10 de Noviembre de 1937

10 de Noviembre de 1937

Amanece un día lluvioso. Son las siete y apenas hay luz. Un momento que cesa de llover encendemos la hoguera; luego, vamos a desayunar. Café-agua; si lo hubiéramos sabido, no venimos. Al regreso, vuelve a llover; luego, más intensamente. La tienda cala bastante y las goteras, abundan. Debemos cobijarnos todos a un lado de ella, que aún resiste al agua. Estamos tan apretujados que no podemos tumbarnos, sólo estar sentados. Por otra parte, no hay suficiente luz para leer. Así pasamos el tiempo viendo caer el agua en el camino por la abertura.
Tiempo aburridísimo y melancólico que induce a la reflexión. Y eso, es lo peor que podemos hacer por la desesperación a la que finalmente conduce. De modo que nos ponemos a jugar al dominó y así pasamos hasta la hora de almorzar.
El camino hacia la paridera, lo hacemos bajo una llovizna como el chirimiri vasco. El regreso es igual, pero acompañado de un fuerte viento que nos levanta los capotes.
El persistente viento, se ha ido llevando las nubes y ahora luce el sol. Aprovechamos para salir a buscar setas. Hay dos que las conocen bien y nos ayudan a seleccionar las buenas que vamos encontrando. Hacemos buen acopio de ellas.
Como se acerca la hora de cenar, vamos a la paridera y encontramos muy animado el ambiente. Mientras cenamos, nos explican la causa.
Esta tarde, ha salido una nueva expedición en busca de las cabras salvajes que no pudimos encontrar el otro día. De las cinco, han podido matar a tres; las otras, han escapado. Nos las enseñan; son enormes, parecen becerros. Las van a repartir entre todas las posiciones de la compañía. ¡Ya nos relamemos de gusto pensando, pensando en mañana!.
Al regreso, vuelve a gotear. El viento, a vuelto a traer las nubes. Menos mal que tengo la última guardia y me queda la esperanza de que a las 4.30 de la mañana, habrá mejorado.
Esta noche, no tenemos ganas de charla y, sin esperar el regreso del sargento, nos tumbamos a dormir.
A las 10, llega el sargento Quintero acompañado de otro que no conozco. Me encarga que acompañe a éste a la posición del capitán. Me levanto, cojo el armamento y echamos a andar. Hace un frío intensísimo. Apretamos el paso y así, lo notamos menos.
Cuando llegamos a la paridera, llamo la atención del centinela, me doy a conocer y le paso la consigna. Entramos. Los oficiales, están todos levantados aún. Descanso un rato y luego regreso a buen paso. De modo que, a pesar del frío, cuando llego a la tienda, estoy sudando. Me acuesto y me duermo de inmediato.

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