4 de Septiembre de 1937

4 de Septiembre de 1937

A las cuatro de la madrugada – aun de noche-, oímos el run rum de un suave motor de aviación y, a poco, distinguimos las luces verdes y rojas de las alas. Suelta un cohete luminoso para asegurarse que sobrevuela el pueblo. Luego, suelta los fardos a los sitiados. Terminada su misión, se marcha. Aun cuando algunos fusiles ametralladores nuestros, le han disparado, ha sido inútil. Solo una verdadera “chiripa”, podría haberle acertado en un lugar vital.

Seguimos descansando, pero es imposible dormir, por la tensión al pensar en lo que nos espera.

Al romper el alba, llegan ocho trimotores bombarderos y seis cazas enemigos. Bombardean intensamente el olivar; algunas bombas nos caen cerca. Tanto, que casi saltamos un palmo del suelo. Vuelan muy bajos. Los cazas, al no encontrar aviación nuestra, se dedican a ametrallar los olivos, donde se suponen están camufladas nuestras fuerzas.

Por vez primera, nos advierten la conveniencia de ponernos un palito entre los dientes, para evitar las consecuencias que podrían derivarse de las fuerzas de expansión al reventar las bombas cerca nuestro. A la media hora, se marchan.

Ya es de día. Dirijo mi vista hacia el pueblo. Es muy grande. De su interior, se elevan varias columnas de humo. El terreno, es seco y llano con algunos barrancos pequeños que atraviesan el olivar. A partir del pueblo y, en dirección Norte, el terreno empieza a elevarse y aparecen las primeras estribaciones de una importante sierra. Ahora, el tiroteo es intensísimo.

A mediodía, para comer, nos traen carne rusa en frío, pan,  uva y melón. La verdad es que, a pesar de las horas que llevamos sin comer, el cansancio y la tensión, nos tienen desganados. Solamente nos “pasa” el melón y la uva, pues la sed que sentimos es terrible. Además, desde uqe llegamos aquí ayer noche, el olor a carne quemada es intensísimo –diría que “denso”-, y se nos ha “pegado” a la nariz y al paladar. Al mencionarlo ayer, los que encontramos aquí nos dijeron que no había tiempo para enterrar los cadáveres de los hombres y las caballerías; de modo que eran rociados con petróleo y quemados, para evitar cualquier “peste”.

A poco, llega el armamento que estamos esperando para entrar en combate. ¡Enorme desilusión! El material que el Gobierno pone en nuestras manos, son anticuados fusiles Winchester (tipo películas del antiguo Oeste americano), de los que se cargan por abajo. Además, como no hay cartucheras, ni peines, nos dan las municiones sueltas, que nos metemos en los bolsillos del pantalón. También nos dan dos granadas de mano a cada uno, las que nos colgamos en el cinturón. Con este armamento y en camisa blanca –la mayoría,- pantalón de calle y zapatillas de lona, vamos “al asalto final”.

Después de unas breves y embarulladas explicaciones respecto al manejo de las bombas, nos advierten dejemos todos nuestros enseres amontonados y no nos llevemos nada que nos impida ir ligeros. Poco después, nos ponemos en marcha, en columnas de a uno. El Sol que cae en estos momentos, es abrasador.

Tomamos por un pequeño barranco que va hacia el pueblo. Debemos ir muy agachados pues las balas ahora, silban por encima nuestro. Posiblemente deben vernos ya que, desde el pueblo, se domina todo el olivar.

A medio camino, vuelve la aviación enemiga y, de nuevo, bombardea el olivar. Nos detenemos. Cuando se marchan, proseguimos. Cuanto más nos acercamos al pueblo, más penetrante es el olor a carne putrefacta. En efecto, a pesar de las grandes masas negras que se ven por el suelo, y que demuestran que se ha quemado mucho, aun encontramos caballos muertos, cubiertos solo con un poco de tierra, que, desde luego no evita nada. Las moscas, forman verdaderas nubes a su alrededor.

Ya nos acercamos. El jaleo es muy intenso. El tiroteo, se oye en todas direcciones. Diríase que nos rodea.

