9 de Diciembre de 1937

9 de Diciembre de 1937

Antes del toque de diana, me levanto me lavo y me preparo cuanto debo llevarme.
Pasan lista y destinan las guardias. A mí, me corresponde ir a la carretera de Aguilón. De modo que hacia allá nos dirigimos.
Está situado el puesto en un alto a la salida del pueblo. Sopla un viento bastante fuerte. Como aquí no hay colchonetas, tendremos que dormir sobre el duro suelo. Los que relevamos, nos advierten que la barraca está llena de pulgas, piojos y ratas. ¡Vaya porvenir!.
Cuando nos quedamos solos, inspeccionamos bien la chabola. Hay unos cuanto boquetes por los que se cuela mucho aire; nos dedicamos a taparlos con piedras. Además, al encender el fuego, el humo queda dentro y ahoga por lo que hacemos un agujero en el techo en un rincón. De esta forma, el fuego arde mejor y el humo sale por ahí. Así, ya no estamos tan mal y es posible permanecer dentro resguardados del viento. ¡Parece mentira que ninguna de las guardias anteriores, se haya molestado en arreglarlo!.
Nuestra misión aquí, consiste en detener todos los coches y camiones, exigirles el permiso de circulación, anotando en una libreta la matrícula y el motivo del viaje.
Cuando se acerca la hora de almorzar, uno de los nuestros se va al pueblo, en busca de la comida del grupo. Yo, a las dos, me largaré al pueblo a comer en casa de la señora Pilar, pues así lo decidimos ayer. Pero como el apetito no falta, comeré algo de rancho.
Cuando llega el del rancho, me trae un recado de la “penya”; me advierten que no baje, pues, de la gallina no hay nada. ¿Que habrá pasado?
El cielo se ha encapotado y el viento sigue fuerte igual. No bien terminamos de comer, empieza a caer granizo y, coincidiendo con ello, un frío intensísimo.
Pasa el tiempo y el viento no afloja; el pedrisco, ha durado media hora. El campo, aparece totalmente blanco. Reanimamos el fuego, pues es cosa de vencer el frío.
Hasta ahora, han pasado seis coches, a los que hemos detenido y anotado itinerario.
Empieza a oscurecer. Hay que ir a por la cena y, me toca a mí. Bajo al pueblo. Voy al cuartel a ver si, como otras veces, hay coñac para la guardia; pero, no hay suerte. Me dan la consigna, pues nuestro cabo no estará con nosotros esta noche ya que se quedará con los del polvorín.
Los compañeros de la “penya”, han aplazado la comilona para el sábado que saldré de guardia y tendré el día libre. De modo que les agradezco la atención.
Recojo la cena y la subo al puesto. Al llegar, la recalentamos y, así, está pasable. Luego, estamos de tertulia hasta las diez.
Han pasado dos camiones llenos de tropa que van a relevar a los de arriba en las posiciones.
Mientras uno queda de vigilancia, los demás nos acostamos. Al poco, llega un enlace que nos dice estemos alerta pues han cortado la línea telefónica con las comandancias de Aguilón y Asuara, donde está la comandancia de la brigada.
Así lo hacemos, pero sin advertir nada anormal.

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