ha tenido que despertarme Quintanilla, pues a las diez, todavía estaba durmiendo. Las cuatro horas a la intemperie de ayer noche, han agudizado el enfriamiento y aumentado los dolores y la fiebre. Apenas tengo fuerzas para levantarme.

A indicación del sargento, me dirijo al puesto del botiquín del batallón, para ver si me dan algo.

El puesto, está bastante alejado y situado en un pequeño subterráneo, al amparo de una roca. Como hasta las once no vendrá el teniente, me tumbo en un rincón y, tapado con mi manta vuelvo a los sueños.

Me despierta el médico, me toma el pulso y la temperatura. Me dice que espere junto con otros dos que ha “separado”; a los demás que se habían presentado a reconocimiento, los envía de nuevo a las posiciones.

Al rato, viene una ambulancia y, junto con el teniente, nos traslada a Puebla de Albortón. El camino de descenso, es infernal. Ya en el llano de Mediana, la carretera está cubierta con un palmo de polvo que la marcha de la ambulancia arremolina a su alrededor, haciendo que entre en ella y casi ahogándonos.

Al fin, llegamos al pueblo. Está totalmente destruido; sólo quedan en pie unas pocas casas. En una de ellas, han instalado Sanidad y allí nos desembarcan.

Esperamos junto al fuego en la lar de la cocina. Nos dan un vaso de leche caliente, que me sabe a gloria. Apenas terminamos de beberla, suena la alarma de aviación. Nos hacen bajar al refugio, que apenas merece éste nombre, pues se trata de la bodega de la casa, que está en los sótanos.

No son bombarderos sino cazas, que hacen vuelos reasaltes ametrallando cuanto ven por las calles que se mueva. Cuando se marchan, subimos a la cocina.

En este puesto de Sanidad, han habilitado la buhardilla de la casa como sala hospital, donde acogen a los soldados dados de baja por el teniente-médico. Pero como no hay camillas, hemos de dormir en el suelo sobre un poco de paja. La fiebre, vuelve a darme mucho sueño, por lo que aún el suelo, me parece bueno a cambio de poder “dormir” a cubierto.
Paso durmiendo tarde y noche de un tirón.

10 de Septiembre de 1937

10 de Septiembre de 1937

Por lo visto, en la guardia de ayer cogí un enfriamiento pues me siento dolorido todo el cuerpo y me noto afiebrado.

Nos han sobrevolado 24 bombarderos pesados ”pavas” , enemigos que venían de Zaragoza. Han pasado de largo.

El relevo, no se ve por ningún lado. Tantos días sin podernos lavar y con tanto polvo, vamos sucios de pies a cabeza.

Hoy, no ha habido cañoneo y hemos estado tranquilos. Yo, me la he pasado durmiendo, pues tengo mucho sueño. Posiblemente se debe a la temperatura.

Al llegar la cuba de agua, formamos la cola y llenamos la cantimplora. Pero en cuanto bebemos, notamos fuerte sabor a gasolina. Al preguntarle al chofer sobre ello, nos dice que la cuba del agua está averiada y no hay ninguna más, de modo que antes de dejarnos un día sin agua , han llenado esta que sirve para trasladar gasolina.¡Estamos apañados! Los tragos que hemos bebido, nos están produciendo eructos con sabor a gasolina. No sé qué  será peor, si beber esto, o pasar sed.

Tendré guardia de 8 a 10, por lo que después podré dormir toda la noche. En el sueño, hallo consuelo a los dolores del cuerpo, aunque tengo muchas pesadillas.

Después de comer, entro de vigía. Cuando faltaba una media hora para relevarme, se inicia un importante tiroteo abajo en los llanos de Mediana. Despertamos a todos, que, rápidamente ocupan sus puestos, vigilando no suba o baje el enemigo hasta estas posiciones.

Pasamos así, un par de horas. Poco a poco, renace la calma. A media compañía nos permiten acostarnos. Pero la intranquilidad, nos impide conciliar el sueño durante bastante tiempo.

9 de Septiembre de 1937

9 de Septiembre de 1937

Esta mañana, ha regresado la compañía que,  el otro día subió arriba de la montaña. Se ha situado de nuevo, a nuestra izquierda. Parece que han abandonado la posición por orden del Mando. Esto, parece dar a entender que no pensamos operar por aquí.

Me corresponde guardia también por la tarde. Desde el morro de la montaña donde está situado el “puesto”, veo perfectamente al fondo del valle, una mancha de verdor; es la huerta de Fuentes de Ebro, pueblo cercano al Ebro y que sigue en poder del enemigo. ¡Qué extraña sensación de frescor da sólo la vista de la huerta! ¡Y qué extraña impresión causa el saber que allí están “ellos”.

Nuestro compañero Villalta, ha recibido un paquete con novelitas, que pidió a casa cuando estábamos en retaguardia antes de la ofensiva. Esto, nos permite pasar el rato más distraídos  y no pensar tanto en el sol y la sed.

Han repartido tabaco: dos paquetes de mataquintos (que nos cuestan 20 céntimos cada uno.) Ya no nos parecen tan fuertes.

Guardia de nuevo de 2 a 4 de la madrugada. Apenas entro de puesto, se levanta un fuerte viento que forma verdaderas nubes de polvo de forma que no puedo tener los ojos abiertos pues se me llenan de tierra. No cesa, hasta que me relevan. Estoy aterido de frío. Empiezan a caer gotas. Me tumbo en la zanja y me tapo con la manta.

8 de Septiembre de 1937

8 de Septiembre de 1937

Esta maldito terreno nos produce mucha sed. Con el sudor, el polvo se nos pega a la piel y se nos mete por la boca y la nariz. Y una cantimplora debe durarnos hasta la noche, es decir, 24 horas. Todos parecemos panaderos, no solo por el “blanqueado” de nuestros pantalones, sino porque el cabello, barba, bigotes, cejas y pestañas, están tan polvorientas que parecen enharinadas.

Esta tarde, los tanques enemigos se han vuelto a acercar y han iniciado un cañoneo como el de ayer, pero con gran sorpresa, nuestra artillería –desde el valle-, parecía que les estaba esperando y les ha hecho callar y huir son sus disparos. ¡Qué alivio el de sentirse apoyado!

En vista de lo llena que es esta meseta, nos han prohibido estar de pie, para que no nos vean del observatorio enemigo. De modo que nos pasamos casi todo el día tumbados en el suelo.

