11 de octubre de 1937

11 de octubre de 1937

El cabo, me despierta a las tres; le indico que, hasta las cinco, no me corresponde entrar de guardia. Pero, no se trata de eso. La sección de fortificaciones que vino a trabajar aquí, se ha limitado a “señalar” la nueva trinchera, y, ahora, deberemos terminarla nosotros. De manera que tendré que trabajar con el pico y la pala, de 3 a 5 de la madrugada.

Desde luego, la nueva trinchera era conveniente, pero,  los que como yo, no estamos acostumbrados al manejo del pico y pala, resulta cansadísimo. Sobre todo, porque, enseguida se encuentra piedra y el rebote del pico, es muy doloroso.

Desde la madrugada, tengo las palmas de las manos,  llenas de ampollas. Menos mal que en mi grupo, hay un compañero de Gerona que es payés, llamado Puigmal, que me ayuda mucho, relevándome más a menudo de lo que me correspondería.

A las cinco, entro en guardia hasta las siete.

He recibido un paquete de mi familia con ropa interior y algo de comida. Me hace la misma ilusión que, cuando pequeño, tenía por los reyes magos.

La aviación enemiga, ha intentado sobrevolar nuestras líneas pero nuestros antiaéreos, les han hecho retirarse. Esto, se ha repetido hoy, en tres ocasiones.

A lo lejos, se oye prolongado tiroteo. En nuestro sector, solo “paqueo” intermitente. Esto, no es extraño pues todo es aquí vanguardia. El menor ruido, provoca tiroteo general, el disparo de morteros y bombas de mano.

Nueva guardia de 6:30 a 9 de la noche; luego, pico y pala. Hasta las 11.  He tenido que pincharme las ampollas de las manos para extraer el líquido que había dentro pues molestaba enormemente al empuñar el  mango del pico. ¡Estoy molido!
Cuando nos relevan, no tengo ánimos ni para comer. Me tumbo como un saco y me duermo en el acto.

Durante la noche, he sentido mucho desasosiego y picor por el cuerpo.

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