20 de Octubre de 1937

20 de Octubre de 1937

A las siete, nos levantamos para ir a buscar café. Hace un tiempo indeciso, con muchas nubes. Solo algún débil rayo de sol, de vez en cuando.

En uno de los rincones de la cabaña, hemos hecho un poco de hogar, de modo que voy a buscar unas ramas secas y hacemos un poco de fuego, lo que nos reconforta mucho, pues la temperatura ha sufrido una baja notable. Ahora aquí, junto al fuego, encendemos unos cigarrillos y nos consideramos felices. ¡Dios mío, con qué poco nos conformamos ya…!.

Al fin, sale el sol y mejora la temperatura. Voy a la cabaña de Vilalta y Quintanilla. Charlamos y jugamos a las cartas.

A las doce, llega la comida. Un estupendo y abundante arroz que nos viene muy bien pues el hambre, no falta. Esto del comer, nunca me había preocupado gran cosa. En casa, cualquier cosa me bastaba, pero aquí, tantas horas en pie, en continuo ejercicio, el hambre nos atosiga y el comer, se ha vuelto una necesidad animal.

Guardia diurna de 2 a 4 de la tarde. Luego, a visitar a Vilalta y Quintanilla.

Sobre las cinco, un avión de reconocimiento enemigo, sobrevuela nuestras líneas en dirección a Zaragoza.

Para cena, los garbanzos duros de todas las noches. Uno de mis compañeros de chavola, que ha tenido servicio de cocina esta mañana, ha tenido el gran acierto de recoger la grasa de cordero que iban a tirar. La hemos puesto en un bote y deshecho al fuego. Ha salido casi un litro de aceite que nos servirá par untar tostadas y para el candil.

A las siete, nos tumbamos a dormir, pues no tenemos guardia hasta la una.

A las once, nos despierta el sargento para que cortemos las ramas de los pinos que han quedado frente al parapeto y que nos dificultan la visión y el campo de tiro. En este trabajo, pasamos hasta la una, en que nos relevan para entrar de guardia. Me toca de escucha. Hay una niebla espesísima, tanto, que no se ve a dos pasos. Oigo, perfectamente toser al escucha enemigo, así como también cuando le relevan y, el nuevo escucha carga el fúsil. Y todo ello, lo oigo como si estuvieran a pocos metros de mí. Por lo visto, la niebla actúa como caja de resonancia.

Debe haber salido la luna, pues la niebla se ha vuelto luminosa, fosforescente, es decir, que se distingue cuanto hay alrededor, aunque a poca distancia. Así, me pasa la guardia, relativamente deprisa. Y, a las tres, me relevan, sin novedad.

Cuando me acuesto y entro en calor, siento de nuevo, grandes picores por varias partes del cuerpo. Como no nos podemos desnudar, me desabrocho la parte alta de la guerrera y rascando, procuro aliviarme.

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