Ha pasado nuestra aviación en dirección a Zaragoza. Al poco vemos en el cielo el humo de las explosiones de los antiaéreos de la ciudad.

Como de costumbre, al anochecer, sube el camión con la comida. De modo que solo comemos caliente por la noche. Para desayunar, nos deja chocolate o mermelada y, para almorzar, carne rusa que, aquí, no hay más remedio que comer en frío, pues no hay nada que quemar. Este régimen de comida, contribuye a aumentar nuestra sed.

Después de cenar, sube la cuba del agua. El chofer es muy hablador y nos da las noticias  que conoce. Nos asegura que a finales de Agosto, perdimos Santander. ¡De modo que el frente del Norte, ya está liquidado.! ¡Si, por lo menos tomáramos Zaragoza…¡ Pero nuestro avance, parece haberse detenido, por lo menos en este sector nuestro.
También dice que se rumorea que seremos relevados para ir a descansar. ¡Ya nos convendría pues llevamos unos cuantos días agotadores!

Gracias a la oscuridad, podemos estar en pie o andar un rato para desentumecer las piernas, después de todo el día de inmovilidad.

Me corresponde guardia de 1 a 3 de la madrugada. Sin novedad.

Las noches empiezan a refrescar bastante aquí arriba.

7 de Septiembre de 1937

7 de Septiembre de 1937

Han designado a la otra compañía que nos acompaña, para una misión de “descubierta” por esta montaña que nos domina. Se trata de averiguar si hay posiciones enemigas, y qué fuerzas las ocupan.

Se han marchado a penas ha amanecido. Durante un rato, seguimos su ascensión; luego, les perdemos de vista en unos recovecos. Estamos atentos por si se oye tiroteo, pero transcurre el tiempo y todo sigue en silencio.

A mediodía, regresa el enlace del capitán de los expedicionarios, y le comunica al nuestro que en la cumbre de esta montaña, había sólo un pelotón enemigo, de vigilancia que, al verse en inferioridad numérica, se ha retirado por la otra ladera, en dirección a la siguiente montaña. Nuestras fuerzas, se han quedado arriba, en espera de órdenes del Mando.

Según el enlace, tras esta montaña, hay una cadena de ellas formando una extensa sierra que casi debe llegar hasta Zaragoza. Las hay más altas que la que ahora ocupan nuestras fuerzas especialmente el Sillero.

A las cuatro de la tarde, y mientras descansábamos, han empezado a caer obuses en nuestra posición. Nos hemos tirado de cabeza a nuestras “benditas” zanjas. Da la impresión de que son cuatro piezas las que disparan. Lo que resulta inexplicable, es donde está situada la artillería, pues en este accidentado terreno, no es posible trasladar cañones.
Siguen disparando y disparando. Afortunadamente los obuses pasan de largo. Por el silbido al rasgar el aire el obús podemos seguir su trayectoria. Si nos hubiéramos alejado del centro, de en medio de la meseta, ahora estaríamos fitos. Cuando la artillería levaba media hora disparando, se ha presentado aviación que ha sobrevolado sobre nosotros, vigilando algún movimiento.
Afortunadamente, nadie se ha movido de las zanjas.
El ataque artillero, ha durado hora y media y el de la aviación 45 minutos. Tumbados cara al cielo, dentro de nuestras zanjas, veíamos la aviación pasa y pasar y repasar sobre nosotros. No sé calificar lo que sentí en aquellos momentos: miedo, pequeñez, arrepentimiento…
La suerte sigue a favor nuestro y no hemos sufrido una sola baja. Aquí, no tenemos ni siquiera botiquín de urgencia, de modo que una herida, resultaría fatal. Tampoco hay teléfono, de modo que, para avisar  a Sanidad, habría que enviar un enlace de a pie.

Una vez pasado el peligro, nos reunimos fuera de la zanja a hacer nuestros comentarios. Cada uno expone los pensamientos que han pasado por su mente durante éste tiempo.

Según un capitán, los disparos de artillería eran de tanques que se han acercado solo para esta acción y para señalar nuestra posición a los aviones. Pero las trincheras que hemos dejado abandonadas, han debido despistar a la aviación, que las ha bombardeado. También opina que la ocupación por nosotros de la cima de la montaña hace sospechar al enemigo, que preparamos un ataque por este sector y de ahí, el envío de los tanques y la aviación sospechando la concentración demás fuerzas.

Ante lo sucedido, decidimos profundizar más las zanjas.

Por lo que pudiera suceder, ordenan que llevemos el armamento siempre encima.

Llega el camión de la comida y la cuba de agua, en cuanto anochece. Cenamos. La comida nos sabe a tierra. Posiblemente se debe a nuestro paladar que tanto polvo ha “masticado” esta tarde.

Tengo guardia de 2 a 4 de la madrugada. Con este silencio y oscuridad que nos rodea aquí arriba, hay que hacer grandes esfuerzos para no dormirse, sobre todo haciendo la guardia tumbado en el suelo.

Al fin me revelan y me tumbo en mi pedazo de zanja que me parece un colchón de plumas.

6 de Septiembre de 1937

6 de Septiembre de 1937

Empieza a clarear, he perdido la noción de las horas que llevo andando monte arriba.
Al salir el Sol, llegamos a una especie de meseta bastante extensa y elevada, desde la que se domina todo el árido llano de Mediana. El pueblo, que es tierra de nadie, pues ha quedado en medio de las líneas del frente.
La meseta a la que hemos subido, forma como una ancha plataforma, al fondo de la cual, continúa elevándose la sierra que se prolonga a derecha e izquierda nuestra, en gran extensión. Desde aquí, vemos varios picos bastante altos, pero particularmente uno que debe llegar a los 700m de altitud. El terreno es totalmente seco. No hay vegetación alguna; ni siquiera una pequeña mata de tomillo.
Ignoramos si la cordillera está ocupada por el enemigo, auque sospechamos que sí. Y, casi tenemos la certeza, que la hoguera que vimos anoche estaba en la cima más alta.

Apenas llegados, el Capitán nos reúne y nos dice:”Que nos quedamos aquí, y que estemos siempre muy atentos pues somos una avanzadilla de vigilancia en este sector cuya situación se ignora y en el cual se desconocen las posiciones del enemigo.

