5 de Septiembre de 1937

5 de Septiembre de 1937

Al amanecer, vuelve a despertarnos la situación. Nada menos que 30 bombarderos y 15 cazas. Han “triturado” el olivar, que durante un rato ha desaparecido en una nube de polvo. Pero, a pesar de volar bajos, no se han atrevido a tirar tan cerca del pueblo como estamos nosotros. El capitán ha advertido: “Que nadie se mueva de junto  a la tapia –que nos mantiene a la sombra-, pues si nos ven los cazas nos van a acribillar. De modo que, al que se mueva, le pego un tiro”. El bombardeo, ha durado casi una hora. Una hora que me ha parecido un siglo. Cuando se marchan, ya es de día. Esta acción, parece un intento desesperado de ayuda a los sitiados.

Casi inmediatamente, vamos venir corriendo por la calle principal de pueblo, a los compañeros que ayer quedaron dentro de él. Los últimos, perseguidos ya por el “pistolilla”, pero sin darles.
Nos explican, que han pasado mucho miedo al verse solos, especialmente al hacerse de noche. Pero que al no pasar nada, tomaron confianza y acabaron cenando bien, pues en el corral de la casa en que quedaron, habían gallinas y huevos y, en la cocina, aceite y demás. No podemos dudar de lo que dicen, pues se han traído dos gallinas.

La llegada de nuestros compañeros, ha atraído la atención de toda la comañía, la que les rodea,. Nos llama la atención que uno, siga durmiendo, casi a nuestros pies, después del bombardeo de hace tan poco y con el “paqueo” que hay otra vez. Le tocamos con el pie para que se levante, pero no se mueve. Como está cara al muro, le damos la vuelta. Está muerto; tiene un tiro en la frente. No pertenece a nuestra compañía. Debía estar aquí, cuando ayer, nuestros compañeros retrocedieron a esta posición. Y, alguno, habrá dormido pegado a él. Le tapamos con una manta; no podemos hacer nada más por él.

Des que ha amanecido, un “paco” enemigo, nos tiene localizados, obligándonos a permanecer pegados a la tapia del corral, por encima de la cual pasan sus tiros. Un cabo aragonés (exvoluntario) ha cogido unas cuantas bombas y dice que va  aintentar “cazarlo”. El intento, es suicida, pero el capitán lo autoriza. Sale corriendo, atraviesa el arco y sigue calle adelante, vigilando las ventanas y los tejados, pero, de pronto, le vemos caer al suelo. En medio de este tiroteo, a saber de donde ha salido la bala que le ha tocado. Arrastrándose, vemos que se cobija un portal, para resguardarse. Abrimos fuego contra la zona de donde suponemos dispara el “paco”, para cubrir a dos compañeros que salen a recogerle y consiguen traerle hasta aquí. Tiene una herida en el costado derecho, que no parece interese al pulmón. De un puesto cercano, vienen dos camilleros. Uno se lleva, a cuestas al cabo. Los otros dos, cargan en la camilla al muerto, cuya compañía no podíamos olvidar pues, aun sin quererlo, la mirada se nos iba hacia él.

De pronto, vemos algunos paisanos –tres hombre y una mujer-, que , arrimados a las paredes y con los brazos en alto, vienen corriendo hacia nosotros. Son los primeros que abandonan el pueblo y se pasan a nosotros. ¡El momento es emocionante!.
Nos extraña que no les haya disparado el “pistolilla” y los “pacos”. Uno de los hombres explica a nuestro capitán, que no se habían pasado antes, porque los oficiales les tenían retenidos. Ayer noche, los militares se han retirado más hacia el centro, y ellos, han aprovechado para escapar. Y dice que lo harán también otros.

Efectivamente, al poco aparece, viejos, mujeres y niños. Traen consigo muchos corderos y gallinas. El capitán les indica que pasen nuestras líneas, se dirijan a la Plaza de Toros y se presenten al Comandante.

Siguen apareciendo personal civil y ganado. Este éxodo, da la impresión de que Belchite, se vacía por aquí. Los últimos que han pasado, nos confirman que el enemigo, se está agrupando en el cetro del pueblo, especialmente la iglesia parroquial que es muy espaciosa, tiene fuertes paredes y alto campanario.

Vuelven a disparar los sitiados, si bien el tiroteo viene ahora de más lejos y sin un blanco preciso; más bien en forma de abanico. Por lo visto, atacamos desde todo el cerco.

Es tiroteo, es ahora a la desesperada. Se oye de nuevo al “pistolilla”, que dispara sin cesar. Debe tener alguien que le entrega los peines, de otra forma, no se explica su disparo continuo.
El muro del corral, nos resguarda de los disparos. De repente, al otro lado del muro, se oye una explosión de mortero y, por encima de él, caen cascotes y tierra y se forma una nube de polvo. Esto, ya es más peligroso pues el proyectil del mortero cae en ángulo, por lo que el muro nos ofrece menos resguardo. Siguen cayendo morterazos, afortunadamente todos al otro lado. Pero en cuando se den cuenta, rectificarán el tiro. Ahora parece que el pistolilla dispara desde mayor altura, pues las balas, después de pasar sobre el muro, rebotan en el suelo, pero más cerca que antes. Apenas podemos separarnos de él.

Son ya las dos de la tarde, y creo que hoy tampoco comeremos. Además, como en esta posición no podemos resguardarnos de este sol implacable y seguimos sin agua, estamos muertos de sed.

