30 de Diciembre de 1937

30 de Diciembre de 1937

A las seis, me llama González. Como no me toca hacer puesto, me quedo sorprendido; pero me dice que lo ha hecho para invitarme a chocolate la taza, del que se ha hecho un plato. mojamos unas tostadas y está riquísimo; valía la pena madrugar.
A las 8, reparten el desayuno de hoy, es café con leche. A pesar de que sólo hace una hora del chocolate, volvemos a tener hambre y hacemos buen papel. Con este frío, quemamos las calorías rápidamente.
A las 9, voy a llevar el parte y al regreso, a las diez, hago un puesto de sólo una hora. Durante él, oigo muchos disparos de artillería y, a pesar de estar muy nublado, se nota bastante movimiento de aviación.
Hoy, no hace viento, pero el frío es igualmente intensísimo. Después del puesto, me escaldo otra camisa y otro jersey, también llenos de parásitos. Mientras lo estoy haciendo, pasa el pastor. González y yo, hablamos con él y conseguimos nos venda un pequeño cabrito lechal, el cual es muerto y arreglado enseguida y lo guardamos para celebrar la entrada del Nuevo Año. Aun cuando nos dispongamos de nevera, no habrá problema para su conservación.
Ha venido el Sargento administrativo Blanco, que hace varias noches subió la paridera del teniente-jefe Saura y duerme allí. Nos ha dicho que mañana, Subirats del pueblo una compañía que ocupará esta posición y nosotros deberemos trasladarnos a las que hay junto al río. ¡Ya nos extrañaba que habiendo encontrado un sitio donde se estaba bien, pasáramos en él muchos días!
A las doce, entró de guardia y coincidiendo con ello, empieza a nevar. Los puestos, sólo se pueden hacer de media hora de duración, pues resulta imposible resistir más tiempo. Después de tres descansos y tres puestos, me relevan; total, ya son las tres.
El viaje en busca de la consigna después de cenar, resulta muy pesado. La nieve cae oblicua y me salpica la cara constantemente y el frío, dificulta la respiración.
De regreso, entró de guardia que, como la mañana me ocupa tres horas entre relevos y puestos. Y aun así, la media hora afuera, se resiste difícilmente.
Cuando terminó, me quedo junto al fuego pues estoy helado. El sargentos me da un vaso de café bien caliente, me quedo charlando con él, hasta medianoche.
Está muy comunicativo y me cuenta su actuación en Madrid, durante los primeros días del Alzamiento. A pesar de su juventud -ahora sólo tiene 23 años-, intervino en la toma del cuartel de la Montaña, donde vio caer a muchos compañeros anarquistas de su edad. Me describe escenas de momento de la rendición de los militares supervivientes, verdaderamente dramáticas. Luego, una vez "limpiado" Madrid, se apuntó voluntario a la columna Sacco y Vanzatti, que se dirigió al frente de Aragón, en donde ha pasado toda la campaña. Reconoce que durante el primer año, la guerra fue muy diferente a lo que es ahora.
Entonces, aparte de unos golpes de mano, de vez en cuando, pasaban mucho tiempo los pueblos de segunda línea. Y como entonces había comida, se lo pasaban bastante bien. Luego con la militarización de estas columnas de ex-voluntarios y la llegada de las quintas movilizadas -es decir, las nuestras-sintieron desconfianza pues sabían que no éramos anarquistas y, además íbamos a frente, forzados. De allí que durante bastante tiempo, se nos tuviera vigilados, por temor a que nos pasáramos al enemigo, a la primera ocasión favorable que se nos presentará. Pero que, después de estos meses transcurridos, ya habían comprobado que podían confiar en nosotros. La llegada a la compañía, de quintos movilizados recientemente, hace que ahora se "apoyen" todavía más en nosotros.
Cuando me doy cuenta, son las dos. Voy corriendo a dormir.

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