17 de Octubre de 1937

17 de Octubre de 1937

A las 5, entro de guardia y, muy descansado. ¡Cuantos días hacía que no descansaba una noche seguida!.

Aun está oscuro, pero la temperatura es muy suave.

Aparece el lucero del alba y, al poco, empieza a clarear. Cuando faltaba poco para salir el sol por el horizonte, nos ha envuelto una niebla tan densa, que casi hemos vuelto a la oscuridad.

Me relevan, encendemos fuego, pues el frío y la humedad son, ahora, intensos.

Poco a poco, el sol, va abriéndose camino, hasta llegar a disolver la niebla completamente y dejar un cielo despejado..

Mientras tomábamos el café con leche del desayuno, ya nos han venido a buscar para trabajar. Nos envían a buscar estacas, a un barranco cerca de aquí. Hacemos tres viajes. Cuando los hemos subido todos, nos mandan a toro logar a traer un poste cada uno. Cargo con el mío, que tiene unos tres metros de largo y es bastante grueso.¡ Al menos, para mi!. A medio camino ya me es imposible llevarlo a hombros, por lo que lo dejo y llego hasta la posición arrastrándolo por el suelo y, apoyado en un hombro. Cuando subía el último repecho las piernas apenas me sostienen, me falla un pie y caigo de rodillas, rompiéndome las rodilleras de los pantalones e hiriéndome las rodillas.¡ Como me he acordado de las caídas de Cristo, camino del Calvario!.

Al fin, entrego el poste y me dejan ir a descansar. Voy a la tienda y me tumbo. Los demás van llegando y hacen lo mismo.

EN voz baja, comentamos las ideas de igualdad que son la doctrina de nuestros mandos anarquistas, a la hora de la verdad, no las cumplen y se comportan como los militares profesionales que tanto critican. Elle, viene a cuento de que todos estos viajes que nos mandan hacer desde hace dos días, son para traerles madera y hacerles cabañas a los oficiales y a los sargentos ¡Vaya igualdad! Pero, por lo que vamos viendo, esto, solo se aplica para lo que les conviene; como, por ejemplo, en considerar iguales a los acomodadores y a los cantantes o actores de los teatros. Y, así, en el Liceo, quince pesetas es el sueldo diario y único, que perciben acomodadores, tramoyas, bailarines o insignes cantantes como el tenor Hipólito Lázaro. Cito el Liceo como ejemplo destacado, pero los demás teatros de comedia o zarzuela funcionan, igualmente, en régimen de colectividad y perciben ese sueldo. Por eso, varios artistas importantes, en cuanto han podido, se han marchado al extranjero.

Esta situación de trabajo hasta el agotamiento, el mal comer y la estancia tan prolongada en primera línea, sin relevo, hacen que la moral esté bastante baja. No se inicia charla alguna, que no termine refiriéndose a lo mismo: ¿Cuándo se terminará esta guerra?

Al fin, hoy nos han dado un almuerzo sustancioso que nos permitirá aguantar un poco. También la cena ha estado bien; sopa de fideos.

La guardia de la tarde, ha transcurrido sin novedad; no así la de 6:30 a 9 de la noche, que me ha correspondido de “escucha”, fuera del parapeto. Ya que, a poco de entrar de puesto, han empezado a charlar nuestro comisario y el alférez enemigo. La conversación se ha ido “agriando”, y, han terminado a tiros. Como los nuestros disparaban desde arriba en la nueva trinchera los que estábamos de escucha, hemos quedado entre dos fuegos. Para colmo, hoy nos han prohibido hacer el puesto estirados en el suelo –como era lo acostumbrado,-  de modo que hemos tenido que aguantar a pie firme. Alrededor de las ocho, se han calmado y todo ha vuelto a quedar en silencio. Pero, al poco, he oído el siseo del cabo avisando que se acerca; viene acompañado de dos cabos exvoluntarios que se han dirigido hacia terreno de nadie, a través del trigal.

En principio, creí que iban a dar un golpe de mano, pero he observado que no llevaban armamento. Se pierden en las sombras. Pero, al poco, les oigo que están charlando con dos enemigos que, a su vez, han dejado sus parapetos y llegado hasta el medio del trigal.

Una media hora después, han regresado. Traen prensa de Zaragoza; mañana, nos la dejarán leer. Me relevan.

En cuanto llego, ya me están esperando y me llevan a trabajar en la nueva trinchera hasta las once. Un par de horas muy pesadas, llenando sacos terreros para ir terminando el parapeto; pero, no tanto, como cavar trincheras con el pico.

Mientras trabajo, voy pensado en la tontería del comisario y de los cabos. Da la impresión de que están aburridos y hacen todo esto para distraerse. La verdad es que se pasan todo el día comiendo y durmiendo en su cabaña, sin dar un solo golpe. Y, no solo los sargentos y oficiales, sino el propio comisario, al que no hemos visto una sola vez recorriendo la posición. Ni interesándose por los soldados, como es su obligación.

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