Antes de llegar a la “altura” del pueblo, paramos un momento. Cerca, vemos a dos soldados que se van repartiendo el contenido de un macuto, y oímos que uno le dice al otro; “Se conoce que era un chico que le gustaba leer”. Quintanilla que está a mi lado, y que también lo ha oído, me da con el codo.

De nuevo en marcha, hasta llegar a un molino de aceite, ya muy cerca del pueblo. Nueva parada. Ahora, ya se nota el fuego con mucha intensidad. Lo que domina, son los disparos de una pistola ametralladora que lo hace incesantemente, y con mucha puntería, según nos dicen unos soldados que hay por aquí y que nos estaban esperando para que los releváramos. Dispara desde el campanario de la iglesia mayor, donde está al Mando y el Observatorio enemigo.

Aviación enemiga y nuevo bombardeo, afortunadamente, sin bajas. A pesar de estar tan cerca del pueblo, les es posible bombardearnos, porque al no tener nosotros defensa antiaérea, pueden descender muy bajo y precisar mucho el tiro. Como el terreno es tan seco, después de cada bombardeo se forman espesas nubes de polvo y esto, unido al sol abrasador, el olor a quemado y el miedo, nos hace sentir una sed horrorosa. Como hemos tenido que dejar abajo la cantimplora, es un verdadero suplicio esta boca tan reseca.

Seguimos avanzando paralelos al pueblo. Nuestro camino, se ve atravesado perpendicularmente por una carretera, que va recta a la entrada del pueblo, y que mide unos diez metros de anchura, la debemos cruzar para situarnos al N. del pueblo y atacarlo desde unas pequeñas elevaciones que, desde allí, lo dominan. Pero va a ser imposible lograrlo porque está batida por el fuego enemigo situado en alguna altura del pueblo.

Para ayudarnos, vienen dos coches blindados que se sitúan juntos a modo de parapeto para resguardarnos. A pesar de ello, sigue resultando peligroso cruzarla. Por ello, la atravesamos de uno en uno y corriendo hacia una zanja que hay al otro lado, donde quedamos a cubierto. Allí, los sargentos vuelven a recomendar abandonemos cuanto nos impida ir ligeros, pues, según dicen,  vamos a entrar en las primeras casa de éste sector del pueblo y es preciso ir rápidos.

Nos instruyen, sobre la próxima maniobra. El Capitán, saca su pistola y da la voz de “Adelnate”. Emprendemos una cara loca a campo descubierto en dirección a una paridera, cuyo muro trasero, nos sirve de parapeto protector del tiroteo que, desde el pueblo y el campanario, ahora dispara hacia aquí. Indudablemente, desde sus posiciones, el enemigo ha advertido nuestro movimiento e intuye vamos a iniciar el asalto al pueblo desde esta nueva posición, pues el fuego, arrecia; el “pistolita”, sobresale del tiroteo general.

Una vez reunidos todos, tenemos un compás de espera. Mientras, las fuerzas situadas a nuestra izquierda, inician un tiroteo para distraer a los que nos disparan desde el pueblo y desviarles el objetivo. En cuando observamos que ya no disparan hacia nosotros, emprendemos otra carrera hacia la Plaza de Toros. Desde allí, y protegidos por un terraplén, seguimos hacia la Estación de ferrocarril, a la que llegamos por senderos más seguros.
Reunidos todos, seguimos avanzando por la vía del tren, que ahora discurre hundida entre dos terraplenes, lo que nos protege del tiroteo que, aunque no vaya dirigido contra nosotros, pasan muchas balas perdidas.

El cuadro aquí, es macabro. Las zanjas, a derecha e izquierda, de la vía del tren, están llenas de cadáveres; la mayoría, soldados “nacionales”. Sus posturas violentas, demuestran que los han tirado allí. En la zanja por donde paso yo, cuento más de cincuenta; y, al otro lado, está igual. Al principio, y atraído por no sé qué fuerza, los iba mirando. Pero, lo horroroso de sus caras y de sus posturas –de muñecos rotos,- me hizo seguir andando con la mirada al frente.