Cuando nos disponíamos a descansar, los sargentos nos ordenan cavar zanjas individuales, separadas y “a los largo”, para poder cobijarnos si viene la aviación. Ya no especifica “cual” aviación, pues se da por sabido, que se refiere a la “nacional” por que la nuestra, hace días que no la vemos.
Aunque estamos agotados, el instinto de conservación puede más, y nos ponemos a trabajar. Como no disponemos de picos ni palas, debemos escarbar la dura tierra con unos pocos machetes que tenemos y sacarla con las manos. Hacemos zanjas individuales de dos metros de largo y sólo 40cm de profundidad, ppues no tenemos fuerzas para trabajar más.

Nos estiramos a descansar, pero el sol empieza a quemar, el terreno es llano como la palma de la mano y no tenemos con qué protegernos de él. Además, después del ejercicio, tenemos sed y no disponemos ni de una gota de agua. Y, hasta dentro de cuatro horas no la subirá la cuba.

¡Ya tenemos la aviación encima! Sobrevuelan el sector un buen rato y, al final, lanzan unas 40 bombas. Hemos quedado cubiertos de tierra, pero no hay ningún herido. No hay duda que hemos sido “denunciados” por algún observatorio enemigo. De otra forma, no se comprende que, sin vuelo de reconocimiento, previo, nos hayan localizado a un reducido grupo de fuerzas en este rincón del mundo. Todo esto, nos reafirma en la convicción de que esta sierra, está ocupada por fuerzas enemigas.
Tenemos la sensación que estamos metidos en una ratonera; que de un momento a otro, vamos a recibir el peso de la reacción enemiga sobre nosotros solos ya que, aquí arriba, estamos desconectados del resto de nuestras fuerzas que quedaron abajo en los llanos de Mediana o de Belchite.

Al atardecer, llega el agua. Nos hinchamos de ella y llenamos las cantimploras.

El chofer de la cuba, nos advierte que, en lo sucesivo, no subirá hasta la noche, de modo que procuremos racionarnos el resto del agua lo mejor posible.
También nos cuenta que, ayer noche, unos 300 militares, rompieron el cerco de Belchite por la parte Norte (que encara esta sierras), intentando alcanzar las líneas propias, cuya posición les era señalada por una hoguera en lo alto del Sillero. Pero, como ya se  esperaba el intento desde el día anterior, la mayoría fueron muertos a tiros en los parapetos, acequias y olivares de los alrededores, por donde se escapaban. Se supone que fueron muy pocos los que cruzaron las líneas.
Ahora, nos explicamos el resplandor de ayer noche en el pico alto y que según el chofer, se llama Sillero. Aunque está bastante alejado, desde aquí lo distinguimos perfectamente y, deben tener el observatorio, que nos ha localizado.

Por la tarde, en el valle que dominamos desde aquí, ha habido intenso cañoneo y bombardeo de aviación, conjuntamente, sobre nuestras primeras líneas. Quizás se prepara un contraataque enemigo. Ante tal posible contingencia, nos distribuimos estratégicamente en la loma, por si el ataque se produce. Pero va pasando el tiempo y no se produce movimiento alguno y, poco a poco, va remitiendo el jaleo del valle.

Ya de noche, viene un camión con la comida, que reparte.

Después de cenar, abandonamos el centro de esta meseta y nos trasladamos hasta el final de la misma, donde se inicia de nuevo la ladera ascendente.
El cambio de posición, es aconsejable, pues aquí estaremos mas resguardados.
¡A cavar de nuevo! Afortunadamente, ahora disponemos de picos y palas que nos ha subido el camión de la comida y, aunque el trabajo es fatigoso, es más provechoso. Hacemos unas zanjas colectivas, en zig-zag. La mitad cavamos dos horas; mientras tanto, la otra mitad hace guardia, para evitar cualquier emboscada. Luego, cambiamos. Así, vamos alternando, hasta que amanece.¡Estoy realmente agotado!

5 de Septiembre de 1937

5 de Septiembre de 1937

Al amanecer, vuelve a despertarnos la situación. Nada menos que 30 bombarderos y 15 cazas. Han “triturado” el olivar, que durante un rato ha desaparecido en una nube de polvo. Pero, a pesar de volar bajos, no se han atrevido a tirar tan cerca del pueblo como estamos nosotros. El capitán ha advertido: “Que nadie se mueva de junto  a la tapia –que nos mantiene a la sombra-, pues si nos ven los cazas nos van a acribillar. De modo que, al que se mueva, le pego un tiro”. El bombardeo, ha durado casi una hora. Una hora que me ha parecido un siglo. Cuando se marchan, ya es de día. Esta acción, parece un intento desesperado de ayuda a los sitiados.

Casi inmediatamente, vamos venir corriendo por la calle principal de pueblo, a los compañeros que ayer quedaron dentro de él. Los últimos, perseguidos ya por el “pistolilla”, pero sin darles.
Nos explican, que han pasado mucho miedo al verse solos, especialmente al hacerse de noche. Pero que al no pasar nada, tomaron confianza y acabaron cenando bien, pues en el corral de la casa en que quedaron, habían gallinas y huevos y, en la cocina, aceite y demás. No podemos dudar de lo que dicen, pues se han traído dos gallinas.

La llegada de nuestros compañeros, ha atraído la atención de toda la comañía, la que les rodea,. Nos llama la atención que uno, siga durmiendo, casi a nuestros pies, después del bombardeo de hace tan poco y con el “paqueo” que hay otra vez. Le tocamos con el pie para que se levante, pero no se mueve. Como está cara al muro, le damos la vuelta. Está muerto; tiene un tiro en la frente. No pertenece a nuestra compañía. Debía estar aquí, cuando ayer, nuestros compañeros retrocedieron a esta posición. Y, alguno, habrá dormido pegado a él. Le tapamos con una manta; no podemos hacer nada más por él.

Des que ha amanecido, un “paco” enemigo, nos tiene localizados, obligándonos a permanecer pegados a la tapia del corral, por encima de la cual pasan sus tiros. Un cabo aragonés (exvoluntario) ha cogido unas cuantas bombas y dice que va  aintentar “cazarlo”. El intento, es suicida, pero el capitán lo autoriza. Sale corriendo, atraviesa el arco y sigue calle adelante, vigilando las ventanas y los tejados, pero, de pronto, le vemos caer al suelo. En medio de este tiroteo, a saber de donde ha salido la bala que le ha tocado. Arrastrándose, vemos que se cobija un portal, para resguardarse. Abrimos fuego contra la zona de donde suponemos dispara el “paco”, para cubrir a dos compañeros que salen a recogerle y consiguen traerle hasta aquí. Tiene una herida en el costado derecho, que no parece interese al pulmón. De un puesto cercano, vienen dos camilleros. Uno se lleva, a cuestas al cabo. Los otros dos, cargan en la camilla al muerto, cuya compañía no podíamos olvidar pues, aun sin quererlo, la mirada se nos iba hacia él.

