23 de Diciembre de 1937

23 de Diciembre de 1937

A las 5 de llaman para hacer otro puesto. La niebla sigue muy espesa. ¡Cuánto me cuesta pasar esta hora!
¡Acostumbrado a las cómodas bordes del pueblo...!
La humedad producida por la espesa niebla, es tal, que atraviesa manta y capote.
Cuando me relevan, voy corriendo a la cocina, me siento junto al fuego y pronto reaccionó.
Al poco, caliento agua, me lavo y cambió la camisa y camiseta. Las que me saco y están llenas de piojos, las cuelgo
a la intemperie para ver si la baja temperatura los mata.
A las 7, sólo somos cuatro los que nos hemos despertado -uno de ellos, el Sargento-, quien nos dice que no
despertemos a los demás para desayunar, que les guardaremos el café y les dejemos dormir.
A las 8, voy a llevar el parte del Sargento, al Capitán y recoger el suministro del grupo.
Hemos combinado la guardia entre todos, de modo que tanto del cocinero como yo, haremos puesto, si bien el hará
siempre el primero y yo, el segundo. Esto permitirá que los puestos sean más cortos para todos.
A las nueve, cuando la niebla continuado muy espesa, hemos oído rumor de motores; salimos fuera y se trata de un
avión que debe volar muy bajo, pues ahora se oye muy fuerte y ya pasa sobre nosotros, si bien no le vemos.
Hacemos buen acopio de leña pues podría volver a nevar y hay que estar prevenidos.
La niebla, va desapareciendo, aunque lentamente; y, coincidiendo con ello, hay mayor claridad.
Al fin, el sólo reluce ya hermosísimo, entre ya escasos jirones de niebla. Cuando estamos todos tumbados al sol,
volvemos a oír el motor y, al poco, localizamos el avión de reconocimiento enemigo, que sobrevuela nuestras
posiciones. Pasa de largo sobre la nuestra, pero luego, regresa y desde bastante altura desciende en picado. Todos
nos colocamos a la sombra del muro de la paridera, para no ser vistos. Desciende muy bajo, luego da la vuelta, y se
dirige recta Cariñena, donde debe tener su base. Como hacía ella, todavía hay niebla, desaparece inmerso en ella.
Después de almorzar, me tocan dos horas de puesto, pero, de día, pasan relativamente pronto.
Al salir de ella, me esperan los compañeros con un vaso de café bien caliente, que viene muy bien. La provisión de
grano para hacer café, ha descendido notablemente, pero eso, es fácil de remediar.
Leyendo y cantando, esperamos la hora de cenar. Después voy en busca de la consigna. El Capitán me entrega, además,
un parte para el Sargento Quintero.
Cuando llegó, se lo entregó; después de leerlo, nos comunica su contenido. Se trata de la conquista de Teruel por el
ejército republicano. Esta noticia, que recibimos por segunda vez, la acogemos ya con reservas pues otras veces, se
nos han dado algunas similares, que luego, no fueron verdad.
Enseguida, entró depuesto. Hoy, se me hace interminable pues dura dos horas. Calculó el transcurso del tiempo
rezando rosarios -como casi todas las noches-, a razón de uno cada 20 minutos. A pesar de agotar el tiempo, el
relevo, no llega. De modo que me decido a entrar en la paridera y encuentro durmiendo junto al fuego al Sargento,
que es quien debía enviarme el relevo. Como pasante a diez minutos, llamó al del tercer turno y regresó al exterior.
Al fin llega y me releva. Cuando llegó a la cocina, se despierta el Sargento y le digo que ya hemos relevado; se
excusa por haberse dormido.
Hablan de comiendo tostadas, pasamos un par de horas; cada vez congeniamos más con él. De todos los ex-voluntarios
es el más instruido y educado. También es madrileño y vino al frente de Aragón hace más de un año. Durante la
tertulia, hemos coincidido varias veces rascando nos por las picadas de los piojos. Me dice que mientras no vayamos
con permiso o a descansar a retaguardia, no nos quitaremos de encima, pues, para ello, es necesario respaldarse toda
la ropa (no sólo la interior) y, además, hacerlo todos a la vez. De no ser así, unos quince estamos a los otros.
Esto, me lo dice por experiencia pues el problema, lo ha "vivido" ya, en tres ocasiones.
Al fin, nos vamos a costar.

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