Después de unos doscientos metros, la vía del tren tuerce a la derecha, alejándose del pueblo. La abandonamos pues e iniciamos el descenso, para entrar ya en el pueblo. Encaramándonos sobre el terraplén de la izquierda y sacando la cabeza por encima, vemos que para llegar al arco de la calle Mayor del pueblo, no hay más remedio que salir por encima del terraplén, saltar un desnivel de unos dos metros y recorrer unos cien, hasta llegar al muro de la primera casa. Todo esto en campo abierto y cara al enemigo. Si salimos de uno en uno, los 10 o 12 primeros, pasarán bien, pero después el enemigo acribillará a los restantes. Y no podemos separarnos pues entonces los que habrían pasado ya, quedarían aislados y hechos prisioneros. Y, esta batalla es “sin cuartel”, de modo que no hay prisioneros. El Capitán, con muy buen criterio, decide que salgamos en tromba y todos a la vez. Lugar de reunión,  la pared lateral de la primera casa.

¡Adelante! Saltamos por encima del terraplén y rodando y corriendo, hacemos más de medio camino sin ser atacados. Pero, nos han visto y el resto del camino, lo hacemos bajo un intenso fuego del “pistolilla”, que dispara como enloquecido.
Afortunadamente, llegamos todos ilesos. El espacio, es reducido y debemos apretujarnos mucho para caber todos.

Mientras el Capitán estudia la próxima maniobra, Roca, uno de los cabos exvoluntarios, de unos 20 años, sale corriendo y atraviesa el arco de la calle mayor. El “pistolilla”, que había callado, le debe haber visto, pues vuelve a disparar en su dirección. Indudablemente, debe tratarse de un oficial situado en el campanario de la iglesia. De otra forma, no podría dominar tantos lugares por donde hemos pasado.

A la vista de lo sucedido, el capitán, decide esperar el regreso de Roca, a ver qué información trae, pues no duda que regresará pronto.

Un cuarto de hora después, regresa corriendo el cabo y cuando está a punto de doblar la esquina, le alcanza el “pistolilla”.

Mientras les cubrimos con nuestro fuego, dos, salen a buscarle y consiguen traerle. Tiene ensangrentada la camisa en la región lumbar. Cuando le retiramos la camisa para verle la herida, le encontramos una bandera monárquica, arrollada a la cintura. Nos dice que la ha encontrado en la cómoda de la casa que ha registrado sin encontrar a nadie.

No tenemos nada para curarle y, tampoco podemos evacuarle; por los menos, hasta que anochezca. Lo colocamos estirado en el suelo y contra el muro. Debemos dejarle aquí.

El Capitán, da orden de salir por parejas, atravesar el arco e irse cobijando en la primera casa de cada lado de la calle, en espera de estar todos repartidos en dos grupos; uno a cada lado de la calle, para vigilar los balcones y tejados del lado contrario.

A mi, me toca la casa del lado frente al que estamos; Quitanilla, viene detrás de mí. Afortunadamente, a pesar del “pistolilla” y nutrido fuego de fusilería, no tenemos bajas. Estamos ya todo el grupo que manda el Capitán.

Como las casas pueden estar convertidas en baluartes, el Capitán ordena abrirse paso rompiendo los tabiques y tirando un par de bombas antes de entrar por los boquetes. Así lo hacemos con las dos primeras, sin encontrar resistencia.  Al tomar contacto con la tercera, se presentan -por el corral- cuatro soldados “nacionales” de unos 18 años, con los brazos en alto y gritando “¡Viva Rusia!”. Nuestro sargento les contesta: “Qué coño de Viva Rusia, Nosotros somos españoles.”

Los soldados nos cuentan que los oficiales les habían dicho las fuerzas que estaban cerca de Bellchite, eran vendidos a Rusia y que no hacían prisioneros, sino que fusilaban a todos los que cogían fueran militares o paisanos. Que los tenientes y los Capitanes, están detrás de los soldados  vigilándolos constantemente y por eso las tropas sitiadas resisten tanto. Si ellos se han podido entregar, ha sido por que el oficial que les vigilaba, ha caído muerto de un tiro, poco antes de llegar nosotros. Nos apoderamos del armamento que traen. Yo, me quedo con el casco italiano de uno de ellos.

