28 de Septiembre 1937


28 de Septiembre 1937

A las cuatro de la madrugada, llaman a mi escuadra para la guardia. Vamos relevando a los tres que la hacen en los parapetos; a mi, me dice el sargento al oído, que me toca relevar a un escucha que esta a unos 30 metros delante del parapeto. Que, sobre todo, no me duerma pues este puesto es el que protege a la compañía  de cualquier ataque por sorpresa. Que cualquier anormalidad que crea ver, nada de dar el ¡alto!, sino lanzar una bomba y regresar corriendo al parapeto, gritando la consigna, para que no me disparen los que allí están de guardia.

Saltamos al otro lado del parapeto y, casi arrastrándonos recorremos unos 15 metros. Entonces, el sargento, con unos siseos, advierte a nuestro escucha y llegamos hasta él.
Luego, se marchan los dos. Aquí me quedo, sentado en el suelo al amparo de una mata que me oculta  -a mi espalda-, en total oscuridad y silencio. Oigo infinidad de pequeños ruidos que, al principio me hacen estar con todos los sentidos despiertos y sin apenas respirar. Pero, a medida que transcurre el tiempo, voy notando la periódica repetición normal de tales ruidos. Entonces, menos preocupada mi mente, me pongo a pensar que, a solo unos 80 metros esta el enemigo y, por tanto, allí empieza ya la otra España.

Hay un momento, en que he creído oír un estornudo a unos metros frente a mi. Debe ser el escucha enemigo que, si esta unos 30 metros fuera de su parapeto como yo del mío, solo nos separan unos 40 metros. Y, debe estar impresionado como yo, aunque, posiblemente él, lleve ya días aquí y conozca la situación, lo cual no es mi caso.

Se me están entumeciendo las piernas de tanto rato sin moverme. Si temo hacerlo, no es solo para no hacer ruido, sino porque en la oscuridad, temo desorientarme y, si debo retirarme, no sabría que dirección tomar.

Cuando me relevan, empieza a clarear. Viene a buscarme el cabo solo, pues durante el día  se suprime este puesto de escucha. Regresamos a los parapetos. En realidad, se trata solo de una zanja de un metro y medio de fondo por uno de ancho, y sin ninguna protección en el lado que encara al enemigo.

Como ayer llegamos de noche, no nos apercibimos de las características de esta posición, que, vista hay a la luz del día, nos parece muy desfavorable. En primer lugar, el enemigo tiene sus parapetos situados en lo alto de la loma que ocupa y que constituye la línea continuada de su frente en este sector. Y, protegidos con buenos sacos terreros, en forma de troneras. Así, peden andar derechos, sin que su cabeza sobrepase los sacos. Por el contrario, nuestra zanja, esta al pie de la loma que ocupamos, por lo que quedamos unos quince metros más bajos que ellos; de modo que, aún andando agachados, nos pueden dar.
Pero lo chusco es que, algunas pequeñas cabañas que hay en nuestra posición, están situadas detrás de la zanja pero en una ladera más elevada que ésta, de modo que están en pleno campo de tiro. Y, aunque hay bastantes pinos, la protección que pueden ofrecer, es nula. Pero como, según dicen, éste frente es muy tranquilo, las cosas están así.
Como no hay barracas para todos, Vilalta y yo, nos unimos a otros dos compañeros que nos ofrecen sitio en la suya que esta hecha solo de mantas y, algo disimulada por pequeños pinos, pero también sobre la zanja y en plena cuesta de nuestra loma.

Aun cuando éste frente nos lo han calificado de tranquilo, de vez en cuando el enemigo nos “paquea” y oímos silbar las balas por encima nuestro. La distancia desde  la que disparan debe ser de unos 150 metros.

Por la tarde, nos vamos turnando trabajando en la construcción de una gran choza para los sargentos y oficiales. Está situada al otro lado de la loma y, a cubierto del fuego enemigo. La hacemos con pinos y sacos terreros.

Esta noche, guardia en el parapeto de 12 a 2. Sin novedad. Solo, ligero “paqueo”.

Mientras dormíamos, ha pasado el sargento para asegurarse si dormíamos con el correaje puesto y cargados con la munición.

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