20 de Noviembre de 1937

20 de Noviembre de 1937

Me levanto a las siete, con el tiempo justo para ir a desayunar. Hoy, he descansado bastante bien, aunque me he despertado medio helado.
Al regreso me hago un par de tostadas y casi inmediatamente, entro de guardia. Me llevo un libro para distraerme porque pasar dos horas mirando estas montañas que tengo tan vistas, es muy monótono.
Como calculo que ya es la hora del relevo y éste no viene, me llego hasta la tienda; en ella, sólo encuentro al compañero a punto de relevarme. Me dice que los demás están en la paridera escuchando una conferencia que les da nuestro comisario.
Mientras espero que regresen, me caliento un cubo de agua para lavarme, pues el picor, hace días que vuelve a ser irresistible. Me lavo de cintura para arriba; luego, me afeito y peino. Y, antes de volverme a poner la camisa, procuro despiojarla cuanto puedo.
Ya han regresado los compañeros. La conferencia, ha versado, entre otras cosas, sobre la petición que hicimos para ser relevados; asegura que ha sido atendida y, cuando regrese el primer turno de permiso (dentro de 3 o 4 días), bajaremos al pueblo. Además, les ha encargado me digan que, después de almorzar baje al pueblo, pues esta noche gay allí un pequeño festival y quiere que yo actúe en él. El tiempo que dispongo no me permite gran preparación; por otra parte, no se que público asistirá, cosa que hay que tener en cuenta al seleccionar los chistes a explicar. Pero algo se me ocurrirá por el camino y ya seleccionaré sobre el terreno.
A las 12, vamos a comer. Después de avisar al teniente, tomo el camino del pueblo. Durante el camino, selecciono dos combinaciones de charlas, para la noche.
El camino se me ha hecho muy corto pues, casi sin darme cuenta, tengo el pueblo a la vista. Claro que en ello ha influido el hecho de ir sin carga ni armamento alguno.
Al llegar a Herrera, me presento al sargento administrativo de nuestra compañía, al que pregunto por el comisario. Me indica que está en la iglesia que es donde se hará e festival. Al llegar allí, veo que el escenario, está ya casi montado. El comisario me indica que la función empezará a las nueve de la noche, de modo que me quedaré a dormir en el pueblo.
Paseando, encuentro a dos compañeros a los que les dieron de baja de nuestra compañía y los pasaron a ametralladoras. Nos alegramos mucho de vernos de nuevo. Me llevan a la Cooperativa donde hacen el vino y nos invitan a unos tragos del recién hecho. Estando allí, las campanas de la iglesia, tocan a rebato. Mis compañeros dicen que es aviso de alarma de aviación. Efectivamente, al poco, pasan nueve aparatos enemigos, pero no bombardean. Me llevan a la casa donde están alojados. Allí, les hacen la comida y les lavan la ropa. Es decir, que están como en casa. ¡Quien pudiera pasarlo así! Aunque sólo fuera para poder librarse de los piojos. Pero, está visto, que en la guerra, lo peor, es ser de infantería.
Como se hace tarde, voy a la cocina general a buscar la cena. También la comida es aquí más abundante y mejor condimentada que arriba. Después de cenar nos volvemos a encontrar con los compañeros de esta tarde. Como tienen una guitarra, pasamos un rato cantando coplas de Cataluña, pero también de Aragón, Vasconia, Navarra y Asturias, que hemos aprendido de oírlas cantar a los ex-voluntarios. Nos pasa el tiempo tan aprisa, que cuando nos damos cuenta, ya es hora del festival.
Empieza, apenas llegamos. Primero, actúan unos soldados cantando flamenco, acompañados de guitarra y lo hacen bastante bien. Luego, un cantante de tangos y como final de la primera parte, una rondalla formada por soldados y hombres del pueblo que también han gustado mucho.
La segunda parte consiste en la representación de un drama, en un acto. En el reparto, intervienen dos soldados, un señor y dos chicas del pueblo, que lo hacen muy bien.
En la tercera parte, intervengo yo, con una charla humorística a base de unos cuantos chistes y un par de versos cómicos que tienen muy buena aceptación y cierra el festival un comisario con unos cuantos versos de Zorrilla.
Una vez terminado y cuando regresaba a la casa de nuestro sargento administrativo, se une a nosotros el sargento Quintero, que ha bajado a ver el festival.
Cuando llegamos, el sargento blanco, que es nuestro anfitrión, improvisa un resopón a base de tocino magro, pan y vino. Luego, organizamos una cantada y unos chistes y, hasta las doce, no nos acostamos.
Me va a parecer imposible dormir en cama y no tener que hacer guardia en toda la noche.

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