De pronto, vemos algunos paisanos –tres hombre y una mujer-, que , arrimados a las paredes y con los brazos en alto, vienen corriendo hacia nosotros. Son los primeros que abandonan el pueblo y se pasan a nosotros. ¡El momento es emocionante!.
Nos extraña que no les haya disparado el “pistolilla” y los “pacos”. Uno de los hombres explica a nuestro capitán, que no se habían pasado antes, porque los oficiales les tenían retenidos. Ayer noche, los militares se han retirado más hacia el centro, y ellos, han aprovechado para escapar. Y dice que lo harán también otros.

Efectivamente, al poco aparece, viejos, mujeres y niños. Traen consigo muchos corderos y gallinas. El capitán les indica que pasen nuestras líneas, se dirijan a la Plaza de Toros y se presenten al Comandante.

Siguen apareciendo personal civil y ganado. Este éxodo, da la impresión de que Belchite, se vacía por aquí. Los últimos que han pasado, nos confirman que el enemigo, se está agrupando en el cetro del pueblo, especialmente la iglesia parroquial que es muy espaciosa, tiene fuertes paredes y alto campanario.

Vuelven a disparar los sitiados, si bien el tiroteo viene ahora de más lejos y sin un blanco preciso; más bien en forma de abanico. Por lo visto, atacamos desde todo el cerco.

Es tiroteo, es ahora a la desesperada. Se oye de nuevo al “pistolilla”, que dispara sin cesar. Debe tener alguien que le entrega los peines, de otra forma, no se explica su disparo continuo.
El muro del corral, nos resguarda de los disparos. De repente, al otro lado del muro, se oye una explosión de mortero y, por encima de él, caen cascotes y tierra y se forma una nube de polvo. Esto, ya es más peligroso pues el proyectil del mortero cae en ángulo, por lo que el muro nos ofrece menos resguardo. Siguen cayendo morterazos, afortunadamente todos al otro lado. Pero en cuando se den cuenta, rectificarán el tiro. Ahora parece que el pistolilla dispara desde mayor altura, pues las balas, después de pasar sobre el muro, rebotan en el suelo, pero más cerca que antes. Apenas podemos separarnos de él.

Son ya las dos de la tarde, y creo que hoy tampoco comeremos. Además, como en esta posición no podemos resguardarnos de este sol implacable y seguimos sin agua, estamos muertos de sed.

El enlace del comandante, viene corriendo en zig-zag hacia nosotros , esquivando al pistolilla. Se dirige al capitán, habla con él, y se marcha de nuevo.
El Capitán, nos dice que han traído la orden de abandonar esta posición, para ir a vigilar un sector de la carretera Belchite a Mediana. Y que será una especie de descanso. ¡Santa palabra pues bien lo necesitamos!.

Pero, coincidiendo con esta orden, el “pistolilla” ha abierto un fuego que parece de “cortina”, pero sobre el muro.
Como pasa el tiempo, y el tiroteo no para, el capitán da orden de retirar de uno en uno, hasta un pequeño barranco que hay a unos treinta metros, y allí, reagruparnos de nuevo. Mientras la mitad hace fuego de protección desde el muro, la otra mitad, se va retirando. Yo, paso en cuarto lugar. Una vez hemos pasado la mitad, somos nosotros los que abrimos fuego desde el barranco cubriendo la retirada del resto. Afortunadamente, no tenemos bajas. Nuestros disparos, los hemos dirigido contra la torre y tejado de la iglesia y, mientras los hacíamos, ha cesado el fuego enemigo. Lo que demuestra que es allí, donde se han reunido buena parte de las fuerzas cercadas.

Desandamos el camino que hicimos dos veces ayer, aunque con mayor tranquilidad, pues el enemigo está más preocupado en defenderse.
A las cuatro de la tarde, llegamos a los olivares. Allí nos permiten descansar, aunque separados en guerrillas por si viniera aviación. Nos traen comida: carne de cordero guisada. ¡Cuánto tiempo hacía que no comíamos carne fresca!. Se me ha ocurrido pensar que, posiblemente, este cordero que como, estaba ayer encerrado dentro del pueblo.

Vienen dos aviones enemigos y bombardean, aunque poco rato.
Recuperamos nuestros macutos con los enseres. La experiencia vivida estos días, me ha enseñado que la cantimplora no debe abandonarse nunca. La llenamos en un tanque de agua y nos la colgamos al cinturón. Seguimos descansando.

Hasta aquí llega el ruido del tiroteo, aunque se nota que está concentrado en el interior del pueblo. Miro hacia Belchite y veo que arde casi todo. Las columnas de humo que salen de entre sus ruinas, parecen las de un infierno y, no hay duda que lo es. Doy gracias a Dion por haberme permitido salir de él.

Cuando nos disponíamos a ir a buscar la cena, llega la orden de marcha. Nos agregan a los “restos” del 2º batallón, y marchamos con ellos. En total somos unos 200 hombres. Cuando terminamos los preparativos, es ya de noche.
Llegan unos camiones. Cuando nos disponíamos a subir a ellos, se han presentado dos bombarderos (posiblemente atraídos por los faros que llevan encendidos), tirando unas cuantas bombas. Afortunadamente unas cunetas cercanas, nos han resguardado.
En cuanto se marchan, subimos y salimos en dirección a Mediana.
El viaje dura una hora, aunque no parece que hayamos recorrido más de 10 kms. Pero está lleno de profundos agujeros de obuses, que, el sortearlos dificulta la marcha. Nos desembarcan en una casilla de peón caminero y se marcha el camión.
Allí nos dan la cena: carne con pimientos y un poco de pan. Luego, nos permiten descansar un rato.

