19 de Noviembre de 1937

19 de Noviembre de 1937

A las 4 de la madrugada, me despierta el cabo para que, acompañando a otro, entre otra vez de guardia, pues ha recibido orden de reforzarla.
Afortunadamente, a las 5 nos relevan. Hace un viento enorme que me recuerda la tramontana de
Gerona. Estamos helados. En lugar de acostarnos, encendemos la hoguera y nos hacemos unos vasos de café caliente con coñac y secarnos la ropa al fuego.
Como han colocado un puesto de observación complementario, a la 6.30, entro nuevamente de guardia. El viento, no ha menguado su intensidad y, a poco de entrar de guardia, estoy helado de nuevo. Esto, hace que el tiempo se eternice y el relevo, no acaba de llegar. A lo lejos, y entre nubes, un tímido sol hace varios intentos para salir, pero desaparece enseguida.
Cuando llega el relevo, voy corriendo hacia la tienda. Me caliento el café que me han traído y me siento junto a la hoguera. A pesar de la proximidad del fuego, se me van helando los pies. La única forma de entrar en calor, sería dar una caminata. Pero cualquiera va de paseo con este helado viento que hace. Está visto que estamos condenados a permanecer en esta tienda hasta que releven la compañía.
Me dicen mis compañeros que dos soldados han ido a Aguilón a comprar vino, esperando que nos ayude a combatir el frío.
También me dan una noticia de la que esperamos nada bueno. Han llegado a Herrera una expedición de soldados de la compañía combinando en las escuadras dos veteranos y dos quintos. Por tanto, la camaradería que nos unía, va a quedar deshecha. ¡Ahora que la confianza entre nosotros era tanta, que incluso nos contábamos cosas íntimas! Claro que no por eso trataremos con desapego a esos muchachos pues, a fin de cuentas, están aquí por haber movilizado sus quintas, igual que a nosotros.
Pero... ¡Sabe tan mal perder esa relación, digamos espiritual que teníamos!... Esta desbandada, que, de estar agrupada toda la compañía, tendría una importancia relativa, sí la tiene en vista del próximo relevo ya que, en las nuevas posiciones, habrá sólo una escuadra en cada una.
Vamos a almorzar, acompañados del viento y la lluvia. Los que han ido hasta Aguilón, no han en encontrado vino. ¡Con lo bien que nos vendría en un día como éste! Tampoco han subido los quintos que esperábamos.
Regresamos a la tienda. Tarde gris. Frío y viento muy molesto. Esta tarde, nos recuerda aquellas similares que, de fiesta, en Barcelona, pasábamos en el cine.
Como esta noche tengo la primera guardia y no puedo ir a cenar, me quedo solo de retén en la tienda, esperando el regreso de mis compañeros. Como ha cesado de llover, reanimo el fuego y me siento frente a él con fusil atravesado entre las piernas. Y, en esta soledad ¡Cuantos recuerdos me vienen a la memoria! El “canto” de una ametralladora, me saca de mi recogimiento. Me llego hasta el puesto de nuestro centinela; le parece que los disparos venían de los parapetos enemigos de las montañas de enfrente. ¿Que pretenderán esos estúpidos con esta oscuridad? ¿Ver si tocan a alguien por casualidad? Y, si fuera así... ¿en que influiría el hecho, sobre la marcha de la guerra?
Regreso a la tienda y, al poco, llegan los compañeros con la cena; la recaliento y voy de guardia al puesto en cuanto he cenado.
Sin novedad, hasta el relevo.

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