5 de Diciembre de 1937

5 de Diciembre de 1937

A las 7 tocan diana. Pasamos lista. Preguntan quienes saben escribir a máquina y quienes entienden de mecánica; me apunto para lo primero.
Desayunamos y nos vamos a Comandancia a relevar; somos cuatro soldados y un cabo. O sea que haremos dos hora de puesto y seis de descanso.
La Comandancia, está en una casa del pueblo y el cuerpo de guardia, en el patio de la casa de enfrente. Hay colchonetas de paja y, aunque se duerma sobre el suelo, lo haremos calientes y blanditos. Descargamos todo. A mí, me toca el último número, o sea de 3 de la tarde haré el puesto. Como tengo mucho tiempo por delante, me pongo a leer.
A la casa donde está el puesto de guardia, han llegado tres carros llenos de sacos de cebada para los dueños. Les ayudamos a subirlos al granero; esto, nos hace pasar el frío. Después, hago estas anotaciones.
Han pasado tres trimotores sobre el pueblo; en dirección a Fuentedetodos.
He hablado con Nebot -mi ex-compañero de escuadra y que está ahora en la oficina del Comisario del batallón-, y me asegura que sobre los permisos, no se sabe nada en concreto.
También he conversado con un soldado de los que regresaron de permiso hace sólo unos días. Me cuenta que ha regresado tan pronto, porque en Barcelona, apenas llegar, le robaron la cartera. Como no tiene allí su familia, para estar “sin blanca”, decidió regresar antes. Los demás expedicionarios, son esperados mañana o pasado.
A las 3, entro de puesto. El fuerte viento, forma unos remolinos de tierra que se meten en los ojos. ¡Pobres los de arriba en las posiciones, sobre todo los que estén en la tienda! Quizá pronto nos veremos arriba otra vez.
El puesto, se hace muy largo; no llegan nunca las 5. Al fin suena el reloj y me relevan
La familia de la casa del cuerpo de guardia, nos invita a que subamos a calentarnos en el hogar de su cocina. Como estoy helado, me viene de perilla. Allí, conversamos con el dueño. Parece que eran gente acomodada que vivían en Belchite aunque también tenían tierras aquí en Herrera. Les preguntamos si saben de alguien que quisiera vendernos leche. Nos acompañan a casa de unos amigos suyos, pero ya la tienen comprometida. También nos interesamos por comprar un cabrito o parte de él. En una casa nos dicen que mañana nos contestarán, aunque suponen que incluso podrían ser dos si queremos.
Regresamos a la hora de cenar. Uno de los nuestros, se desplaza a buscar la comida de todos. Desde hace varios días, la comida es la misma: garbanzos y arroz, en ración escasa y sólo hervido. Ni asomo de carne y apenas aceite, es decir alimentación sin grasas. Y, con este frío, a la media hora ya la hemos quemado y tenemos hambre otra vez.
Como en el puesto de guardia hay luz eléctrica, después de cenar, leemos un rato. Pero, al poco, se apaga; posiblemente el fuerte viento ha roto algún cable.
Como pasa un buen rato y seguimos a oscuras, decidimos extender las colchonetas y echarnos bien tapados, para no sentir tanto el frío. De momento, estamos charlando, pero poco a poco la conversación languidece hasta que el sueño nos vence.
A las 11, me llaman de guardia. Hace un viento tan huracanado que a pesar de estar a unos cien metros del campanario, no se oyen dar las horas. Afortunadamente la guardia nocturna, se hace en la escalera de la comandancia y con la puerta de la calle cerrada. Me arropo bien con el capote y así va pasando, muy lento, el tiempo. Me relevan y me acuesto.

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