13 de Octubre de 1937

13 de Octubre de 1937

A las siete, nos levantamos y encendemos un poco de fuego.

Hoy, es el santo de Quintanilla (Eduardo) y vamos a celebrarlo.

Mientras él tuesta el pan y Vilalta prepara el chocolate a la taza, yo, me cuido del resto. Está delicioso y pasamos un buen rato.

Cuando nos reparten el café del desayuno, lo guardamos para después de comer y lo haremos con el bote de leche que recibí.

La artillería, sigue disparando sin interrupción.

Por ahora, se respeta el pacto de anoche. No ha sonado ni un solo tiro.

Entro de guardia de 9 a 10 de la mañana. Mientras estoy de puesto, viene nuestro capitán acompañado del comandante Ferrandiz y el comisario de la Brigada. Comentan, que hoy vendrá nuestra aviación y Bombardeará las posiciones que tenemos enfrente. Y, para orientarles respecto a nuestras posiciones, hemos hecho una gran cruz blanca en el suelo, con unas sábanas que traían.

Poco después de marcharse, me relevan. Quintanilla y Vilalta están cavando la nueva trinchera.

A las doce, el enemigo, rompiendo el acuerdo de ayer, ha iniciado un tiroteo contra los que están trabajando en la trinchera, que han tenido que dejarlo y cubrirse donde han podido. A Quintanilla, una bala le ha atravesado el gorro de tela, golpeándole la cabeza y chamuscándole los cabellos. ¡Se ha salvado por muy poco!

Por ahora, nuestra aviación, no aparece por aquí. Solo, a lo lejos hemos visto seis cazas que, desde mucha altura, se tiraban en “picado” y ametrallaban, supongo, las líneas enemigas.

Este sector, no permite visibilidad lejana ya que estamos en medio de un bosque con lomas ondulantes.

Durante mi guardia de 11 a 1 de la noche, oímos motores de aviación y, al poco han actuado los antiaéreos de Zaragoza. No obstante, oímos que, el bombardeo, se ha llevado a cabo.

Me relevan y me llevan a hacer trinchera hasta las 3. A duras penas puedo contener las lágrimas, pues el dolor que siento en las manos es inaguantable, pues las tengo en carne viva y los pañuelos no me protegen apenas. Estas dos horas, son interminables. A veces, desearía ser herido por un paco. ¡Tal es mi desesperación!.

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