El Capitán considera conveniente que los prisioneros sean interrogados por el Comandante Ferrandiz, lo que permitirá un mejor conocimiento de la fuerza y posiciones del enemigo. De modo que nos elige a Quintanilla y a mi, para que los traslademos al Mando, que está en la Plaza de Toros, aproximadamente. ¡Vaya regalo! ¡Ahora sí que nos cascan! Si la cosa ha sido peligrosa cuando íbamos “de cara”, ahora, de espalda y teniendo que vigilar cada uno a dos prisioneros… Sobre todo, si el “pistolilla” se da cuenta.

Afortunadamente, el fuego ha decrecido mucho, solo se oyen “pacos”. Como nuestra compañía no se ve porque actúa dentro de las casas, los sitiados, deben disparar contra otros sectores.

Aprovechamos para salir. Antes, advertimos a los prisioneros que deben dirigirse al terraplén, ascenderlo y saltar a la vía del tren. Nosotros les seguiremos detrás. Pero que no intenten escapar pues lo pasarían mal. Nos prometen hacer lo que les digamos. Hasta traspasar bajo el Arco, todo va bien, pero al salir al campo, el “pistolilla” nos ve y empieza a disparar, pero logramos salvar el terraplén y ponernos a cubierto.

Recorremos de nuevo toda la vía hasta llegar a la estación y pasamos de nuevo frente a un sinfín de de muertos en las cunetas. De allí, y por el sendero que conocemos, llegamos a la Plaza de Toros. Estamos ya a la vista de de la posición del Comandante, cuando dos ex voluntarios (los reconocemos por su indumentaria y pistola al cinto), al ver que llevábamos los presos, han sacado sus pistolas diciendo que se los entregásemos, que los iban a matar allí mismo, para vengar la muerte de un hermano de uno de ellos dos, que cayó ayer en uno de los intentos por entrar en el pueblo. Quintanilla y yo, les encañonamos con nuestros fusiles y les contestamos que no puede ser y que tenemos orden de entregarlos al Comandante para que los interrogue. Y que lo que ellos puedan contarnos quizás sirva para salvar muchas vidas de nuestro ejército. Que si los prisioneros no llegan al Comandante, nuestro capitán puede creer que los hemos dejado escapar y puede hacernos fusilar. Pero uno de los dos, no quiere atender a razones, vocifera, amenaza, apunta con la pistola a los presos. Y nosotros, a él. Son momentos de gran tensión. Unos segundos después –que nos han parecido siglos.- el ex voluntario, se deja caer de rodillas, y empieza a pegar puñetazos al suelo y a llorar. Su compañero, se agacha para consolarle. Aprovechamos para marcharnos apresuradamente. Me pregunto ¿Qué hubiéramos hecho, si llegan a dispara?

Los prisioneros están blancos como el papel. Deben haber pasado un pánico peor que el nuestro. Su mirada, nos demuestra su agradecimiento por haberles salvado la vida.

En vista de lo que acaba de sucedernos, me temo que los oficiales “nacionales”, deben tener parte de razón al decir a sus soldados, que nosotros matábamos a los prisioneros. Por otra parte, también resulta extraño tantos muertos enemigos en las cunetas de la vía del tren.

Al fin, llegamos al puesto de mando del batallón. Hablamos con el Comandante Ferrandiz y le damos el parte de nuestro capitán. Pero, dice que es preferible que los llevemos ante el Jefe de la Brigada que está en el lindero de los olivares, donde desembarcamos ayer.

¡Esto, empieza a ser insoportable! Llevamos un sin fin de horas sin descansar, comer ni beber. Y este olor dulzón, repelente que se ha metido dentro nuestro…

Iniciamos el descenso olivar abajo. Aquí, ya no hay protección de parapetos y las balas “largas”, que llegan del, pueblo, caen por aquí. Vuelta a desandar lo andado esta mañana –aunque parece que hace siglos-, y vigilando a los prisioneros; aunque los pobre chicos, parecen incapaces de ninguna trastada. Por su forma de hablar, vemos que son gallegos.