Cuando empezábamos a dormirnos, llega la orden de marcha. Iniciamos el camino a la luz de las estrellas. Solo de vez en cuando los faros del camión iluminan, durante unos momentos, unos metros de la carretera.
Andamos kilómetros y kilómetros. Nos cruzamos con una evacuación de heridos, que vienen del frente de Mediana. La mayoría, llevados en camillas por camilleros de a pie y, algunos sobre mulos. Esto significa que estamos muy cerca del frente y no se pueden utilizar las ambulancias.
Cuando llevamos dos horas andando, nos conceden 15 minutos de descanso. Nos tumbamos en la cuneta, sin soltar nada del equipo. La manta que llevo en la bandolera, me sirve de almohada. Las bombas de mano que llevo colgadas del cinturón, se me han corrido hacia atrás y se me clavan en los riñones. Las separo a los lados.¡Ya ni me acordaba de ellas!,
Orden de reemprender la marcha. Nos preguntamos a donde nos dirigimos.
¡Andar, andar y andar! Pero ahora hemos dejado la carretera y vamos monte arriba, sin parar, durante dos horas más. Un monte, árido, como las llanuras que hemos atravesado.
Empiezan a oírse voces de protesta, por el engaño que se nos ha hecho respecto a lo de “ir a descansar”.
La protesta, se extiende entre la tropa, al extremo que muchos se sientan en el suelo y se niegan a seguir. A la vista de esta actitud, nos conceden otro descanso. Cuando nos tumbamos, cara al cielo, vemos un gran resplandor en una cumbre de estas montañas; como si se tratara de una gran hoguera. Pero estamos tan cansados, que no tenemos ánimo ni para comentarlo. Luego, proseguimos nuestro calvario, monte arriba.
Las piernas, me flaquean y no comprendo por qué extraño milagro, no caigo extenuado. Mi complexión física y mi preparación no me tienen preparado para esto.

La caminata, prosigue…prosigue…prosigue, sin descanso.

4 de Septiembre de 1937

4 de Septiembre de 1937

A las cuatro de la madrugada – aun de noche-, oímos el run rum de un suave motor de aviación y, a poco, distinguimos las luces verdes y rojas de las alas. Suelta un cohete luminoso para asegurarse que sobrevuela el pueblo. Luego, suelta los fardos a los sitiados. Terminada su misión, se marcha. Aun cuando algunos fusiles ametralladores nuestros, le han disparado, ha sido inútil. Solo una verdadera “chiripa”, podría haberle acertado en un lugar vital.

Seguimos descansando, pero es imposible dormir, por la tensión al pensar en lo que nos espera.

Al romper el alba, llegan ocho trimotores bombarderos y seis cazas enemigos. Bombardean intensamente el olivar; algunas bombas nos caen cerca. Tanto, que casi saltamos un palmo del suelo. Vuelan muy bajos. Los cazas, al no encontrar aviación nuestra, se dedican a ametrallar los olivos, donde se suponen están camufladas nuestras fuerzas.

Por vez primera, nos advierten la conveniencia de ponernos un palito entre los dientes, para evitar las consecuencias que podrían derivarse de las fuerzas de expansión al reventar las bombas cerca nuestro. A la media hora, se marchan.

Ya es de día. Dirijo mi vista hacia el pueblo. Es muy grande. De su interior, se elevan varias columnas de humo. El terreno, es seco y llano con algunos barrancos pequeños que atraviesan el olivar. A partir del pueblo y, en dirección Norte, el terreno empieza a elevarse y aparecen las primeras estribaciones de una importante sierra. Ahora, el tiroteo es intensísimo.

A mediodía, para comer, nos traen carne rusa en frío, pan,  uva y melón. La verdad es que, a pesar de las horas que llevamos sin comer, el cansancio y la tensión, nos tienen desganados. Solamente nos “pasa” el melón y la uva, pues la sed que sentimos es terrible. Además, desde uqe llegamos aquí ayer noche, el olor a carne quemada es intensísimo –diría que “denso”-, y se nos ha “pegado” a la nariz y al paladar. Al mencionarlo ayer, los que encontramos aquí nos dijeron que no había tiempo para enterrar los cadáveres de los hombres y las caballerías; de modo que eran rociados con petróleo y quemados, para evitar cualquier “peste”.

A poco, llega el armamento que estamos esperando para entrar en combate. ¡Enorme desilusión! El material que el Gobierno pone en nuestras manos, son anticuados fusiles Winchester (tipo películas del antiguo Oeste americano), de los que se cargan por abajo. Además, como no hay cartucheras, ni peines, nos dan las municiones sueltas, que nos metemos en los bolsillos del pantalón. También nos dan dos granadas de mano a cada uno, las que nos colgamos en el cinturón. Con este armamento y en camisa blanca –la mayoría,- pantalón de calle y zapatillas de lona, vamos “al asalto final”.

Después de unas breves y embarulladas explicaciones respecto al manejo de las bombas, nos advierten dejemos todos nuestros enseres amontonados y no nos llevemos nada que nos impida ir ligeros. Poco después, nos ponemos en marcha, en columnas de a uno. El Sol que cae en estos momentos, es abrasador.

Tomamos por un pequeño barranco que va hacia el pueblo. Debemos ir muy agachados pues las balas ahora, silban por encima nuestro. Posiblemente deben vernos ya que, desde el pueblo, se domina todo el olivar.

A medio camino, vuelve la aviación enemiga y, de nuevo, bombardea el olivar. Nos detenemos. Cuando se marchan, proseguimos. Cuanto más nos acercamos al pueblo, más penetrante es el olor a carne putrefacta. En efecto, a pesar de las grandes masas negras que se ven por el suelo, y que demuestran que se ha quemado mucho, aun encontramos caballos muertos, cubiertos solo con un poco de tierra, que, desde luego no evita nada. Las moscas, forman verdaderas nubes a su alrededor.

Ya nos acercamos. El jaleo es muy intenso. El tiroteo, se oye en todas direcciones. Diríase que nos rodea.

Antes de llegar a la “altura” del pueblo, paramos un momento. Cerca, vemos a dos soldados que se van repartiendo el contenido de un macuto, y oímos que uno le dice al otro; “Se conoce que era un chico que le gustaba leer”. Quintanilla que está a mi lado, y que también lo ha oído, me da con el codo.

De nuevo en marcha, hasta llegar a un molino de aceite, ya muy cerca del pueblo. Nueva parada. Ahora, ya se nota el fuego con mucha intensidad. Lo que domina, son los disparos de una pistola ametralladora que lo hace incesantemente, y con mucha puntería, según nos dicen unos soldados que hay por aquí y que nos estaban esperando para que los releváramos. Dispara desde el campanario de la iglesia mayor, donde está al Mando y el Observatorio enemigo.

