7 de Noviembre de 1937


7 de Noviembre de 1937

Ha amanecido un día de mucha niebla. Debe de ser baja, pues es muy luminosa; a pesar de ello, no se distingue nada a pocos metros. La muela, me duele mucho.

Vamos a buscar el desayuno. A pesar de que no ha llovido, las carrascas y matas, están mojadas por la humedad.
Seguimos con leche que más bien parece agua ¡Esto, no tiene remedio!,
Regresamos a la tienda, encendemos la hoguera y nos hacemos ¡tostadas!.

En vista de la alarma de ayer noche, creemos valdría la pena poner unas “trampas” con bombas, por las barrancas que casi rodean nuestra posición.
Mientras estoy de guardia, hago estas anotaciones.
Sale un tímido sol; parece que va a aclarar el día.
En las montañas enemigas, me parece observar movimiento de camiones; quizá hay relevo de fuerzas. Me relevan.

Al llegar a la tienda, veo al capitán que está anotando el lugar de residencia de cada uno. Esto, parece un buen síntoma. Cuando se marcha, los comentarios son a cual más lisonjero.

Hemos colocado trampas en seis barrancos o vaguadas, como las llaman aquí. Consisten en clavar en el suelo, dos estacas de madera separadas unos cinco o seis metros. De una a otra va un alambre a unos 30 ctms.del suelo. Y, en los dos extremos del cable, una bomba de mano apoyada en la estaca. De esta forma, si alguien pasa entre ambas estacas, tirará del cable y éste, hará saltar el seguro de las bombas provocando su explosión.

Vamos a comer. Hoy, los garbanzos están blandos, pero aún cuando lo intento, me es imposible comer debido al dolor de muelas. Un compañero, me da unas cuantas aspirinas que tiene, para ver si me alivian.. Enseguida tomo una.

Se comenta una cosa muy curiosa. Ayer, al salir de Lérida el coche del general Pozas, fue detenido por un centinela de carretera, que les pidió la consignar; no la sabían ni el general ni el chófer. Y aunque aquel se dio a conocer, el centinela no les dejó pasar y hubieron de regresar. Cuando relevaron al soldado y éste ya estaba arrepentido de su acto, le dieron tres meses de permiso. Yo, no comento nada, pero todo esto, me parece muy rebuscado. Además creo recordar que durante mi servicio militar, ya se contaba en el cuartel un ejemplo parecido.
Antes de regresar a la tienda, ya noto los positivos efectos de la aspirina.

Pasamos la tarde de charla y lectura. El sargento, se fue esta mañana a la paridera del mando, a pasar el día. Debe encontrar en falta el conejo frito.
A la hora de ir a cenar, el tiempo se ha puesto borrascoso. Cenamos y regresamos a toda prisa. Aprovecho para descansar hasta las 10, que entraré de guardia.
Cuando el que debo relevar me viene a buscar, me aconseja que, además del capote, me ponga encima una manta, pues la humedad, atraviesa eso y más. Efectivamente, tiene razón y, a la humedad, hay que añadir el cierzo que sopla con mucha fuerza.

Durante el puesto, ha pasado corriendo una zorra. Afortunadamente ya la habíamos visto otras veces por aquí -aunque por la tarde-, de no ser por eso me habría llevado un susto mayúsculo. Cuando me relevan hace ya un rato que llueve. La tienda tiene varias goteras. Ponemos platos para que recojan el agua y no se nos moje tanto la paja del suelo.
Antes de echarme, me tomo otra aspirina, pues me ha vuelto el dolor de muelas. Entre esa molestia y los malditos piojos, casi no pego ojo en toda la noche.

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