Llegamos junto a un polvorín, donde preguntamos por el puesto de Mando. En ese preciso instante, llega la aviación enemiga y bombardea. Si da en él, volaremos todos. Afortunadamente, no es así y cuando se marchan, podemos continuar hasta Comandancia. Está instalada en un refugio subterráneo y, en este momento el Jefe de Brigada, está abajo. Nos atiende un capitán ayudante, a quien damos el parte. Nos dice que él, se hará cargo de los prisioneros y que ya podemos regresar. Mientras lo dice, va montando la pistola ametralladora que lleva en la bandolera.

Dejamos a los cuatro prisioneros agrupados y a pocos pasos del capitán y, emprendemos el regreso. No hemos recorrido ni doscientos metros, cuando suena una descarga de la pistola ametralladora, luego gritos, carreras, disparos de fusil y oímos chillar: “Dos se han escapado por allí, perseguidlos” Y nuevos disparos. Luego, todo queda tranquilo.

Quintanilla y Yo, no miramos. Seguramente piensa como yo, en la inutilidad de nuestros esfuerzos por hacerles llegar vivos hasta aquí, para que, al final, mueran cazados como conejos. Se me ocurre pensar: ¿Qué estarán haciendo en estos precisas momentos en casa de esos cuatro muchachos? Quizá el padre, de regreso del trabajo, estará tomando un vaso de vino. La madre, tal vez lavando la ropa.

Ahora, estoy seguro que no hacemos prisioneros, sinó que los matamos. Esto explica la resistencia de los sitiados, pues saben que, de todas maneras, les espera la muerte. ¡ Qué desesperados deben estar! Sitiados, y sin esperanzas de ser liberados ya que su ejército está lejos de aquí y su objetivo es defender Zaragoza. Objetivo que está ayudando a conseguir la resistencia de Belchite, obligándonos a distraer todas las fuerzas que aquí operan. Y, de no ser así, hubieran seguido el avance hacia Zaragoza hace ya varios días.

Oscurece. Cuando pasamos de nuevo por el polvorín, preguntamos a un teniente, si conoce la posición de nuestra compañía en estos momentos, pues debemos unirnos a ella. Nos dice que esperemos, pues ha de enviar un enlace con órdenes para nuestro capitán, y nos acompañará hasta allí. Parece que no están ya donde les dejamos. Mientras esperamos, pedimos beber y nos hartamos de agua. ¡Si pudiéramos descansar un rato!

Pero el teniente, regresa enseguida acompañado del enlace y dos soldados (que traen dos grandes cajas de madera al hombro). Nos dice que nuestra compañía ha agotado las granadas de mano y debemos llevarlas nosotros hasta arriba.

Nos cargan las cajas a cuestas y, emprendemos la subida. Deben pesar más de 30 kilos. De modo que entre esto y el peso del fusil, dudo poder llegar hasta arriba. Además, como ya ha anochecido, no vemos donde ponemos los pies y, a veces, pisamos terrones o piedras que nos hacen trastabillar y casi caer, dominados por el peso de la caja. Estoy empapado de sudor.

Afortunadamente ha oscurecido y por los cominos al descubierto, el enemigo no nosve. Pero como el “paqueo“ no cesa, si cualquier bala perdida da en la caja, vamos a volar por los aires.

Sacando fuerzas de flaqueza y casi sin respiración, llegamos a la Plaza de Toros y a la comandancia. Afortunadamente, allí encontramos a nuestro capitán y nuestro comisario. Les damos cuenta de la entrega de los prisioneros, pero silenciamos la ejecución.
Nos indican que esperemos para subir juntos y unirnos a la compañía. Nos estiramos para descansar, pero como no tenemos con qué taparnos, el sudor se nos enfría y, al rato, casi estamos tiritando de frío. Al poco, regresan y nos vamos con ellos. Afortunadamente nos dicen que podemos dejar las bombas aquí.

