22 de Octubre de 1937

22 de Octubre de 1937

A las seis, nos llaman para trabajar. Pico y pala, hasta las ocho, que llega el café del desayuno; que, por cierto sigue pareciendo agua.

Después de desayunar, hemos hecho una especie de tubo y lo hemos colocado en el techo del hogar y, ahora la chimenea es estupenda. Nos hacemos unas tostadas que rociamos con la grasa de cordero. ¡Están riquísimas!

Mi compañero de escuadra, Nebot, es un muchacho estupendo y bastante culto. Además, tiene un carácter muy paciente; nos hemos hecho muy amigos. Como el día es algo lluvioso, pasamos el rato leyendo.

Llega el correo; recibo carta de Lorca, compañero de trabajo, que está en el frente de Madrid y me cuenta sus andanzas. La carta, había sido ya abierta y luego vuelta a cerrar por la censura. Pero, al llegar aquí, la han vuelto a abrir. Por lo visto, no basta con la censura general. ¡Esto, confirma que los mandos de la compañía no confían en nosotros! Esto, es una tontería, pues de haber entre nosotros alguien con ideas “nacionales”, ya se hubiera podido pasar al enemigo!

Nebot, ha recibido carta de su mujer; le cuenta que, debido a la falta de alimentos que hay en Barcelona, tiene dificultades para criar al hijito que tienen. Como solución parcial iba alternando vivir unos días en Barcelona y otros, en el pueblo de los abuelos maternos, donde hay más comida. Pero, al enterarse el comité de la vivienda del distrito, le han dicho que, o vive en Barcelona o en el pueblo y deja el piso para otra familia. Y no ha tenido otro remedio que marcharse y dejarlo. De modo que Nebot, en caso de que nos dieran permiso, no tendría donde vivir en Barcelona y debería a vivir con sus suegros. Se ve a las claras que ha sido un atropello a la pobre muchacha, por que la ven sola esos enchufados de la retaguardia. Para uno que está en el frente, ya se pueden suponer el efecto desmoralizador que le ha causado. Todo el día, está de mal humor. ¡Y lo comprendemos!

Ya nadie habla de permisos, ni de reorganización. Algunas esperanzas que habíamos concebido, se han ido evaporando como el humo.

Han caído un par de morterazos, aunque algo alejados. Lo cual es, verdaderamente extraño, dado lo cercanos que estamos de ellos.

A la hora de almorzar, empieza a llover. Luego, voy a la cabaña de Quintanilla y jugamos un rato a las cartas.

Se oye un tiroteo, no muy lejos. Seguimos sin detectar la presencia de fuerzas republicanas, ni a nuestra derecha ni a nuestra izquierda en contacto con nuestra compañía. No hay duda que deben estar, paro algo apartadas, y, esto, es peligroso.

A las cinco de la tarde, entro en guardia; ahora llueve bastante. Son dos horas, larguísimas. Hay ya muy poca luz.

Tiempo melancólico. Al fin, llega el relevo. Si esta noche, no pasa nada, podré deormir hasta las cinco de la mañana.

La cena se retrasa. Ya ha anochecido por completo, cuando nos la reparte: garbanzos duros y media cabeza de cordero asada. La condimentación de ésta, es lo que ha demorado la entrega. Cuando estamos en la cola, empiezan a caer morterazos; muy cerca.

En cuanto nos dan la comida, regresamos corriendo al la cabaña. Pero ni hablar de encender la vela. Apenas nos hemos sentado, oímos a los que tenemos de guardia que gritan; “A los parapetos! Y la explosión de varias bombas de mano.

En pocos segundos, todos estamos en nuestras respectivas troneras, respondiendo al fuego del enemigo que, ahora, además de los morteros emplea ametralladoras y fusilería. El tiroteo, abarca bastante extensión; prácticamente cuanto abarca el abanico de nuestra visión a derecha e izquierda. Como el fuego parte del campamento enemigo, denota que éste, no avanza. Por tanto, el Capitán ordena que cesemos de disparar; sólo siguen disparando ellos.

Nuestros escuchas, que no han tenido tiempo de regresar a la trinchera, para reunirse con nosotros, permanecen todavía abajo en las alambradas, o sea entre dos fuegos.

El tiroteo, se intensifica. Ahora interviene también su artillería que nos dispara, aunque, afortunadamente, largo.

En medio de este jaleo, oímos los gritos de nuestros escuchas que nos advierten que se acercan, no vayamos a dispararles.

El fuego va decayendo en nuestro sector; no así, a nuestra derecha, en el que se lanzan muchas bombas de mano. En cambio, a nuestra izquierda hay gran silencio. ¡Lo que resulta muy extraño!

El Capitán, ordena al sargento García, que escoja a un cabo y su escuadra. Y, el “regalo” le toca -¡como no!-, a la nuestra. Nos dan cinco minutos para coger el equipo, con más munición y bombas de mano. Luego, nos reunimos en la choza del capitán. Nos explica, que la compañía que ocupaba nuestro flaco izquierdo, ha sido retirada esta tarde, sin sustituirla y que, por eso, no oíamos disparos en esa dirección. Por tanto, si el enemigo ha advertido la brecha, podría infiltrarse por allí y  atacarnos por la espalda. Nuestra misión, pues, va a consistir en defender ese hueco.

Nos trasladamos a la posición abandonada y nos distribuimos a lo largo de ella. La consigna es, bombazo al menor movimiento enemigo que observemos.

Como sólo somos seis, -el sargento se ha quedado.- deberemos pasar toda la noche en guardia continua.

A medida que el cabo nos va situando, quedamos desconectados unos de otros. Aquí, no parece que haya habido fuerzas, pues no hay trincheras, ni vestigios de chozas o cabañas; ni aun parapetos hechos con piedras. Por ello, me sitúo al pie de un pequeño “morro” y parapetado tras unas piedras.

La humedad de la tierra, mojada por la lluvia caída durante el día, me cala hasta los huesos. El capote, está empapado y se me están helando los pies.

Cosa rara, a pesar de la muy comprometida  posición en que estoy, y, además, aislado completamente, no siento miedo. Ignoro a qué se debe esta rara serenidad, ciando sí lo he sentido en otras ocasiones menos peligrosas

La tensión me mantiene bien despierto.

Aunque lentamente, el tiroteo va menguando hasta terminar completamente, y quedar en total silencio.

Empieza a amanecer. El fuerte viento que se ha levantado, se ha ido llevando las nubes y, el cielo, aparece totalmente despejado. Cuando nos relevan, ya ha salido el sol.

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