Aviación enemiga y nuevo bombardeo, afortunadamente, sin bajas. A pesar de estar tan cerca del pueblo, les es posible bombardearnos, porque al no tener nosotros defensa antiaérea, pueden descender muy bajo y precisar mucho el tiro. Como el terreno es tan seco, después de cada bombardeo se forman espesas nubes de polvo y esto, unido al sol abrasador, el olor a quemado y el miedo, nos hace sentir una sed horrorosa. Como hemos tenido que dejar abajo la cantimplora, es un verdadero suplicio esta boca tan reseca.

Seguimos avanzando paralelos al pueblo. Nuestro camino, se ve atravesado perpendicularmente por una carretera, que va recta a la entrada del pueblo, y que mide unos diez metros de anchura, la debemos cruzar para situarnos al N. del pueblo y atacarlo desde unas pequeñas elevaciones que, desde allí, lo dominan. Pero va a ser imposible lograrlo porque está batida por el fuego enemigo situado en alguna altura del pueblo.

Para ayudarnos, vienen dos coches blindados que se sitúan juntos a modo de parapeto para resguardarnos. A pesar de ello, sigue resultando peligroso cruzarla. Por ello, la atravesamos de uno en uno y corriendo hacia una zanja que hay al otro lado, donde quedamos a cubierto. Allí, los sargentos vuelven a recomendar abandonemos cuanto nos impida ir ligeros, pues, según dicen,  vamos a entrar en las primeras casa de éste sector del pueblo y es preciso ir rápidos.

Nos instruyen, sobre la próxima maniobra. El Capitán, saca su pistola y da la voz de “Adelnate”. Emprendemos una cara loca a campo descubierto en dirección a una paridera, cuyo muro trasero, nos sirve de parapeto protector del tiroteo que, desde el pueblo y el campanario, ahora dispara hacia aquí. Indudablemente, desde sus posiciones, el enemigo ha advertido nuestro movimiento e intuye vamos a iniciar el asalto al pueblo desde esta nueva posición, pues el fuego, arrecia; el “pistolita”, sobresale del tiroteo general.

Una vez reunidos todos, tenemos un compás de espera. Mientras, las fuerzas situadas a nuestra izquierda, inician un tiroteo para distraer a los que nos disparan desde el pueblo y desviarles el objetivo. En cuando observamos que ya no disparan hacia nosotros, emprendemos otra carrera hacia la Plaza de Toros. Desde allí, y protegidos por un terraplén, seguimos hacia la Estación de ferrocarril, a la que llegamos por senderos más seguros.
Reunidos todos, seguimos avanzando por la vía del tren, que ahora discurre hundida entre dos terraplenes, lo que nos protege del tiroteo que, aunque no vaya dirigido contra nosotros, pasan muchas balas perdidas.

El cuadro aquí, es macabro. Las zanjas, a derecha e izquierda, de la vía del tren, están llenas de cadáveres; la mayoría, soldados “nacionales”. Sus posturas violentas, demuestran que los han tirado allí. En la zanja por donde paso yo, cuento más de cincuenta; y, al otro lado, está igual. Al principio, y atraído por no sé qué fuerza, los iba mirando. Pero, lo horroroso de sus caras y de sus posturas –de muñecos rotos,- me hizo seguir andando con la mirada al frente.

Después de unos doscientos metros, la vía del tren tuerce a la derecha, alejándose del pueblo. La abandonamos pues e iniciamos el descenso, para entrar ya en el pueblo. Encaramándonos sobre el terraplén de la izquierda y sacando la cabeza por encima, vemos que para llegar al arco de la calle Mayor del pueblo, no hay más remedio que salir por encima del terraplén, saltar un desnivel de unos dos metros y recorrer unos cien, hasta llegar al muro de la primera casa. Todo esto en campo abierto y cara al enemigo. Si salimos de uno en uno, los 10 o 12 primeros, pasarán bien, pero después el enemigo acribillará a los restantes. Y no podemos separarnos pues entonces los que habrían pasado ya, quedarían aislados y hechos prisioneros. Y, esta batalla es “sin cuartel”, de modo que no hay prisioneros. El Capitán, con muy buen criterio, decide que salgamos en tromba y todos a la vez. Lugar de reunión,  la pared lateral de la primera casa.

¡Adelante! Saltamos por encima del terraplén y rodando y corriendo, hacemos más de medio camino sin ser atacados. Pero, nos han visto y el resto del camino, lo hacemos bajo un intenso fuego del “pistolilla”, que dispara como enloquecido.
Afortunadamente, llegamos todos ilesos. El espacio, es reducido y debemos apretujarnos mucho para caber todos.

Mientras el Capitán estudia la próxima maniobra, Roca, uno de los cabos exvoluntarios, de unos 20 años, sale corriendo y atraviesa el arco de la calle mayor. El “pistolilla”, que había callado, le debe haber visto, pues vuelve a disparar en su dirección. Indudablemente, debe tratarse de un oficial situado en el campanario de la iglesia. De otra forma, no podría dominar tantos lugares por donde hemos pasado.

A la vista de lo sucedido, el capitán, decide esperar el regreso de Roca, a ver qué información trae, pues no duda que regresará pronto.

Un cuarto de hora después, regresa corriendo el cabo y cuando está a punto de doblar la esquina, le alcanza el “pistolilla”.

Mientras les cubrimos con nuestro fuego, dos, salen a buscarle y consiguen traerle. Tiene ensangrentada la camisa en la región lumbar. Cuando le retiramos la camisa para verle la herida, le encontramos una bandera monárquica, arrollada a la cintura. Nos dice que la ha encontrado en la cómoda de la casa que ha registrado sin encontrar a nadie.

No tenemos nada para curarle y, tampoco podemos evacuarle; por los menos, hasta que anochezca. Lo colocamos estirado en el suelo y contra el muro. Debemos dejarle aquí.

El Capitán, da orden de salir por parejas, atravesar el arco e irse cobijando en la primera casa de cada lado de la calle, en espera de estar todos repartidos en dos grupos; uno a cada lado de la calle, para vigilar los balcones y tejados del lado contrario.

A mi, me toca la casa del lado frente al que estamos; Quitanilla, viene detrás de mí. Afortunadamente, a pesar del “pistolilla” y nutrido fuego de fusilería, no tenemos bajas. Estamos ya todo el grupo que manda el Capitán.

