3 de Enero de 1938

3 de Enero de 1938

A las 8 me despierto, pero no me levanto pues hace un frío horroroso. Dos del grupo que hace la última guardia, han ido a buscar el café a la paridera dónde está la cocina del teniente, pues aquí, en la tienda, sería imposible hacer la comida.
Cuando les vemos regresar, a lo lejos, nos levantamos y con los platos a punto, les esperamos junto a la fogata que tenemos frente la tienda pero ¡oh desilusión!, llegan con el cacharro vacío en la mano y entonces observamos que le falta un asa. Resulta que se les ha roto cuando ya venían con el café y les ha caído al suelo. ¡Que le vamos a hacer! Comemos unas tostadas.
En la paridera, les han contado que en el sector vecino, han evacuado ya a dos centinelas por congelación, por querer hacer la hora y media de guardia seguida. Dicen que al ir a relevar se los han encontrado helados. Y, comentan que estaban sonriendo.
El Sargento, pidió dos voluntarios para ir a buscar vino a Aguilón y que él lo pagará. Vamos el cabo González y yo. Llevamos 13 cantimploras. El camino de ida, es "de vacío" y cuesta abajo, por lo que empleamos menos de una hora. Pero al regreso, ya es otro cantar y empleamos casi dos horas. Afortunadamente, nos lo han vendido.
Cuando llegamos, ya están almorzando, de modo que llegamos a punto y somo recibidos con aplausos.
Antes de comer, González y yo, nos sacamos los zapatos que están empapados de la nieve y los ponemos junto al fuego. Luego, comemos el rancho, pero el frío y el viaje nos ha abierto tal apetito que no nos basta con el arroz y nos comemos unas tostadas.
Mientras unos queman leña para tener carbón y quemarlo en la lata durante la noche, otros, nos decidimos a partir el hielo para tener agua para beber. A pesar del esfuerzo, cuando terminamos estamos helados y nos sentamos junto al fuego hasta la hora de comer.
Después, me acuesto enseguida. Todos hacen lo mismo, menos los de guardia. No nos dormimos, pero pasamos el tiempo charlando y bien arropados, no notamos tanto el frío. Aunque al fin, se hace el silencio.
A las 12.30, me llaman para la guardia. Consumimos nuestro turno hasta las 3.30, sin novedad. La verdad es que, durante el puesto nocturno, no nos preocupamos de ser vistos al movernos andando, pues, de otro modo, nos quedaríamos helados.
Cuando me acuesto junto al Sargento, el calorcito de debajo de las mantas, me sabe a gloria.

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