5 de Octubre de 1937

5 de Octubre de 1937

Aun es de noche, cuando me despiertan para la guardia. Pero no llueve. En cuanto amanece, se ve clarear el cielo y, al poco, medio oculto todavía por las nubes, sale un raquítico sol.

En cuanto me relevan, empezamos a encender pequeños fuegos, - que, por cierto, hacen mucho humo,- para poder secar mantas y ropas.

El alférez –jefe de la posición enemiga que encara la nuestra, no llama a gritos: “Rojillos! Vamos a aprovechar que no llueve para arreglarnos la chavolas. De modo que vamos a hacer un trato entre caballeros y no vamos a disparar en todo el día. ¿De acuerdo?” Nuestro capitán, ha aceptado el trato, y, al contestarle ha aprovechado para soltarle un “De acuerdo, fascista”.

Inmediatamente, vemos al alférez encaramarse a su trinchera y, de espaldas a nosotros, ir organizando el zafarrancho de sus hombres. Esto, lo hemos deducido por sus gestos con los brazos.

Sin perder tiempo, hemos encendido verdaderas hogueras y sacado los petates fuera de la tienda y puestos a secar a su alrededor. El sol, es ahora bastante fuerte. ¡Al fin!.

A las nueve de la mañana, han traído café con leche. Lo recalentamos al fuego y nos sabe a gloria.

Apenas terminamos el desayuno, nuestro cabo nos reúne a los cinco soldados de su escuadra con fusil y correaje. ¿Qué servicio nos habrá caído encima? Nos conduce hasta el calvero que hay frente a la choza del capitán.

Este, le ordena a nuestro cabo que nos forme, en línea y mirando al frente y ordena, descanso.

A unos diez pasos, frente a nosotros, están los tres ayudantes de cocina, .que nos han traído el desayuno- cavando una fosa cada uno. ¡Están llorando los tres! Oímos que el capitán les chilla, “Venga, más rápido. Y, en cuanto acabéis os haré fusilar por este pelotón. ¡Traidores! Mis hombres aquí aguantando tres días sin comer, porque los señores no querían subir la comida para no mojarse. ¡Os voy a fusilar!”

Nos hemos quedado helados. Nos miramos los seis ¿qué vamos a hacer? Son compañeros que vinieron con nosotros de Mataró y, en Binéfar, se enchufaron en la cocina. Yo, no me veo capaz desparar contra ellos.

Como si el capitán leyera nuestro pensamiento, se dirige a nosotros. “Y como vosotros, no disparéis “a dar”, os mato yo”.

A mí, las piernas apenas me sostienen del temblor que tengo y, gracias al apoyo del fusil, no caigo al suelo. Es curioso, como, independientemente del pánico, siguen funcionando los sentidos. Conservo en mi mente, con el detalle de una fotografía, el “escenario” que nos rodeaba. A la derecha de nuestro pelotón, todos los tenientes y sargentos frente a su chavola. Apiñados a nuestra izquierda, el resto de la compañía, - salvo los de guardia -. Y, todos, petrificados como estatuas. Y, en medio de un silencio sepulcral, el ruido de los picos, manejados por tres rancheros, cavando su tumba.

¿Cuánto duró esta situación? ¿Un minuto? ¿Diez minutos? No lo sé creo que una eternidad.

Una voz, nos despierta de este encantamiento; la del teniente Saura, que se dirige al capitán. “Emilio… ¿Y si fuéramos a ver si es verdad que anoche se les cayó la comida que nos subían? . Si te parece yo podría comprobarlo.” El capitán, le contesta: “como quieras”, y se mete en su cabaña.

Los tres ranchero, han caído de rodillas en los hoyos que llevaban hechos. El teniente les ordena levantarse y conducirle al lugar donde, según dicen,  al patinar en el barro, se les volcó la perola de la comida ayer noche.