El enlace del comandante, viene corriendo en zig-zag hacia nosotros , esquivando al pistolilla. Se dirige al capitán, habla con él, y se marcha de nuevo.
El Capitán, nos dice que han traído la orden de abandonar esta posición, para ir a vigilar un sector de la carretera Belchite a Mediana. Y que será una especie de descanso. ¡Santa palabra pues bien lo necesitamos!.

Pero, coincidiendo con esta orden, el “pistolilla” ha abierto un fuego que parece de “cortina”, pero sobre el muro.
Como pasa el tiempo, y el tiroteo no para, el capitán da orden de retirar de uno en uno, hasta un pequeño barranco que hay a unos treinta metros, y allí, reagruparnos de nuevo. Mientras la mitad hace fuego de protección desde el muro, la otra mitad, se va retirando. Yo, paso en cuarto lugar. Una vez hemos pasado la mitad, somos nosotros los que abrimos fuego desde el barranco cubriendo la retirada del resto. Afortunadamente, no tenemos bajas. Nuestros disparos, los hemos dirigido contra la torre y tejado de la iglesia y, mientras los hacíamos, ha cesado el fuego enemigo. Lo que demuestra que es allí, donde se han reunido buena parte de las fuerzas cercadas.

Desandamos el camino que hicimos dos veces ayer, aunque con mayor tranquilidad, pues el enemigo está más preocupado en defenderse.
A las cuatro de la tarde, llegamos a los olivares. Allí nos permiten descansar, aunque separados en guerrillas por si viniera aviación. Nos traen comida: carne de cordero guisada. ¡Cuánto tiempo hacía que no comíamos carne fresca!. Se me ha ocurrido pensar que, posiblemente, este cordero que como, estaba ayer encerrado dentro del pueblo.

Vienen dos aviones enemigos y bombardean, aunque poco rato.
Recuperamos nuestros macutos con los enseres. La experiencia vivida estos días, me ha enseñado que la cantimplora no debe abandonarse nunca. La llenamos en un tanque de agua y nos la colgamos al cinturón. Seguimos descansando.

Hasta aquí llega el ruido del tiroteo, aunque se nota que está concentrado en el interior del pueblo. Miro hacia Belchite y veo que arde casi todo. Las columnas de humo que salen de entre sus ruinas, parecen las de un infierno y, no hay duda que lo es. Doy gracias a Dion por haberme permitido salir de él.

Cuando nos disponíamos a ir a buscar la cena, llega la orden de marcha. Nos agregan a los “restos” del 2º batallón, y marchamos con ellos. En total somos unos 200 hombres. Cuando terminamos los preparativos, es ya de noche.
Llegan unos camiones. Cuando nos disponíamos a subir a ellos, se han presentado dos bombarderos (posiblemente atraídos por los faros que llevan encendidos), tirando unas cuantas bombas. Afortunadamente unas cunetas cercanas, nos han resguardado.
En cuanto se marchan, subimos y salimos en dirección a Mediana.
El viaje dura una hora, aunque no parece que hayamos recorrido más de 10 kms. Pero está lleno de profundos agujeros de obuses, que, el sortearlos dificulta la marcha. Nos desembarcan en una casilla de peón caminero y se marcha el camión.
Allí nos dan la cena: carne con pimientos y un poco de pan. Luego, nos permiten descansar un rato.

Cuando empezábamos a dormirnos, llega la orden de marcha. Iniciamos el camino a la luz de las estrellas. Solo de vez en cuando los faros del camión iluminan, durante unos momentos, unos metros de la carretera.
Andamos kilómetros y kilómetros. Nos cruzamos con una evacuación de heridos, que vienen del frente de Mediana. La mayoría, llevados en camillas por camilleros de a pie y, algunos sobre mulos. Esto significa que estamos muy cerca del frente y no se pueden utilizar las ambulancias.
Cuando llevamos dos horas andando, nos conceden 15 minutos de descanso. Nos tumbamos en la cuneta, sin soltar nada del equipo. La manta que llevo en la bandolera, me sirve de almohada. Las bombas de mano que llevo colgadas del cinturón, se me han corrido hacia atrás y se me clavan en los riñones. Las separo a los lados.¡Ya ni me acordaba de ellas!,
Orden de reemprender la marcha. Nos preguntamos a donde nos dirigimos.
¡Andar, andar y andar! Pero ahora hemos dejado la carretera y vamos monte arriba, sin parar, durante dos horas más. Un monte, árido, como las llanuras que hemos atravesado.
Empiezan a oírse voces de protesta, por el engaño que se nos ha hecho respecto a lo de “ir a descansar”.
La protesta, se extiende entre la tropa, al extremo que muchos se sientan en el suelo y se niegan a seguir. A la vista de esta actitud, nos conceden otro descanso. Cuando nos tumbamos, cara al cielo, vemos un gran resplandor en una cumbre de estas montañas; como si se tratara de una gran hoguera. Pero estamos tan cansados, que no tenemos ánimo ni para comentarlo. Luego, proseguimos nuestro calvario, monte arriba.
Las piernas, me flaquean y no comprendo por qué extraño milagro, no caigo extenuado. Mi complexión física y mi preparación no me tienen preparado para esto.

La caminata, prosigue…prosigue…prosigue, sin descanso.

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