5 de Noviembre de 1937
Me levanto a las cinco y enciendo la
hoguera matinal. Como tengo guardia a las seis, quiero ir a ella
reconfortado.
A las seis, me marcho y relevo. Sale
el sol. Como el panorama es muy hermoso, paso el tiempo muy
distraído. ¡Cuanto me gustaría disponer de unos buenos
prismáticos! Me relevan.
Cuando regreso, me hago un par de
tostadas. Consumo bastante pan, pero el carrero que nos sube el
suministro, nos trae del pueblo.
Lo del permiso, se da por hecho; sólo
es cuestión de ver que turno le tocará a nuestra compañía.
Vuelve a correr el rumor del fin de
la guerra; no sólo entre la tropa sino también entre los oficiales.
Ha llegado la orden de construir un
parapeto; lo haremos en forma de herradura y alrededor del morro,
donde hacemos la guardia. Después de almorzar, volvemos allí y
volvemos a manejar los picos y las palas. Parece que nuestro destino
va unido a estas herramientas.
Por vez primera, viene el barbero de
la compañía que, a su vez es el sanitario. Es un aragonés muy
“majo”. De profesión barbero en Barcelona y procede de Mataró,
como nosotros. Mientras nos afeitas, sentados en una piedra, la
curiosa estampa que ofrecemos, nos recuerda la escena de una película
de safari africana. Cuando termina conmigo, me voy a relevar un rato
al guardia, para que lo afeite a él.
Mientras estoy allí, pasa el viejo
pastor y se detiene a charlar un rato. Le voy sonsacando sobre su
vida. Hace unos 40 años, empezó este oficio con dos o tres
propietarios del pueblo. Cuando reunió unas pesetas fue comprando
ganado. Se casó, tuvo un hijo que pronto le ayudó y que, terminó
sustituyéndolo en el pastoreo del ganado por estas alturas. Él,
prácticamente retirado, no se movía del pueblo ya. De pronto, la
guerra. Y con ella, la pérdida de su ganado, incautado primero por
unos y luego por otros, Luego, la retirada del enemigo, llevándose a
su hijo. Y él, viudo , arruinado y de nuevo solo a sus años, vuelve
al monte como pastor del rebaño de la colectividad del pueblo.
Confiesa que sin ninguna ilusión ya, y sólo con la esperanza de que
termine esta guerra y regrese su hijo... Se marcha con su
acostumbrado.. “¡Con Dios!”..¡Pobre viejo!
Hace varios días que oímos, casi
constantemente, ruido de motores. Viene del campo de aviación que el
enemigo tiene en Cariñena y que se halla detrás de la cordillera
que tenemos frente a nosotros.
Continuamente, calculamos cuantos
días pueden faltar para que nos releven y podamos bajar al pueblo.
En la tienda, se está muy mal. La lana, está poco impermeabilizada,
de modo que en la madrugada, el rocío la atraviesa y llega a calar
las mantas con que nos tapamos. La humedad, empezamos a acusarla en
forma de dolores articulares. Yo, afortunadamente y, de momento sólo
aquejo algo de amigdalitis y afonía, que no me molestan
excesivamente.
Vamos a almorzar a la paridera. Si
siempre están duros los garbanzos, hoy, están como piedras. Con
este motivo, se origina una queja general; aunque, al final, no pasa
nada serio.
Regresamos a la tienda y estamos
trabajando en la trinchera toda la tarde.
Al atardecer, oímos aviación, pero
sin ver los aparatos. Casi de inmediato comienzan a disparar los
antiaéreos de Cariñena. A pesar de ello, la aviación cumple su
objetivo, pues oímos como bombardea y, al poco, una gran explosión,
seguida de enorme y espesa humareda que se eleva tras las montañas.
Da la impresión de haber explotado algún polvorín. La humareda,
dura mucho rato. Vemos salir de ella un avión, que debe ser el que
ha dado en el blanco, y regresar a nuestra retaguardia.
Como empieza a oscurecer, dejamos las
herramientas y vamos a cenar. Luego, regresamos y hacemos un rato de
tertulia.
Esta tarde, se ha marchado Nebot al
pueblo, reclamado por el comisario del batallón. Me alegro que haya
conseguido destino, pues es un buen compañero y si puede echarnos
una mano, lo hará. Lo sorprendente, es que el soldado que ha venido
a sustituirlo ha llegado completamente borracho y, ahora, está
durmiendo la mona. Le dejaremos que la duerma hasta mañana, pues
así, no se le puede enviar de guardia.
A las 7, entro de puesto. Hace una
noche estupenda; clara y benigna. En el pico donde está el
observatorio enemigo, veo que funcionan luces intermitentes; deben
pasarse algún parte por el biesca. Guardia sin novedad. Me relevan y
me voy a acostar.
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