10 de octubre de 1937

10 de octubre de 1937

Vuelven las nubes.

Me toca trabajar en la construcción de la cueva donde se instalará la cocina del batallón. De las 9 de la mañana, hasta las cinco de la tarde; aunque a períodos intermitentes. Desde luego, resulta incomprensible que esto no lo hagan los de ingenieros.

A las cinco, regresamos al campamento; y lo hacemos en plan de paseo.

Para cenar, han traído unos garbanzos duros como piedras. Se ve que no los han dejado en remojo. Como me dan mucho ardor de estómago, prefiero comer solo un poco de pan mojado en el caldo. El otro día también nos los dieron así de duros y los quiso comer, pasé una noche muy mala.

No tengo guardia hasta las cinco de la mañana; esta noche, podré descansar bien, pues estoy reventado de tanto pico y pala.

Me preparo la cama y, como de costumbre, como almohada, me coloco el saquito con las bombas de mano. Así, lo tengo a mano, en la oscuridad. ¡A lo que llega uno a acostumbrarse!.

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