2 de Agosto de 1937

2 de Agosto de 1937

Apenas llegados al cuartel, pasan lista. No falta nadie.
                     
Nos comunican que van a efectuar el sorteo, para designar quienes se quedan aquí y quienes “se marchan”. Deseamos que el sorteo, nos permita seguir juntos.

El resultado del sorteo, para nuestro grupo, es: Nos vamos Quintanilla, Saturnino, Botella y yo y se quedan Vila y Pascual. Pero, al rato, nos dice Botella que ha encontrado a uno que cambia con él, de modo que también se queda.

Preparamos nuestros trastos y a las cinco de la tarde, salimos de Mataró en tren especial militar y, efectivamente en dirección a Barcelona.

Cuando llegamos a la Estación de Francia, el andén está acordonado por soldados, con orden de no dejar salir a nadie. Preguntamos sobre ello a los oficiales que nos acompañan y nos dicen que debemos coger otro tren y por eso no nos permiten salir.

Ante nuestra insistencia por saber donde nos llevan, telefonea el Comandante del Cuartel Salvochea (al que nos dijeron íbamos destinados,) y este le dice a nuestro teniente que vamos a Lérida. Le indicamos a este, que solicite permiso del Comandante para ir a nuestras casas a ponernos ropa de más abrigo, pues vamos en mangas de camisa, ya que no nos han equipado todavía. Le contesta que no, y nos advierte que el tren saldrá dentro de un momento y que los que no embarquen, serán arrestados y castigados severamente.

Subimos de nuevo al tren y al poco, arranca. Nos lleva a la estación del Norte, donde se detiene de nuevo. Bajamos y hablamos con los maquinistas del tren, que nos atienden por que Quintilla se da a conocer como hijo de ferroviario (efectivamente su padre es cajero, en una estación de la compañía MZA.) Confidencialmente, nos dicen que vamos a Lérida, pero que no saldremos hasta las diez de la noche. Ahora son las nueve menos cuarto, de modo que tomando un taxi podemos ir a casa y regresar a tiempo.

Pero cuando llegamos al andén de salida vemos que también está acordonado; esta vez, por Guardias de Asalto, que no permiten salir ni  a telefonear, ni comer ni beber al bar del vestíbulo de la Estación. Pasamos el tiempo encerrados allí.

Quintanilla, ha estado hablando con un mozo de la Estación y ha conseguido que saliera a comprarnos tres bocadillos y una botella de vino pues desde las doce de esta mañana, no hemos comido nada. Además, hasta que lleguemos a Lérida mañana, no hay que pensar en que nos den qué comer. Cuando el mozo regresa con el encargo, le da una buena propina diciéndole que a él también le gustaría que hicieran lo mismo por su hijo si se encontrara en un caso así.

Como todavía no sale el tren, decidimos comer, y lo hacemos con mucho apetito. El vino, nos viene muy bien, pues tenemos mucha sed.

Dan órdenes de subir al tren, que al poco se pone en marcha. A pesar de que son ya más de las diez de la noche, vamos a oscuras, posiblemente por razones de seguridad. Llevamos una marcha de tortuga y paramos en todas las estaciones, dando preferencia de paso a todos los demás trenes. Las estaciones y los  pueblos están totalmente a oscuras.

En el vagón va un compañero que canta y toca la guitarra y que nos entretiene con sus canciones.

Hacia la una, ya se han acabado cánticos y charlas. Intentamos dormir un poco. A fin de podernos estirar, unos se tumban en los asientos y otros en el suelo. Yo, lo hago debajo de un asiento y Quintanilla y Saturnino en un banco cada uno.

En cuanto llegamos a Terrassa, hay una invasión de pasajeros civiles. Por lo visto, en alguna de las paradas, han añadido algún vagón más y ha dejado de ser un tren militar. De modo que nos incorporamos y volvemos a sentarnos todos. Seguimos así hasta Manresa.

Aquí estamos detenidos mucho tiempo. Han bajado todos los paisanos. El silencio es absoluto. Aun es de noche.

El tren arranca de nuevo. El traqueteo, nos induce sueño, y acabamos por dormirnos.

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