30 de Enero de 1938

30 de Enero de 1938

Diana. Lavado y desayuno.

Siguiendo órdenes de nuestro comisario, mi sucesor y yo, nos presentamos en la casa donde está alojado. Dirigiéndose a mí, dice "que ignora los motivos del cambio, pero que por ser órdenes que vienen de la división, tienen que ser cumplidas". Pero en la División, no dan órdenes anotadas con lápiz en un canto de periodico -como él me enseña- sinó que hacen un oficio con sus sellos correspondientes y las firmas del comisario. De manera que me supone muy tonto, si cree que me engaña. Desde luego, esas impresiones, sólo las confio a este diario.

Conforme acordamos, le hago entrega de los libros y útiles. Luego, me reuno con mis compañeros en el frontón. Donde volve­mos nuevamente después de comer. Y, cual no sería nuestra sor­presa cuando, al llegar allí, encontramos al sargento García y al teniente Saura. Jugamos con ellos varios partidos de parejas y nos ganan, de verdad, casi siempre.

Mientras estamos jugando, llega el telefonista Grau y nos dice que dos de los que nos hemos presentado, han sido aprobados, pero que no ha podido enterarse de los nombres. De mo­do que ya veremos quienes han sido los afortunados.

Al poco, llega el cabo Lon, con la órden del día. En ella, figuramos aprobados Ribas y yo pero nó Puigmal. También seña­la, que deberemos ser dados de baja de la compañía respectiva y presentarnos en la sección de transmisiones del batallón. Como ya es tarde, vamos a la compañía. Cuando leen la órden, los compañeros nos felicitan y consideran que eso será una bofetada moral para el comisario.

Mientras estamos cenando, llega Murall, -a quien apodamos Po- peye, por su eterna pipa-, y nos dice que de parte del sargen­to Quintero, esta noche a las nueve, esperan que la "penya del pic i pala", acuda a la casa donde viven los sargentos, pues tienen un cordero que quisieran compartir con nosotros.

Hacemos tiempo y, a la hora en punto, nos dirigimos allí. Mientras el sargento-administrativo Blanco, lo guisa, estamos de charla. El sargento Quintero, está de excelente humor y hace reir aunque uno no quiera. Es un madrileño, de los verdadera­mente graciosos.

Se alegran de la suerte de Ribas y mía, sobre todo después de la "jugada" -son sus palabras- de Aguadé; aunque lamentan que dejemos su compañía.

Al fin, llega el cordero al que hacemos los honores, pués está buenísimo. Además, tienen un vini excelente.Al terminar y tomar café, nos piden una cantada. Y, así lo hacemos muy a gusto, para corresponder a su demostración de afecto.

Nos ha costado lo nuestro, pero al fin, hemos vencido su desconfianza y logrado su amistad.

Mientras descansamos del canto, me piden les cuente unos chascarrillos que tienen bastante éxito. Luego, volvemos a cantar y como remate final, interpretamos la canción del "pic i pala".

Cuando nos vámos, son las doce. Los sargentos, nos dan la consigna de noche, por si alguna patrulla de vigilancia nos diera el alto. Pero hemos llegado, sin novedad.

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