15 de Noviembre de 1937

15 de Noviembre de 1937

Somos varios los que no vamos a buscar el café; preferimos hacernos unas tostadas con chocolate y uvas.
Como no se sabe nada de los elegidos de la nueva compañía, vuelve a reinar el pesimismo.
Ha llegado prensa con fecha 10 del corriente, la lectura de la cual, provoca una conversación sobre la posibilidad de una guerra europea. Ya nos parece imposible que algún día pueda terminar esta vida que llevamos. La palabra “paz”, suena tan extraña a nuestros oídos, que casi empezamos a olvidar su significado.
Entro de guardia. En el puesto donde la hacemos durante el día, alguien, ha encendido un fuego; ahora, de él, sólo quedan cenizas. La vista de ello, me sugiere simbolizar nuestra vida con éste fuego. Nosotros, los hombres, somos la madera que se va echando al fuego de la guerra para mantenerlo encendido. Luego, la madera se reduce a cenizas que, al soplo del viento, son dispersadas sin dejar rastro de ellas. Así, nosotros ignoramos también nuestro destino, pero sea cual fuere, tanto al caído como al indemne, el viento de los años borrará hasta el recuerdo de que haya existido.
Y pensar que con unos cuantos hombres, -pocos-, que se lo propusieran, ¡Cuantas alegrías proporcionarían y cuantas vidas y miserias se ahorrarían!.
Todos, tememos la soledad. La peor enemiga en días así porque conduce a deprimir el ánimo y es necesario evitarla a toda costa. Por eso, todos buscamos compañía.
Hacía unos días que los piojos, no molestaban digamos que “moderadamente”. Pero nos están haciendo la vida imposible de nuevo. De modo que, venciendo la vergüenza, nos sacamos la ropa cada día, la extendemos fuera de la tienda y la picamos con unas varas con el fin de hacerlos “botar” al suelo. Cuando el tiempo es benigno, esta operación se realiza bien, pero cuando es lluvioso o frío, como ahora, pasamos un mal rato. ¿Cuando nos será posible quitarnos toda esta ropa, lavarnos y mudarnos completamente? Parece imposible que llegue ese día y estemos condenados a rascarnos hasta rasgarnos la piel como ahora.
Hace varios días que no veo a Quintanilla y Vilalta, pero sé que están bien. !Si, por lo menos, estuviéramos juntos! Debo reconocer que aquí tengo buenos compañeros, pero ésta amistad no es tan antigua como la de aquellos y, por ello, nuestras conversaciones se limitan al presente y, aquí... !se disfruta tanto, recordando tiempos pasados! Es una de las pocas cosas que nos animan.
Estoy haciendo estas anotaciones, cara al enemigo. De vez en cuando, se oyen las explosiones de las fortificaciones que se están construyendo. También al otro lado, debe haber muchachos que, al igual que nosotros en la anterior posición, no deben dejar de mano los picos y las palas. Y, seguramente, pensarán como nosotros entonces.
Para almorzar, rancho especial; patatas fritas con carne. Además, unos compañeros se han desplazado hasta el pueblo llamado Aguilón, y han traído vino.
LA charla de esta tarde, ha sido bastante alegre. Entre ella y cortar leña nos ha pasado el tiempo muy rápido. Cuando nos hemos dado cuenta, era ya la hora de cenar.
Casi nadie se termina la sopa de arroz que nos dan, por lo insípida. Y, sin embargo, es casi seguro, que algún día la echaremos de menos.
Regresamos a la tienda; charla y a dormir.
A la una, me llaman para la guardia. Me relevan a las tres, sin novedad.

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