19 de Septiembre de 1937

19 de Septiembre de 1937

A las doce de la noche, empiezan a llegar los de Sanidad que sitúan varios puestos de socorro, camillas, etc.
Reparten el coñac, que es fuerte como la “pólvora”. Pero el frío y los nervios, hacen que nos venga muy bien.
Después van llegando tropas de refuerzo, que se sientan a descansar junto a nosotros. Como la oscuridad no nos permite reconocerlos, le pregunto por su unidad al que está más cerca de mí y, en un español chapurreado, me dice que son de una Brigada de voluntarios Internacionales. Como sabe poco español y bien francés, nos entendemos en este idioma. Me cuenta que es australiano y que, como la mayoría de sus compañeros que están aquí, se apuntó voluntario en París, pero vino exproceso desde su país para luchar “contra los fascistas”, pues si Franco gana la guerra civil, Hitler y Mussolini provocarán una guerra europea para imponerse en todo el continente. Fumamos  bebemos unos tragos juntos. Por su voz, creo que se trata de un muchacho joven. Va muy bien equipado de ropa y armamento, como sus compañeros.

Hacia las dos, dan orden de prepararnos. Primero, saldrán los internacionales, luego nosotros. Nos abrazamos con el australiano deseándonos mucha suerte y se marcha con sus compañeros.

¡Qué extrañas situaciones puede plantear la vida en unas circunstancias como las que estamos viviendo!. En lo alto de unas montañas aragonesas, nos hemos ido a encontrar dos hombres de países situados en las antípodas respectivas, que luchamos por la misma causa y que, por la oscuridad reinante, ni nos hemos visto las caras. Y, probablemente, no nos las veremos jamás.

Los internacionales inician la ascensión en dirección a la izquierda de la montaña. Poco después, orden de marcha para nosotros.

En fila de a uno, protegidos por la oscuridad y en total silencio, empezamos a subir la cumbre que ocupó hace unos días la otra compañía y que luego abandonó.
Una vez llegados a la cima, nos extendemos a lo largo de ella tumbados en el suelo y parapetados tras las pequñas rocas que allí hay. Se nos ha advertido que estemos atentos a las señales luminosas que se producirán: so cohetes blancos indicarán iniciar el fuego contra la cumbre de la montaña de enfrente, y uno rojo, alto el fuego.

A la señal convenida, abrimos fuego de fusilería y bombas de mano. Casi inmediatamente, el enemigo responde con fuego de fusilería y ametralladoras.

A la media hora, luce el cohete rojo de alto el fuego. Poco a poco, renace el silencio. Una hora después, y por secciones, hincamos el descenso a nuestras posiciones. Por lo visto, era un tanteo para averiguar las fuerzas y el armamento del enemigo en la infiltración de los internacionales por otra zona más a la izquierda.

Cuando llegamos a nuestras posiciones, ya es de día. No hemos tenido ningún herido.

Los de la compañía que ha quedado aquí, aseguran que hoy nos relevarán; veremos donde nos envían.

Nos tumbamos a descansar, hasta la hora de comer un bocado en frío.

Por la tarde no hay novedad. Y, por la noche, tampoco aparece relevo alguno. No obstante, el capitán ha ordenado acostarnos pero dejando “todo a mano”.

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