Cuando se marchan, regresamos a la posición, a la espera de acontecimientos.¡Dios mío! ¡Qué susto he pasado! La verdad, es que no sé qué hubiéramos hecho, si nos ordenan disparar.
Estamos una hora, con el alma en un hilo, hasta que regresa el teniente y confirma que la comida se les cayó. Respiramos a pleno pulmón.¡De buena nos hemos librado!.

De todas formas les han castigado a trabajar a pico y pala y pérdida de destino pues, según el capitán, han sido seis los viajes que no han traído comida y sólo uno han justificado el porqué.

A mediodía, otros rancheros, nos han traído un potaje de garbanzos, caliente. Hacía cuatro días que no comíamos caliente. Hace mucho viento, pero luce un buen sol. Se ha secado todo. Los soldados enemigos, siguen paseándose por encima de sus parapetos.

En nuestro sector, no hay tiroteo. Sólo se oye algún “paqueo” en la posición de nuestra derecha, pero de lejos. Por lo visto, allí no hubo acuerdo.

Por cierto que, hemos comido varias veces con nuestros compañeros, que, desde que estamos aquí, no hemos visto a nadie de las fuerzas que están a nuestro derecha o a nuestra izquierda. Seguramente, deben haber algunas compañías, pero,  lo seguro, es que no contactan con nosotros. Deben alfo separados, lo cual es una mala táctica pues, por la noche, podrían infiltrarse algunos grupos enemigos y atacarnos por la espalda.

¡Han traído ropa! Nos han dado, guerrera, pantalón y capote a cada soldado. Hoy, es día de grandes acontecimientos y emociones.

Como tampoco han subido agua con la cuba, tenemos que coger la que queda en la zanja. Pero como está muy turbia, tenemos que filtrarla con un pañuelo.

He recibido carta de Vila. Está hospitalizado en Barcelona, en los antiguos cuarteles del Bruch – Al final de la diagonal, muy cerca de mi casa- , convertidos ahora en Hospital. Me cuenta cuenta que en Belchite, le hirieron en un muslo y fue evacuado. Como una tarde tuvo paseo, se llegó a ver a mi abuela y a mi hermana. No me dice nada respecto a si se nos reunirá pronto. Hemos leído la carta juntos, Quintanilla y yo. Este, opina que Vila procurará quedarse en Barcelona y no volver por aquí.

Al atardecer, recogemos las ropas ya secas y nos dedicamos a limpiar el armamento y secar las bombas de mano. Yo, tengo una docena en un saquito terrero.

Se ha corrido la noticia que, durante estos días de lluvia y niebla, varios cabos, al hacer el rondín de la guardia, se habían despistado  y perdido. Les han dado como “desaparecidos”. Afortunadamente, en nuestra compañía, no se ha “perdido” nadie.

Lo que sí tenemos, es un caso de auto-infección. Se trata de un soldado de los que vinieron de Mataró, pero que, a pesar de ello, se relaciona muy poco con nosotros. Se ve, a la legua, que es un chico de casa “bien”. Cuando estábamos en la posición del Everest, se hizo una herida en el tobillo, al rascarse contra un tronco cortado. Bajó a que le curara el sanitario-barbero de la compañía y pretendiendo que lo enviara a sanidad. El Sanitario le hizo una cura y buen vendaje y lo devolvió al Everest. Pero cada tres o cuatro días, le sangra la herida y vuelve a curarse, y vuelve a insistir para que le den la baja y lo evacuen. Esto hace quince días que dura y, al final, el sanitario le ha dado cuenta al capitán, asegurándole que el mismo soldado, se araña la herida para infectársela y obligarles a que le envíen a retaguardia. Pero el capitán, le ha llamado y le ha dicho que se quiere herir él mismo, al capitán no le importa, pero que no se haga ilusiones que no le dará de baja, aunque se le ponga un pie como una bota de vino.

Guardia de 7 a 9 de la noche, sin novedad

Hoy, dormiremos estirados en el suelo, pues hemos tirado las cenizas de la hoguera en el suelo de la tienda y algunas ramas encima y, está muy seco.

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