Como las casas pueden estar convertidas en baluartes, el Capitán ordena abrirse paso rompiendo los tabiques y tirando un par de bombas antes de entrar por los boquetes. Así lo hacemos con las dos primeras, sin encontrar resistencia.  Al tomar contacto con la tercera, se presentan -por el corral- cuatro soldados “nacionales” de unos 18 años, con los brazos en alto y gritando “¡Viva Rusia!”. Nuestro sargento les contesta: “Qué coño de Viva Rusia, Nosotros somos españoles.”

Los soldados nos cuentan que los oficiales les habían dicho las fuerzas que estaban cerca de Bellchite, eran vendidos a Rusia y que no hacían prisioneros, sino que fusilaban a todos los que cogían fueran militares o paisanos. Que los tenientes y los Capitanes, están detrás de los soldados  vigilándolos constantemente y por eso las tropas sitiadas resisten tanto. Si ellos se han podido entregar, ha sido por que el oficial que les vigilaba, ha caído muerto de un tiro, poco antes de llegar nosotros. Nos apoderamos del armamento que traen. Yo, me quedo con el casco italiano de uno de ellos.

El Capitán considera conveniente que los prisioneros sean interrogados por el Comandante Ferrandiz, lo que permitirá un mejor conocimiento de la fuerza y posiciones del enemigo. De modo que nos elige a Quintanilla y a mi, para que los traslademos al Mando, que está en la Plaza de Toros, aproximadamente. ¡Vaya regalo! ¡Ahora sí que nos cascan! Si la cosa ha sido peligrosa cuando íbamos “de cara”, ahora, de espalda y teniendo que vigilar cada uno a dos prisioneros… Sobre todo, si el “pistolilla” se da cuenta.

Afortunadamente, el fuego ha decrecido mucho, solo se oyen “pacos”. Como nuestra compañía no se ve porque actúa dentro de las casas, los sitiados, deben disparar contra otros sectores.

Aprovechamos para salir. Antes, advertimos a los prisioneros que deben dirigirse al terraplén, ascenderlo y saltar a la vía del tren. Nosotros les seguiremos detrás. Pero que no intenten escapar pues lo pasarían mal. Nos prometen hacer lo que les digamos. Hasta traspasar bajo el Arco, todo va bien, pero al salir al campo, el “pistolilla” nos ve y empieza a disparar, pero logramos salvar el terraplén y ponernos a cubierto.

Recorremos de nuevo toda la vía hasta llegar a la estación y pasamos de nuevo frente a un sinfín de de muertos en las cunetas. De allí, y por el sendero que conocemos, llegamos a la Plaza de Toros. Estamos ya a la vista de de la posición del Comandante, cuando dos ex voluntarios (los reconocemos por su indumentaria y pistola al cinto), al ver que llevábamos los presos, han sacado sus pistolas diciendo que se los entregásemos, que los iban a matar allí mismo, para vengar la muerte de un hermano de uno de ellos dos, que cayó ayer en uno de los intentos por entrar en el pueblo. Quintanilla y yo, les encañonamos con nuestros fusiles y les contestamos que no puede ser y que tenemos orden de entregarlos al Comandante para que los interrogue. Y que lo que ellos puedan contarnos quizás sirva para salvar muchas vidas de nuestro ejército. Que si los prisioneros no llegan al Comandante, nuestro capitán puede creer que los hemos dejado escapar y puede hacernos fusilar. Pero uno de los dos, no quiere atender a razones, vocifera, amenaza, apunta con la pistola a los presos. Y nosotros, a él. Son momentos de gran tensión. Unos segundos después –que nos han parecido siglos.- el ex voluntario, se deja caer de rodillas, y empieza a pegar puñetazos al suelo y a llorar. Su compañero, se agacha para consolarle. Aprovechamos para marcharnos apresuradamente. Me pregunto ¿Qué hubiéramos hecho, si llegan a dispara?

Los prisioneros están blancos como el papel. Deben haber pasado un pánico peor que el nuestro. Su mirada, nos demuestra su agradecimiento por haberles salvado la vida.

En vista de lo que acaba de sucedernos, me temo que los oficiales “nacionales”, deben tener parte de razón al decir a sus soldados, que nosotros matábamos a los prisioneros. Por otra parte, también resulta extraño tantos muertos enemigos en las cunetas de la vía del tren.

Al fin, llegamos al puesto de mando del batallón. Hablamos con el Comandante Ferrandiz y le damos el parte de nuestro capitán. Pero, dice que es preferible que los llevemos ante el Jefe de la Brigada que está en el lindero de los olivares, donde desembarcamos ayer.

¡Esto, empieza a ser insoportable! Llevamos un sin fin de horas sin descansar, comer ni beber. Y este olor dulzón, repelente que se ha metido dentro nuestro…

Iniciamos el descenso olivar abajo. Aquí, ya no hay protección de parapetos y las balas “largas”, que llegan del, pueblo, caen por aquí. Vuelta a desandar lo andado esta mañana –aunque parece que hace siglos-, y vigilando a los prisioneros; aunque los pobre chicos, parecen incapaces de ninguna trastada. Por su forma de hablar, vemos que son gallegos.

Llegamos junto a un polvorín, donde preguntamos por el puesto de Mando. En ese preciso instante, llega la aviación enemiga y bombardea. Si da en él, volaremos todos. Afortunadamente, no es así y cuando se marchan, podemos continuar hasta Comandancia. Está instalada en un refugio subterráneo y, en este momento el Jefe de Brigada, está abajo. Nos atiende un capitán ayudante, a quien damos el parte. Nos dice que él, se hará cargo de los prisioneros y que ya podemos regresar. Mientras lo dice, va montando la pistola ametralladora que lleva en la bandolera.

Dejamos a los cuatro prisioneros agrupados y a pocos pasos del capitán y, emprendemos el regreso. No hemos recorrido ni doscientos metros, cuando suena una descarga de la pistola ametralladora, luego gritos, carreras, disparos de fusil y oímos chillar: “Dos se han escapado por allí, perseguidlos” Y nuevos disparos. Luego, todo queda tranquilo.

Quintanilla y Yo, no miramos. Seguramente piensa como yo, en la inutilidad de nuestros esfuerzos por hacerles llegar vivos hasta aquí, para que, al final, mueran cazados como conejos. Se me ocurre pensar: ¿Qué estarán haciendo en estos precisas momentos en casa de esos cuatro muchachos? Quizá el padre, de regreso del trabajo, estará tomando un vaso de vino. La madre, tal vez lavando la ropa.

