7 de Septiembre de 1937

7 de Septiembre de 1937

Han designado a la otra compañía que nos acompaña, para una misión de “descubierta” por esta montaña que nos domina. Se trata de averiguar si hay posiciones enemigas, y qué fuerzas las ocupan.

Se han marchado a penas ha amanecido. Durante un rato, seguimos su ascensión; luego, les perdemos de vista en unos recovecos. Estamos atentos por si se oye tiroteo, pero transcurre el tiempo y todo sigue en silencio.

A mediodía, regresa el enlace del capitán de los expedicionarios, y le comunica al nuestro que en la cumbre de esta montaña, había sólo un pelotón enemigo, de vigilancia que, al verse en inferioridad numérica, se ha retirado por la otra ladera, en dirección a la siguiente montaña. Nuestras fuerzas, se han quedado arriba, en espera de órdenes del Mando.

Según el enlace, tras esta montaña, hay una cadena de ellas formando una extensa sierra que casi debe llegar hasta Zaragoza. Las hay más altas que la que ahora ocupan nuestras fuerzas especialmente el Sillero.

A las cuatro de la tarde, y mientras descansábamos, han empezado a caer obuses en nuestra posición. Nos hemos tirado de cabeza a nuestras “benditas” zanjas. Da la impresión de que son cuatro piezas las que disparan. Lo que resulta inexplicable, es donde está situada la artillería, pues en este accidentado terreno, no es posible trasladar cañones.
Siguen disparando y disparando. Afortunadamente los obuses pasan de largo. Por el silbido al rasgar el aire el obús podemos seguir su trayectoria. Si nos hubiéramos alejado del centro, de en medio de la meseta, ahora estaríamos fitos. Cuando la artillería levaba media hora disparando, se ha presentado aviación que ha sobrevolado sobre nosotros, vigilando algún movimiento.
Afortunadamente, nadie se ha movido de las zanjas.
El ataque artillero, ha durado hora y media y el de la aviación 45 minutos. Tumbados cara al cielo, dentro de nuestras zanjas, veíamos la aviación pasa y pasar y repasar sobre nosotros. No sé calificar lo que sentí en aquellos momentos: miedo, pequeñez, arrepentimiento…
La suerte sigue a favor nuestro y no hemos sufrido una sola baja. Aquí, no tenemos ni siquiera botiquín de urgencia, de modo que una herida, resultaría fatal. Tampoco hay teléfono, de modo que, para avisar  a Sanidad, habría que enviar un enlace de a pie.

Una vez pasado el peligro, nos reunimos fuera de la zanja a hacer nuestros comentarios. Cada uno expone los pensamientos que han pasado por su mente durante éste tiempo.

Según un capitán, los disparos de artillería eran de tanques que se han acercado solo para esta acción y para señalar nuestra posición a los aviones. Pero las trincheras que hemos dejado abandonadas, han debido despistar a la aviación, que las ha bombardeado. También opina que la ocupación por nosotros de la cima de la montaña hace sospechar al enemigo, que preparamos un ataque por este sector y de ahí, el envío de los tanques y la aviación sospechando la concentración demás fuerzas.

Ante lo sucedido, decidimos profundizar más las zanjas.

Por lo que pudiera suceder, ordenan que llevemos el armamento siempre encima.

Llega el camión de la comida y la cuba de agua, en cuanto anochece. Cenamos. La comida nos sabe a tierra. Posiblemente se debe a nuestro paladar que tanto polvo ha “masticado” esta tarde.

Tengo guardia de 2 a 4 de la madrugada. Con este silencio y oscuridad que nos rodea aquí arriba, hay que hacer grandes esfuerzos para no dormirse, sobre todo haciendo la guardia tumbado en el suelo.

Al fin me revelan y me tumbo en mi pedazo de zanja que me parece un colchón de plumas.

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