Como no hay luna, apenas se distingue a tres pasos. Tropezamos con un montón de mantas abandonadas. Cogemos las que podemos. Arriba debe hacer fresco y nadie tiene con qué taparse. Al ir a subir un terraplén, pongo un pie en falso y caigo dentro de una zanja de unos tres metros de profundidad. Afortunadamente, las mantas han amortiguado el golpe y no me pasa nada. Ha sido algo providencial.

El capitán, está desorientado respecto el camino a seguir. Luego de recorrer varias posiciones ocupadas por otras compañías, llegamos a localizar la nuestra. Está detrás de un corral, sobre un pequeño montículo, otra vez fuera del pueblo.

Nuestros compañeros, nos explican que han tenido que evacuar las casas que ya llevaban ocupadas, para evitar un posible “copo”, pues eran casi las únicas fuerzas atacantes dentro del pueblo, pos este sector. En cambio, por el Sur, se ha profundizado bastante y se lucha en las calles. Los últimos grupos importantes resistentes se han refugiado en la otra iglesia, el ayuntamiento y la Comandancia y, desde luego la iglesia parroquial, desde cuyo campanario sigue disparando el “pistolilla”.

Al retirarse, y ya llegados a esta posición, han notado a faltar varios compañeros que suponen se han quedado dentro por no haber oído la orden de retirada.

En esto, empiezan a arder varias casas dentro del pueblo, y cercanas a este corral donde estamos. El efecto de las llamas en medio de esta oscuridad, es fantástico.

Coincidiendo con ello, y viniendo de atrás nuestro, alguien empieza a hablar por un altavoz dirigiéndose a los sitiados y les dice, poco más o menos: “Soldados: Belchite, no sólo está totalmente cercado, sinó que estamos ya luchando en sus calles y hemos ocupado el sur del pueblo. No tenéis escapatoria. Vuestra situación es desesperada” (Aquí el “pistolilla” ha empezado a disparar en dirección a la voz pero, han aumentado el volumen del altavoz y seguimos oyendo claramente) “Ya sabemos que resistís por la amenaza de los oficiales que tenéis a vuestras espaldas. Pero sois más numerosos que ellos; dominadlos, desarmadlos y cesad en esta lucha entre hermanos españoles. Os esperamos con los brazos abiertos. (¡) No sigáis luchando al lado de los fascistas ayudados por los italianos y alemanes”.

A pesar de haber callado la voz, el “pistolilla”, sigue disparando.

El fuego en las casas continúa, si bien no parece extenderse.

Como dentro de tres horas, me tocará guardia, aprovecho para estirarme a descansar. Las 24 horas sin comer y apenas beber, el cansancio, las emociones y sustos, hacen que no pueda ya ni con el alma. A pesar del fuego cercano y el tiroteo de los “pacos”, me duermo en el acto.

Me parecía que solo hacía unos minutos que había cerrado los ojos, cuando me despiertan para la guardia. El puesto que me corresponde está unos 20 metros delante del corral donde está la compañía. Hay que permanecer tumbado en el suelo para no ser visto. La alarma, consiste en tirar una granada, Esto, avisará a los que descansan aunque delatará al vigía. Al hacer los relevos, nos advierte  el sargento, que se sospecha que los sitiados intentarán romper el cerco esta noche, y escapar; si bien se ignora por qué sector.

Se marcha el relevo y quedo solo en esta tierra de nadie. El incendio, está ya apagado, por lo que la oscuridad es total. Salvo algún disparo aislado, el silencio es absoluto. ¡Cómo me gustaría ver a los grupos resistentes  que queden dentro del pueblo! ¡Deben estar desesperados, para intentar pasar a través del cerco.! ¿Y el personal civil que dicen hay dentro?. Deben estar enloquecidos, en medio de tanta ruina y después de esos días de bombardeos, derrumbamientos, incendios.. y viendo como cada día se estrechaba más el cerco.

Durante las tres horas de puesto no he visto ni oído nada sospechoso. Y eso que en ello he puesto todos mis sentidos. Allí en medio, he pasado mucho miedo. Al fin me relevan y vuelvo a tumbarme.

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