Ahora, estoy seguro que no hacemos prisioneros, sinó que los matamos. Esto explica la resistencia de los sitiados, pues saben que, de todas maneras, les espera la muerte. ¡ Qué desesperados deben estar! Sitiados, y sin esperanzas de ser liberados ya que su ejército está lejos de aquí y su objetivo es defender Zaragoza. Objetivo que está ayudando a conseguir la resistencia de Belchite, obligándonos a distraer todas las fuerzas que aquí operan. Y, de no ser así, hubieran seguido el avance hacia Zaragoza hace ya varios días.

Oscurece. Cuando pasamos de nuevo por el polvorín, preguntamos a un teniente, si conoce la posición de nuestra compañía en estos momentos, pues debemos unirnos a ella. Nos dice que esperemos, pues ha de enviar un enlace con órdenes para nuestro capitán, y nos acompañará hasta allí. Parece que no están ya donde les dejamos. Mientras esperamos, pedimos beber y nos hartamos de agua. ¡Si pudiéramos descansar un rato!

Pero el teniente, regresa enseguida acompañado del enlace y dos soldados (que traen dos grandes cajas de madera al hombro). Nos dice que nuestra compañía ha agotado las granadas de mano y debemos llevarlas nosotros hasta arriba.

Nos cargan las cajas a cuestas y, emprendemos la subida. Deben pesar más de 30 kilos. De modo que entre esto y el peso del fusil, dudo poder llegar hasta arriba. Además, como ya ha anochecido, no vemos donde ponemos los pies y, a veces, pisamos terrones o piedras que nos hacen trastabillar y casi caer, dominados por el peso de la caja. Estoy empapado de sudor.

Afortunadamente ha oscurecido y por los cominos al descubierto, el enemigo no nosve. Pero como el “paqueo“ no cesa, si cualquier bala perdida da en la caja, vamos a volar por los aires.

Sacando fuerzas de flaqueza y casi sin respiración, llegamos a la Plaza de Toros y a la comandancia. Afortunadamente, allí encontramos a nuestro capitán y nuestro comisario. Les damos cuenta de la entrega de los prisioneros, pero silenciamos la ejecución.
Nos indican que esperemos para subir juntos y unirnos a la compañía. Nos estiramos para descansar, pero como no tenemos con qué taparnos, el sudor se nos enfría y, al rato, casi estamos tiritando de frío. Al poco, regresan y nos vamos con ellos. Afortunadamente nos dicen que podemos dejar las bombas aquí.

Como no hay luna, apenas se distingue a tres pasos. Tropezamos con un montón de mantas abandonadas. Cogemos las que podemos. Arriba debe hacer fresco y nadie tiene con qué taparse. Al ir a subir un terraplén, pongo un pie en falso y caigo dentro de una zanja de unos tres metros de profundidad. Afortunadamente, las mantas han amortiguado el golpe y no me pasa nada. Ha sido algo providencial.

El capitán, está desorientado respecto el camino a seguir. Luego de recorrer varias posiciones ocupadas por otras compañías, llegamos a localizar la nuestra. Está detrás de un corral, sobre un pequeño montículo, otra vez fuera del pueblo.

Nuestros compañeros, nos explican que han tenido que evacuar las casas que ya llevaban ocupadas, para evitar un posible “copo”, pues eran casi las únicas fuerzas atacantes dentro del pueblo, pos este sector. En cambio, por el Sur, se ha profundizado bastante y se lucha en las calles. Los últimos grupos importantes resistentes se han refugiado en la otra iglesia, el ayuntamiento y la Comandancia y, desde luego la iglesia parroquial, desde cuyo campanario sigue disparando el “pistolilla”.

Al retirarse, y ya llegados a esta posición, han notado a faltar varios compañeros que suponen se han quedado dentro por no haber oído la orden de retirada.

En esto, empiezan a arder varias casas dentro del pueblo, y cercanas a este corral donde estamos. El efecto de las llamas en medio de esta oscuridad, es fantástico.

Coincidiendo con ello, y viniendo de atrás nuestro, alguien empieza a hablar por un altavoz dirigiéndose a los sitiados y les dice, poco más o menos: “Soldados: Belchite, no sólo está totalmente cercado, sinó que estamos ya luchando en sus calles y hemos ocupado el sur del pueblo. No tenéis escapatoria. Vuestra situación es desesperada” (Aquí el “pistolilla” ha empezado a disparar en dirección a la voz pero, han aumentado el volumen del altavoz y seguimos oyendo claramente) “Ya sabemos que resistís por la amenaza de los oficiales que tenéis a vuestras espaldas. Pero sois más numerosos que ellos; dominadlos, desarmadlos y cesad en esta lucha entre hermanos españoles. Os esperamos con los brazos abiertos. (¡) No sigáis luchando al lado de los fascistas ayudados por los italianos y alemanes”.

A pesar de haber callado la voz, el “pistolilla”, sigue disparando.

El fuego en las casas continúa, si bien no parece extenderse.

Como dentro de tres horas, me tocará guardia, aprovecho para estirarme a descansar. Las 24 horas sin comer y apenas beber, el cansancio, las emociones y sustos, hacen que no pueda ya ni con el alma. A pesar del fuego cercano y el tiroteo de los “pacos”, me duermo en el acto.

Me parecía que solo hacía unos minutos que había cerrado los ojos, cuando me despiertan para la guardia. El puesto que me corresponde está unos 20 metros delante del corral donde está la compañía. Hay que permanecer tumbado en el suelo para no ser visto. La alarma, consiste en tirar una granada, Esto, avisará a los que descansan aunque delatará al vigía. Al hacer los relevos, nos advierte  el sargento, que se sospecha que los sitiados intentarán romper el cerco esta noche, y escapar; si bien se ignora por qué sector.

Se marcha el relevo y quedo solo en esta tierra de nadie. El incendio, está ya apagado, por lo que la oscuridad es total. Salvo algún disparo aislado, el silencio es absoluto. ¡Cómo me gustaría ver a los grupos resistentes  que queden dentro del pueblo! ¡Deben estar desesperados, para intentar pasar a través del cerco.! ¿Y el personal civil que dicen hay dentro?. Deben estar enloquecidos, en medio de tanta ruina y después de esos días de bombardeos, derrumbamientos, incendios.. y viendo como cada día se estrechaba más el cerco.

Durante las tres horas de puesto no he visto ni oído nada sospechoso. Y eso que en ello he puesto todos mis sentidos. Allí en medio, he pasado mucho miedo. Al fin me relevan y vuelvo a tumbarme.