4 de Noviembre de 1937
A las 4.30, me llaman para la
guardia. Me abrigo bien, pues sopla el cierzo.
Relevo a mi compañero, y me sitúo
en un lugar más estratégico desde donde observo mejor y me
resguardo del viento tras unas carrascas.
Lentamente, va ascendiendo el lucero
del alba, precursor del sol, que le seguirá en su camino ascendente.
Amanece. La oscuridad, desaparece poco a poco. Primero, se distinguen
las cumbres de las montañas que tengo frente a mí; luego, y a
medida que asciende el sol a mi espalda, se iluminan completamente,
hasta que llega a mí, y calienta mi espalda con su calor.
Por la altura del sol, deduzco que
serán ya las seis.
Me dirijo a la tienda en busca del
relevo. Y,efectivamente, es la hora en punto.
Me reanimo al calor de la hoguera que
ya han encendido mis compañeros y me hago unas tostadas que
acompañan al chocolate de Quintanilla.
Luego, vamos a la paridera a
desayunar. Como el tiempo es bueno, el paseo es agradable.
Hoy, nos dan café con leche, aunque
muy aguado. Muchas veces hemos protestado y propuesto que, en lugar
de medio plato de líquido, sería preferible, nos dieran sólo un
vaso y más concentrado. Pero no hay forma de convencer al cocinero.
Por lo menos estos desayunos tan acuosos nos sirven para lavar el
plato de la cena del día anterior. Pues la situación, no permite el
lujo de lavar el plato después de cada comida. ¡Lo que va de ayer a
hoy! Quien nos iba a decir que íbamos a comer días y días en un
plato que sólo se lava de vez en cuando. Y, mientras tanto, nos
limitamos a pasarle una miga de pan o a pasarle un poco de hierba si
la hay. Y, aquí, no la hay.
Regresamos a la tienda con el
desayuno de los que quedaron allí.
Antes de venir a charlar conmigo, el
viejo pastor estuvo hablando con los de la tienda, y les contó que
del rebaño que cuidaba cuando estalló la guerra, se le escaparon
cinco cabras y que sabe que están por el lado del río y en este
sector. Al comentarlo hoy con el sargento, éste ha decidido pedir
permiso al capitán para ir a cazarlas. Cuando regresa, solicita
cuatro voluntarios para ir con él. Menos el que está de guardia,
nos ofrecemos todos. Lo que nos demuestra, y le demuestra a él, que
con un poco de buena voluntad, nuestras relaciones pueden ser
excelentes. Escoge a cuatro por medio de suertes a la paja más corta
(otro acierto por su parte, ya que así no desaira a nadie). Yo soy
de los elegidos.
Como sólo llevamos el fusil, y
algunos cargaderos, vamos bastante ligeros. Bajamos lomas y barrancas
hasta llegar al río, que ya no baja tan caudaloso como el otro día.
Por el camino, hemos bastantes
conejos, pero a mucha distancia y entre tanto matorral, que es inútil
dispararles. Vamos cribando el terreno. Al fin damos con la cueva
donde duermen. La abundancia de excrementos, algunos recientes, es
prueba concluyente. Habrá que venir de madrugada y sorprenderles
antes de que salgan.
Regresamos a la tienda, por unos
atajos bastante empinados. Apenas llegamos, entro de guardia. Me
viene bien, pues aprovecho para descansar de la excursión.
Cuando me relevan, encuentro la
comida que me han traído. La recaliento en el rescoldo de las brasas
de la hoguera matutina. También me han traído vino, por cierto,
mejor que el del otro día que, según me dicen, uno que tirar, pues
ni para guisar valía.
Por la tarde, el teniente me envía a
devolver un fusil al a posición donde está el capitán. Me lo
encarga a mi, porque ya conozco el camino, de cuando fui a buscar
sal. El viaje, me distrae y permite pasar un rato charlando con los
compañeros de allí, que me cuentan sus cosas y yo, las nuestras.
Desde luego, están mucho mejor que nosotros, no sólo en cuanto a
cobijo,sino también en cuanto a comida. Por lo que me cuentan que
comen el comisario, capitán y sargentos, sospecho que el suministro
llega para toda la compañía y que se reparte y distribuye desde
aquí, no se hace equitativamente, es decir, de acuerdo con el número
de hombres de cada posición. La parte del león que se quedan los
mandos cuando reparten el aceite, café, leche, carne y azúcar, les
ha sido confirmado por los cocineros de la posición que, como
nosotros, vienen de Mataró. Y, lo más desleal, es la posición del
comisario de la compañía, Aguadé, que en vez de poner coto a esos
abusos, -como corresponde a su cargo-, hace causa común con ellos y
se beneficia en el reparto. Por todo ello, regreso de mal humor.
Vamos a cenar a la paridera y
regresamos enseguida. Yo, tengo guardia de 6 a 7. Por el camino,
encontramos al comisario que viene del pueblo y nos dice que pronto
tendremos permiso. Sólo se espera que regrese el comandante para
organizarlo.
La alegría que nos da la noticia, no
la puedo expresar. Los platos, vuelan por el aire, y el optimismo se
apodera de nosotros.
Hago la guardia, pero no vienen a
relevarme hasta las 7.30.
Cuando llego cerca de la tienda, me
dan el ¡alto!, exigiéndome la contraseña, cosa que nunca habían
hecho. Entro en la tienda, que está totalmente a oscuras. El
sargento, no se que debe sospechar; el hecho es que no cesa de dar
instrucciones para el caso de que la posición fuera “copada” por
el enemigo en un golpe de mano nocturno (actuación a seguir, forma
de lanzar las bombas, etc. etc.), tengo la impresión de que ha
empinado un poco el codo y desea echarse un farol a costa nuestra.
Como estamos a oscuras, nos tapamos la cabeza, mientras él sigue
charlando. Me duermo con el murmullo.