25 de Octubre de 1937

25 de Octubre de 1937

Me despierto. A través de un alto ventanuco, veo que ya es de día. ¡Cuantas horas habré dormido? Me encuentro muy descansado.
Todos duermen aún. Salgo al exterior; una pequeña plaza-patio situado entre la cárcel y la iglesia.
¡Qué hermosa mañana! Luce un espléndido sol y el paisaje que desde aquí  se domina, es digno de un cuadro de Goya. Y, cito a este gran pintor, por ser hijo de este pueblo y que en la plaza, frente a la iglesia le ha levantado un busto, que me acerco a contemplar. ¡Quién me iba a decir que conocería el pueblo del genial sordo, en estas circunstancias! Si salgo con vida de esta guerra, me gustaría volver a recorrer estas tierras y poder visitar estos pueblos, ocupados de nuevo por sus habitantes y haciendo vida normal.
La llamada de mis compañeros, me vuelve a la realidad.

Vienen unos autocares, montamos en ellos y emprendemos la marcha. Ante nosotros, empieza a desfilar paisajes de un hermoso colorido. El tipo de terreno, ha cambiado notablemente. A las uniformes, áridas y pedregosas lomas y montañas, han sucedido riquísimas y coloridas vegas y huertas. Todo, aquí, da más sensación de vida. Ahora, son hermosos campos llenos de amapolas, lo que desfila frente a nosotros, y, a estos, suceden unos frondosos olivares.
La carretera empieza a subir y, el terreno vuelve a cambiar; por aquí, se alternan campos de cereales y carrascales; es decir, encinas pero en forma de arbusto.
Esta zona, no ha sido evacuada y, por ello, de vez en cuando, vemos algún paisano trabajando o montado en borrico por la carretera. Esto, también nos resulta nuevo, pues ya no sabemos cuanto tiempo llevamos sin ver personal civil.
De pronto, al iniciar el descenso de un pequeño puerto, vemos el pueblo en lo hondo de un pequeño valle.

Llegamos a él, en unos diez minutos de continuo descenso. Su nombre es Herrera de los Navarros y es bastante grande. Es un pueblo típico de estas tierras; casa bajas y corrales con paredes hechas de adobe. La iglesia, que está muy bien conservada del exterior, torres alta y de estilo muy vistoso; dentro de ella, están instaladas las cocinas e intendencia del batallón. Junto la iglesia, la escuela.
Un riachuelo, divide al pueblo por la mitad y a lo largo, y tres pequeños puentes de madera, permiten atravesar de un lado a otro.

Cuando llegamos, las fuerzas que vamos a relevar, están desayunando, pero con todo a punto para marcharse.
También a nosotros, nos dan café; suponemos que luego nos trasladaremos a las posiciones que, según dicen, están arriba de las montañas que dominan el pueblo.
Después de desayunar vamos a ver si podemos comprar pan, pues los que se marchan nos advierten que aquí venden. Pero en la panadería nos encontramos con que, el que han amasado hoy, se ha terminado ya.
Suena la corneta llamándonos. Formamos, cargamos con todo y atravesamos el puente del centro del pueblo. Suponemos que vamos a las posiciones, pero, con gran sorpresa, vemos que los que encabezan la columna, se introducen en una casa. Pero, ¡Vaya casa! Hay en ella por lo menos una docena de camastros. Claro que, como somos tantos, tendremos que dormir dos o tres en cada uno.

Nos advierte el sargento, que no se sabe si nos marcharemos esta noche o mañana y que estemos atentos al toque de llamada.
Como tenemos permiso y ya hemos guardado nuestro equipo, vamos a recorrer el pueblo. El ver tanto personal civil, da la sensación, de que no estamos en guerra. La gente, es muy “abierta”, cosa muy normal en estas tierras de Aragón. Aun que supongo que en lo que llevamos de guerra, las habrán pasado de todos los colores, y tratado con mucho pillo.

Nos paramos a ver funcionar una maquina separadora de trigo.
A la puerta de su casa, están cosiendo una chica y su madre, con las que charlamos un rato y hacemos amistad. También tienen a un hijo movilizado en otro frente.

Suena el toque de fajina. Regresamos a la casa-cuartel a buscar los platos y vasos. Para comer, nos dan arroz con carne, que esta muy bueno, vino y café. Nos parece imposible tanta delicia.

Por la tarde, vamos como hacen vino y nos dan uva que esta madura y riquísima.
Paseamos otro poco. La parte del pueblo, a la derecha del pueblo, y que es donde estamos acuartelados, esta bastante destruida. Nos cuentan que la aviación enemiga ha venido a bombardear una sola vez, pero lo hizo intensamente. Casi todas las casas destruidas, están abandonadas.

A las 6, llaman a cenar. Garbanzos crudos con arroz. Procuro comer sólo el arroz, pues los garbanzos crudos, me hacen pasar muy malas noches.
Vilalta, ha recibido un paquete de su casa, con libros. Como con el equipo. Ya vamos muy cargados, decidimos dejar los suyos y uno mío. Vamos a ver a la madre e hija que conocimos esta mañana y les pedimos si quieren guardárnoslos. Y aceptan gustosas. Vilalta, les regala una pastilla grande de jabón y ellas, se lo agradecen mucho, pues aquí no hay, a pesar de ser país de aceite pero falta la sosa.
Caen unas gotas, pero ello, no nos impide dar una vuelta por el pueblo.

Anochece. A través de unas ventanas, vemos bombillas encendidas. ¡Que sensación nos produce ver luz eléctrica después de tanto tiempo!
Apuramos el paseo  pues, ¿quién sabe el tiempo que estaremos sin volver por aquí?

Regresamos al “cuartel”. Da la coincidencia de que nuestro cuarto es el único que no tiene destruida la instalación y tenemos luz. Hacemos una tertulia humorística, a la que se va uniendo casi toda la sección y que dura hasta las 9. Luego, cada uno regresa a su dormitorio y nosotros nos acostamos. En este camastro, dormimos Nebot y yo. Después de tantas semanas de no poder hacerlo, decidimos desnudarnos para dormir.
Parece que nos hayamos quitado un enorme peso de encima. El colchón tan blando, nos hace extraño, después de tanto dormir en el suelo. Pero, al fin nos dormimos.

1 comentario:

  1. Pues después de masticar y actualizar la documentación que mi querido hermano había generado en (el infame! :-) Word, retomamos de nuevo el diario de mi abuelo, con la sana intención de colgar dos o tres días de su (y nuestra) Guerra Civil por semana. ¡¡¡Al tajo!! ;-)

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